No he querido decir que lo que este “aventurero” ha afirmado no sea verdad y tampoco me posiciono en forma de aprobación hacia las acciones de la organización de la que él mismo habla después en su plataforma, pero empezar un vídeo presentando a la ciudad de Baalbek como: “el lugar donde como verás, he sido disparado por Hezbollah” no me parece objetivo ni tampoco muy preciso. Esa versión confunde a los espectadores que preguntan si hay que pedir permiso a un grupo terroristas para entrar a ver las ruinas: “el aventurero”, como él mismo se hace llamar, dice que sí, y yo, una persona tan corriente como normal, digo que no. Si uno ha estado en el Líbano, sabe que se oyen disparos en cualquier momento, igual puede ser una boda como cualquier celebración religiosa. También podemos decir que actuó Paco de Lucía en el 2001 en un magnífico Festival de Música que se organiza desde 1956, y otros como Miles Davis o Joan Baez en años anteriores. Son dos formas muy diferentes de presentar una ciudad, un país, que se merece mucho más que esa única imagen que algunos le quieren dar, con o sin intención, y que no hace justicia a la riqueza de su profunda y determinante influencia histórica.
Baalbek es una ciudad fenicia situada a 87 km aproximadamente al este de Beirut. Posee un conjunto de templos romanos de una belleza excepcional y poco conocida. También se le conoce como la ciudad del Sol. Yo entré sin ningún tipo de obstáculo, sabía que algunos grupos de Hezbollah vendían camisetas a las puertas del templo y les pregunté a qué iba destinado el dinero, aunque yo ya sabía en qué consistía esa financiación. No les quise comprar nada y se despidieron de mí con gran curiosidad, no es muy frecuente ver a gente interesada por aquel lugar tan remoto, y mucho menos hablar con ellos con total naturalidad. No me dispararon, tampoco hubo intención. La actitud con la que uno se aproxima a los desconocidos, también es importante. Pero Baalbek es otra historia, también compleja y llena de elementos, heterogéneos y contradictorios, como todo lo que rodea al apasionante y enloquecedor país que es el Líbano.
En noviembre de 2019 tuve la suerte de viajar a Beirut, solo tres días que me dejaron con la miel en los labios y una curiosidad infinita a pesar de todo lo que pasó durante mi estancia.
Ahora que veo las imágenes de la explosión del puerto, me acuerdo del primer paseo matinal. El enclave marítimo en el que los romanos se disputaron con los fenicios el dominio del Mediterráneo. Los fenicios, los mejores comerciantes de la historia, cualidad desviada y distorsionada, lo que en la época moderna se conoce como corrupción, profunda y despiadada en el Líbano y también bastante presente en la actualidad en esto que conocemos como el actual reino de España. Y esa es la importancia del puerto de Beirut, su localización estratégica, la entrada y salida de Oriente a Occidente, y el resto, geopolítica. Callejear por Beirut es una experiencia inquietante que requiere de gran actitud. Desde pasar por delante del escaparate del exclusivo diseñador Elie Saab, a contemplar a un pintor que intenta inmortalizar el edificio en ruinas de la antigua ópera de Beirut con la mezquita Mohammad Al Amin al fondo y sus minaretes en azul iraní que despuntan desde la lejanía, o una garita con un soldado controlando la rotonda y al fondo los carteles con la propaganda de Hariri para las próximas elecciones, también la Iglesia cristiana de San Elías de rito maronita y cuya lengua litúrgica utilizada en sus misas es el arameo, máquinas excavadoras y obras en construcción por el barrio de Hambra con sus locales de café turco y Shisha donde inevitablemente hay que parar, revolución y protestas enfrente del Banco Central del Líbano con militares y manifestantes acostumbrados a la situación, un callejón con edificios no reformados, una Harley a la derecha y a la izquierda un grafitti en rojo con las siglas del Partido Comunista Libanés y la cara de su fundador. Esto último, mi foto de portada.
Y de repente, cuando giro la esquina, uno de los barrios tradicionales más antiguos de Beirut. El encanto de estas ciudades orientales donde la arquitectura está intacta, deteriorada por todo lo que ha sufrido, con señales de historia y con la pintura visiblemente desgastada, me hace pensar que también es proporcional a su esencia. Esta experiencia es algo de lo que uno, una vez inmerso en alguna de estas ciudades (El Cairo o Kandy en Sri Lanka entre otras) no va a poder escapar.
Al contrario de lo que ocurre en las ciudades perfectamente europeas, y por lo menos a mí me lo parece al compararlas, y que incluso pueden resultar por ello aburridas, aquí te tienes que dejar llevar. No te fijas en nada porque no puedes, lo que ha ocurrido durante tanto tiempo y ahí se ha quedado, te invade y no hace falta ni que lo interpretes. Eso sí, después hay que dejar un tiempo para poner en orden todos y cada uno de los estímulos que de forma ininterrumpida y completamente desorganizada han ido apareciendo a lo largo del trayecto.
Me llama la atención una panadería en la que poco después entra una mujer vestida de luto, lo averiguo después por las fotos del difunto marido que decoran el interior de la tienda. Y otra vez esa sensación: candados, bombillas, maquinillas de afeitar, paquetes de pañuelos, barras de pan y quién sabe qué más. Todo amontonado, sin orden y sin sentido.
Mi árabe es muy básico pero lo suficientemente básico como para crear un lazo de empatía entre la mujer y yo. Le pido un pan y una botella de agua. Le pago con un billete con demasiado valor para su cambio y le digo que no hace falta que me devuelva nada.
La situación económica del Líbano ha ido empeorando a ritmo vertiginoso desde el comienzo de la guerra civil en 1975. La inflación actual es altísima y el valor de su moneda, la libra libanesa, ha caído alrededor del 60% en los cinco primeros meses del 2020.
El cambio de moneda que hice en el aeropuerto de Kuwait, que fue desde donde partí, fue de dinares a libras libanesas. El contraste es enorme, para hacerse una idea: 10 dinares kuwaitíes son 28 Euros y a su vez 50.000 libras libanesas. Un auténtico despropósito.
La mujer me lo agradece con un gesto amable y un asentimiento de cabeza y cuando me dispongo a salir, entra un hombre alto con una gran sonrisa en la cara, su hijo. Habla con ella para comprobar que todo ha ido bien y me agradece, en un inglés perfecto, mi visita a la tienda. Se sorprende de que una española haya aterrizado justo allí y me enseña su carnet de profesor en la Universidad Americana de Beirut. Lo hace con gran entusiasmo y orgullo, y yo le agradezco que lo haga. Para las familias humildes, sobre todo, el hecho de tener una buena educación y haber llegado a un puesto tan influyente y respetado como el de profesor de Universidad, es motivo de honor y buena reputación, unos valores que en algún momento deberíamos replantearnos en las sociedades actuales.
A la vuelta me tropiezo, por casualidad, con uno de los edificios más icónicos y emblemáticos de Beirut que se convirtió en el símbolo de la Guerra Civil libanesa, acontecimiento que se prolongó hasta 1990: el hotel Holiday Inn o ¨Tower of death”,el último hotel que se inauguró antes de que comenzase la guerra. Este hotel dividió a la ciudad en Este y Oeste y el control del edificio suponía el control de la ciudad.
Entonces hay que pararse otra vez, mirar hacia arriba rastreando los 24 pisos que forman el conjunto del hotel, entender todos los boquetes de las balas que ocupan el edificio, y en ese momento, empieza la deconstrucción.

Texto y fotografías © Sandra Pinedo