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Películas y directores olvidados de Hispanoamérica (III):
Taita Cristo / La espina de cristo (Guillermo Fernández Jurado, Perú-Argentina, 1965)

por Rafael Nieto


En este azaroso recorrido por las películas olvidadas de nuestro entorno cultural nos detenemos esta vez en Perú. Al contrario que México y Argentina, a los que dedicamos los capítulos anteriores, Perú nunca ha contado con una industria consolidada, sus escasas películas han tenido mayor dificultad para llegar a su público, y casi imposible penetrar en los mercados extranjeros. El conocimiento de su producción fuera de Perú se circunscribe prácticamente al cine de Francisco J. Lombardi. Por dar unas cifras que avalen lo dicho, en España sólo se han estrenado hasta ahora, según los datos de su Ministerio de Cultura, catorce películas peruanas, de las cuales nueve han sido dirigidas por Lombardi. Además, sólo cinco fueron producciones exclusivamente peruanas, las demás fueron coproducidas por España, lo que facilitó su explotación en la península.

El panorama descrito se circunscribe a las tres últimas décadas. En los años 60, de cuando pertenece la película de la que vamos a hablar, el cine peruano era todavía un completo desconocido en España.


Taita Cristo / La espina de cristo (Guillermo Fernández Jurado, Perú-Argentina, 1965)

Aunque la película no sea hoy muy recordada es cierto que gozó de cierta notoriedad en Perú, bien es cierto que no por sus valores cinematográficos. La prohibición de exhibirse que cayó sobre ella, algo nada habitual entonces, le dio una publicidad inesperada, además de un aura de película subversiva que estaba lejos de pretender pese al incómodo retrato que se hacía del mundo rural de Perú.

Adaptación de una colección de relatos cortos del peruano Eleodoro Vargas Vicuña reunidos en un libro que toma el nombre de uno de ellos, Taita Cristo, la película es un mosaico de personajes desesperados en un universo rural y cerrado del que no hay escapatoria. De hecho, ni se plantea esa posibilidad.

La sequía vuelve a presidir el drama. Si vimos que en La sed la falta de agua era el mayor peligro de una aventura bélica, en Taita Cristo es la causa principal de todos los males materiales y morales de una pequeña población del valle de Chilca. Una voz introductoria al inicio del film nos dice que era un suelo fértil, poblado hace 6.000 años, pero que ahora todo lo cubre el polvo. Ahora, el pueblo, inmutable, ve pasar el tiempo; "no sucede nada por más que se agonice".

Al inicio y al final de la narración vemos llegar al camión-cisterna que surte de agua al pueblo. Es el único contacto que veremos con el mundo exterior. Allí, en el interior, entre las casas, pobres y medio derruidas, insignificantes ante el majestuoso templo de Dios ("estoy y la Iglesia es lo que heredamos de los españoles"), vemos que sí suceden pequeñas historias. Historias débilmente entrelazadas y cuyo nexo de unión, aparte de la pobreza, es la presencia constante de la religión. Pero de una religión fruto de la superstición, rara vez consoladora y más bien castigadora.

Lizardo Guerrero debe sustituir a su padre, imposibilitado por la edad, en la tarea de llevar en hombros durante la procesión la cruz de Cristo. Así demostrará además la hombría de su sangre. Sin embargo, Lizardo es débil y su padre se ve obligado a sustituirle durante la procesión. El esfuerzo le lleva a la muerte en mitad del camino. Ni siquiera le queda el honor, que el relato de Vargas Vicuña sí le dejaba, de morir tras cumplir su labor, tras dejar la cruz en la iglesia. En el funeral se dice consoladoramente que los muertos son más felices que los vivos. Como si se rebelara ante su destino antes del definitivo descanso, el burro que transporta el cadáver se espanta ante la bendición del párroco con el muerto a cuestas. Tras perseguir al animal, logran detenerlo y enterrarlo. Esta pequeña historia es el prólogo a otras en las que el calvario se va a repetir de diversos modos en la existencia de cada personaje, como ahora veremos.

Julián, el dueño del burro, se pelea por defender a su animal ante Manuel Serrano. Otra vez se escapa y un coche les atropella. Aparentemente nada grave les ha sucedido, pero luego notan que está enfermo. ¿Será un castigo divino por haber intentado tocar lujuriosamente a un niño? En cualquier caso, el veterinario, borracho, no puede ayudarles. Manuel se decide a operar él mismo tras haber rezado a la Virgen, prometiendo entregar el manto dorado de su mujer si les ayuda. El milagro se produce y el burro se recupera. La mujer de Julián se sube en él para cabalgarlo, pero se cae fatalmente y queda inválida. Pese a todo acuden a la iglesia para cumplir la promesa a la Virgen.

Manuel Serrano, que se postulaba como sustituto de los Guerrero como portador de la cruz, va a padecer también su pequeño calvario. Descubre en el campo a un hombre y una mujer fornicando. La voz en off nos advierte de los "calores que llevan a buscar a la mujer". Pero además comprueba horrorizado que son sus hijos. En casa, ni el padre ni los hijos hablan del incesto. Y Manuel presiente que la culpa está en haberlo visto, nada más. El silencio es en este caso el calvario.

El pueblo supersticioso necesita un culpable de la sequía para sacrificar. No bastó la muerte del portador de la cruz en la procesión. Creen que el castigo divino se debe a la inmoralidad de Raúl Muñoz, un borracho vagabundo. Fríamente y en silencio el pueblo golpea, encierra y finalmente quema en la hoguera, delante de la iglesia, a Rául Muñoz. Después la vida sigue igual en el valle de Chilca.

Este final fue el causante de la prohibición por las autoridades peruanas, preocupados por la imagen denigrante que la película daba de Perú. La nacionalidad argentina del director de la película debió influir en esa indignación. Poco les importaba que cosas así pudieran suceder en la realidad y que la película pudiera servir para denunciarlo. Así pues, para obtener el permiso de exhibición, y estrenarla con dos años de retraso, tuvieron que cambiar el final. Un cura y un ingeniero de Cooperación Popular salvaban a Raúl Muñoz de la hoguera, pronunciaban un discurso redentor, y encontraban agua al cavar un pozo. Un final milagroso que debía chocar sobremanera a los espectadores tras lo presenciado durante el desarrollo del film. Afortunadamente, en Argentina, país coproductor donde se realizó las postproducción, se exhibió en su montaje original y así lo podemos ver hoy en día.

La película, aunque es claramente un film de ficción, da la impresión en ciertos momentos de ser un documental antropológico. Vemos los diversos tipos y sus costumbres, pero también lo hacemos de manera distanciada. Quizá contribuye a esta sensación la interpretación de los actores, sin duda de escasa experiencia en muchos de ellos, obligados en ocasiones a decir frases demasiado literarias. Da la sensación de que un documentalista hubiera entrado en el pueblo, se hubiera acercado a sus habitantes, y, además de registrar con la cámara sus míseras vidas, les hubiera obligado a interpretar unos papeles que reforzaran el discurso buscado por el realizador, pero a riesgo de perder la naturalidad.

A parte de esa deficiencia (a la que hay que añadir la desincronización que se aprecia en ocasiones en el doblaje), Taita Cristo tiene tal fuerza en sus imágenes, debidas a la labor del crítico y directivo de la Cinemateca argentina Guillermo Fernández Jurado, que no pueden dejar indiferentes. La pobreza de medios técnicos con los que contaban los productores puede, en este caso, que beneficiara al aspecto visual del film, dando mayor verosimilitud a la descripción naturalista del entorno. Incluso parece inexistir la puesta en escena y que el operador se hubiese limitado a documentar los hechos reales a la luz del ardiente sol sin necesidad de iluminación artificial. Lamentablemente, el narrador excesivamente literario, como si de la voz de Vargas Vicuña se tratara, estorba demasiado a las imágenes por su redundancia. Porque es una película que se podría entender perfectamente sin sonido, como un film mudo sin intertítulos. Pero hacer eso hubiera sido demasiado arriesgado comercialmente.

Para terminar, una frase sacada del relato original de Vargas Vicuña que describe perfectamente la situación moral y fanática mostrada en esta obra: "Ustedes son un pueblo que harían rezar a Dios mismo".




Texto, Copyright © 2006 Rafael Nieto.
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Última actualización: julio 2006

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