La poeta americana Louise Glück acaba de ganar el Nobel de Literatura 2020. Para celebrarlo, publicamos algunos de sus poemas, cedidos por la editorial Pre-textos.
CEREMONIA
ME dejaron de gustar las alcachofas cuando dejé de comer
mantequilla. El hinojo
no me gustó jamás.
Una cosa que siempre he odiado
de ti: odio que te niegues
a que venga gente a casa. Flaubert
tenía más amigos y Flaubert
era un recluso.
Flaubert estaba loco: vivía
con su madre.
Vivir contigo es como vivir
en un internado:
pollo los lunes, pescado los martes.
Tengo amigos de verdad.
Soy amiga
de otros reclusos.
¿Por qué lo llamas rigidez?
¿No puedes llamarlo gusto
por la ceremonia? ¿O es que tu hambre de belleza
la satisface del todo tu propia persona?
Otra cosa: nómbrame a cualquier otra persona
que no tenga muebles.
Comemos pescado los martes
porque los martes es fresco. Si supiera conducir
podríamos comerlo otros días.
Si tanto te desespera
encontrar un precedente, prueba
con Stevens. Stevens
no viajaba nunca; eso no significa
que el placer le fuera ajeno.
El placer quizá no pero sí
la alegría. Cuando hagas alcachofas,
háztelas para ti sola.
DÍA DEL TRABAJO
HACE exactamente un año que murió mi padre. Fue un año caluroso. En el entierro, la gente hablaba del clima:
demasiado calor para septiembre, demasiado fuera de lugar.
Este año hace frío.
Sólo estamos nosotros, la familia más próxima.
En los arriates,
trozos de bronce y cobre.
Enfrente, la hija de mi hermana monta en bicicleta
como el año anterior,
calle arriba y calle abajo. Quiere hacer
que pase el tiempo.
Mientras tanto, para nosotros,
toda una vida se nos vuelve nada.
Un día, eres un niño rubio y mellado;
al día siguiente un viejo que jadea en busca de aire.
Viene a ser nada, en realidad;
como mucho un instante sobre la tierra.
No una frase, sino un aliento, una cesura.
las migraciones nocturnas
ESTE es el momento en que de nuevo ves
las bayas rojas de la ceniza del monte y en
el cielo oscuro
las migraciones nocturnas de los pájaros.
Me entristece pensar
que los muertos no van a verlas:
esas cosas de las que dependemos
desaparecen.
¿Qué hará entonces el alma para consolarse?
Me digo que quizá no necesite
ya esos placeres;
quizá sencillamente no ser baste
por duro que resulte imaginarlo.
VIUDAS
MI madre está jugando a las cartas con mi tía,
Malicia y Rencor, el pasatiempo familiar, el juego
que mi abuela enseñó a todas sus hijas.
Pleno verano: demasiado calor para salir.
Mi tía va ganando; le llegan buenas cartas.
Mi madre va a rastras, no logra concentrarse.
No logra acostumbrarse a su cama este verano.
El verano anterior no tuvo problemas,
estaba acostumbrada al suelo. Aprendió a dormir allí
para estar cerca de mi padre.
Él se moría; su cama era especial.
Mi tía no cede un palmo, no tiene
en cuenta la fatiga de mi madre.
Así fueron criadas: para hacerse respetar por medio de la lucha.
Bajar la guardia es un insulto al oponente.
Cada jugadora tiene un puñado de cartas a su izquierda, cinco en mano.
Es mejor no salir en días como éste,
permanecer donde hace fresco.
Y este juego es mejor que muchos otros, mejor que el solitario.
Mi abuela fue previsora: preparó a sus hijas.
Tienen cartas; se tienen la una a la otra.
No necesitan más.
El juego prosigue toda la tarde pero el sol no se inmuta.
Va quemando la hierba sin piedad.
Así es como mi madre debe de sentirlo.
Cuando, de pronto, algo llega a su fin.
Mi tía ha practicado mucho; tal vez por eso juega mejor.
Sus cartas se evaporan: y eso es lo que quiere, ése es el
objetivo: al final,
quien nada tiene, gana.
Ítaca
EL amado no
necesita estar vivo. El amado
vive en la cabeza. El telar
es para los pretendientes, encordado como un
arpa con el hilo blanco de un sudario.
Él era dos personas.
Era el cuerpo y la voz, el sencillo
magnetismo de un hombre vivo, y también
el desplegado sueño o imagen
a los que da forma la mujer que trabaja el telar,
que se sienta ahí en un salón lleno
de hombres sin imaginación.
Igual que le tienes lástima
al engañado mar que intentó
llevárselo para siempre
y solamente se llevó al primero,
al verdadero marido, debes
tenerle lástima a estos hombres: no saben
lo que están mirando;
no saben que cuando uno ama de esta forma
un sudario se convierte en un traje de novia.