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Granada, de Radwa Ashur, abismo de ignominia y desolación
por Zara Fernández de Moya
Sobre la novela histórica: algunas reservas indebidas
Como introducción a este comentario, creo oportuno manifestar las reservas que, en general, he tenido con la novela histórica, frente a la que siempre me asaltaban ciertos prejuicios acerca de su calidad literaria. Imaginaba personajes planos, enfoques más o menos manidos, estilo y recursos pobres, narración esquemática, etc. La historia como materia novelesca, con su base documental necesaria, su casi garantizado componente didáctico y/o ideológico, la gran precisión de elementos históricos y geográficos que solían aderezarla, etc., me invitaban a pensar en una lectura, a priori, un tanto plúmbea. En fin, lo consideraba un subgénero narrativo del XIX y no me animaba a indagar en las causas de su gran vitalidad durante todo el sigo XX o de su éxito editorial actual.
La sorpresa llega cuando haces un repaso de todos esos títulos que, efectivamente, están ligados tradicionalmente a esta novelística: desde el éxito de la fórmula literaria de Walter Scott, por la que transcurre la historia de la Inglaterra medieval; pasando por una joya de Victor Hugo, como es Nuestra señora de París; la monumental Guerra y paz o, en un entorno más próximo, Benito Pérez Galdós con sus Episodios Nacionales. En el siglo XX se puede recordar a Robert Graves, con su Yo, Claudio; a Mika Waltari, con Sinuhé, el egipcio; Memorias de Adriano, de Yourcenar o, de nuevo en España, a un autor como Delibes que, a través de El hereje, nos acercó a la inquisición y al protestantismo español del siglo XVI.
Baste esta muestra para darse cuenta de la miopía que uno puede sufrir sin saberlo. Cuánto no habré disfrutado yo con la lectura casi febril de Tolstói o con una de las cimas de la novela hispanoamericana, El siglo de las luces, también representante de este género. Sin entrar en la compleja discusión de cuáles son los parámetros que la delimitan (novela histórica versus novela de aventuras, biografía, etc.), debo reconocer que, la mayoría de estas obras (podría seguir enumerando conocidísimas aportaciones), deberían ser de lectura inexcusable.
En cuanto a la novela histórica árabe, también debo confesar mi admiración al descubrir su larga tradición, un siglo de existencia que comenzaría con Yuryi Zaydán, considerado el Walter Scott de las letras árabes, a quien la crítica ha elogiado por la ecuanimidad con que trató la historia del Islam, a pesar de ser un erudito libanés cristiano ortodoxo; pasaría por Naguib Mahfuz y sus novelas históricas de corte faraónico, en las que el autor trataría de crear un ambiente atemporal donde, según Camera1, la historia se emplearía como alegoría para criticar la situación política del momento; se incorporaría a la novela moderna experimental con Zaini Barakat, del egipcio Gamal El Guitani, novedosa por su tratamiento, temática, estructura y estilo; o con El loco del poder, del escritor marroquí Salem Himmich, premio de la crítica a la mejor novela árabe en 1990, que "rebasa en mucho", como señala Arbós, "la mera intención de construir una novela histórica2"; y, finalmente, podría culminar con obras como la trilogía de Radwa Ashur, de la que me ocuparé más adelante.
Aunque no he tenido ocasión de leer los títulos citados, existe, a mi juicio, un sentimiento compartido respecto a la visión que se tenía, por ejemplo, de la antigüedad faraónica y de Al-Andalus: "...La época faraónica era el único periodo luminoso con que podía hacerse frente a la amarga realidad que estábamos viviendo...3" El adjetivo subrayado por Mahfuz, "luminoso", bien podría relacionarse con la fascinación que Al-Andalus ejerce como objeto literario, con esa "casa del pasado" que brillaba con luz propia hasta que se produjo la expulsión. O, con esa idea compartida, de que "Al Andalus fue la fuente de luz espiritual y cultural que deslumbró a toda la humanidad durante muchos siglos"4.
Como señala Comendador Pérez, M.Luz,
"la historia ha servido a los novelistas para acuñar el pasado nacional común, exaltar las glorias pretéritas al servicio de los nacionalismos, olvidar o mitigar los sentimientos de decadencia y derrota, criticar situaciones presentes enmascaradas en el pasado, reinterpretar el pasado con ideologías del presente, hacer proselitismo político o religioso, reflexionar sobre asuntos existenciales, trazar perfiles psicológicos y experimentar estéticamente."[5]
GRANADA y "el dulce amor de la patria"
Granada la inocente
Ansía tirar su carga de vientos y de estrellas
Duerme bajo la nieve que queda sobre las tejas
Y señala asustada hacia sus cerros negros... [6]
Escenario mítico, centro de inspiración de escritores árabes y españoles, de poetas como Al-Bayati, quien, de acuerdo con Montávez "levanta una ciudad mágica y transparente, una ciudad final, de búsqueda y de ensueño, de explicación y abrazo definitivos, a partir de la más pura y diáfana materialidad de la Granada física y eterna..."7
Granada, la ciudad encantada que "se alza sobre un río de plata y de limón"8, forma parte de esa memoria colectiva árabe que nos transporta al escenario de la obra que nos ocupa, Garnata, una novela tensa y amarga, que comienza el 2 de enero de 1492 y se extiende, entre Maryama y Al-rahil, hasta los últimos días de septiembre de 1609. Una obra que describe la crueldad y el dolor, el relato de una comunidad que no puede concebir su exterminio, o, como nos recuerdan las palabras del morisco desterrado de España en El Quijote (II, 54): "Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural... Agora conozco y experimento lo que suele decirse, que es dulce el amor de la patria".9
En Garnata se habla de "abismo de ignominia y desolación"10 o se nos muestran imágenes tan atroces como "los cuerpos de diez mujeres del poblado oscilan colgadas de unas sogas sujetas a una estructura rectangular de madera, una estructura alta que dejaba entre los pies de las mujeres y el suelo espacio suficiente para colgar a los hijos de los pies de sus madres." Es una imagen sobrecogedora en su eficiencia y en su capacidad de concentrar el drama humano vivido durante "la ocupación: "por penosos que se hiciesen los quehaceres cotidianos bajo la ignominia de la ocupación"11. Las resonancias con la actualidad parecerían claras; éstas también se dejan entrever en las torturas inquisitoriales severamente descritas: "te rodean los inquisidores vestidos de negro, sus miradas traspasan lo más hondo de tu alma, lanzan contra ti sus preguntas y artefactos de tortura. Te amarran a ese banco de madera mientras te meten agua a la fuerza... y te llenas, te hinchas, te ahogas, no puedes gritar... Espetones incandescentes te atraviesan la planta de los pies, y la piedra caliente te abrasa la espalda, el vientre y las nalgas"12. En efecto, todo ello estaría en consonancia con la posición ideológica mantenida por la escritora y explicada en estos términos: (...)Durante siglos hemos vivido en el puesto de "hombre invisible", del criado al que sus amos no reconocen más que la misión de servir..."13.
El Edicto de los Reyes Católicos donde se habla de que las mujeres debían "despojarse de cualquier prenda que les cubra la cabeza" no deja de tener, igualmente, cierto eco con asuntos de rabiosa actualidad. Y, con sentido común, un personaje se pregunta: "¿A qué les incordiaba tanto que una mujer como ella gastase vestidos cortados a la morisca y no al uso de los castellanos?"14
Radwa logra calidades de acuarelista, con trazos sueltos, coloridos, lanzados sobre una realidad que se va convirtiendo en un estremecedor testimonio humano sobre ese personaje colectivo que, siguiendo con el gran historiador citado, "no obstante su sospechosa fe, desafiaron por más de un siglo las severidades de la Inquisición, gozaron de fuertes protecciones, sedujeron a más de un cristiano viejo con su sabrosa sensualidad, su ingenio para hace dinero, e incluso deslizaron en el catolicismo español formas sutiles de misticismo..."15 Pese a que su familia simulaba cumplir las normas impuestas e iba a misa los días de precepto, Salima "ya había zanjado la cuestión años atrás, cuando anunció tajantemente que no iría a no ser que la atasen con cuerdas y la tiraran de ella como se hace con las bestias." O cuando se habla de que en "la escuela, castellano, y en casa mi padre me enseñará el árabe como ha hecho con mis hermanas."16 A medida que la acción avanza, somos conscientes de que los moriscos se sentían tan españoles como los cristianos viejos y fundaban su conciencia de nación en un pasado glorioso. Tal y como nos lo recuerda don Fernando de Valor (Aben Humeya) al dirigirse a sus partidarios antes de desencadenar la rebelión de 1568: "¿Sabes que estamos en España, y que poseemos esta tierra ha 900 años?"17.
Salima, una heroína moderna
La Granada de Radwa, formidable muestra de la ósmosis entre ficción e historia, está guiada por la figura de su principal personaje femenino, Salima, morisca compleja, lúcida y culta que podría recordarnos a otras heroínas modernas, al alejarse tanto del modelo de mujer tradicional árabe. Su agudeza e inteligencia se demuestra, por ejemplo, en un comentario que le hace a su abuelo durante el desfile de Colón al hablar del Nuevo Mundo:
_ ¿Por qué es nuevo, abuelo?
_ Porque lo han descubierto hace poco... Antes no sabíamos que existía.
_ ¡Pero eso no lo hace nuevo! [18]
En un ambiente paulatinamente opresivo, Salima pasa a convertirse en un símbolo de libertad, de lucha; condenada a la hoguera, habrá conseguido ser libre gracias a sus libros: "se ahogaba en la cárcel de una época mezquina en la que conseguir un libro constituía un delito castigado".
Los libros, la muerte y Dios: el relato iniciático de Ibn Tufayl
El libro se alza, de esta forma, como personaje central de la obra. En efecto, para Radwa la literatura es "una forma de resistencia cultural que implica la protección de la memoria colectiva, una forma de preservar la cultura frente a la doble amenaza de la imposición cultural y la desintegración cultural."19
Los libros están ligados al abuelo, Abu Yáfar, y a Salima, ambos arrastrados por su luz, recordando otros tiempos en los que "el sol de mil libros te inundaba, ellos constituían tu estudio, eran tu maestro"; pero también están relacionados con su muerte: esos libros que "caen al suelo, chocan unos con otros, cerrados, abiertos, deshojados... que la hoguera devoraba... 20
Su destrucción fue también el final del abuelo, personaje superior que, en ocasiones, nos describe el mundo mediante imágenes literarias, como la mirada dantesca que nos ofrece del exilio: "en su indignación, no veía en los barcos que partían más que féretros flotantes"21.
Cuando muere Abu Yáfar, después de una terrible quema de libros apocalíptica y brutal: "Voy a morirme desnudo y solo, porque Dios no existe", aparece otro de los temas recurrentes de la novela, la existencia de Dios, dudas metafísicas compartidas también por su nieta: cuando fallece Om Yáfar, la abuela, Salima "pensaba en la muerte, que somete y humilla, en la impotencia real del hombre ante la muerte; y en Dios, que allá en el cielo, quién sabe si estaría presenciándolo todo en silencio, indiferente. ¿No era él, acaso, quien tenía el alma en sus manos? ¿Por qué lo haría?... Dios se le antojaba oscuro, incomprensible e implacable..."
Los "vasos comunicantes" entre ambos se revelan, asimismo, el día en que, pronunciada la sentencia de muerte y acusada de apostatía, Salima evoca a su abuelo, "hombre honrado que hacía libros, cuyo corazón se abrasó el día que vio cómo los quemaban... Y soñé, abuelo, con ofrecerte un día un libro escrito de mi puño y letra..." 22. Tributo de reconocimiento a su maestro que nunca podrá brindarle.
Alguna de las mejores páginas de la novela la encontramos cuando ya han muerto los abuelos, su hijo pequeño y la gacela que recibió como regalo de boda. En este punto, Radaw intercala con destreza un fragmento de El filósofo autodidacto, arriesgada apuesta formal que, lejos de resultar artificial, aporta al relato una coherencia estremecedora: Hayy "reflexionó mucho sobre estas cuestiones; perdió de vista el cuerpo y dejó de pensar en él. Comprendió que su madre, que tan buena fue siempre con él y lo había amamantado, era sólo el algo que había desaparecido y del cual emanaban todos sus actos, y no aquel cuerpo inerte, que realmente sólo era como un instrumento..." 23. Salima se pregunta por la muerte, como el solitario de Ibn Tufayl, criado por una gacela, referente afectivo por el que se conectan ambos personajes: "Ella no podía hacer lo que hizo Hayy con la gacela que lo crió como a un hijo. Él le había abierto el pecho para saber qué era lo que animaba su cuerpo, después de haberla llamado sin que respondiera (...) y tras haber comprobado que, aún así, seguía absolutamente inmóvil.24
Radwa Ashur incluye textos procedentes de la tradición literaria árabe, entre los que destaca esta Epístola de Hayy ibn Yaqzan sobre los secretos de la sabiduría oriental (título original), que, por su valor filosófico y literario, quisiera dedicarle un breve comentario.
Siguiendo a Avicena, Ibn Tufayl, intelectual, filósofo y sufí practicante, nos presenta a Hayy ibn Yaqzan, su solitario que ha conseguido descubrir solo, sin auxilio de maestros, las verdades necesarias al hombre en su camino ascendente hacia lo fusión con lo divino. El sufí que llega por la vía erudita de la filosofía al éxtasis místico es Absal, que contrasta su recorrido con Hayy, el filósofo autodidacto, puro; un tercer personaje es Salaman, representante de la religión externa, legalista25. Se plantea el la preocupación del pensamiento ilustrado por el sufismo.
Según Roger Garaudy, Ibn Tufayl "trataba de demostrar cómo un ser humano, nuevo Adán, no teniendo a su alcance ni el contacto con los demás hombres ni su cultura, ni su fe, puede realmente alcanzar a descubrir por sí mismo, las leyes fundamentales de la ciencia, de la moral y de la religión"26.
El tema de Dios y de la muerte vuelve repetidas veces, igual que "aquella página, [de El filósofo autodidacto] que estaba casi gastada de tanto como había vuelto a ella"27.
Confieso que este "relato de iniciación" me ha seducido mucho más de lo que podía imaginar. Su vitalidad, su vigencia o la mirada poderosa de Hayy, ese "espíritu siempre vivo que, del barro original, que se eleva a las más altas cumbres de la iluminación de la razón hasta alcanzar la visión mística..." me han llegado a conmover sinceramente. De gran valor poético es, por ejemplo, el entierro de la gacela, su madre, en una fosa cubierta con tierra; o el alcance universal de las páginas finales, ante la certeza de que los hombres de la isla no pueden comprenderles porque la sociedad está "enferma", porque su apego a lo material y su ignorancia son incurables. Frente a esto, la idea de que todo aquello que no puede ser percibido por los sentidos, o definido por los conceptos, puede ser sugerido por la metáfora. Un mundo muy superior, sin duda, al que, de alguna forma, ha accedido Salima, a través de sus libros, de su inconformismo y de una lucidez que la llevará, irremisiblemente, a la muerte.
Como apunta Henry Corbin28, Hayy "se eleva hasta el umbral del mundo espiritual; se interroga, al contemplar las esferas, sobre la eternidad del mundo; descubre la necesidad del Demiurgo; reflexionando sobre la naturaleza y los estados de su propio intelecto, toma conciencia de la verdadera e inagotable esencia del hombre y de lo que es para él la fuente del sufrimiento o la felicidad".
Algo parecido a la evolución de nuestra protagonista, que también se interroga constantemente sobre "la eternidad del mundo". Sin embargo, a diferencia de Absal y Hayy, que adoraron a Dios "hasta que llegó su muerte", Salima muestra, a medida que avanza la novela, serias dudas respecto a su existencia. Su personalidad se va configurando a través de lecturas repetidas, "gastadas", en las que intenta hallar respuesta a tanto sufrimiento, a tanta muerte, a tanto destierro. Y sus libros la iluminan, la acompañan, "esperaba a que cayera la noche (...) en ese momento encendía la lámpara y leía. Y la cárcel se agrandaba, poco a poco se agrandaba, y se difuminaban los barrotes de luz de un sol que irradiaba del libro y de su mente"29, como a Hayy el descubrimiento del fuego, que en "oscuridad nocturna, agrandándose, lo iluminaba" y "llegó a creer que era la cosa más excelente que había a su alrededor"30.
En efecto, tras su apante sencillez, la novela encierra, como una muñeca rusa, múltiples y atractivas sorpresas: es frecuente la introducción de textos de tradición literaria árabe culta y popular, como el ya comentado de Ibn Tufayl, el Poema de Ibn Arabi o La leyenda del rey Almohalhal. También incorpora Radwa documentos de la época: un acta de matrimonio, el dictamen jurídico de un muftí, el acuerdo de conciliación de dos familias rivales, etc.
De enorme importancia es, en este sentido, la innovación experimental que poco a poco fue asumiendo esta novelística y de la que Radwa Ashur en un ejemplo irreprochable: la composición, lejos de resultar lineal, se resuelve de forma dinámica y perfectamente coherente con su propósito.
Gran fabuladora, la escritora demuestra el rigor con el que ha rastreado la documentación sobre la que asienta su novela. Así, sus páginas, mediante hábiles mecanismos narrativos, van tejiendo los pormenores de una gran composición de corte moderno y tradicional al mismo tiempo.
Otros personajes
El Albaicín, ese mítico barrio granadino, cobra dimensión cuasi de personaje en imágenes como: "esa noche el Albaicín no durmió" o "El Albaicín pasó dos semanas enteras riéndose a carcajadas"31. Efectivamente, los espacios son centrales en la novela de Radwa: el hammam, con el conmovedor episodio del cierre de los baños de Abu Mansur; el zoco, la casa familiar, la iglesia, el taller de Abu Yáfar, etc. Todo ello acompañado por un tempo dramático eficaz, un ritmo donde las acciones se suceden con agilidad.
La evocación de otras ciudades perdidas, como Málaga, o Valencia, donde el interés todo lo puede y "mientras más moros, más ganancia"32, son también parte de la escenografía narrativa de Garnata.
Y volviendo a los personajes femeninos, además de Salima, son numerosas las mujeres moriscas que discurren por la novela: Om Yáfar, la abuela, mujer tradicional pero tolerante con sus nietos; Om Hasan, madre de Salima y Hasan, "arquetipo de mujer tradicional, centrada en el cuidado del hogar y de los hijos" ; Moraina, esposa de Hasan y cómplice de Salima; Aixa, única hija de Salima y Saad, "representa la esperanza de futuro (...) Su tío Hasan la llamará Amal, su equivalente en árabe."33; Las hijas de Hasan y Moraina y, finalmente, las mujeres de la familia Táher. En efecto, como se recoge en el artículo citado, Radwa nos ofrece una amplia galería de personajes femeninos, algunos bien trabajados, como la abuela, Moravia o Salima, que llegan "enteros" al lector. Otros, simplemente, aparecen esbozados, no evolucionan o, como en toda novela, son personajes secundarios que cumplen su función de forma puntual.
Los "tonos" de la novela
Estamos ante una prosa clara, un estilo narrativo de aparente sencillez que evita efectismos. En este sentido, creo que la calidad de la novela y el buen hacer literario de la autora son indudables. Contada de un modo directo, sin demasiados adornos, hay, sin embargo, momentos en los que la autora cambia el tono y deja que su prosa transcurra de forma más poética: suelen ser párrafos fluidos, sin apenas puntos, como en la descripción de la "mente humana", "caja prodigiosa (...) que encierra algo inconmensurable: el olor del mar, el rostro de su madre, las líneas sutiles y amarillas que atraviesan el verdor de lluvia, las hebras de seda del telar de su padre, la tos de su abuelo por la mañana, las risas de niña, el sabor de una almendra cruda, una tinaja rota de la que se sale el aceite, una cuenta desprendida de un rosario que rodó hasta su escondite detrás del armario.34
Son también destacables los efectos dramáticos de las escenas de grupo (fiestas, bodas, etc.), donde Radwa nos ofrece una "narración de costumbres" dramatizada, con personajes variopintos (vecinas, niños...), música, canciones, albórbolas, bailes, etc. Un ambiente bullicioso, un ritmo vivo acompañado de sus correspondientes rituales (en la boda, el hamman, la alheña, etc.), que nos recuerda a esos intervalos musicales y festivos del teatro más tradicional. En ese sentido, la nueva historiografía, atenta a cuestiones cotidianas como la alimentación, el vestido, la mentalidad, etc., habría contribuido también a enriquecer la obra.
Brilla el peculiar sentido del humor de la mejor Radwa en conversaciones como la sostenida sobre Juana la loca, todo un culebrón palaciego que afecta directamente a nuestros personajes; también hay episodios donde el humor cobra un carácter más tierno, como la historia de amor entre Naim y la indígena.
A pesar de que, en general, no abunden las escenas cómicas o las situaciones paródicas, la autora sabe compensar, con todos los elementos citados, el tono grave de la novela.
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Bibliografía :
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Comendador Pérez, M. Luz, "Sobre la novela histórica árabe". Cuadernos ETT Nº3.
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García, José Ángel, "La novela histórica: parámetros para su definición. Géneros o modos de discurso que la delimitan." Universidad de Valladolid, XVI Congreso de la Asociación Española de Estudios Anglo-Norteamericanos, 1992.
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Notas:
1. Comendador Pérez, M. Luz, "Sobre la novela histórica árabe". Cuadernos ETT Nº3, pag.19, 20.
2. Comendador M. Luz, op.cit. pág 28, 29
3. Comendador M.Luz, op.cit. pág 19
4. Gurandy, Roger, Promeses de l´Islam. Seuil, París 1981, pág.19.
5. Comendador M.Luz, op.cit. pág 40
6. Martínez Montávez, Pedro, Al-Andalus, España, en la literatura árabe contemporánea. Málaga, Arguval, 1992, pág 206.
7. Martínez Montávez, Pedro, op.cit. pág 207.
8. Martínez Montávez, Pedro, op.cit. pág 206.
9. Castro Américo, España en su historia. Madrid, Grijalbo Mondadori, 1996, pág. 58.
10. Ashur, Radwa, Granada. Madrid, Ediciones de Oriente y el Mediterráno, 1994, pág. 35.
11. Ashur, Radwa, op.cit. pág 165.
12. Ashur, Radwa, op.cit. pág 272.
13. Ashur, Radwa, Fragmentos de "Carta a Europa", El Cairo, septiembre 2003. Web Islam, mayo 2006.
14. Ashur, Radwa, op.cit. págs 173 y 247.
15. Castro Américo, op.cit. pág, pág 60.
16. Ashur, Radwa, op.cit. pág 235.
17. Castro Américo, op.cit. pág, pág 57.
18. Castro Américo, op.cit. pág, pág 44.
19. Comendador M. Luz, op.cit. pág 34.
20. Ashur, Radwa, op.cit. pág 72
21. Ashur, Radwa, op.cit. pág 34.
22. Ashur, Radwa, op.cit. págs 73, 207 y 344.
23. Tufayl, Ibn, El filósofo autodidacto. Madrid, Trota, 2003. pág 210.
24. Ashur, Radwa, op.cit. pág 208.
25. Tufayl, Ibn, El filósofo autodidacto, op.cit. pág 19.
26. Garaudy, Roger, El filósofo autodidactot. Web Islam, mayo 2006, pág 2.
27. Ashur, Radwa, op.cit. 208
28. Corbin, Henry, El filósofo autodidacto. Web Islam, mayo 2006, pág 1.
29. Ashur, Radwa, op.cit. pág. 211.
30. Tufayl, Ibn, El filósofo autodidacto, op.cit. pág 58.
31. Ashur, Radwa, op.cit. págs 81 y 217.
32. Ashur, Radwa, op.cit. pág 255.
33. Thomas de Antonio, Clara María, "La mujer morisca y el personaje de Salima en Granada, de Radwa Ashur". Universidad de Sevilla, Anaquel de estudios árabes 12, 2001. pág 2.
34. Ashur, Radwa, op.cit. pág 25.Ashur, Radwa, op.cit. pág 25.
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