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El azar de las lecturas: Escritura y ética
por Rafael Fauquié
En un remoto y poco conocido texto, Vigilias, Octavio Paz identificaba propósitos de escritura con comprensión, ubicación, hallazgo, identificación, valoración... Con la palabra literaria, ir al encuentro del mundo, escribir para nombrarlo desde la propia conciencia, testimoniarlo como una forma de expresar nuestro anhelo de conocerlo y poseerlo; testimoniar el mundo es, también, un modo de anhelarlo. Paz se hace una pregunta: ¿escribir para qué? En aquellas lejanas Vigilias, planteaba, además, una honda desconfianza hacia lo que definía como uno de los grandes riesgos de la escritura: convertirla en acto de "estéril narcisismo"; hacer de ella voz de una conciencia en diálogo sólo consigo misma, solipsismo, expresión clausurada que no se encuentra con el mundo ni vive en él o para él.
Nuestras circunstancias van definiendo nuestra ética. Una ética es articulación y estructura de experiencias, una forma del yo de convertirse en signo discernible. En el escritor, en el artista, ética y estética se identifican. Una ética: las razones que argumenten nuestros pasos; una estética: las formas que comuniquen esas argumentaciones; interrelación entre forma y fondo de toda obra de arte. La literatura debe poseer un significado moral que la valide. Esto es: escribimos porque creemos que tiene un hondo sentido hacerlo, porque al hacerlo decimos eso que consideramos significativo y necesario decir. Con la escritura comunicamos nuestros puntos de vista, nuestras valoraciones, nuestras apuestas esenciales. El escritor utiliza su escritura al creer —con razón o sin ella— que eso que quiere decir legitimará su esfuerzo.
Vigilias (1935-1941) son un conjunto de diarios (así los llama el propio Paz) de factura extremadamente particular, en los que se alude a complejas correspondencias entre mundo interior y entorno. Los hombres, dice Paz, no somos nunca de una sola pieza. Somos plurales: verdugos y víctimas, actores y contempladores, culpables e inocentes. Nada en la vida luce unidireccional; tampoco el yo, tampoco la conciencia. La escritura puede ser una forma de asumir nuestra pluralidad individual en correspondencia con la inabarcable pluralidad del mundo. Aquellas Vigilias podrían verse hoy, a la luz de la larga distancia que nos separa de ellas, como el primer paso de una elección que Paz sostuvo a todo lo largo de su vida: trabajar la palabra como signo vivo en contacto lúcido y crítico con el tiempo vivo; hallar una palabra capaz de introducirse en el mundo para nombrarlo en su pluralidad. Toda la obra ensayística de Paz podría percibirse como la continuación o sustitución de aquellas Vigilias, diario inacabado que nunca retomaría.
Si existe una "verdad" en la escritura, ésta se relaciona con su condición de respuesta, personal y genuina respuesta de un ser humano a cuanto lo rodea. ¿Qué buscamos al escribir? Quizá, por sobre todo, identificarnos. Y al hacerlo no podríamos dejar de apoyar ese esfuerzo en una ética capaz de sustentar tanto la validez de nuestras preguntas como de las respuestas que les damos.
Nuestra época, dijo muchas veces Paz, margina al poeta, lo aísla, lo relega a la categoría de lo incomprensible. Para los sistemas totalitarios, él es un parásito, un inadaptado; para los sistemas de libre mercado, un excéntrico desconocedor de la más simple de las ecuaciones: esfuerzo= productividad y ganancia. En ambos casos: el poeta se convierte en viva imagen de lo marginal. Los poetas románticos —dice Paz en Los hijos del limo— emblematizan la imagen del artista moderno como un ser de las afueras, alejado de las mayorías y de las convenciones aceptadas por éstas. Pero con su propia obra, Paz muestra, también, otra cara de la moneda: la voz del poeta convertida en voz de su tiempo. La imagen del poeta como un maldito, un incomprendido o un paria, un ser que no participa de los valores de su época: ni los comparte ni los representa, contradice la imagen del poeta como un ser capaz de descubrir y pronunciar esas palabras que a muchos pertenecen o con las que muchos se identifican. Es una idea que desarrolla Paz en su texto "Poesía y fin de siglo" de La otra voz: el arte es el espacio de la comunicación humana; mediador en la comprensión de los hombres: con su época y consigo mismos.
Desde una voz poética que muy tempranamente optó por encontrarse con el mundo, la obra de Paz es un itinerario descifrador de su época. (Itinerario, por cierto, fue el título de uno de sus últimos libros; título identificado al itinerario de su propia vida, travesía a través del aluvión de nuestro tumultuoso siglo XX, con sus guerras y decepciones y atroces descubrimientos). Y como sucede con los grandes pensadores, la palabra de Paz, voz ilustrativa y personal, voz de su propio camino y de sus hallazgos en él, se encontró con la palabra de la historia, la del itinerario de toda la humanidad.
El largo proceso de escritura de Paz, concluido con su muerte hace apenas dos años, había comenzado mucho tiempo atrás, a comienzos de la década de los treinta. Uno de sus orígenes fueron aquellas Vigilias que, tempranamente, parecieron llevarlo a descubrir que escribir poesía y escribir acerca de la dignidad de los seres humanos que, dentro del mundo, escribían y leían poesía, era una sola y misma cosa. El mismo hubo de confesarlo así pocos años antes de morir: "Desde mi adolescencia he escrito poemas y no he cesado de escribirlos. Quise ser poeta y nada más. En mis libros de prosa me propuse servir a la poesía, justificarla y defenderla, explicarla ante los otros y ante mí mismo. Pronto descubrí que la defensa de la poesía, menospreciada en nuestro siglo, era inseparable de la defensa de la libertad".
Texto, Copyright © 2006 Rafael Fauquié.
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