Literatura Poesía

ETIME: una lectura

ETIME

por Jorge Rodríguez Padrón

ESTO ES LO PRIMERO QUE ESCRIBO, DESPUÉS de cuatro años; y -pueden creerme- lo hago por necesidad. Debo decirlo también, incluso antes de que alguien se avenga a leerme: no es mía ya esta lengua en que se escribe y que me cerca por todas partes; cuya respiración me es ajena porque se amolda, dócil, a tanta corrección enemiga de una palabra y una voz propias… Si no viniera yo, ahora, de ese paréntesis que se ha cerrado solo, apenas cumplida mi lectura de Etime (El Sastre de Apollinaire. Madrid, 2020), me sería imposible entender esta necesidad que me mueve a decir algo de ese libro y de su autor que ha preferido sus iniciales (MAMS) a su nombre (Miguel Ángel Muñoz Sanjuan. Madrid, 1961). En modo alguno considero impostada esta decisión; ni por lo que hace al título (borde de precipicio, en el español de Canarias, desde el siglo XVI) ni tampoco -esto menos- en lo que al nombre apocopado se refiere (lo que se halla en juego, y se verá, no es la mera presencia pública del escritor). Baste, si no, atender a lo más inmediato que algunos considerarán cosa menor: ¿qué tipos de letra prefiere; de dónde tal caligrafía? Diría -y me atrevo- que MAMS trae las palabras cortadas y deja que caigan en la página y se avengan entre ellas; luego, juega con su disposición y a ver qué queda. Bien es verdad que, apenas pensemos un poco, queda claro que aquí no es el azar el que manda: una vez en la página, el movimiento lo determina el escritor que las dirige para que digan qué y vayan a dónde, con toda intención: “La libertad/ NUNCA olvida/ sus planes para/ las viejas reglas/ del/ talento”… Y apenas acomodamos la mirada, todo gira, de pronto, en torno a Joyce y Baudelaire quienes nos hacen visajes desde su “mundo prohibido”: ¿nos miran o esquivamos nosotros sus miradas? Así, empezamos a saber que MAMS nos pone en el camino del pensar; que en este juego -algo más que una ingeniosa escritura- nos va mucho de lo que somos.

Vayamos por partes, querido lector, si lo prefieres. Porque -y ahí es nada- se juega con “una/ revolución/ que/ se/ me/ cuela y me// deshace”. Así que quien lee, si lo hace como es debido, se la juega también: debe estar dispuesto a pensar y no quedar a expensas de lo que ve. La imagen (su barbarie, como dijo Gabriel Albiac) es aquí la de la palabra: cómo se agita después de troceada sin que vaya, cobarde, a buscar sombra bajo el compás, por disimulado que éste pueda estar. Lo que MAMS pretende es ver adonde llega, una vez troceada, y más que palabra es espacio (y tiempo) en la mente de quien la mira. Hay, pues, que reflexionar y, como nos propone, leer ya de otro modo. ¡Que ya está bien! Por este libro no se puede transitar, simplemente mirando; insisto: exige pensar, porque nos adentramos en el drama que supone escribir como vivir, para quien así lo ha elegido. Pasas página, por ejemplo, y te asalta esa “moral terrible (…) degradada de incultura” por donde asoma basura que “Nunca fue/ Poesía secreta”. Y, si ponemos atención, la página (no debo plegarme a decir poema) que lo es todo desde qué principios de la modernidad, discurre vertical en su horizontalidad, pero sin que dicha ruptura niegue el ritmo en que voz y mirada se acompasan, para entender que ya estamos (o deberíamos estar) en otro modo de discurso, alzado -una vez y otra vez- contra el de esa lengua que se empeñan en imponernos los correctos: “gozo La palabra/ para comprender sonriendo/ que la lengua/ es el arte supremo de recordar”. Y hasta los relatos del origen nos remite. Si se me preguntara, lo diría: el poema (concedámoslo, por esta vez) desciende, como es su costumbre, pero se rebela y asciende en el despeñadero (¿etime?) de su discurso: “MAPA DE LA VIDA/ EN/ EL/ DESIERTO/ SOL/ DE/ MI/ PENSAR”.

¿Y POR QUÉ SE VUELVEN LAS PALABRAS boca abajo? Porque son ellas, no MAMS, quienes se apresuran a ponerse así. Y todo este ir y venir -diría yo, si es que aun sé algo de esto- es el modo de la meditación, del vuelco interior que se produce, alongadas, como quiere el autor, a lo de después o a lo de más allá “del/ PRESUNTO/ misterio”. Mi costumbre – y habrán de excusarme si resulta petulante decirlo- ha sido siempre leer en voz alta, de modo que la palabra suene tal cual es, tal cual soy. Pues bien, aquí MAMS me lleva a que sea voz lo que veo; a que sea, esta vez, pensar: “esclavos/ del/ desconsu elo/ de/ Un/ ro to/ Es p ejo/ Sin/ tópicos”. (Anoto al margen: tópico: esa corrección lineal del acento; esa insistencia en el gerundio; el calificativo que no deja al sustantivo ir a sus anchas). Y asoma Pessoa, en alguna esquina de la Baixa: ruina de un corazón, el poeta entre sus interrogantes; silencio y palabra que es todo; hasta la ironía del acento porteño y el perro fugitivo: no la transcribo; violaría ser y sentido de la página 56. Eso ha de ser cosa del lector. Y me pregunto: ¿cada página, una en sí; o son pálpitos de la misma respiración del pensar? -dígaseme. Porque, cuando se escribe, si no se respira, ¿qué? Apenas, tarea de amanuense, de mero copista. Y, de pronto, el escritor vuelto hacia sí; no anda seguro entre tanto recorte de palabras (“¿Escribí sin saberlo/ contra El superviviente/ de mi vida?). Comprendo el desconcierto: salto que MAMS da, de sus pérdidas a sus hallazgos que, sin las primeras, ¿cómo? Y hay, de tanto en tanto, rostros (¿acaso, gestos?): que no se piense que no se piensa (“La poesía/ sin territorio/ es ‘nuestro’/ Ulises”). Lo digo porque lo veo: evidencia de cada palabra y su lugar… Ahora es Pasolini, con su teología contra tinieblas: ahí viene; nunca recuerdo haberlo visto tan dispuesto. Le sigue “LA EXTINCIÓN crepuscular [que avisa porque se encoge; ¿temor acaso?] DE LA MEMORIA”. Y ésta, entonces, empieza a verse tal cual es; no como de ella se dice comúnmente. Y cual yo la concibo porque ha de vertebrarnos.

Digo, de mío: habremos de fijarnos en cómo cambian los tipos a medida que todo se hace más claro por más sabido; cuando ya no esconde el autor todo cuanto yo tengo por articulación de este pensamiento fundamental: el monstruo es hacer poesía “con La vida/ de/ Otro”: ¡a ver si nos enteramos de una vez!: “Ya NO ME/ ENGAÑAN/ LOS VERSOS/ EXACTOS”; y se me pide que subraye el sustento mayor: en volver a la voz del origen, al otro lado, consiste. Y hasta de pararnos en la ecuación primordial: ¿algún reparo para plantearla? Aunque habrá de leerse ¿en horizontal, de arriba abajo, tal nos enseñaron; o en vertical, de abajo arriba, a ver si…? Al hacerlo, se produce un milagro (a mi entender, lo es): a medida que el escritor avanza en su tarea, se nos muestra con más poder para decir. Por el ventanal, la conciencia del deseo: “Arcángel, envenena a dioses e intelectuales”; el rostro se abre a la resurrección; afirmaciones que regresan con la literatura… Escribir; pero, ¿para qué? ¿Qué digo? Si a la vista queda: desaliento de esa mujer, la misma mujer, ahora sentada y que parece morder un trozo de pan; mientras en la ecuación anterior, sonreía con lucidez frente al miedo; o que puede ser mara, amar o… ¿arma?: ese enigma, en la página 62. La cuestión, me asalta a cada paso: MAMS ¿dice o piensa? Deja que discurra, con su propia voz, un pensar despojado de toda lógica que cierre la respiración a la palabra, que condene a qué ritmos… Pensar, pues, la experiencia; y acaba por darme la razón, cuando tanto digo y repito: “la Memoria jamás es/ ni otro lugar/ ni otros adioses”. De haberlo podido decir así, las veces tantas que he pretendido explicarlo, nunca me hubiese quedado a medio; porque, tiene razón MAMS: “la muerte vendió/ su propia memoria/ al pasado para equivocarnos”. Esta equivocación tiene sentido.

Asoman criaturas, cuando a la fábula le llega su moraleja, su final, en donde todo comienza: un muchacho desgalichado dice adiós a su infierno de hijo; no es inesperada -se nos advierte- esa mirada azul ya de vuelta. Entonces allí, quietos, como a la espera, nos preguntamos, una vez más, qué tenemos que ver nosotros en todo esto; una vez más, sí. ¿Acaso no os habéis dado cuenta, amigos, de que para eso está (y más, habrá de ser) el poeta? Frente a todas esas torpes convenciones que, por empobrecida costumbre, decimos poesía; incluso ante ésa, tan aseadita, que pone al jilguero en la más alta rama, y va el crítico y la bendice… ¡Todavía! Está el poeta (lo es de verdad) para ponernos (y dejarnos) ante el abismo (¿no es etime la palabra?), en donde hacemos el ademán de ir con nuestro índice hasta el otro, y ni rozarlo siquiera. ¿Sólo ironía, la confirmación de este principio, después de tanto como ha sido y tanto cuanto quedó dicho para siempre? Cursiva (“La vida/ entusiasmó…) y redonda mayor (“al/ monstruo/ al…) y negrita (“Cruzarse/ con/ todo/ lo/ muerto”) que bajan, palabra a palabra, hasta acabar. Entonces, de nuevo, el desconcierto: que hayamos llegado hasta aquí, y estemos aún en éstas, puede que no sea cosa menor. A algunos, mejor les valdría pararse y reflexionar un poco. Es lo que hago: ¿es, acaso, el monstruo aquel, criatura tan contraria como creímos? Pues con lo que deja esta verdad que el poeta pone en la página, su mundo, semejante contundencia concede -a mí, al menos- una cierta seguridad. No ha sido en vano mi lectura, debo reconocerlo. Y, sí: firmo aquí.

ETIME

CÓMPRALO


Texto © Jorge Rodríguez Padrón


Danos tu opinión

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.