Literatura Poesía

El Asombro Lacerado
una reseña de Paradojas y para Juan de Gemma Serrano

Portada Paradojas y para Juan

Decir que la poesía de Gemma Serrano es un asombro constante, puede parecer extraño en un momento en que el uso de esta palabra aparece ligado, casi siempre, al mundo del haiku, poesía japonesa en la que la palabra aware significa una especie de asombro tranquilo, de conciencia de lo maravilloso, que nada tiene que ver con la experiencia que vertebra la poesía de nuestra autora. Reivindico, hoy, para su poesía, esta palabra, asombro, un asombro distinto, que me permito calificar de occidental, que no es asombro complacido con la belleza del mundo, sino despertar en primera persona, en persona quebrada entre el mundo que se esperaba y el mundo hallado, entre lo que se soñó y lo que se obtuvo. Gemma mira el mundo siempre desde la belleza, y es desde ella donde se le rompe una y otra vez. No busca en su poesía lo bello, sino nombrar esa rotura de cristal, ese mundo que no llega a suceder. Por eso su poesía, desde sus títulos, es siempre paradoja y asombro, recogidos con un dolor y una inteligencia que no saben claudicar. El pudor ante esta realidad tajante, en Gemma, lo pone, siempre, el humor.

Su primer libro de poemas, Cisne en prácticas (publicado por Vitruvio en 2017) ya resulta sorprendente. ¿Cómo puede estar en prácticas el símbolo de la belleza? ¿Cómo se practica la perfección? Ella es cisne, pero se siente en prácticas y ensaya la belleza que ha conocido, la belleza que ha sentido… que no recoge en su escritura porque no le interesa hablar de lo perfecto, pero que ha conocido con tanta emoción en sus lecturas.

Escombros, casa museo (Vitruvio, 2019) es el título de su triste, a pesar del humor, segundo libro. Porque, ¿pueden unos escombros ser casa? ¿Puede acaso una casa, el lugar donde se habita, donde se refugia el alma, donde se vive, puede ser, acaso, a la vez eso y un museo, en el que nadie vive sino en el que se mira lo que fue y ya no es más que en nuestra mirada?… La vida le cae encima a Gemma. El lugar es visitado porque ya no es un hogar, aunque se palpite en él. Y lo que nace es un asombro en rebelión, un asombro rebelado y revelado, en las antípodas del asombro-aware, ese que no hace ruido, ni nombra el dolor, ni insiste en yo alguno… Gemma hace tanto ruido que nos oímos el corazón… Solo el humor con que disfraza el daño hace que no suene a llanto, aunque se llore a lágrima viva. “¡No quiero llantos en esta casa!”, parece oírse decir a Bernarda Alba… Bendita explosión que transforma en poesía lo que duele.

Y así llegamos a este libro… ¿Qué hay en Paradojas y para Juan? Ya no está en prácticas el cisne, sino que brilla una verdadera maestría, y el dolor ya no es grito, sino una emoción más sabia, capaz de acoger las luces y de recomponerse. Y continúa el asombro. Esta vez porque hay una serie de personajes en fuga de sí mismos. En fuga porque no son lo que iban a ser, porque no son lo que nos dijeron que iban a ser. Hay un interés extraordinario en este libro por esa fuga de lo que tuvo que ser, “el dolor de no ser lo que yo hubiera sido, la pérdida del reino que estaba para mí”, que diría Rubén Darío. Y de nuevo, como digo, ante esto, el asombro, que en Gemma es una protesta constante ante lo que se esperaba del mundo y de nosotras y lo que, en cambio, el mundo ha entregado. Aquí los personajes huyen, ni ellos se quedan. Y junto a la huida, la reivindicación de unos ojos que nos miren… ¿Que miren el qué…?

El libro se abre con un bellísimo poema y una cita íntimamente unidos. En los versos de Blanca Varela, la poeta peruana absuelve a su hijo de sí misma, liberándole a él de los laberintos de la madre. En el primer poema de este libro, en el lienzo de Murillo La sagrada familia del pajarito, la Virgen María siente que el pintor no mira con valor su papel en la familia. Es la mismísima madre de Dios la que no encuentra ojos que cuenten su papel. Estas dos pinceladas nos orientan a través del libro: la culpa y la invisibilidad. De ahí las fugas. Gemma, que es autora del libro, cuenta su propio desparecer (¡tremenda paradoja esa, que recuerda a Cernuda, cuando dice: “…surgió en mí la idea de mi propia desaparición, de cómo también yo me partiría un día de mí…”)… Esta desaparición de la autora se produce, primero, porque es difícil ser si no nos ven los y las demás y, como en el cuadro de Murillo, no hay ojos para ella; en un momento dado ni ella misma se ve… Después, porque decide irse de un papel que no le satisface.

Pero en la verdadera poesía siempre hay redención que salva el vacío. Suele ser la belleza, pero en Gemma, ésta tiene dos titanes que lo custodian todo con los que ha de compartir protagonismo: el salvífico humor, que ya he nombrado, y la rebeldía, quizás mejor decir la digna rebelión. Humor y rebelión, dos caras de la misma luna dolorida.

Resulta bellísimo asistir, en este libro, a cómo la autora va desnudando de sus ropas a los personajes (permitidme llamarlos así); cómo va despojando al padre de su máscara, cómo despoja a la madre de las ropas a las que aspiró pero que no eran suyas y que al final se atreve a gritar que no quiere. Y a Juan. Porque Juan no es el Mesías. Es una lengua nueva, la posibilidad de ensanchar el mundo. Unos ojos nuevos para mirar. Pero unos ojos que el resto del mundo debe aprender para comprender otros lenguajes (lenguajes infinitamente más sabios que los que forman ese torpe bilingüismo actual que reduce nuestra mirada)… Porque Juan nos enseña a mirar los hormigueros y a ver el mar. Porque con él comprendemos por qué no cabe el océano en los ojos…ojos pequeños los nuestros…que no ven entero el mar.

Finalmente, quisiera responder a dos preguntas que asaltan o me asaltan siempre ante un buen libro. ¿Dónde está el amor? ¿Y qué le pasa aquí al lenguaje? Algo hemos dicho ya.

¿Dónde está el amor en este libro? Desde la cita con la que se abre, a la que ya me he referido, sangra la herida… ego te absolvo de mí, hijo mío… Hay en todo sentimiento de culpa un gesto de amor. No creo que Gemma sea en realidad, profundamente cristiana ni judía, pero en esa culpa con la que abre el libro, que está muy presente a lo largo de él aunque, final y felizmente, se libera de ella, existe el gesto amoroso por el que se asumen las responsabilidades que, en realidad, no son de una, sino de otros… o al menos, no son de una. La responsabilidad de ser madre asusta a Gemma desde el momento que se le anuncia la espera y “cae fulminada de posible y de madre”. Pero al nacer el niño, comienza muy pronto el desmadre; el hijo se va del cuerpo y la madre, muy pronto, se siente fuera de esa historia de amor, como la Virgen en el cuadro.

Con un maravilloso soneto, viéndose desplazada, y en el lenguaje de Juan, la madre que se siente babosa pide un papel en su propia obra:

Camina a tu manera con franqueza

Recuerda el solo día de la rosa

Y arrastra en alegría tu tristeza

No te dejes vencer negra babosa

Hoy ponte un lazo nuevo en la cabeza

Verás que te reflejas mariposa.

Luego se abre otro abismo. Juan no mira. Juan no juega. El mundo es idiota en torno a Juan. Y la pareja se rompe.

Y entonces hay que aprender a ser madre unos días sin serlo otros. Bellísimo poema “Invisibles”. Y la noche “la noche en niño ausente es doble noche”. El niño a medias. El niño seta. El medio niño. La media madre. Y la otra vida, en la que ella no está.

Llega el viaje, el abandono, la madre desnuda que se va y rompe el papel que le rompieron, de no mirarla, de no nombrarla, de no ser lo que ella creyó que iba a ser, de no saber. De no ser lo que es. La poeta-madre necesita nacerse sin el hijo, desnacerse. La experiencia personal hace temblar la evolución de la especie:

Ser hija

sin madre

y madre

sin hijo

supera

la búsqueda

de cualquier

eslabón

Darwin.

Pero aunque el eslabón se rompa, el amor no lo hace. Que para eso lo aprendió de Garcilaso o de su amiga, la poeta María García Zambrano. ¿Dónde, dónde queda el amor en este libro…? Ay, las Ítacas de Kavafis… ¿será en la búsqueda, en el aprendizaje de ese lenguaje complejo de ser madre y de Juan?…El amor está en Juan, claro, con cuyas palabras cierra el libro su madre desnacida de él en una suerte extraña de volver a nacer del hijo en esa involución de la especie.

¿Y qué le pasa al lenguaje en este poemario? Lo que sucede es, a mis ojos, una de las grandes bellezas del libro, que es la unión de la Gemma poeta y la Gemma filóloga, que, como amante y conocedora de las palabras, sabe que han de retratar el mundo y no pueden, nunca, darle la espalda, ni apostar por la tibieza. Y sabe también que la realidad que no se nombra, no existe del mismo modo que la otra. Por eso ha de crear lenguaje para nombrar lo que no se ha nombrado. Y el lenguaje se descoyunta porque el mundo nombrado no lo había sido nunca… faltaban los ojos que lo miraran, como a la Virgen de Murillo. Porque la realidad contemplada es una realidad sin palabras, porque señala y grita sobre una realidad cambiante de la mujer a la que hay que ponerle palabras… y creo, firmemente, que solo podía ponérselas una mujer poeta. Que posa la palabra en realidades que insiste en nombrar con la varita de un hada, para que existan, con la palabra de Dios, para que sean. De nuevo nos asiste la rebelión. ¿Qué pasa con la mujer que se siente desplazada por un papel asignado que no le corresponde o que no sabe hacer o que no quiere hacer o que no le miran hacer? Y qué bien lo hace Gemma. Aparecen entonces la padre y el madre. Y los hijos en hemistiquio, y en hemistiquio irregular… y la madre que no sabe si va a poder querer para siempre aunque ame sin finitud…

Junto a esto, aparece la filóloga en una estructura que descansa sobre el poema estrófico de la canción, poema que nos trae ecos de la canción petrarquista, de la canción lorquiana, de la lírica popular… de las canciones de cuna, de juego de Gloria Fuertes… Los poemas van conduciéndonos, desde el primero de ellos, alternativamente, de la tradición a vanguardia; así en el primero ya tenemos las repeticiones de la lírica tradicional junto a enumeraciones que recuerdan al Huidobro de Altazor; y en el poema “Donde los ojos”, encontramos imágenes que nos llevan al Walking around de Neruda, y no faltan las alusiones clásicas como la Biblioteca de Alejandría o la vuelta al Apocalipsis… siempre como es la filología en Gemma, medular, irónica, iconoclasta, profundamente incorporada.


Texto © María Prado-Más


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