El origen de los mitos fundacionales no ha sido otro que el intento de alumbrar la oscuridad en la que surgieron comunidades y se establecieron en ciertos lugares, se estructuraron ritos y se promulgaron mandatos. La necesidad de acotar los misterios de la vida y la muerte nos ha acompañado desde el origen mismo de nuestra especie. Para explicarnos los elementos naturales hemos recurrido a seres sobrenaturales.
Itziar Rekalde es actriz y narradora de oficio. Durante años viene trabajando con empeño en la evocación de héroes anónimos, con historias portentosas, que necesitan ser contadas y escuchadas: «… las y los protagonistas de mis cuentos han elegido un mundo en el que todo es posible aunque nada sea cierto. Y yo, también». Así es como se define la autora de este Ancla que ahora nos sujeta. «Ancla» es una de sus palabras esenciales. La otra es la «raíz» de la que se nutren sus historias. Esta declaración instruye un esclarecedor texto recogido en el Diccionario de Oralidad publicado por AEDA, en el que Itziar traza los presupuestos de todo narrador y de todo oyente. Es casi un manifiesto por el que se rige también su escritura:
«Quien narra desde su raíz, quien la conoce, la abona convenientemente y se nutre de aquello que le es propio, se convierte en agente activo de esta transformación y al mismo tiempo se construye como persona y enriquece su oficio.»
Ancla está estructurado en dos partes o secciones: 1. Paisajes íntimos y 2. Siete ejercicios para olvidar el dolor. El recorrido por los paisajes de la primera sección nos lleva desde la infancia de la autora hasta la actualidad. No estamos ante un caso de autoficción, sino de evocación, la de personas y situaciones claves en su trayectoria vital, con los cuales Itziar condensa para nosotros, lectores, su universo poético y narrativo. Los abuelos, las nadadoras, las rederas, el reto heroico de crecer… Veo aquí una doble constatación: por un lado, que la poesía es la mayoría de las veces una cuestión de mirada; por otro, y esto me resuena especialmente, la necesidad de restituir a lo cotidiano la dignidad de sublime, es decir, somos los héroes de nuestro propio relato y tal es el tratamiento que merecemos. Los personajes de Itziar superan a los arquetipos con su existencia plena, cierta, memorable, aunque no menos mágica sobre el papel o en la voz que los narra:
«La abuela cosía sábanas de tela fina, trajes recios para los marineros y mortajas con puntillas para vestir a los muertos.
El abuelo navegaba por los mares tranquilos y los bravíos, bailaba con los vientos y cuando volvía al ancla segura de la abuela, al nido que levantaron juntos, a nuestra casa, traía sus maletas repletas de penas y alegrías, llenas de aromas y colores que había ido recogiendo en los puertos que visitaba.»
La segunda parte es quizá más performática. Los textos de esta sección —si no todo el libro— podrían entenderse como una partitura susceptible de ser interpretada sobre un escenario. Soy consciente de que a lo mejor esto no es más que la autosugestión de quien también conoce la faceta actoral de Itziar Rekalde. Lo que sí resulta evidente es el carácter dramático de estos ejercicios nacidos del dolor, donde el dolor no es una figura retórica por mucho que se resuelva en escritura: «Respirar profundamente, expirar».
Los mitos, en la actualidad, han sido reemplazados por las marcas, los mass media, los conglomerados de poder; se propagan a través de las redes sociales, empuñando a menudo conceptos vagos como el de seguridad, que sirve lo mismo para vender un coche, una alarma, un arma, o para invadir un país. En este contexto el mundo se superpuebla de personajes anónimos sometidos a pruebas y encerronas que conforman un nuevo paradigma universal: la desigualdad, el maltrato, la estigmatización, la precariedad, la persecución, la explotación, la esclavitud… Tener que enfrentarse al sueño de la razón produce héroes. Incluso sin haber padecido tales extremos cualquiera de nosotros ha tenido que sobrevivir a una historia familiar más o menos mítica. En mi opinión, en un mundo globalizado, en un contexto macroeconómico y geopolítico fuertemente polarizado, son las mitologías personales las que componen el legado para las generaciones venideras, representan el contingente de humanidad oculto en el vientre de un Caballo de Troya donado en la plaza de la devastación.

Texto © José Blanco Barakaldo