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Penderecki en la Semana de Música Religiosa de Cuenca 2006
por César Cortijo
Hemos viajado a la ciudad hundida de Cuenca para ver al que quizás sea el más importante compositor contemporáneo vivo, Cristo Penderecki. Hemos entrado a la ciudad por la carretera de Guadalajara y desde ahí siguiendo al Júcar vimos claramente que esta ciudad gótica, quizá la más gótica española, una suerte de Praga soleada, se hunde en la tierra, no se eleva, sino que se cae, eso son las hoces. Por eso no podía haber escenario mejor para que el músico polaco viniera a dirigir a la Joven Orquesta de la Comunidad Valenciana que interpretaron algunas de sus recientes obras: La Chacona para Juan Pablo II y la más reciente Sinfonía num. 8, que se estrenaba en España.
No conocíamos bien el Auditorio de Música de Cuenca, lleno como cada año, erigido a orillas del Huécar, cuando se sale a la hoz bellísima hacia las cuevas del fraile, el edificio fue polémico pero a nosotros nos gusta hoy pues no se sabe si se trata de una construcción romana, una asamblea, un senado allí debajo de las iberas casas colgadas u otra de ayer mismo, del mes de marzo.
Y no muy puntual salió la orquesta alrededor de las ocho, estábamos sentados en las filas delanteras rodeados de familiares de los músicos valencianos, gente sencilla y alegre que bien podían venir a ver a sus chicos aquí o a un polideportivo jugar balonmano. Parecían ramonear unas pipas de calabaza mientras esperaban ver entre el coro la cara de su "chico". Oh que entrañable oir a las madres cuchichear: "El chico se metió a lo de la música porque todos los amigos iban a eso. Horror, los músicos no llevaban limpios los zapatos y el entarimado estaba lleno de polvo. En este establo posmoderno no hay limpieza ninguna.
Pero, cuidado, cuando el septagenario dio comienzo al Stabat Mater, todas los tonterías se vinieron abajo como en un derrumbe de la realidad, de esos iguales que hacen los ríos en las hoces y acordes atonales de 26 notas que salían del coro nos hacían no sentir, no deleitarnos, no imaginarnos, nada se evocaba, nada se sugería, la música coral era de una inmediatez y fisicidad tal que se imponía como una naturaleza sonora que eliminaba a su alrededor cualquier posibilidad de dispersión cualquier suceso era diezmado por esta sonoridad alarmante tal si un gigante hubiera pisado esos tablones polvorientos.
Como un Espartaco al frente de su música y sus acordes, Penderecki amansaba a las madres: estaba la madre llorando al pie de la cruz. Imposible no rememorar a Pergolesi tan dulcemente como se quiera. El Stabat mater de Penderecki dirigido por él mismo ha sido un contacto con la parte más verdadera de la música, el sonido, tan profundo como sea posible, tan amplio como se desea, tan tensionado como necesitamos y tan despeñado y derrumbado al final como es la realidad de cualquier fenómeno. Yo pensé:
Nada elegimos y menos a nuestros familiares. Y menos a nuestra madre.
Luego fue la chacona para cuerdas del difunto papa, obra un tanto humorística, el último Penderecki más bromista e irónico que parecía rememorar una noche de curda con un viejo amigo de su aldea polaca, obra que nos dejó preparados para la Sinfonía numero 8, donde brilló tanto el coro como el primer violín de los zapatos sucios, por encima de todos el primer viola y el tenor robotizado. Sinfonía y cantos de lo efímero que terminó por despertarnos a una soledad completa sin rumores, preparados para el amor eterno y verdadero, así lo concibió con el trompeta situado en uno de los palcos, trompeta del más allá strictu sensu, que sustituía al acomodador recordando: esto se acaba, distinguido público, esto se acaba en cualquier momento. Luego fue la procesión de las turbas, que aunque parecían subir las cuestas de Cuenca, en realidad ascendían al plano de la realidad, a la superficie del llano castellano desde lo hondo de esas hoces derrumbadas por la futilidad de las aguas de los estrechos ríos.
El señor Penderecki se giró después de este prodigio sonoro y su cara no tenía orgullo, ni humildad, su expresión era la de un hombre riguroso. ¿Qué música se puede hacer sino ésta que yo os hago? Porque yo os la hago.
César Cortijo, Castillejo de Iniesta, 2006
Texto, Copyright © 2006 César Cortijo.
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