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La música como medio de cultura; y su influencia sobre el sentimiento humano

por Enrique Ortí Riva (1900 - 1961)


Todos los fenómenos que se producen en nuestra alma los podemos reducir, principalmente, a dos elevadas categorías: fenómenos intelectuales y fenómenos de conmoción psíquica o sensibilidad.

Estas series de fenómenos están tan estrechamente unidos y existe tal relación entre ellos, que no se concibe una intelección, un conocimiento, sin que, consecuentemente, se produzca una conmoción, una exaltación del sentimiento. Y viceversa: una exaltación del sentimiento, una emoción no tendrían razón de ser, si la carencia de aquella facultad intelectual, vedase a nuestra alma que se diese cuenta de la presencia de dichas emociones y fijar la relación en la gradación de intensidad cuantitativa y cualitativa de las mismas. Dicho de otra forma: Nuestra esencia humana es de tal condición, que su fin inmediato se reduce, principalmente al ejercicio de la inteligencia y a los fenómenos de la sensibilidad. El hombre, ante todo y sobre todo, piensa y siente.

La presencia de estas facultades en la esencia humana, y la evidente afinidad y correlación de ambas, prueba, según hemos insinuado, la necesaria reciprocidad funcional de las mismas. Permítanme señalar un ejemplo, aunque con ello me retrasa unos momentos en abordar el tema de esta charla.
Estoy practicando un estudio para comprender la naturaleza de las ondas electromagnéticas descubiertas por Hertz. Trato de fabricar un aparato que capta estas ondas y, lo que es más, las traduzco en auténticos sonidos. Relaciono y ensarto cada uno de los elementos o piezas que, al igual que el oído humano, ha de constituir el órgano que ha de ser impresionado por aquellas ondas flotantes por el éter y que las ha convertir en auténticas voces y sonidos. Y, como fruto de mi estudio consigo armar el aparato que, instantáneamente, con sólo pulsar un botón, me permite que oiga la voz que alguien emite a trescientos mil kilómetros de distancia.
¿Creen que mi espíritu quedaría impasible e indiferente ante tan sorprendente maravilla? ¿O que las fibras de mi sensibilidad no vibrarían de emoción y alergias, al unísono y con la intensidad de aquellas ondas invisibles que llenan el espacio?

Dos son, pues, los fenómenos que se han producido en ello, el majestuoso Teide: ¿Quién, pregunto, no se sentirá como transportado a un Paraíso y se extasiará en un placer espiritual inenarrable que le haga exclamar, en acto de reflexión y de inteligencia (como a aquel extraño turista que se arrodilló al divisarlo por vez primera): ¿Qué sublime es la magnificencia de Dios, vertida sobre la naturaleza...! Como hemos visto, el fenómeno de la inteligencia y el fenómeno de la sensibilidad no se separan, realmente, uno del otro.

El objeto de la facultad intelectual es el conocimiento cierto de las cosas por sus principios y causas, esto es, el conocimiento de la Verdad. El objeto de nuestra sensibilidad la constituirá aquello que subyugue con su encanto las fibras de nuestra naturaleza efectiva, despertando las más intensas y agradables emociones, y elevándole al mayor grado de espiritualidad, esto es: La Belleza.

Los principales y absolutos conceptos que rigen la actividad humana, se reducen, pues a dos principios fundamentales: "verdad" y "belleza". Y surgen inmediatamente dos nuevos y correlativos conceptos: Ciencia y Arte, que corresponden y representan, respectivamente, a los indicados principios fundamentales: la Ciencia, como investigadora de la "verdad"; el Arte, como explorador y creador de la "Belleza".

Si las ciencias son necesarias para la cultura de la humanidad, no son menos necesarias las artes para la educación y formación de los pueblos, toda vez que con el placer que ellas despiertan, se convierten en maestras de las costumbres, afectos y acciones humanas. Aristóteles decía que la misión del Arte es conmover, elevar y ennoblecer la sensibilidad del espíritu humano. El arte, para él es un purificador de las pasiones. Y otros grandes filósofos lo han considerado como una parte esencial de la total misión del género humano. En suma: se ha dicho que el grado de superioridad cultural de los pueblos, no está determinado por el mayor vigor físico, sino por el más hondo pensar y exquisito sentir.

Si, pues, las artes y el ejercicio de éstas son tan necesarias para la vida humana como el estudio de las ciencias, y son un determinante de la cultura y educación de los pueblos, veamos si el arte Musical (y entramos ya de lleno en la materia) es un elemento importante de cultura e influye, a su vez, sobre el sentimiento humano.

La música, como expresión sintética de cultura y civilización, ostenta la preeminencia entre las demás artes. Y no por razones que obedezcan a una concepción puramente subjetiva, a un criterio puramente personal (aunque universal), sobre aquélla, sino por su propia virtualidad y poder intrínseco. Ya en los tiempos remotos de la Antigüedad, el Arte Musical era altamente admirado y considerado de gran importancia para el gobierno de los pueblos. El morigeraba y dulcificaba las costumbres por su acción directa e inmediata al corazón humano. Su mágica virtud educadora la tuvieron en cuenta todos aquellos pueblos que fueron celosos y verdaderos amantes de su cultura. Por eso no es de extrañar que, entonces, se conceptuara más inculta aquella clase que confesara su ignorancia por el divino arte. Célebre es la mordaz frase de Aristófanes (el más célebre poeta satírico de Atenas): "Un monstruo que no sabe de música, no debe figurar en el círculo de las personas ilustradas." Poetas, músicos y cantantes eran considerados en aquel tiempo como algo excepcional, y eran los favorecidos de reyes y emperadores. En el Antiguo Imperio Egipcio se concedía a los mejores cantantes el título de "Pariente del Rey"; lo que demuestra el alto aprecio en que se tenía a la música y al que la poseía.
Antes que ningún arte y que ninguna ciencia, La Música, invadió el corazón y el cerebro humanos; nació con el hombre y persistirá y dominará su alma durante la vida de la humanidad; ella le acompaña en sus placeres, en sus fiestas, en sus dolores y adversidades. ¿Qué, en otro caso, significa las antiguas escenas de danza y de música en las representaciones plásticas de coros y orquestas palaciegas? ¿Qué, aquellas originales formas de instrumentos, que venían a ser como un tributo y un símbolo de las divinidades mitológicas del culto antiguo? ¿Qué, aquellas otras representaciones orgiásticas y guerreras? ¿Aquellos mitos musicales vivamente representados tales como el certamen musical entre los dioses Apolo y Pan? ¿El de Thamyri-s con las nueve musas, y los dedicados a los Dioses Baco, Olympo, Orfeo y otras deidades simbólicas?
En tiempo de Moisés, la música se mantuvo en un nivel muy elevado, siendo las mujeres las principales propagadoras del arte musical. La música era, entonces, del dominio popular; todos hacían música. Profesionales de esta, propiamente dicho, no existían. Sus cantos constituían una extensa gama de matices, que respondían fielmente a una intensa vibración espiritual, tan espiritual como creyente. Sus himnos, ora eran deliberación, ora de alabanza, ora de dolor, ora de júbilo. El gran legislador del pueblo hebreo, supo despertar en el alma de sus súbitos, aquel vigoroso e innato instinto musical que le había de servir de medio eficaz para la consecución de sus altos fines redentores. Y cantan y alaban al señor después de sus batallas, y danzan al saludar al arca sagrada guardadora de las Tablas de la Ley. Y pulsan instrumentos, y se regocijan después del feliz paso del Mar Rojo. Y, así, el Señor los hace poderosos, y tiende sus manos sobre ellos, y sumerge sus corazones en una dulce embriaguez y éxtasis espiritual.

Todavía mayor grado de esplendor en tiempos de David. Famosos son los coros del Templo de Salomón, donde se reunían más de 4.000 cantantes (hombres y mujeres) que alternaban en el canto y pulsación de los instrumentos. Aquél majestuosos monumento no sólo fue la expresión sincera y fervorosa de reconocimiento al Señor: constituyó, además, una sólida institución musical que trascendió a otras generaciones.

Para los griegos, la música era un contenido de fuerzas mágicas de intenso poder. El bien, el orden, la paz; Así como también sus antagónicos: el mal, la discordia, la guerra... Todo lo podía la música. Platón crea su estado ideal, inspirado en el espíritu de la música; y aún expresa más "Todo cambio en la música debiera arrastrar consigo un cambio del Estado". En aquellos tiempos se consideraba la música, no solamente como creadora de un placer estético: la calificaban, además, de ciencia purificadora. Un sonido, una combinación rítmica podían fortalecer o debilitar el carácter humano, en cuanto que "el ritmo y melodía penetran y se imprimen en el alma", influyendo intensamente sobre ella.

Las clasificaciones que los griegos hicieron en sus cantos, patentiza las diferentes sensaciones que estos producían en el ser humano. Unos cantos eran pacíficos, suaves, contemplativos; otros se caracterizaban por su sobriedad y severidad, jugando a un importante papel para inspirar un espíritu recio y fuerte en la juventud. Otros cantos eran inquietos, solícitos, activos...
Platón impuso la enseñanza musical y la hizo obligatoria hasta determinada edad. "Ritmo y melodía —decía— tienen la dignidad y, por tanto, dignifican si son bien enseñados." Todos los niños aprendía a cantar himnos religiosos conservados por la tradición. La música, en fin, constituía no solamente un placer estético sino también una obligación fisiológico-ética en aquellos tiempos.

Vemos pues, que en el pueblo heleno, vasto en conocimientos científicos corren parejas el arte musical y la ciencia.
También hoy, el grado de educación y bondad de los pueblos, se puede deducir de la afición y ambiente musical de los mismos. El artista y todo aquel capaz de experimentar una emoción artística, no es malo, y su corazón es fácilmente moldeable y conducido por el camino del orden y del bien. Más, ningún arte como el arte musical, con sus armoniosos sones de voces o instrumentos, con sus arrebatadoras melodías que cautivan y conmueven por igual, cumple tan alto fin en el desenvolvimiento intelectual, moral y social de los hombres.

A pesar de la indiferencia con que se mira el cultivo eficiente de la Música, hemos de reconocer su fuerza sanadora, su influencia en el sentir popular, su eficacia en nuestro organismo. La música une a los hombres en lazo indisoluble de amor, y despierta en él los sentimientos más profundos de valor, nobleza, reconocimiento, amor patrio, etc. ¿Quién no ha contemplado casos maravillosos en su vida, que han puesto de manifiesto el poder y la influencia de la Música? ¿Quién duda del poder enardecedor de ésta en el campo de batalla, exaltando el ánimo de los combatientes? Pueblos sublevados, masas insurrectas y soliviantadas por el encono de una lucha pasional de odios y envidias, sordas a toda reconvención y a toda lógica, a la violencia inclusive, ¿no las hemos visto aplacarse y moderarse al conjuro de unos acordes y melodías suavemente tañidas? ¿Sonidos dulces, agradables, que transmitían a aquellos cerebros ofuscados, inconscientes, a aquellos violentados corazones, toda su esencia paliativa, y venían a ser como un sedante, un bálsamo que suavizara y calmara aquella loca efervescencia espiritual, provocada por bajos y despreciables instintos! ¿Qué fiesta, que acto popular, qué diversión donde se desborda la alegría popular, no está amenizada y representada por la Música? La juventud no vibraría sin el estimulante de unos sonidos estéticamente ordenados, que avive y despierte sus facultades.

La Música es, además, ciencia pedagógica. Su acción la sometió Platón a fines pedagógicos. El trabajo, tanto el intelectual como el manual, produce desgaste en nuestro organismo, que es necesario reparar. El descanso, la distracción, el reposo son indispensables para el desarrollo y perfeccionamiento de nuestras facultades. Pedagógicamente hablando, la armonización del trabajo con el descanso constituye un tema que merece singular atención: Ni son buenas todas las distracciones, ni es conveniente un descanso excesivo que pudiera perjudicar nuestras facultades en el nuevo desarrollo de sus energías. La música satisface plenamente esta preocupación de la moderna Pedagogía en la determinación y relación del trabajo con el descanso. El deleite que la Música produce en nuestro organismo, hace que nuestro espíritu, cansado del continuo pensar y reflexionar, ocasionado por el estudio ó por hondas y dolorosas preocupaciones que le oprimen y le agobian. Viene a ser, la Música, un bálsamo que, a la vez que dulcifica las fibras de nuestra alma, la prepara y le da más vigor para nuevo estudio, para nuevo actividad. Su fuerza expansiva y emotivo, nace de la misma naturaleza psíquico-físico de los seres; de ahí que, aparte de la acción que ejerce en nuestra alma, su poder fisiológico es tanto, que, sus efectos, bien pudieran utilizarse (y se ha intentando) como medio de curar determinadas enfermedades.

Hemos visto, pues, que en los antiguos tiempos, hoy y siempre, la música es la representante genuina del sentimiento humano, el verdadero y único lenguaje universal. Cuando la palabra no sea suficiente para expresar una emoción del alma, la adornará el hombre con su mímica para determinarla; más, si ello no fuera suficiente, irrumpirá en un canto para mejor reflejar y precisar la esencia de aquella excitación anímica.

Divino lenguaje musical: Dios, en su infinita sabiduría, te concedió el privilegio de su universalidad, y te hizo el más sublime entre las artes. Eres tú el que más hondamente impresionas por la incontrastable fuerza de tu ideal belleza. Llegas al corazón y al cerebro y les haces vibrar y sentir esa serie de emociones tan intensas y varias, ora de placer, ora de dolor, pero eternamente eficaces para su regeneración.

¿Oh Música! Eres el arte ideal por excelencia. Tu arrebatadora belleza jamás será contrastada ni suficientemente ponderada. Tu poder es tal, que ablanda a las fieras. Fuiste voz de los dioses, y eres lenguaje del alma. Todos te hablan. Todos te cantan. Sí, por una paradoja de al vida, los hombres en algún tiempo te han olvidado, ha sido para inventar otros sonidos, otras voces con que no se entiendan. Antes que lea, la niñez te canta. Los pájaros te exaltan con sus trinos. Y la naturaleza toda ¿Qué es, sino una intensa vibración, un acorde, una eterna melodía que dice tu magnificencia y tu sublimidad...?

Enrique Ortí Riva, entre los años 1955-60
(o incluso mucho antes)




Texto, Copyright © 2009 Enrique Ortí Riva.
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