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Don Quijote: Nihil Obstat.
por Fernando Baquero
Ningún Nihil Obstat aparece encabezando la
Primera Parte del Quijote (1605) como testimonio de la licencia y censura de la
autoridad eclesiástica, en la que se tranquilizara a los lectores acerca de que los
contenidos de la obra no atentaban ni a la fe ni a las buenas costumbres. De
cualquier modo, nadie tiene duda de que los permisos existían y que gracias a
ellos se llegó al Imprimatur; simplemente, se perdieron los originales, o no
llegaron a tiempo, o no hubo espacio para ellos. El Rey, a través de su secretario
de cámara Juan de Amézqueta, da el permiso de impresión en septiembre de 1604, una
vez conocida la opinión favorable del Consejo de Castilla, "por cuanto en el dicho
libro se hicieron las diligencias que la premática últimamente por Nos fecha sobre
la impresión de los libros dispone". Sin embargo, existen Aprobaciones religiosas
el mismo año de la aparición de la Primera Parte, que se incluirán en ediciones
posteriores. Así, en la edición de Geronymo y Juanbautista Verdussen publicada en
1673 en Amberes, editada "con licencia y privilegio", se incluye una Aprobación,
fechada en Valencia el 18 de Julio de 1605, firmada por el Lector de Sagrada
Teología y Definidor Don F. Luys Pellicer, que, por mandato del Dr. Genís Casanova,
Vicario General en el Arzobispado de Valencia y Capellán de su Majestad,
habiendo reconocido el libro, le "parece que no hay en él cosa porque no se deba imprimir,
y que es libro curioso e ingenioso". Dicha Aprobación se recoge de la tercera
reimpresión (pirata) del libro, en Valencia (1605), a cargo de Jusepe Ferrer.
En la Segunda Parte (1615), la aprobación eclesiástica se incluye explícitamente,
firmada por el Doctor Gutierre de Cetina, Vicario General de Madrid. En ella
se indica que, por mandato de los señores del Consejo, ha hecho examinar el libro,
concluyendo que "no contiene cosa contra la fe ni buenas costumbres, antes es libro
de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral".
De hecho, el Ingenioso Hidalgo fue efectivamente examinado por la autoridad eclesiástica, y, aunque desconozco el conjunto de los puntos que suscitaron la censura inquisitorial, parece que, según lo señalado por Francisco Rico, Américo Castro y Rodríguez Marín, se centraron específicamente en cuestiones de detalle. Antonio Freyre, censor de las ediciones de Lisboa (todavía en 1605), en el episodio en que D. Quijote ataca a los clérigos que se llevaban (según el caballero, en contra de su voluntad) a la enlutada señora (probablemente la apacible Virgen de la Soledad), hizo substituir "ensabanados" por "clérigos" (I,52). También, en la crítica a las malas comedias de argumento religioso que hace el cura, en discusión con el canónigo de Toledo (I,48), hizo eliminar la expresión "milagros falsos" para dejarlo en meros "milagros". Siendo esta la única corrección conocida de ese importantísimo pasaje (que sin embargo, como veremos, hubiese podido suscitar problemas de fe a muchos lectores), se puede presumir una inesperada superficialidad, relajación o inconsciencia en la labor inquisitorial. Americo Castro refiere el cambio entre la primera y la segunda edición de Juan de la Cuesta, ambas de 1605, en el que, en en el pasaje de la penitencia de don Quijote (I,26), buscando la forma de hacer un rosario, lo fabrica con nudos hechos en una "gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando". En la segunda edición substituye ese poco decente material por "agallas grandes de un alcornoque, que ensartó.." (EPC, 262). La Inquisición portuguesa también corrigió ese pasaje en 1624. Los censores se fijaron pues en las cuestiones de mero detalle, sin mayor interés, y perdieron la apreciación crítica esencial, que enseguida veremos. Algo mas cerca de detectarla estuvo Antonio Freyre a eliminar de las ediciones lisboetas el diálogo entre don Quijote y el señor Vivaldo, en la que se estima como casi equivalente el mérito y la necesidad de las profesiones de caballero andante o de fraile cartujo (I,13), donde sólo el ejemplo de lo inasequible a los mas puede enseñar a éstos a poner su meta más allá de donde alcancen. Profundizando en esta apreciación, Freyre podría quizá haber caído en la razón fundamental que hubiese podido llevar al enjuiciamiento del Quijote como un libro que podría afectar, con toda la pujanza del pensamiento renacentista, a la credibilidad de las bases de la verdadera religión cristiana. Afortunadamente nadie cayó en ella.
Antonio Freyre hubiese podido preguntarse: ¿cuál es la diferencia esencial entre
la profesión de la fe de don Quijote, basada en el testimonio de los libros de
caballerías, y la profesión de la fe de cada cristiano, basada en el testimonio
de los libros hagiográficos y bíblicos? Si el Quijote desmonta la fe en en los
fundamentos de la Caballería, ¿no quedará también dañada la fe Cristiana? En suma
¿no es el Quijote un libro sobre la fe, sea cualquiera la que ésta sea? ¿Cómo es
posible que, durante muchos años, esta relación, y con ella su riesgo para los creyentes,
haya pasado desapercibida a los inquisidores? ¿O es que, pese a que se apercibiesen de
ella, nadie osó formularla? Creemos que esta es la hipótesis mas probable; la libertad
del inquisidor para inquirir está presa en la cárcel de la dogmática de su ley. La mera
sospecha del inquisidor se convertiría en una acusación contra sí mismo. ¿Cómo atreverse
siquiera a comparar la historicidad y, en general, la verosimilitud de lo que acontece
en los libros de caballerías con la historicidad y verosimilitud de las historias
"sagradas" acerca de gigantes vencidos con honda, de casas que vuelan por los aires
llevadas por ángeles, de murallas derribadas por trompetas, de comida que cae del cielo
como la lluvia, del mar que se hiende ante la vara del caballero ungido, de niños
recompuestos una vez descuartizados, o de la elocuente borrica de Balaán? En un pasaje
del Quijote, en que el Cura y el Canónigo discuten acerca de los libros de caballerías,
y se colocan cercanos a las fábulas milesias, cuentos disparatados que atienden solo a
deleitar, se pone como ejemplo de disparates algunos que no desentonarían en un contexto
religioso:
"Qué proporción de las partes con el todo (puede haber), o del todo con las partes,
en un libro o fábula donde un mozo de dieciséis años da una cuchillada a un Gigante
como una torre..... (o en el que) una torre llena de caballeros va por la mar
adelante..." (I, 47,560).
Pero si, entre los censores, alguien pensó en las similitudes entre los hechos
fantásticos de los libros religiosos y aquellos que aparecen en los de caballerías,
¿cómo atreverse a formular una sospecha que, una vez engendrada y dada la luz, podría
convertirse en el monstruo herético que se trata de domeñar?
Es notable la reacción equívoca de las autoridades eclesiásticas ante las novelas de
caballerías. La Inquisición no adoptó la postura radical de la Sobrina de Alonso Quijano,
que hubiese deseado que, siendo fábula y mentira lo que se dice en los libros de los
caballeros andantes, "sus historias, ya que no las quemasen, merecían que a cada una se
le echase un Sanbenito" (II,6,47). Es cierto, como destaca Sylvia Roubaud, citando a Menéndez
y Pelayo, que, desde finales del siglo XV, moralistas, predicadores y preceptistas
literarios reprocharon a la caballeresca su inmoralidad e inverosimilitud, en algún
caso, con manifiesta hostilidad, como Alejo Venegas, censor consultado por el Santo
Oficio (estudiado por Eisenberg). Sin embargo, y a pesar de la explícita recomendación
en contra de los libros profanos del Concilio de Trento (1545-1563), ningún libro de
caballerías entró en los índices tridentinos entre 1558 y 1640. Quitándoles
importancia religiosa, como si no tratasen en absoluto sobre la fe, se eliminaría
cualquier relación entre su contenido y el de la sagrada religión. Pero una lectura
atenta del Quijote podría demostrar que esta conclusión es demasiado simple.
Se podría definir la fe como la aceptación personal y acrítica de un núcleo
cerrado e independiente de elementos increíbles pero significativos para guiar
nuestra conducta. En cierto sentido, podría considerarse que la fe constituye un
ghetto, o quizá un lazareto, donde se segregan todos los elementos anti-racionales
de nuestra consciencia. En ese sentido, paradójicamente, la existencia de la fe deja
preparado el resto del terreno de los campos del intelecto para los desarrollos
estrictamente racionales, no contaminados por lo no-racional. ¿Cómo es posible
explicar, si no es así, que Emmanuel Kant permaneciese dentro de la fe pietista?
El mismo Kant lo explica: "tuve que desplazar a la razón para dejar lugar a la fe"
(citado por José Ferrater). La fe permite guardar todas nuestras obscuridades en una
cámara cerrada, y dejar límpido y claro el ámbito del resto de nuestra consciencia.
De Don Quijote dirá el Cura: "Cuando no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie
que le juzgue sino por de muy buen entendimiento" (I, 30,335).Una vez que todas las
dudas han quedado aherrojadas en el amurallado recinto de la fe, ya es posible pensar
sin dudas, actuar sin dudas. Es la tesis de Aldous Huxley en "L´ éminence grise";
puesto que el padre Joseph era un hombre de profunda fe, ya le era posible creer sin duda
alguna "que la guerra de los Treinta Años era una buena cosa, que el tipo de política
que había dado lugar al canibalismo, que universalizaba la tortura y el asesinato,
podía ser la expresión total de la voluntad de Dios.." (capítulo 10). Gott mit uns.
La misma razón justifica que las mayores atrocidades de los
hombres se han hecho siempre por personas de fe, por fanáticos, en nombre de Dios.
¿Qué es un fanático? En su Diccionario Filosófico, Voltaire tiene una única entrada
para ambos términos, y para la Real Academia, un fanático es simplemente el que defiende
con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias y opiniones, sobre todo religiosas y
políticas. Pero ¿cómo no se va a defender con tenacidad y apasionamiento la verdadera fe?
¿Cómo se va a defender con tibieza la verdad? Según la definición, todo santo, todo
mártir debe ser un fanático. ¿Es todo fanático un loco, que tiene cerradas las puertas
de la razón? Don Quijote defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento sus
creencias, y por eso es un loco. ¿O quizá simplemente un hombre de fe? Si él es
loco, ¿qué fe tienen los que no lo son? ¿Podría decirse de alguien que tiene fe pero
no es fanático? Aparentemente, ese alguien sería el que no tiene cerradas todas las
puertas del recinto de su fe a la razón; en otras palabras, el que cree ser capaz de
simultanear la fe y la duda, el que, en una expresión imposible, no cree del todo.
Y aun así, no sabemos, y quizá él tampoco, si no mantendrá moradas y castillos
interiores inaccesibles a la pura razón. Probablemente, cuanto mas estrechas sean
esas moradas, más libre, dubitativo y tolerante será su discurrir, y en un punto
llegará a pensar, como Voltaire, que incluso el reducto de la fe es racional:
"A mí me parece evidente que existe un Ser necesario, eterno, supremo e inteligente,
pero eso no es fe, es raciocinio.... ya que la fe consiste en creer, no lo que parece
verdad, sino lo que parece falso a nuestro entendimiento"
(Fanatismo-Fe, Diccionario Filosófico).
En el tiempo en el que se escribió El Quijote, el espíritu humano acababa de
imaginar una forma práctica, probablemente hipócrita, de tolerar la presencia en
la conciencia de lo inmiscible, fe y razón. Uno de las principales aportaciones
utilitarias de la Reforma es la de hacer al hombre un receptor pasivo de la fe.
Puesto que se nos da desde fuera, no es propiamente nuestra, y por tanto no somos
estrictamente responsables de la misma. Este planteamiento proporciona una extrema
libertad, ya que, hasta cierto punto, no es necesario tener fe, sino que es el Espíritu,
Dios mismo, el que cree dentro de nosotros. Nosotros, salvados por la fe instalada en
nosotros, quedamos libres para la racionalidad y para la acción. Religión para los
mercaderes.
Nihil obstat? Si hay en la consciencia humana (no hablamos de la subconsciencia)
áreas cerradas a la razón, el peligro realmente radica en que ese área podría ser ocupada
por cualquier conjunto de creencias, por cualquier fe, sin que ninguna razón pueda justificar
la superioridad de una fe sobre la otra. El propósito de este trabajo consiste en analizar
si El Quijote puede ser concebido como un libro sobre la fe, en el que la fe cristiana es
substituida por la fe en la caballería, y si el desarrollo de la novela tiene por
finalidad real la consideración crítica de las creencias religiosas, en lo que tienen
de absurdo, limitante y ridículo, pero también en lo que tienen de enaltecedor de lo
mejor que los hombres tienen dentro de si mismos. Una observación cínica de muchos
comentaristas de El Quijote, casi un lugar común de la crítica literaria, es la de que
Cervantes escribió (no dicen si milagrosamente) una obra muy superior a su propia c
apacidad como escritor. La clara posición anti-intelectualista de Cervantes le hace
probablemente poco grato a intelectuales y críticos, capaces de explicar paternalmente
al propio D. Miguel los contenidos profundos de su obra. Prefiero, con Américo Castro
(EPC, 280) creer en el "espíritu complejísimo de Cervantes", y que él fue
consciente de las implicaciones que tenía El Ingenioso Hidalgo como desvelador de
la función paidética (pedagógica) de la fe para el desarrollo de la ética en la sociedad
humana. La Caballería es una Religión.
El origen de la religión caballeresca en Alonso Quijano se debe, está, como en
el caso la fe cristiana, en los libros. Como dice Unamuno en su ensayo Cómo se hace
una novela, "todo es para nosotros libro, lectura... somos bíblicos". El
hombre o pueblo religioso es aquél que se sumerge en un conjunto de narraciones, y
se identifica con lo que se dice en ellas, y llega a creer que forma parte de ellas,
y que él mismo es parte de esa historia. Si las narraciones son increíbles, o de sentido
difícil, o llenas de misterios, o de origen incierto, aún suelen considerarse
consideran mas trascendentes y admirables. Expresiones obscuras, como aquella
sobre la que cavilaba Alonso Quijano:
"la razón de la sinrazón, que a mi razón se hace, de tal manera que a mi razón
enflaquece..." (I,1,2),
es una declaración de la búsqueda inútil de la razón en la sinrazón, y del
establecimiento del campo exclusivo de la fe. La complicación y contradicción de esas
fórmulas, que el pobre Alonso "desvelábase por entenderlas y desentrañarlas el sentido,
que no se lo sacara ni entendiera el mismo Aristóteles.." recuerdan a las complicadas
y contradictorias formulaciones teológicas, que llevan el mensaje implícito: como son
incomprensibles, no cabe otra alternativa que creerlas. La aceptación de la propia
insuficiencia abre el camino de la fe; el espíritu queda preparado para la revelación.
En un comentario en la segunda parte, Don Quijote da a entender que su fe procede, como
todas, de una revelación personal:
"Si (a las gentes del mundo) el cielo milagrosamente no les da a entender la verdad de
que los hubo, y que los hay (caballeros andantes)...." (II,18,154).
"Y de serlo yo, doy infinitas gracias al cielo" (II,36,332).
Y así el Caballero pierde la razón y el juicio, esto es, gana su fe, creyendo "..que era
verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había
otra Historia mas cierta del mundo" (I,1,4). Es notable la sorpresa del Cura,
en las antípodas de cualquier autocrítica
acerca del origen de sus propias creencias, cuando llegará a comentar a Dorotea si
"no es cosa extraña ver con cuánta facilidad cree este desventurado Hidalgo todas estas
invenciones y mentiras, solo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus
libros.." (I,30,335). Lo reiterará al comienzo de la segunda parte, diciendo al propio
Don Quijote que en la caballería "todo es ficción, fábula y mentira.."(II,1,12). Sí,
pero no para la fe del Caballero..
A partir de la conversión de Alonso Quijano, aparece el que llena las páginas del libro de Cervantes, convertido ahora en un libro de un hombre de fe, de un santo, San Quijote de la Mancha. Como en cualquier otra fe profunda, la fe de Alonso le lleva a un compromiso personal, deja su casa y hacienda, en símbolo de ocuparse de mas altas metas, y se reviste de un pobre hábito de monje, en su caso, el de caballero andante. Muy pronto iniciará su camino iniciático por soledades y despoblados, hacia la cota mas alta del espíritu y la existencia humana: el Amor, encarnado en una pobre labradora montada en un asno, como el Amor cristiano se encarnó, también cerca de un asno, en el pobre hijo de un carpintero. Como todo santo, todo caballero debe estar enamorado; y si no tiene Amor, como si fuese un cristiano, "no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo" (I,13,98). Muchos Santos hay en el cielo que han empezado como Don Quijote, con la fe y el amor puestos en los libros profanos. El joven San Agustín lloraba a Dido, muerta de amores y "acabada con hierro" (Confesiones, I, 13,21 y 14,23); en el teatro, como si fuese el de Maese Pedro, "gozábame con los que se amaban, cuando todo lo que se hacía era un juego y vana representación, y cuando los amantes se apartaban y el uno perdía al otro, como hombre misericordioso me entristecía.."(Conf. II 2:3), y en general se llenaba de "La dulzura que yo hallaba en las fábulas y narraciones griegas.." (Conf.XIV, 23). Las fábulas y narraciones griegas son los antecedentes directos de los libros de caballerías, a los que tuvo gran afición Santa Teresa (Vida,II,1), de forma, que como Don Quijote, "parecíame que no era malo con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de mi padre. Era tan extremo lo que en esto me embebía, que si no tenía libro nuevo, no me parecía tenía contento". Unamuno ha resaltado el paralelismo entre Don Quijote e Iñigo de Loyola (Vida de Don Quijote y Sancho, cap. II), "muy curioso y amigo de leer libros profanos y de caballerías". Como Don Quijote o Santa Teresa, comenzó a Iñigo a "trocársele el corazón y a querer imitar y obrar lo que leía" (Pedro de Rivadeneira, Vida del bienaventurado Padre Ignacio de Loyola, cap. 1,3,10, aparecida en 1583). ¿Qué le sorbió el seso a San Pablo? Don Quijote llegó a considerar que San Pablo fue "Caballero andante por la vida, y santo a pié quedo por la muerte" (II,58,510).
Una vez en posesión de la fe, todo lo que ocurrirá sólo servirá para confirmarla, y la realidad del mundo no prevalecerá contra ella. La realidad de los molinos "no lo podía ignorar, sino quien llevase otros tales en la cabeza.." (I,8,54). Molinos de la fe, movidos por el viento del Espíritu. Como todo hombre de fe, como todo santo, Don Quijote sale al mundo por la consciencia de un supremo destino personal, de una misión única a cumplir. Sale a convertir un mundo corrupto, donde "triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud.." y restaurar el Reino: "Has de saber que yo nací por el querer del cielo en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro". La Santa Edad, el Edén perdido, aquella "Dichosa edad..." en la que no había tuyo y mío, y la violencia era innecesaria:
"aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir, ni visitar las
entrañas piadosas de nuestra primera madre" (I,11,78-79, y similar en II,1,10).
Y sale por la voluntad de Dios:
"Así, que (los caballeros andantes) somos ministros de Dios en la tierra, y
brazos por los que se ejecuta en ella su justicia" (I,13,96).
Y su Dios en la tierra es Dulcinea, ya que "tomando mi brazo por instrumento... ella
pelea por mí, y vence por mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser" (I, 30,332).
Con la ayuda de su Dama, nada detendrá su esfuerzo, "Yo soy aquél para quien están guardados
los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos" (I,20,169), ni tampoco
su sacrificio:
"sé de los innumerables trabajos que son anexos a la andante caballería,
se también los infinitos bienes que se alcanzan con ella".
No importan las insuficiencias
personales, la fe da la fortaleza para enfrentarse a las limitaciones de la
realidad:
"se dé (vuestra Merced) a entender que es valiente, siendo viejo, que tiene fuerzas,
estando enfermo, y que endereza entuertos, estando por la edad agobiado, y sobre todo,
que es caballero, no lo siendo.." (II,6,48),
dice su Sobrina, escandalizada y admirada de su tío. Nada obsta a Don Quijote para
cumplir su misión, la única misión de su fe y de cualquier otra fe religiosa, hacer de
este mundo un mundo mejor.
Nada, excepto la duda, excepto el ataque de la razón a la fortaleza de la fe. Dubitat Augustinus. hasta San Agustín duda. Cervantes somete a la fe (a la fe de Don Quijote, pero también, creemos a la fe cristiana) al enfrentamiento con las explícitas dudas de Sancho, cuya razón se encoleriza ante la consagración de la imaginación como realidad:
"..no puedo sufrir, ni llevar en paciencia algunas cosas que vuestra merced dice,
y que por ellas vengo a imaginar, que todo cuanto me dice de Caballerías..... que
todo debe ser cosa de viento y mentira, y todo pastraña, o patraña...".
Y ahora discute una cuestión casi sacramental:
"quien oyese decir a vuestra Merced que una bacía de barbero es el yelmo de Mambrino, y no salga deste error en mas de cuatro días, qué ha de pensar, sino que quien tal dice y afirma debe tener huero el juicio".
Don Quijote replica que los encantadores pueden darle la forma de bacía a lo que
real y verdaderamente es el yelmo (I,25,244). La discusión en torno a la famosa
"Duda del yelmo de Mambrino", cuestión que "puede poner en admiración a toda una
Universidad" se prolongará veinte capítulos mas tarde (I,45). Es una de las primeras
veces en El Quijote en que un hombre, en este caso el barbero, externo a la fe del
caballero, finge ver lo que el caballero quiere ver, yelmo por bacía, y lo mismo
confirman el Cura y otros concurrentes. Es una nueva y sofisticada prueba a la fe de
Don Quijote; si incluso los que no tienen fe pueden ver el yelmo, es que los otros
también mienten y denuncian así el fingir del caballero; o quizá es que la bacía es
un verdadero yelmo, en cuyo caso la fe no es necesaria, y la razón basta. Afortunadamente
se plantea un problema alternativo, el de la si una albarda de jumento es o no un jaez de
caballo, y Don Quijote prefiere suspender su fe, escudándose en que en el castillo en
el que moran tan extrañas cosas ocurren que "ponerme yo ahora en cosa de tanta confusión
a dar mi parecer, será caer en juicio temerario". En un alarde de modernidad,
o quizá recordando cómo los Concilios definieron las verdades absolutas, Don Fernando
somete a votación la cuestión de la albarda y el jaez. Al fin, uno de los presentes,
harto de la discusión, da la primacía total a lo que es obvio:
"No carece de misterio
el porfiar una cosa tan contraria a lo que nos muestra la misma verdad, y la misma
experiencia";
cuando un cuadrillero afirma que es albarda ("como su padre?") suscita la cólera
de Don Quijote, que toma el partido de su fe (el jaez de caballo), y tras una refriega,
"la albarda quedó por jaez hasta el día del juicio, y la bacía por yelmo, y la venta
por castillo en la imaginación de Don Quijote". Si se lucha por la fe, es que la fe es
verdadera.
Cuando Sancho le trae noticia, en exceso ruda y objetiva, de Aldonza ahechando dos fanegas de trigo, Don Quijote no niega lo que el escudero ha visto, pero trasmutará la materia:
"Haz cuenta que los granos de aquel trigo eran granos de perlas tocados de sus
manos" (I,31,337).
Al final de la primera parte, Sancho quiere decir, para descargo de su
conciencia, que "aquellos que vienen aquí encubiertos los rostros, son el Cura
y el Barbero.. y, presupuesta pues esta verdad, síguese que (vuestra Merced) no
va encantado, sino embaído y tonto" (I,48,570), pero Don Quijote no cede:
los encantadores les habrán dado esa forma "para que yo vacile en mi entendimiento".
¡El entendimiento de D. Quijote!. El se considera cuerdo, limpio y claro dentro de la
fe, loco fuera de ella; y para ello, tiene que creer en la existencia de los fantasmas
del castillo que le hablan; mas tarde, que tienen la apariencia, solo la apariencia,
del Cura y el Barbero. Es la clásica tentación: si Dios no existe, nada tiene sentido,
no hay entendimiento posible, todo es locura. No basta que Sancho insista
"es posible que vuestra Merced sea tan duro de cerebro, y tan falto de meollo,
que no eche en ver... que en esta su desgracia tiene mas parte la malicia que el
encanto" (I,48,572), y cuando utiliza la prueba suprema "le quiero probar evidentemente
como no va encantado", utilizando un sólido argumento escatológico, incluso
la realidad mas agresiva, Don Quijote le responde con el mas característica y
espiritual confesión de fe:
"Yo sé, y tengo para mí, que voy encantado, y esto basta
para la seguridad de mi conciencia".
Basta con la certeza interior para mantener el castillo de la fe. Pero lo
esencial es que añade un porqué condicional:
"si yo pensase que no estaba encantado..."
(¡posibilidad de la duda!) "y me dejase estar... perezoso y cobarde, defraudando el
socorro que podría dar a muchos menesterosos y necesitados, que de mi ayuda, y amparo
deben tener a la hora de ahora precisa y extrema necesidad".
Esta es la enseñanza crucial: la fe ha de mantenerse (aunque quepa la posibilidad
de que no sea cierta) porque los hombres necesitan del socorro que de la fe se deriva.
Sancho había hecho aflorar sus dudas muy tempranamente en la Primera Parte, y a veces con la indignación del que cree haber sido engañado tras haber adquirido la fe simplemente a través de la autoridad del que se la comunica:
"confieso a vuestra Merced, Señor Don Quijote, que hasta aquí he estado en una grande ignorancia, que pensaba bien y fielmente que la Señora Dulcinea debía de ser alguna Princesa...".
Fe por fidelidad: "creo en Dios porque mi padre me lo dijo", como Kiekegaard.
El ventero tiene igual fundamento de su fe, y ante la sentencia del Cura, que afirma
que "nunca tales caballeros fueron en el mundo, ni tales hazañas, ni disparates fueron
en él", contesta que si no fueran ciertos, no los habría dejado a la impresión
el Consejo Real (I,32,354), y en el mismo argumento insistirá mas tarde el propio
Don Quijote (I,50,582). Fe por autoridad. Sancho está presente, y se acrecientan
sus dudas.. "y quedó muy confuso y pensativo de lo que había oído decir.. que
todos los libros de caballerías eran necedades y mentiras". Por supuesto,
las dudas de Sancho, que mas bien se reviste la fe de otro que la tiene propia,
son constantes:
"tengo por averiguado que esta Señora que se dice ser Reina del gran Reino
Micomicon, no lo es mas que mi madre.." (I,46,544);
y Cervantes aclara que "jamás llegó la sandez de Sancho, a tanto que
creyese... lo de haber sido manteado por personas de carne y hueso, y no por
fantasmas soñadas... como su Señor lo creía" (I,46,547). Sin embargo, Sancho, a
lo largo de toda la historia, adopta la postura típica de la mayoría, esto es, de
fe subintrante, mas mantenida por el interés y sobre todo por los afectos que por
la convicción. Convicción que pierde totalmente cuando su Señor Don Quijote le
refiere que, en la Cueva de Montesinos, vio a Dulcinea en forma de labradora,
como en la floresta de El Toboso. Sabiendo que él mismo había urdido dicha ficción,
Sancho "acabó de conocer indubitablemente que su Señor estaba fuera de juicio, y loco
de todo punto" (II,23,208). Aun así, hasta la hora postrera mantendrá su deseo
de seguir iluminado por la fe que sabe que es falsa, y esperanzar al ya cuerdo
caballero con volver a la caballería y "ser vencedor mañana" (II,74).
Sancho ha llegado donde debe llegar: tiene fe, pero no en la fe, sino en el hombre,
en su Señor Don Quijote.
Los ataques más directos a la fe de Don Quijote proceden, como es lógico, de eclesiásticos, paladines de otra fe. En primer lugar, del canónigo de Toledo, en las postrimerías de la Primera Parte:
"Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra Merced la amarga, y ociosa lectura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio...? Cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo... tanto famoso caballero.. tantas sierpes...tantos gigantes... tantas batallas.. tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerías contienen?"
Y el hombre de fe, el canónigo, adopta una postura racionalista:
"redúzcase al gremio de la discreción, y sepa usar de la mucha que el cielo fue
servido de darle" (I,49,577).
Pero, con una imprudencia que expresa su radical inconsciencia, añade:
"Y si quiere todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer libros de
hazañas y de caballerías, lea en la sacra Escritura el de los Jueces, y allí hallará verdades grandiosas, y hechos tan verdaderos como valientes".
En efecto: Judá y Simeón hirieron a diez mil hombres, Samgar, utilizando una
aguijada de bueyes, mató a seiscientos filisteos, allí un ángel saca fuego de una
peña, el rocío del campo se dirige y condensa en un vellón de lana; Sansón nace
de madre estéril, y fue el caballero que despedazó a un león como si fuese un cabrito,
sin tener nada en su mano; el que mató a mil enemigos con la quijada de un asno, el que
tenía su fuerza concentrada en su cabello, y el que hundió con su fuerza las columnas de
la casa de los filisteos. La respuesta de Don Quijote, después de haber escuchado
atentísimamente, demuestra que ha interpretado perfectamente lo que el canónigo le
dice:
"Que me habían hecho mucho daño tales libros, pues me habían vuelto el juicio...
y me sería mejor hacer la enmienda y mudar de lectura leyendo otros mas verdaderos..".
Y ataca con la razón esencial: ¿por qué mis libros son menos verdaderos que los
suyos, por qué fe es mejor que la tuya? "Pues yo... hallo por mi cuenta que el sin
juicio y el encantado es vuestra Merced" (I,49,578), y considera blasfemia
(agresión a lo sagrado) que el canónigo ponga en duda algo "tenido por tan verdadero",
y utiliza casi un argumento teológico al afirmar que decir que "Amadís no fue en el
mundo....será querer persuadir que el Sol no alumbra, ni el hielo enfría, ni la tierra
sustenta" (I,49,579). Al comienzo de la Segunda Parte, llegará a decir que
"estoy por decir que con mis propios ojos vi a Amadís de Gaula" (II,1,12), al
modo que tantas apariciones se han visto desde los ojos de la fe cristiana. Incluso
señala que gigantes los hay no solo en los libros de caballerías, sino en los libros
de la fe del Cura:
"La Santa Escritura, que no puede faltar un átomo en la verdad,
nos muestra que los hubo, contándonos la historia de aquel
filisteazo de Goliat...." (II,1,12).
El segundo ataque eclesiástico a la fe de Don Quijote se produce en la Segunda
Parte, y por boca del Eclesiástico que atendía espiritualmente a los Duques.
Dirigiéndose al Caballero, le espeta brutalmente:
"Y a vos, alma de cántaro, quién
os ha encajado en el cerebro que sois caballero andante, y que vencéis gigantes, y
que prendéis malandrines?.. dejad de andar vagando por el mundo papando viento, y
dando a reir a quien os conocen, y no conocen" (II,31,279).
Don Quijote se puso en
pie con alborotado rostro, y respondió lo que se refiere en el capítulo II,32.
En este caso la respuesta se basa, desde la estatura moral del Caballero, en una
justificación de la fe por las obras. En primer lugar, el Eclesiástico no conoce
su fe:
"no es bien que sin tener conocimiento del pecado que se reprehende, llamar al
pecador sin mas ni mas mentecato y tonto".
Además, la Caballería no busca "los regalos
del mundo, sino las asperezas, por donde los buenos suben al aliento de la inmortalidad",
el Caballero es "enamorado", sus "intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que
son hacer bien a todos, y mal a ninguno" (II,32,281). La angosta senda del Caballero
no es de los que van por "el ancho campo de la adulación soberbia, otros por el de la
adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa, y algunos por el de
la verdadera religión". El Caballero es el que convierte su fe en acción, en buenas
acciones. Por sus obras los conoceréis, y por sus obras se justifica su fe.
Hemos hablado de los ataques exteriores a la fe de don Quijote, pero aún no de los interiores. Una de las aspectos mas conmovedores y profundos para el lector de Don Quijote de la Mancha es la cuestión de si el Caballero de la Triste Figura mantiene siempre la fe sin ninguna duda, o si tiene en algunos momentos atisbos de dudas, y toda su fe es una verdadera fe heroica, siendo ésta la que a toda consta quiere preservarse y creerse contra la razón como un imperativo moral. En una de las novelas intercalada en El Quijote, la de El Curioso Impertinente, Cervantes parece recomendar que para guardar la fe mas vale no someterla a prueba:
"Si el cielo te hubiese hecho... posesor de un finísimo diamante, de cuya bondad
y quilates estuviesen satisfechos cuantos lapidarios le viesen... y tú mismo lo creyeses
así, sin haber otra cosa en contrario, sería justo que te viniese en deseo tomar aquel
diamante y ponerle entre un yunque y un martillo, y probar...s i es tan duro y tan fino
como dicen?... y si se rompiese, no se perdía todo?" (I,33,367).
Don Quijote es un ser profundamente honesto, que debe ser tentado por la razón.
La seducción de la razón podría estar encarnada por Marcela. ¿Era la pastora Marcela la
voz de la Razón, por oposición a Crisóstomo, la voz del Sentimiento puro? Levantada en
su clara hermosura, como Minerva, en la cima de un alto risco, sobre la negra sepultura
del apasionado Crisóstomo, proclama su origen natural, "conservo mi limpieza con la
compañía de los árboles", su libertad e independencia, "tengo libre condición, y no
gusto de sujetarme", su veracidad, "no engaño a nadie" y su carácter trascendental,
ya que sus deseos son sólo de "contemplar la hermosura del cielo, pasos con los
que camina el alma a su morada primera" (I, 14,113). Si es así, la Razón, en
su hermosura, tentó en dicho instante al loco D. Quijote, que "determinó de ir a
buscar a la pastora Marcela, y ofrecerle todo lo que él podía en su servicio" (I,14,115)...
aunque no le avino como él pensaba. Tentado por la razón, y consistente con su honradez
personal, lo primero que hace en la Segunda Parte es comprobar la existencia de
Dulcinea, encaminándose a El Toboso:
"Es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño",
dirá después Don Quijote (II,11,89), pero tampoco en la linde de aquel encinar,
junto al gran Toboso, perdió el caballero su fe, diamante duro como mil piedras.
Cervantes sugiere en algunos pasajes que Don Quijote puede ser en ocasiones
consciente de la debilidad de los fundamentos de su fe, y por tanto de la veracidad
de sus actos. En el comienzo de la penitencia de Don Quijote, a imitación de Beltenebros,
dice:
"comenzó a decir en voz alta, como si estuviera sin juicio..." (I,25,245).
"No estás tu mas cuerdo que yo" le hace decir en una posterior
conversación con Sancho (I, 25,256). Don Quijote es consciente de que su fe,
y todo lo que por ella hace, puede ser considerado falso por otros, y así
insiste:
"te hago sabedor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino
de veras, porque de otra manera sería contravenir a las ordenes de caballería...".
Es un punto esencial del pensamiento religioso de los hombres: si lo que hago es
verdad, es verdad la fe por la cual lo hago. Justificación de sacrificieros y
flagelantes. Don Quijote lo hace de verdad, para hacer verdad su fe. La fe se
justifica por lo bueno que de ella se deriva, y este es el principal mandamiento
del Quijote.
¿Duda Don Quijote? "Hay mucho que decir, en cuanto si son fingidas o no las historias de los andantes caballeros" dice al del Verde Gabán. Y cuando éste pregunta "¿pues hay quien lo dude, que no son falsas las tales historias?", Don Quijote replica: "Yo lo dudo" (II,16,130). Al ver como es tratado en la casa de los Duques, Cervantes señala:
"y aquel fue el primer día que de todo en todo conoció, y creyó ser Caballero andante
verdadero, y no fantástico..." (II,31,271).
Se atreve, en presencia de Sancho, a preguntar por la verdad a la mágica
Cabeza Parlante:
"Fue verdad, o fue sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de
Montesinos..?".
La Cabeza responde —como corresponde— con mucha cabeza:
"Hay mucho que
decir, de todo tiene...". (II,62,554).
¡Inteligente respuesta! De todo tiene la fe, verdad y sueño, sueño y verdad.
Don Quijote sabe que Dulcinea es una campesina, pero esa campesina, para lo que
él pretende, vale tanto como la mas alta princesa:
"Así que, Sancho, por (para)
lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la mas alta princesa de la
tierra" (I,25,252).
Y dice con claridad, con la pura luz de su razón:
"Piensas tú que
las Amariles, las Files, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Alidas...
fueron verdaderamente Damas de carne y hueso..? No por cierto, sino que las se
las fingen, por dar sujeto a sus versos, y porque los tengan por enamorados, y
por hombres que tengan valor para serlo" (I,25,253).
Tampoco los héroes, o los santos, fueron como se les pinta. ¿Cómo fue la verdadera
vida de los santos, y cómo aparece en los libros de vidas de santos? Los santos para
don Quijote son San Amadis, o San Belianis, o los mas antiguos Ulises o Eneas. Los
hagiógrafos, como Homero, al hablar de sus santos, lo hicieron, según Don Quijote,
"no pintándolos, ni describiéndolos como ellos fueron, sino como habían de ser, para
dar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes" (I,25,241). Mas tarde dirá:
"No fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe
Homero" (II,3,24).
La fe, para lo que pretendemos, vale tanto como la verdad. Siempre,
junto a los milagros, hay industria, pero bendita sea si, como dijo Don Quijote al
bendecir a Basilio y Quiteria,
"se hace para conseguir el fin que se desea, como no
sean en menoscabo y deshonra de la cosa amada" (II,21,187).
Pero en la fe, ¿no se trata
finalmente de conseguir el amor?. ¿Que mas alto fin para justificar la fe?
La fe puede ser fingida para "dar sujeto a los versos", porque nos tengamos por
religiosos, para ser caballeros cristianos, pero sobre todo para imaginar mis deseos:
"píntola (a Dulcinea) en mi imaginación como la deseo" (I,25).
La fe, para lo que
pretendemos, vale tanto como la verdad. El mismo tema central, ¿existe o no Dulcinea?
se reitera en la mas profunda declaración del Caballero, en la Segunda Parte, al ser
amablemente requerido por la Duquesa, que, habiendo leído la Primera Parte, le dice
que dicha lectura se colige que
"nunca vuestra Merced ha visto a la Señora Dulcinea,
y que esta Señora no es en el mundo, sino que es Dama fantástica, que vuestra Merced
la engendró, y parió en su entendimiento, y la pintó con aquellas gracias y perfecciones
que quiso". (II,32,289).
Siendo la Dama es el Dios de la fe del Caballero, ¿cómo es posible
que los censores no comprendieran la correspondencia entre la generación, mediada por el
profundo deseo, de la Dama, de sus gracias y perfecciones, y la que podría así sospecharse
de las figuras que son sagradas para los cristianos? Y la profunda respuesta, siempre
veraz, de Don Quijote, es:
"Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica:
y estas no son cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo".
Pero ¡qué importa!; para lo que él pretende, es real, "puesto que la contemplo
como conviene", y además, esa figura atesora todas las cualidades y virtudes admirables
en el ser humano, por las que vale la pena vivir y morir; y ellas si que ciertamente
existen. Así, "Dulcinea es hija de sus obras" (II,32,290). Todo un compendio de Teología.
Una cuestión esencial para los inquisidores hubiese podido ser si la posesión de una fe
es, incompatible, o difícilmente compatible, con una fe distinta, incluso si ambas aspirasen
a conseguir el mismo mundo mejor. En particular, en la Primera Parte del Quijote, el
Ingenioso Hidalgo parece haber dejado al menos en un segundo plano la fe católica, dando
la prioridad a su fe de caballero. Un caminante, comentará a Don Quijote que le parece
muy mal de los caballeros andantes, que, en ocasión de acometer una grande y peligrosa
obra o aventura, en vez de acordarse de encomendarse a Dios, lo hacen a sus damas, y
"con tanta gana y devoción como si ellas fuesen su Dios" (I,13,97). En su
respuesta, D. Quijote confirma la subordinación del Dios de la religión a la Dama,
Dios del Caballero, contestando secamente que para encomendarse a Dios "lugar
les queda para hacerlo en el discurso de la obra", de forma simétrica a como
lo haría un cristiano que además fuese caballero, encomendándose primero a Dios y,
en el discurso de la obra, a su dama. Mas tarde, cuando la rubia Dorotea (la de pierna
de blanco alabastro) le pide a Don Quijote le conceda un ruego, él pone solo salvaguarda
para su Rey, su Patria y su Dama:
"Os lo concedo.. con que no se haya de cumplir en daño o mengua de mi rey, de mi
patria y de aquella que de mi corazón y libertad tiene la llave" (I, 29,316).
La Dama es el Dios del caballero. Cuando Don Quijote explica a Sancho que
los caballeros deben servir a su Dama "sin que se extiendan mas sus pensamientos que a
servirla por solo ser ella quien es, sin esperar otro premio..", la religiosidad de la
fórmula no se le escapa al mismo Sancho:
"Con esa manera de amor, dijo Sancho, he oído yo predicar que se ha de amar a nuestro Señor,
por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena" (I,31,343).
Rara vez, en efecto, en esta Primera Parte Don Quijote hace mención a Dios o la Virgen,
y alguna vez de forma equívoca, como cuando dando palmadas en las ancas de Rocinante,
dice:
"Aún espero en Dios y en su bendita madre, flor y espejo de los caballos..." (I,49,575).
¿Caballos? Francisco Rico mantiene la palabra, como si no fuese un error. Sin
embargo, cuando la Virgen se convierte en una hermosa Dama atribulada, Don Quijote
acude presto en su ayuda, precisamente en lo que hubiese podido ser su última aventura
(I, 52,602), de no haber sido por el maligno Avellaneda.
¿Alguien señaló quizá a Cervantes, con motivo de estas inconsistencias, la
falta de una clara profesión de fe católica en el Don Quijote de la Primera Parte?
Al comienzo de la Segunda, y luego de que Sancho proclame solemnemente su fe:
"Cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y
verdaderamente en Dios, y en todo aquello que tiene y cree la Santa Iglesia Católica
Romana." (II,8,63),
Don Quijote, menos solemnemente, señala que las obras de los andantes caballeros
"no han de salir del límite que nos tiene puesto la Religión Cristiana que profesamos"
(II,8,65), y parece aclarar algo después que los caballeros deben hacerse sobre cristianos.
Catolillería o Caballolicismo, o como prefiere Unamuno (VQS,50), Caballería Celestial.
El Ingenioso Escudero Sancho, con su clara inteligencia, insistirá de nuevo con Don
Quijote en el punto crucial: ¿es la Caballería una fe alternativa al Catolicismo? Y
para ello no elude la pregunta clave: ¿Es mejor ser Santo o Caballero? "Dígame agora,
cuál es mas, resucitar a un muerto o matar a un Gigante?" (II,8,67). Y
ademas la fama es mayor para "el que resucita muertos, da vista a los ciegos,
endereza a los cojos y da salud a los enfermos..". Don Quijote, aun dando
la preeminencia a los santos resurrectores y sanadores, afirma primero la distinción:
"muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cielo", y concluye
solemnemente: "Religión es la Caballería" (II,8,68). La Caballería es una Religión.
En un pasaje de la Segunda Parte, Don Quijote se expresa de una forma muy distinta a lo que se señaló en la Primera, al explicar, por orden, las causas por las que un varón prudente (¿por qué no dice un caballero?) ha de desenvainar su espada: por defender la fe católica, por defender su vida, por defender su honra, la de su familia y hacienda, y por defender a su rey y a su patria. Y el resto de razones, "hay que tomarlas por niñerías, y cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta" (II,27,247). Sancho reconoce inmediatamente la ortodoxia de la declaración: "El diablo me lleve si este mi amo no es Teólogo...". ¿Donde ha ido a parar la Dama del Caballero? Afortunadamente, aunque estemos en la más prudente Segunda Parte, "la sin par Dulcinea del Toboso no puede ser olvidada, ni en Don Quijote puede caber olvido" (II,59,526). En su lance final con el Caballero de la Blanca Luna, Don Quijote se encomienda, de forma sincrética, "al cielo, de todo corazón, y a su Dulcinea, como tenía por costumbre al comenzar las batallas que se le ofrecían" (II, 64,580). Pero el Caballero es derrotado, y con su invencibilidad también es derrotada su Dama, su Dios. Como hacen los hombres de fe, que siempre atribuyen a Dios sus éxitos, pero jamás sus derrotas, Don Quijote atribuirá su derrota a su personal falta, en este caso de previsión, pues no comparó el grandor del caballo de su enemigo con la flaqueza de Rocinante, aunque también cree que la derrota responderá a la particular providencia de los cielos (II,66,589). Pero un caballero vencido ya no es un Caballero; "justo castigo del cielo es que a un caballero andante vencido le coman adivas, y le piquen avispas, y le hollen cerdos" (II,68,604). Con su cuerpo su fe ha quedado quebrantada, aunque seguirá esperando, ya con poca esperanza, "por ver si en el camino topaba ya desencantada a Dulcinea su señora" (II,72,634), y en esta esperanza llegó a su aldea. A la vista de la misma, Sancho Sacerdote, hinca sus rodillas en el suelo y solemnemente proclama lo que es la conclusión, casi crística, de toda la historia sacrificial del caballero:
"Recibe a tu hijo Don Quijote, que si viene vencido de brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede.." (II,72,635).
Surgen los presagios de la desaparición de Dulcinea. Se oye la voz de un muchacho:
"No te canses, Periquillo, que no la has de ver en todos los días de su vida..."
y Don Quijote, dramáticamente, sabe que "quiere significar que no tengo de ver
mas a Dulcinea?" (II, 73,636). En un último símbolo, y en la forma de las Metamorfosis,
Dulcinea se trasmutará en liebre, que, temerosa de los cazadores, se recoge a los pies
del rucio de Sancho. "Liebre huye, galgos la siguen, Dulcinea no parece", dice Don Quijote.
Y Sancho, casi Don Quijote, interpreta:
"Supongamos que esta liebre es Dulcinea... ella
huye, yo la cojo y la pongo en brazos de vuestra merced.."
Y así lo hace. Así llega
Dulcinea a los brazos de Don Quijote (II,73,637). La liebre es un simbolo divino en
la edad media (Lipffert, Symbol-Fibel, p.30). Pero ya es tarde, la fe se ha ido, y
Don Quijote se la entrega (¡se la entrega!) a los cazadores. Todo está consumado.
Don Quijote, que también es la liebre, siempre perseguida, siempre libre y
al fin vencida, aún tiene un último pensamiento para su Dama en busca de otra fe,
pintándola en una última oración como pastora Dulcinea, "sujeto sobre quien puede
asentar bien toda alabanza, por hipérbole que sea" (II,73,639), quizá pastoreando
en los verdes campos del Eden. Todo está consumado. Don Quijote conviértese de nuevo
en el buen hidalgo Alonso Quijano, que muere en paz, en su recuperada fe cristiana.
Como dice el Escribano, "nunca había leído en ningún libro de Caballerías que ningún
caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como
Don Quijote.." (II,73,647). Es curioso que el Escribano crea que el que ha
muerto es Don Quijote. Ha muerto como un hombre de fe, de cualquier fe, de todas
las fes, esto es, como un hombre que cree que el hombre puede ser mejor que lo que
es, es suma, como un hombre bueno. Es igual la fe, sólo importan las obras del hombre
que tiene la fe, parece decir Cervantes.
La fe, cualquier fe, se justifica por la obras. Dice Don Quijote:
"Es muerta
la fe sin obras" (I,50,586).
Y Don Quijote, en su fe, y en cualquier fe, ha sido un
santo, sin que en él quepa jamas la mala voluntad:
("Perdonadme fermosas damas, si algún desaguisado, por descuido mío os he hecho,
que de voluntad y a sabiendas, jamas le di a nadie"(I,47,553)), valedor de
la hermandad universal ("de la caballería andante se puede decir lo mismo que
del Amor se dice: que todas las cosas iguala", y "no es un hombre mas que otro,
sino hace mas que otro" (I,18,155)), consuelo de los que menos tienen, yendo
"en ayuda de los flacos y menesterosos.."(I, 13,95) y "de los afligidos y
desconsolados" (II,36,331), sin juzgar, sino sólo "poniendo los ojos
en sus penas y no en sus bellaquerías" (I,30,324). Y en suma, como dice
Sancho:
"no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna... y por
esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón.." (II,13,105).
Y todo esto el lo atribuye a su fe:
"de mí se decir que después que son caballero andante, soy valiente, comedido,
liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de
trabajos, de prisiones, de encantos..." (I,50,585),
rogando "Que el cielo les de a entender cuan provechosos, y cuan necesarios
fueron al mundo los caballeros andantes los pasados siglos, y cuan útiles fueran en
el presente" (II,18,154). ¿Es falsa la fe de Don Quijote, pues ha dado tales frutos?
La fe de Don Quijote ha de ser necesariamente verdadera, ya que si no lo fuese, Don
Quijote mentiría, y, como dirá Cide Hamete Benengeli de tan noble caballero,
"Pensar yo que Don Quijote mintiese... no es posible, que no dijera él una mentira
si le asaetearan" (II,24,211). Dejemos concluir a Maese Pedro con la máxima evangélica:
Operibus credite, et non verbis (II,25,230).
No creamos en las palabras, o en los libros, sino en las obras. Nuestra fe
puede basarse en mitos, en leyendas, puede basarse en industrias y mentiras, pero
se harán verdaderas si sirven para el bien. En las postrimerías de la Primera Parte,
el inteligente Cura hace una justificación de los libros de caballería:
"Hallaba en ellos una cosa buena...".
Que podían dar ejemplo de "todas aquellas acciones que pueden hacer
perfecto a un Varón ilustre" (I,46,563). Como al Cura ¿bastó esto a los inquisidores?.
Creo que Cervantes, en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, y en una
perspectiva inequívocamente erasmista, al poner de manifiesto la torpe urdimbre y
la irrealidad de los fundamentos de los libros de caballerías, hacía simultáneamente
crítica de los fundamentos de las historias religiosas, y permitía así la emergencia
del humanismo a partir de las obscuridades medievales. Pero al mismo tiempo, Cervantes
salva la fe, la de la caballería o la fe cristiana, porque aunque esté basada en la
imaginación y la irrealidad, se hace cierta en los hombres que intentan creer en ellas,
y son ellos, los hombres buenos como Don Quijote, los que dan la imagen mas excelsa de
la humanidad, y el mejor ejemplo posible a todos los hombres, cristianos o gentiles.
Nihil obstat.
Nota final
Los planteamientos de este trabajo pueden ser basados de forma mas firme con
la consideración de los datos e hipótesis de varios autores acerca del pensamiento
de Cervantes en el contexto de las ideas filosóficas y religiosas del siglo XVI, y
que no hemos considerado imprescindible incluir aquí. Las citas de El Quijote se han
tomado de la edición de 1673 de la casa de Geronymo y Juanbautista Verdussen, en
Amberes, y corresponden con exactitud a los capítulos de la edición crítica de Francisco
Rico, que también hemos utilizado.
Texto, Copyright © 2005 Fernando Baquero.
Todos los derechos reservados.
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