Literatura Narrativa

Vida de ermitaño: entre el clasicismo y la experimentación, de Mario Pérez Antolín. Reseña de Jorgelina Bassil

Portada Vida de ermitaño

La editorial Páramo ha publicado recientemente Vida de ermitaño, la primera novela de Mario Pérez Antolín. Quien lea esta obra podrá disfrutar de un argumento novedoso: el personaje principal, el Ermitaño, decide dejar la ciudad y su vida cotidiana para refugiarse en la naturaleza, lejos de la civilización y de la convivencia con las personas que lo agobian. Elegirá una cabaña o caverna, que representará un refugio de seguridad y, por qué no, dignidad. El protagonista necesita probar una nueva vida: “Que quede claro que yo no renuncio ni me escondo. Si he decidido pasar más tiempo conmigo y menos con vosotros […] Seguramente, mi decisión de apartarme de lo omnipresente responde a un agotamiento de la permanencia en la constancia…”. El ermitaño, sin espacio ni tiempo, siente un profundo hartazgo y, en un comienzo, se aislará de modo tal que su vida será completamente utópica. A medida que avanza el texto, padece serios inconvenientes que lo hacen vivir experiencias insospechadas, muchas de las cuales casan con lo grotesco; otras, en cambio, llevan al lector a una clara complicidad con el personaje. A pesar del sentimiento de opresión, Pérez Antolín nos muestra un atisbo de serenidad, pues el contacto sencillo con las cosas le permite el arché que tanto necesita él y sus confidenciales lectores. Entre sus tantas confesiones al lector, el Ermitaño deja claro que la soledad radical, que al principio lo entusiasma, termina inquietándolo y volviéndose sumamente peligrosa para la subsistencia, pues representa un sufrimiento insoportable. Los capítulos pueden leerse de modo independiente y pueden hacernos sonreír por lo hilarante de su trama. Por ejemplo: es detenido en una prisión siendo inocente, es internado en un psiquiátrico por locura, visita un cementerio y habla con los muertos, y otras coyunturas relatadas en detalle y con excelencia. La obra posee varios subgéneros: como la crónica periodística, el género epistolar, el diálogo teatral, la descripción poética… El fluir de la conciencia está presente a través de la introspección y la reflexión. El humor sarcástico no falta tampoco. Su estilo, versátil y divertido, y su prosa, rica en matices, destacan por la originalidad. Como suele expresar Pérez Antolín, la imaginación manda en todas sus obras y surge de una idea primigenia, atractiva y creativa. A partir de este propósito, se compenetra fluidamente con lo lírico, lo poético y lo ensayístico, encontrando un pretexto perfecto para deslizar la pluma y perfilar así un personaje de sentimientos encontrados. Pero nos queda claro que Pérez Antolín no es el Ermitaño aunque probablemente haya alguna coincidencia con su pensamiento. Sin duda, dramatiza hasta el límite desde temáticas filosóficas y sociológicas, dando una profunda humanidad a sus personajes, mostrando sus obsesiones y su idealismo profético. Es interesante destacar la evolución psicológica del personaje, el cual, en un comienzo, da la espalda al contacto con los demás y luego se transforma en un ser sociable, carismático y admirado hasta el punto de que los habitantes lo siguen en sus prédicas y reflexiones. Como el Zaratustra de Nietzsche, predica sus enseñanzas de modo revelador. La originalidad de su obra nos subyuga con la transversalidad a la que el escritor nos tiene muy bien acostumbrados. Su originalidad nos estremece a través de sus decisiones, su emancipación y su liberación. En cuanto a las influencias de autores clásicos en su obra, no quiero soslayar ciertas fuentes que, a mi parecer, han dejado huella en el texto:

Miguel de Cervantes Saavedra

Como Don Quijote, el Ermitaño de Pérez Antolín se escapa de su rutina para evadirse de la realidad cotidiana y buscar un sentido existencial acorde a sus ideales. Los personajes que nos muestra en su obra son tan exóticos y heterogéneos como los de Cervantes. Ellos imponen una realidad que desconcierta al Ermitaño con ideales esencialmente justicieros y con diferentes utopías. A través del relato, observamos una estructura dramática y épica bien estructurada. También muy cervantino es el humor y la ironía que impregnan cada capítulo.

Henry David Thoreau

Es indiscutible que el naturalismo de este escritor norteamericano ha Influido en su obra. La “oveja descarriada” se sitúa lejos de la ciudad, en un entorno apacible y aislado de otras personas. Pérez Antolín cree que ese lugar bucólico “posee su propio sol, luna y estrellas”. Se siente en paz en ese ámbito elegido. La naturaleza es su gran compañía. Por otro lado, existen algunas reflexiones del Ermitaño que nos remontan al texto Del deber de la desobediencia civil, ya que se opone a todo principio de autoridad, desprecia las comodidades y expresa un sentimiento ácrata ante todo lo que sea regulado e impuesto. La vida del Ermitaño de Pérez Antolín, como la de Thoreau, manifiesta un denodado esfuerzo por estar en completa libertad.

El Estoicismo

Esta corriente filosófica forma parte de la narrativa del libro, dado que, a pesar del escapismo del asceta, se muestra firme en el deseo de tener el control de las situaciones con noble hidalguía. Su sentimiento, muchas veces contradictorio, refuerza su serenidad. Cuanto más nos zambullimos en su obra, más nos encontramos con profundas vacilaciones existencialistas que nos remiten a Jean Paul Sartre. No hay duda de que “el infierno está en los otros”, y, por eso, el Ermitaño expresa en el comienzo del texto: “Cada vez era menos yo”. Si bien es una frase inicial, no hay duda de que la evolución espiritual del protagonista muestra una total comprensión de sus propios miedos e infiernos.

Fernando Pessoa

El escritor portugués ha ejercido siempre en Pérez Antolín una influencia importante, por eso me gustaría citar un párrafo de El malestar del presente, el cual nos remite al elogio y gratificación de la naturaleza que experimentan ambos autores: “Todo se vuelve un aire de montañas y la visión saludable de una extensión al sol […] Encontrar otra vez el rostro amigo de la naturaleza primera, los campos como son cuando solo los gozamos sin pensar en ellos, y las flores tal como aparecen cuando solo la alegría las contempla”.
Por otra parte, me gustaría destacar algunos pensamientos del autor de Vida de ermitaño que muestran su intensa y comprometida vocación aforística a través de temas universales que no solo reflejan que es un escritor profundo, sino también un minucioso y polifacético lector de culto, cuyas vastas temáticas lo conducen a las entrañas del pensamiento. Transcribo algunos párrafos textuales que ponen de relieve su vena aforística:

  • “Para volar hay que olvidarse de volar”.
  • “El que deja herencia deja pendencia”.
  • “Esa cosa ridícula y pegajosa que llaman paternidad”.
  • “Mientras la dignidad exista, no todo está perdido”.
  • “En las amistades hallo la comprensión del amigo y la paz del que no tiene odio”.
  • “La amicitia, cuando es verdadera, produce tal exaltación en el ánimo que hasta el amor pasional se retrae si hay conflicto de intereses entre ambas manifestaciones del querer”.
  • “Si algo he aprendido es que las mujeres que te entran por los ojos te salen rana a la larga”.
  • “El que tiene que buscar lo novedoso fuera de sí demuestra que por dentro se hace viejo antes de tiempo”.
  • “No necesariamente un comienzo tiene que suponer la conclusión de algo. Lo intermedio marca nuestro devenir”.

 

Vida de ermitaño
Mario Pérez Antolín

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Jorgelina Bassil.
Periodista argentina y corresponsal en Nueva Orleans, EE. UU., durante el período 2017-2020. Además de ser columnista en las revistas digitales “Habemus Cultum” y “El Ápice,” dirige la Consultora Alameda-Road. Imparte clases de “Historia del Periodismo Gráfico, Radial y Cinematográfico” en I.C.E.A. desde 2008. Es autora de un libro bilingüe y ha contribuido en revistas como “Siglo XXI” y “Del Parque.” También es profesora en la Cultural Inglesa de Londres en Buenos Aires y cuenta con diplomas en periodismo general y redacción periodística.

Texto © Jorgelina Bassil


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