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Convergencias

por Silvia Tubert


El canto y la ceniza, Antología poética de Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva. Selección y prólogo de Monika Zgustova y Olvido García Valdés. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2005

Esta antología es el producto de un complejo y luminoso entrecruzamiento de discursos, el resultado de una multiplicidad de convergencias. De la primera de ellas dan cuenta las traductoras, que lo presentaron en el Centro Cultural del Círculo de Lectores de Madrid en diciembre pasado. Monika Zgustova, novelista checa, comenzó a aprender el ruso en su infancia y continuó en los Estados Unidos el estudio de esta lengua, por la que siente predilección, así como por la cultura y la literatura rusas. Olvido García Valdés es uno de los exponentes más altos de la poesía contemporánea española.


Monika y Olvido

Se reunieron hace dos años para iniciar esta obra, en la que confluyen dos poetas, dos lenguas y dos traductoras. Monika trae el verso de su lengua y Olvido lo moldea en la nuestra, entendiendo la traducción como una "apropiación", que acerca el texto originario aquí y ahora, para hacer de Ajmátova y Tsvetáieva poetas en castellano. Sin embargo, aclaran, no se trata de que el traductor se apropie del poema, sino a la inversa. La traducción es, entonces, interpretación y creación, desplegadas en un marco intersubjetivo, en el cual "el poema fluye". ¿Asocial, la poesía?

El proceso se iniciaba siempre con la versión de Monika, que procuraba ser lo más fiel posible al original, teniendo en cuenta el contexto de la lengua rusa. Al mismo tiempo, sugería diversas palabras posibles en cada caso, para que Olvido escogiera considerando, a su vez, el marco de la poesía castellana. Pero su contexto es más amplio, ya que incluye el conocimiento de las obras de las dos poetas rusas, la época y circunstancias en que vivieron, sus escritos en prosa, sus epistolarios, además de las traducciones existentes, tanto al castellano como a otras lenguas vecinas. La española no conoce el ruso; no obstante, necesitaba tener el texto original delante, para poder apreciar lo "visible" de la lengua, los ritmos, las repeticiones.

Al seleccionar los poemas, las traductoras no han buscado una ordenación cronológica, sino "un ritmo de lectura convincente, que retuviese en todo momento la intensidad del canto y la amarga, leve, gravedad de la ceniza".

En el título del prólogo de Olvido convergen lirismo y adversidad: "Cruz negra sobre fondo blanco". Ajmátova tomó esta imagen de un relato del historiador Herzen: en 1937 un grupo de deportados a Siberia fueron azotados hasta la muerte y enterrados en una fosa común. Herzen había visto esa cruz negra en la tierra cubierta de nieve. El título del Epílogo de Monika, "Dos ciudades, dos poetas", alude a la vida de dos creadoras que siguen caminos paralelos, con lo que ello supone de proximidad y de distancia. La antología delimitada por ambos textos es el espacio textual en el que convergen.


Anna y Marina

Convergencia de la creación poética y la experiencia vivida por dos grandes poetas rusas del siglo XX; entrecruzamiento de la actividad estética y la realidad política represiva del sistema soviético; fusión del arte y los gozos y sombras de las pasiones; encuentro y desencuentro de las pulsiones de vida y de muerte, personales y colectivas.

Coetáneas, Anna (1889-1966) y Marina (1892-1941) compartieron vocación literaria y sufrimiento. Marina Ivánovna nació en Moscú, se educó en el extranjero y publicó tempranamente (a los dieciocho años) su primer libro de versos Álbum vespertino, que tuvo una recepción entusiasta. Se casó un año después de dejar la escuela con Serguéi Efrón, quien había de combatir en el Ejército Blanco contra los bolcheviques, mientras Marina permanecía en Moscú con sus dos hijas, Ariadna, de cinco años, e Irina, de pocos meses. El hambre y el frío llevaron a la pequeña a la muerte en 1920. Estas terribles circunstancias no impidieron que escribiera poemas, obras de teatro y prosa. Sin embargo, sus composiciones ya no reflejan el amor a la vida de sus versos juveniles; su voz se torna trágica:

Rubia —cuellecito fino—,
diente de león en su tallo.
aún no he llegado a comprender
que mi niña yace en la tierra.

En 1922 deja Rusia para reunirse con su marido, que había huido tras el triunfo del ejército revolucionario. Permanecerá en el exilio durante diecisiete años: unos meses en Berlín, tres años en Checoslovaquia y trece en Francia.

Sus libros escritos antes de partir de su país se publicaron en las editoriales rusas de Berlín y algunos textos en revistas de París y Praga. Según Irma Kúdrova, el motivo de su popularidad fue la aparición de sus poesías dedicadas al ejército blanco[1]. Pero esta excelente recepción de sus obras no se correspondía con sus exiguas ganancias. Tampoco le ayudó en estas circunstancias su carácter orgulloso, impulsivo y contradictorio. Menos aún su participación en la revista Verstas, que procuraba distanciarse de las posiciones derechistas de la emigración, publicando obras de autores soviéticos y criticando a otros autores. Durante la crisis mundial de fines de los años veinte la situación se hizo aún más difícil para los exiliados. Marina vive entonces miserablemente y expresa en su lírica su odio y desprecio a la época en la que vive y a la civilización que la asfixia: "La vida es un lugar donde no se puede vivir" dice en El poema de la montaña. Su vitalidad y su energía creativa no disminuyen, aunque en los diecisiete años de su exilio sólo escribió dos libros, El valiente y Después de Rusia, que no logró publicar.

El crítico Mark Slonim relata en sus memorias: "En el París de la emigración resultó claramente fuera de lugar. En el mejor de los casos, se la toleraba en periódicos y revistas, donde podía publicar algo, y sus colaboraciones a menudo se producían en unas condiciones que a ella le parecían ofensivas. No llegó a ocupar ningún lugar en la 'sociedad' emigrada, con sus salones, literarios y políticos, donde todos se conocían (...) Era un bicho raro, alguien ajeno, expulsada del grupo, alejada de las relaciones personales y familiares, y destacaba poderosamente, con su rostro, sus palabras, y su vestido gastado, y su imborrable sello de pobreza..."[2]

Serguéi Efrón decidió regresar a Rusia, tras adherir al movimiento "eurasiático", que propugnaba el renacimiento de Rusia a través de la religión ortodoxa. Para purgar su pasado contrarrevolucionario, se vio forzado a actuar como agente de los servicios secretos soviéticos en el extranjero y, cuando la policía francesa sospechó que podría estar vinculado a un crimen político, regresó a Rusia, lo mismo que la hija de ambos. En 1939 Marina y su hijo de catorce años retornan también a su país, pero vivirán prácticamente bajo arresto domiciliario, en plena época de terror stalinista. Poco después su marido y su hija serían detenidos, al tiempo que arrestaban a escritores amigos como Mandelshtam, Pilniak, Bábel, Mirski. Ariadna fue condenada a siete años de campos de trabajo; Serguéi sería sentenciado a muerte en 1941; a Marina se le prohibió publicar. En esa fecha, al iniciarse la guerra, Marina y su hijo son evacuados al pueblo tártaro de Yelábuga, donde se suicidará, a pesar de que le habían prometido casa y trabajo en el vecino Chistopol, donde se hallaba la mayor parte de los escritores evacuados. Permaneció así, hasta la muerte, fiel a sí misma y a su pasión por la libertad.

Anna Andréyevna Gorenko, que tomaría el nombre Ajmátova de su bisabuela, una princesa tártara, nació cerca de Odessa y se educó en Tsárskoye Seló, cerca de Petersburgo. Cuando sus padres se separaron Anna, que contaba entonces quince años, regresó con su madre al pueblo donde había nacido. En 1910 se casó con Nikolái Gumiliov, con quien tendría un hijo, Lev. Ambos, como su amigo Mandelshtam, pertenecían al grupo de los acmeístas, que buscaban un lenguaje poético preciso, opuesto al modelo de los simbolistas. En 1912 publicó su primer libro de versos, La tarde, y un año después Cuentas. En 1918 se publicará Bandada blanca y en 1921 El llantén. Como los de Marina, tuvieron una excelente recepción, alcanzando varias reediciones, a pesar de la adversidad del medio político. En 1921 Gumiliov, de quien Anna se había separado tras ocho años de matrimonio, fue fusilado. Poco después serán expulsados de la Unión Soviética los más destacados artistas e intelectuales (Berdiáyev, Bulgákov, Karsavin, Ilin, entre otros muchos). Algunos marcharon al exilio. Anna habrá de vivir, en cambio, el exilio interior: nunca se doblegó a colaborar con el régimen ni a firmar declaraciones oficiales, como tantos hicieron.

Cuando Stalin accedió al poder la situación se agravó más aún: en 1924 las obras de Ajmátova fueron retiradas de bibliotecas y librerías. Tampoco podía escribir puesto que el hallazgo de sus textos en un registro policial suponía un peligro para su vida. Ella misma y sus amigos aprendían sus poemas de memoria, para conservarlos; es lo que sucedió con una de sus obras maestras, Réquiem, que no se publicó en Rusia hasta 1989. Como observa García Valdés, "impresiona lo viva que permaneció en Rusia la vieja transmisión oral de la poesía." ¿El poeta, un animal solitario?[3] Sin duda, en cierto sentido; pero también es cierto que el entrecruzamiento de las memorias, el otro que sustenta y es sustentado por el lenguaje, hace posible la transmisión, la permanencia de la obra. "El arte expresa la desdicha", como dice García Valdés; pero también expresa la intersección del dolor y la opresión con el reconocimiento, el amor y el deseo. Buscados o no, hay interlocutores para el sujeto que habla o escribe. Es cierto que estos interlocutores pueden estar vivos o muertos...

Su hijo fue detenido en 1935 por primera vez y en 1938 un nuevo arresto lo condujo a los campos de trabajo. Durante diecisiete meses Anna formó parte de las colas de madres, esposas e hijos que aguardaban ante las cárceles para dejar paquetes para los detenidos:

¿Dónde están hoy aquellas con quienes sin querer
Compartí mis dos años de infierno?

El sufrimiento, tanto personal como colectivo, es la trama sobre la que se verterá la lírica de la poeta: su Réquiem será calificado por Leonóvich de poema de la memoria, de la conciencia[4]. Comenzó a escribirlo precisamente en 1935, después de trece años de inactividad literaria:

En aquel tiempo sonreían
sólo los muertos, deleitándose
en su paz, y vagaba ante las cárceles
el alma errante de Leningrado.

Las ilusiones surgidas tras el fin de la segunda guerra Mundial se evaporaron en 1946, cuando se inició la campaña ideológica por la "pureza política", con un texto inquisitorial anónimo (escrito quizá por Stalin o por el secretario del partido, Zhdánov) plagado de acusaciones calumniosas contra escritores e intelectuales. En él se calificaba a Anna de "enemiga de la vida soviética, "mujer de la vida y monja, en la que el vicio se mezcla con la oración."[5] Por otra parte, cuando se le permitía algún recital, el público la recibía con ovaciones.

En 1949 arrestan por tercera vez a su hijo y a su último marido, Nikolái Punin, quien moriría en los campos de trabajo del régimen. Para salvar a su hijo accedió Anna a escribir versos en honor a Stalin, en ocasión de su septuagésimo cumpleaños, como lo habían hecho años antes Mandelshtam y Pasternak. Más tarde pediría que no se los incluyera en sus obras completas.

En 1953, después de la muerte de Stalin, Ajmátova fue rehabilitada y recibió diversos premios. La poeta vivió hasta los setenta y siete años, habiendo logrado reconocimiento internacional; así, por ejemplo, en 1965 recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de Oxford.

Anna y Marina, contemporáneas, no tuvieron un encuentro hasta 1940, pero cada una conoció la obra de la otra, cada una dedicó algún poema a la otra:

¡Oh musa del llanto, la más bella de las musas!
Oh loca criatura del infierno y de la noche blanca.
("A Ajmátova", de Marina Tsvetáieva.)

Lidia Chukóvskaia da cuenta de una de esas intersecciones cuando relata el diálogo que tuvo con Ajmátova el 21 de octubre de 1941, en Chistopol, ciudad tártara a la que habían sido evacuados los escritores cuando el ejército alemán invadió Moscú: "¡Qué raro es! -dije- el mismo río, el mismo día frío y este mismo charco y el mismo tablón. Hace un mes, en este mismo sitio, ayudé a Marina Tsvetáieva a atravesar este mismo charco. Y ella me hacía preguntas sobre usted. Y ahora ella ya no está y es usted quien me pregunta por ella. ¡En el mismo sitio!"[6]

Olvido las une y diferencia en su comentario: "Marina Tsvetáieva tuvo el don y la turbulencia, el sufrimiento y una temprana e impostergable muerte. Morir fue su dignidad, su gesto y memoria de aquel lema ne daigne! Su desesperación, sus labios prietos. No te dignes." "Anna Ajmátova tuvo el don y el resistir, oír arañar el tiempo, sus maullidos de gato. No le puso fin, observó la vida, la fue viendo venir, la fue viendo pasar. Altiva y firme se mantuvo siempre mirando, escuchando, para poder dar cuenta, emblema y alerta de su tiempo. Su dignidad fue la vida, envejecer en una vida invisible, acompañar en su envejecimiento a sus compatriotas, escritores, mujeres a las puertas de las cárceles, gentes anónimas..."[7].


Olvido y Anna

En su comentario, Olvido recuerda el desdoblamiento —que señalara Brodsky— de quien trabaja con materiales autobiográficos de dolor y de muerte; la escisión entre la experiencia personal del sufrimiento y la contemplación estética de esa experiencia, aunque la contemplación del propio sufrimiento no deje de bordear la locura. Ambas se entretejen en la obra: la verdad poética necesariamente se separa de la experiencia vivida para poder dar cuenta de ella, cosa que la propia experiencia es incapaz de hacer. Para la poeta, en funciones de traductora y comentarista, Réquiem es un poema de intenso lirismo y, al mismo tiempo, un poema cívico. En él se entrecruzan el dolor singular y el compartido. Sin embargo, el lamento, la forma de misa de difuntos es, simultáneamente, una demostración de potencia ética y estética. Olvido la define como la poeta del sufrimiento, pero del sufrimiento dominado, a diferencia de Tsvetáieva, que carecía de mesura y contención:

Si ruego, no es sólo por mí: ruego
por todas nosotras, hermanas —en la desdicha— mías,
en el frío feroz y en el ardor de julio,
al pie de muros rojos que permanecieron sordos.

Poema sin héroe, un extenso trabajo polifónico y fragmentario a un tiempo, fue elaborado por Ajmátova entre 1940 y 1962. Presenta el entrecruzamiento de la historia rusa del siglo XX y de la biografía de la autora y es también una red intertextual en la que hallamos ecos de la literatura, tanto en ruso como en otras lenguas, versos de diferentes etapas de la misma autora, alusiones a la música, al teatro, a sus amigos y contemporáneos, a diversas imágenes de su propio yo. Dice Olvido: "La poesía es el espacio en el que el poeta puede hablar con los muertos. Gestos, voces, conversaciones fragmentarias, afectos, desdicha, felicidad... sombras que pasan, que toman cuerpo, que brillan un instante, que se hacen temas, que huyen."[8]

Los pasos suenan de los que no están
.....
Aparece reflejada en todos los espejos
la imagen de quien no llegó

La recreación de la poesía en su traslado a otra lengua es un espacio semejante.

Anna Ajmátova parece haber sido una mujer fascinante, cuya imagen ha quedado plasmada en dibujos y pinturas, en esculturas en yeso y mármol, en fotografías. Uno de esos retratos fue dibujado por Modigliani en 1911. Olvido la describe como un auténtico mito: "un ser en el que cuajan aspectos de una época que toman la imagen de ese ser."


Monika y Anna

Las reflexiones de Monika Zgustova —que nos muestran otra cara del mito— parten de una visita a la casa-museo de Anna Ajmátova, en el palacio de Sheremétev en el canal del Fontanka de Petersburgo, donde la poeta vivió entre 1922 y 1952. En realidad, se trataba de la vivienda de Nikolái Punin, inicialmente su amante y luego su tercer marido, que la pareja compartía con la ex esposa de Punin y sus hijos. La complicada convivencia pretendía reducir gastos. A partir de 1925 Anna no pudo publicar; dependía de su marido y de los limitados ingresos que le proporcionaban algunas traducciones. "Anna de todas las Rusias", la mujer admirada y deseada, la poeta brillante, tuvo otros obstáculos para escribir: una amiga, E. Gerstein, relata cómo en una ocasión en que Ajmátova leía sus poemas a un grupo de escritores, Nikolái la interrumpió gritando que la poeta era "digna como mucho de la atención de una aldea de provincias."[9] En uno de sus poemas ella menciona "la casa devastada (...) el dolor de mi vida (...) la soledad en pareja." No obstante, la miseria económica la obligó a prolongar la convivencia aún después del divorcio.

El dolor por el destino de su hijo se hallaba intensificado por sus sentimientos de culpabilidad, como muestra una reiterada pesadilla, en la que venían a detener a su marido. En ella, Anna se veía entregando a los soldados a su hijo en lugar del marido. Su postura ética la condujo a asumir una culpa que consideraba generacional, vinculada con la responsabilidad por los acontecimientos históricos que les había tocado vivir.

Monika evoca la vida de Anna, como si tratara de verla con los ojos de la poeta: la miseria material, el sufrimiento amoroso, el dolor de madre, sus pesadillas, el padecimiento cívico. Pero también la fuerza creadora, la voz que no se deja silenciar, el mágico encuentro con Isaiah Berlin y el amor a distancia que generó, un fular blanco que le regalara Marina Tsvetáieva...

Lo más amargo llega entonces:
aquel pasado, lo sabemos, no tiene ya lugar
entre los límites de nuestra vida.


Olvido y Marina

Olvido considera que Marina "fue ante todo poeta, hasta el punto de que sus relaciones amorosas a veces parecen casi pretexto para encender la hoguera de la pasión, del padecer, y de la escritura."[10] Y cita las palabras de Serguéi Efrón, su marido: "Marina es una criatura de pasiones. (...) Lanzarse de cabeza a su propio huracán se ha convertido para ella en una necesidad, en el oxígeno de su vida. Quién sea la causa que desencadene el huracán, no importa. Casi siempre todo está construido sobre el autoengaño. Se inventa una persona y comienza el huracán. Si la insignificancia y las limitaciones de quien ha desencadenado el huracán se descubren pronto, Marina se abandona a una tempestuosa desesperación. (...) Y todo esto a pesar de su inteligencia aguda, fría (puede que incluso cínicamente voltairiana). Las causas desencadenantes de ayer serán ridiculizadas hoy con ingenio y malicia (casi siempre con razón). Todo termina transcrito en un libro." Podemos observar que las palabras de la poeta reflejan con lucidez la vivencia de la pasión como alienación del sujeto en el objeto amado, como experiencia de fusión con el otro y de pérdida de sí misma, como triunfo, en definitiva, de la pulsión de muerte: "Quiero anularme en ti, es decir quiero ser tú. Pero tú ya no existes en ti, ya estás completamente en mí. Me pierdo en mi propio pecho (en ti). (...) Yo no estoy en ninguna parte." Este carácter pasional y absorbente seguramente contribuía a ahuyentar a los objetos de su amor, y le procuraba no pocas dificultades en la vida cotidiana: ebria de los mitos que ella misma construía, le costaba escuchar a los otros, que se convertían así en meros soportes de sus fantasías:

Lo que es para el ojo el arco iris,
lo que es la tierra para el trigo,
es para alguien la necesidad
de otro, en sí mismo.

En el autobiográfico Poema del fin Olvido encuentra densidad psicológica pero también lirismo, reflexión, ironía. El tono es confesional y el lenguaje vivaz:

lágrimas de hombre —tan visibles
pese a la lluvia. Dos llagas,
dos indignas perlas,
infamantes para el bronce
del guerrero. Tus primeras
y últimas lágrimas

Como Ajmátova con Berlin, Tsvetáieva tuvo un encuentro mágico, de carácter epistolar, con Rilke y Pasternak, en el verano de 1926. Rilke, diecisiete años mayor, enfermo y próximo a la muerte, suspende la correspondencia, abrumado al parecer por la exuberancia de los sentimientos de Marina. Nunca llegaron a concretar los encuentros que se proponían, pero la pasión poética y amorosa se desenvolvió en el lenguaje: "El amor vive en las palabras y muere en las acciones; al menos, el amor de los poetas", escribe Tsvetáieva[11]. La mayor parte de su obra se vincula con su vida amorosa, real o imaginaria, convirtiendo al lenguaje poético en soporte simbólico del deseo.

"Figura romántica, asocial de Marina Tsvetáieva —concluye Olvido—; figura inasumible, impensable —sin filtrarla por los variados relatos de la domesticación— para cualquier ideología bienpensante."[12]


Monika y Marina

Monika titula las páginas de su Epílogo dedicadas a Tsvetáieva "La pasión según Marina". Como hiciera con Ajmátova, Zgustova evocará la figura de esta poeta a partir de uno de los lugares en que ha vivido: la montaña de Smíchov en Praga, donde Marina pasó el otoño y el invierno de 1923-24, y vivió la relación que motivó la escritura del Poema de la montaña y del Poema del fin. Es casi como si prestara su cuerpo, su persona, al espíritu de Marina. Y va espigando momentos de la vida de la otra: su ilusorio amor infantil por el diablo, que la hace sentir diferente de los demás, condenándola a la soledad. La paradoja de su refugio en la soledad y la búsqueda del amor, a través de relaciones físicas o epistolares, con hombres y mujeres. La atracción por Serguéi Efrón, de origen judío: "en el repudio a los judíos, como se desprende de unos versos del Poema del fin, veía el destino de los poetas."[13]

Terraplén, foso —¿gueto de élites?—. Sin piedad. Si es éste
un mundo cristiano,
los poetas somos judíos.

Para Monika, Marina fue una exiliada múltiple: primero de Rusia; luego del gueto parisino de los exiliados; el retorno a su país fue un nuevo exilio, y el último fue el suicidio. Monika concluye su comentario dirigiéndose a la poeta: "Has sabido retratarlo, el infierno. El infierno de la incomunicación. El infierno de los sentimientos. El infierno de los seres humanos."[14]

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Notas:

1. Kúdrova I, "Prólogo. Un espíritu orgulloso en el cadalso del siglo XX", en Marina Tsvietáieva, Un espíritu prisionero, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1999, p.19.

2. Citado por Kúdrova, op.cit. p.20.

3. "Prólogo" a El canto y la ceniza, p.9.

4. Vladimir Leonóvich, "Prólogo. Anna de todas las Rusias", en Anna Ajmátova, Réquiem y otros escritos, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2000, p. 23.

5. "Apéndice documental", op.cit., p.188.

6. Citado por García Valdés, "Prólogo", op.cit., p.17.

7. Id., pp. 16-17.

8. Id, p. 12.

9. Monika Zgustova, "Epílogo", en El canto y la ceniza, op.cit. p.264.

10. "Prólogo", p.19.

11. Citada por Ana María Moix, "Epílogo", en Marina Tsvietáieva. Un espíritu prisionero, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1999, p.204.

12. "Prólogo", op.cit. p.29.

13. "Epílogo", en El canto y la ceniza, op.cit. p.283.

14. Id, p. 292.




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Última actualización: julio 2006

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