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La invención de la intensidad. Sobre la ceremonia del beber y el festejo de pensar
por Gabi Romano
Foro de pensamiento "errans sophia"
...que otros en tu Leteo beban un triste olvido;
yo busco en ti las fiestas del fervor compartido.
Sésamo con el cual antiguas noches abro
y en la dura tiniebla, dádiva y candelabro.
Vino del mutuo amor o la roja pelea,
alguna vez te llamaré. Que así sea.
Jorge Luis Borges - Al Vino
Los dionisíacos actos del beber
Antigua y declaradamente helénica ha sido la preocupación por
anudar la voluptuosidad del pensamiento con el don de la sensorialidad y el arte del
beber. Pero aquellos fueron tiempos en que las identidades de los co-pensantes y
co-bebedores se amalgamaban en la comensalía ritual dentro de una reglada dietética
de vida cuyo pautado juego se hallaba fuertemente amarrado a aquello que Foucault
nominara como "la cultura del cuidado de sí". Los griegos, principalmente
la intelectualidad ática, dejaron explícitos testimonios acerca de las reglas de la
mesura y la temperancia que debían regir a la hora de beber, pues toda intemperancia
atentaba contra el objetivo del buen pensar y el correcto razonar en el camino hacia
la "buena y bella" Verdad.
Distintos, mas no distantes, los persas y pueblos bárbaros poseían costumbres
en extremo relajadas y desbordadas que alejaban toda posibilidad de poner en
práctica ideales apolíneos en torno a las ceremonias y fiestas del comer y/o
del beber. Por tomar una de las tantas fuentes imprecisas que rondan sobre el
tema, son los relatos mitológicos los que señalan que algunos pueblos que
habitaban la región sur del mar Caspio tenían barbárica costumbre consistente,
ni más ni menos, que en participar activamente del ritual de abrirse las venas
de la frente para mezclar la sangre que manara de la herida con el vino en prueba
de vasta amistad. Pero también en la literatura homérica hay testimonios del rol
vinífero más allá de la mesa y crateras. Así es que el íntegro Héctor en el canto
VIII de La Ilíada alude al vino en su discurso de incitación a la acción guerrera:
"Dijo, y exhortó a sus caballos con estas palabras: -¡Janto, Podargo, Etón, divino Lampo! Ahora debéis pagarme el exquisito cuidado con que Andrómaca, hija del magnánimo Eetión, os ofrecía el regalado trigo y os mezclaba vinos para que pudieseis, bebiendo, satisfacer vuestro apetito; antes que a mí, que me glorío de ser su floreciente esposo. Seguid el alcance, esforzaos, para ver si nos apoderamos del escudo de Néstor, cuya fama llega hasta el cielo por ser de oro, sin exceptuar las abrazaderas, y le quitamos de los hombros a Diomedes, domador de caballos, la labrada coraza que Hefesto fabricara. Creo que si ambas cosas consiguiéramos, los aqueos se embarcarían esta misma noche en las veleras naves."
Entonces, el vino como sello de la philia entre pilosos bárbaros, el vino como
obsequio que debe ser recompensado con la valentía del guerrero, o el vino como bebida
de dioses y regalo del desenfrenado Dionisos a los finitos, rutinarios y angustiados
mortales. El vino mítico-dionisíaco era bebido en las bacanales por los devotos e
iniciados del dios de la embriaguez. Representando en el acto de su ingestión y en
la algarabía de sus corpóreas consecuencias toda la potencia plena de estar vivo...
o de ser capaz de matar y morir. La historia de Dionisos, desde su retorcido nacimiento
hasta que entra en pleno contacto con las vides, el mosto y la uva fermentada, es una
particularísima historia cargada de relatos vigorosos, casi surreales. Su contacto
con las ninfas, con la locura y los abismos de la irracionalidad va acompañado de
orgiásticas bacantes que lo muestran una y otra vez asociado a la hipnótica belleza
del derroche y la demasía. Contrapersonaje si los hay de la cuidadosa moral
aristotélica, Dionisos es el anfitrión de la danza en llamas y la fiesta de
los sentidos, en la que las ménades sacuden por igual panderos, tamboriles,
coronas de hiedras y pámpanos, tirsos, velos y senos. No me detendré en el trascendental
encuentro con Ariadna, remito a la preciada lectura que Deleuze efectúa del
i. Me interesa reconducir al tema de las ménades báquicas, pues son ellas, en su
desenfreno avasallante, las que ponen al desnudo no sólo torsos y partes pudendas,
sino las desnudeces de una emocionalidad extrema desordenante y opuesta al poder
organizado de la razón. ¿Demuestra acaso el mito del dios de la ebriedad la incapacidad
racionalista de los postulados del autodominio, o se trata de la inevitable tragedia
paradójica que acaece para quien pretende que podrá contemplar sin consecuencias el
dolor desde el "monte del silencio"?ii
Lógicamente, el culto pagano al dios tracio es bien ajeno al "culto" del autogobierno
pregonado por los aristócratas atenienses o del ideal de moderado "justo medio", contención
y cordura estimulado multireferencialmente por la dupla Sócrates-Platón. Antes bien el
acto dionisiaco se interna en lo insondable y lo gozosamente temido, tratando de dar en
el blanco movedizo de la profundidad caótica que nos habita a través de la lúdica
—trágica— de la ebriedad. La fragilidad de las emociones, la inquietud
de nuestras pasiones, la sinrazón de nuestro destino quedará fijada prematuramente
por el dionisismo griego mucho antes de que la posmodernidad nos bañe con sus
desfundamentaciones veritativas.
Debieron pasar más de una veintena de siglos para que Nietzsche recuperara el
carácter axial de la estética dionisíaca en la subjetividad y el pensamiento, lo que
es lo mismo que decir, con la totalidad del estado de lo viviente. Recordemos que el
ideal estético apolíneo apelaba a la belleza armónica como modo de redimir el dolor
ante el horror de la existencia. El anhelo de forma, con sus apelaciones a la mesura
y la serenidad, será contrastado con la pasional euforia dionisíaca en la que la
danza, en su embriaguez extrema conducente a los más desconocidos estados del éxtasis,
trasmuta el dolor bailando la desesperación. Fundido, suturado junto a la sustancia
del existir, la eticidad vira, transfigura en estética en los estados de embriaguez
dionisíaca más cercanos a lo onírico y no por ello menos reales. El sujeto dionisíaco
se afirma en el suelo móvil de las sensaciones físicas inmediatas, olvidado ya de
toda noción de identidad como individualidad concisa y autoconsciente, e invencionando
desde esta realidad transmutada, signos inéditos para dar cuenta de sí. Disolver la
voluntad autoafirmante de un sujeto plenamente conciente implica interpelar (a veces,
no sin peligros) a otras dimensionalidades de lo real, desapegarnos de nuestra férrea
y miope philautía, y entrever tanto líneas de fuga como enquistadas dependencias.
Las culturas paganas bien sabían de la posible juntura entre sabiduría-poder-placer
que el estado de ebriedad cognitivo podía generar. La ebriedad abisma; pero, al mismo
tiempo, si es capaz de instituirse en instrumento de auto-cognición y sapiencia, lo
hace a expensas de hacer de ella una bella arte.
La ebriedad es la puesta en escena de un tiempo-espacio lúdico consigo mismo,
lo que equivale a decir "con los múltiples otros" que nos habitan aún, amordazados
detrás de nuestras máscaras pretendidamente unarias más frecuentes y funcionales.
La ebriedad coincide con la escena dionisíaca en la invitación a borrar el ancla
del puerto de las convenciones y etiquetas, para permitirnos zarpar hacia la
travesía abisal del atreverse a lo voluptuoso, de hallar una puerta de ingreso
al placer sensorial, de aprender a habitar en la sagrada estancia de una alegría
catártica por haber burlado una vez más la última certeza que los tiempos post- no
logran desvanecer: la certeza de sabernos, al decir de Heidegger, seres para la
muerte. Celebramos la vida sabiéndonos indefectiblemente mortales.
La celebración del placer de pensar
Desde la licencia para el beber, que es oportunidad para la fiesta y la libertad
de un cuerpo que goza y se agasaja a sí junto a otros, interpelamos a las múltiples
formas del régimen de las aphrodisiaiii. Las aphrodisia (en tanto forma de vínculo,
modo de crear contacto, acciones, gestos y comportamientos que procuran alcanzar diversas
formas del placer) nos re-ligan, de allí su indisimulable parentesco con el ritual,
la ceremonia y las espacialidades espirituales. Los altares —paganos o no— son, de
algún modo, formas devenidas y devinientes de la mesa y el lecho. En ellos
sostenemos los ritos de la alimentación, en ellos se dan cita los ciclos del
nacimiento o la muerte, en ellos se gesta y se sacrifica, en ellos se convalece
tanto como se apagan las sedes. Pero también en camas-mesas que viran altares,
se reflexiona, se lee, se piensa, se trama, se habla y se enhebran discursos,
mentiras, ficciones y sueñosiv. Se dice que Alejandro de Macedonia dormía con
La Ilíada bajo la almohada, en la misma cama en que trazaba próximas postas-conquistas
de su imperio, y en el mismo sitio en que bebiendo a lo persa desvirgaba bellas
doncellas (o queridos efebos) dispuestas a satisfacer los deseos del magno. Bien
lejos estaban tales actos intemperantes que hacían la comidilla y sanciones de
los decentes de Atenas que no cesaban de proclamar, contra tan denostado ejemplo
de juventud ambiciosa, fornicación y exceso, la lógica de la medida, el cálculo y
la templanza que debían llevar como insignia los gobernantes.
"El beber vino puro
y el exceso del mismo, eran dos motivos de difamación accesibles a todos en el
mundo helénico, ya que iban en contra de los ideales éticos del dominio de la
propia persona y de la moderación"[v].
Esta observación es también aplicable al
ámbito romano donde las sanciones poseían una severidad marcada, pese a la larga
lista de grandes bebedores célebres, que no excluye a las ilustres ebrietas
reprochadas a Marco Antonio o al generalísimo Tiberio. Pero señalemos asimismo
que las sanciones, prohibiciones prescripciones, y por ende, la distribución
misma de las licencias y permisos estaban de todos modos sometidas a la desigualdad
patriarcal. Valga como ejemplo el hecho de que a las matronas romanas les estaba
severamente prohibido el consumo de vino: la pena prevista por "tamaña" trasgresión
era inicialmente la muerte, aunque desde el II siglo a.C., se redujo a una multa
o a una retención sobre la dotevi. Asimismo, es destacable el hecho de que entre
los romanos existieran espacios públicos en los que se servía vino, especialmente
las tabernae (llamadas también diversorium) y los propinae (bares de esclavos).
El "vino-tormenta" (tomando palabras de Enrique Marívii),
el de las odres pesadillescas sin nomos ni finalidad sería agrupable con el vino-festín,
invitante a la orgía, la tristeza, el drama o incluso la hybris capaz de arrastrar
al poseso hasta el arrebato homicida. Tanto el vino-tormenta como el vino-festín
se desaproximan conceptual y prácticamente del beber celebratorio, pues aquellos
se alejan de éste al desviar de un tan posible como deseable devenir inocente y
recompositivo del sujeto particular con lo colectivo grupal (recomposición que sí
acontece en el beber celebratorio). El vino-tormenta y el vino-festín arrojan así
al bebedor a un estado de individualidad autista, llevando rápidamente tal estado
al terreno de los edictos bajo el rótulo sancionante de "borrachera". Tenemos así,
por un lado, las copiosas libaciones devinientes en una intemperancia belicosa y
desensamblante capaz de desacomodar tanto los hígados como los pensamientos y los
puños. Borrachera que asocia al desencajado con la sátira, la auto-caricatura y
la descalificada figura del "athyroglossos"viii
(junto al frecuente uso del torybosix)
impidiendo la sintonía grupal y la entrega a la feliz desproporción nomádica del
placer.
Y por otro lado, existe una posible modalidad "sabia" de transitar por la
ebriedad en buena compañía, que aparta la arena de los relojes hacia los desiertos
pues en ese instante largo de la buena fiesta confluyen la confianza, el brindis, y
la zaratústrica risa que nos hacen habitar la existencia con oximorones de una dichosa
belleza compartida. Allí bullen la levedad profunda, insensatas verdades, agitadas
serenidades, valentías jocosas, pensares sensibles. Quebrada la turbia individualidad
inexistente de nuestras solitarias biografías, el acto celebratorio "hace lazo",
relaciona parresiásticamentex, y por ello mismo se hace religioso, colectivo, deseable,
necesario, reconfortante.
La invención de la intensidad
¿Qué significa hoy "pensar"? Más aún, ¿"quién" piensa? El laberinto de sí mismo es
actualmente, tal vez más que nunca, implosionado rizoma y articulación de todas las
otredades que nos pueblan. Somos una incomposible identidad en continuo despliegue
que no cesa de sacudirse obsolescencias y tristes despojos de un tiempo esclavo de la
ratio, desadherido de la luz de una subjetividad indivisa ya irrecuperable, y un tanto
nostálgica del apergaminado recuerdo que formaban la pareja monárquica entre el
fundamento y la esencia. ¿Cuán lejos nos hallamos de los juegos de lenguaje, relatos
y prácticas del symposium? Desde los tiempos arcanos de la gloria ateniense, el logos
sympotikos —nos dice Florence Dupont en "Le plaisir et le loi"—
es un lenguaje
preferencial. Es cosmogónico. No imita la realidad, la forma. Es un lenguaje de
creación del mundo o de formación de ciudad que no tiene necesidad de transustanciación.
Es el logos de la ley, la palabra política en su potencia absoluta[xi].
Considerando
las partes o etapas del banquetexii, recuperar la amalgama que unía la celebración
con el beber y el pensar consiste en un acto ético-político de resistencia contra
el monopolio fragmentador de un tiempo histórico que ha adormecido el valor del
debate franco e inteligente, pues sería bueno recordar que éste no se halla reñido
de las aphrodisia del beber y el comer.
Pensar es inventar cada vez una intensidad deseable, vigorosa, subversiva.
Es por ello que los actos del pensar (bajo sus formas silenciosas, vocales o
escriturales) son siempre celebrables en su carácter voluptuoso y comprometido,
en su carácter de vieja pasión por inteligir lo inabarcable. Pensar, no dista
tanto como creemos de amar, de desear, de apasionarse, de embriagarse. Cuadrángulo
del placer, pues se ama aquéllo sobre lo que se es capaz de pensar en términos de
logos, y por ello somos presos de un irresistible impulso deseante torrencial y
divinamente báquico hacia el saber y sus discursos. El moldeo singular que cada
quien esculpa con la materia de ese cuadrángulo del placer requerirá de la paciencia
y sensibilidad que lleva la composición de una bella obra. Beber, amar y celebrar
son, inexorablemente, "bellas artes". Pensar es territorio del Eros. Lo cual
ecuaciona al acto discursivo como logos con el territorio de los placeres orales.
Prácticas nutricio-placenteras al fin, pensar-comer-beber-besar no hablan más que
de los múltiples modos en que las series del deseo fluyen y se re-terriotorializan
a fin de llevarnos la mirada, los tactos y las pisadas hacia la complejidad de
habitar este mundo en forma más plena, más intensa, más responsablemente ética.
Babab... celebremos con la embriaguez del pensamiento este querido aniversario!!!!
En la noche del júbilo o en la jornada adversa
exalta la alegría o mitiga el espanto
y el ditirambo nuevo que este día le canto
otrora lo cantaron el árabe y el persa.
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.
Jorge Luis Borges
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Bibliografía
- Diez de Velazco, Francisco. Cuestiones metodológicas para el estudio de un
aspecto de la experiencia dionisiaca: vino y muerte. Universidad de La Laguna.
Tenerife. España. en D., Segarra (ed.) La filigrana sacrale dell'universo
alimentare nel mondo classico, Roma/Madrid, en prensa.
- Dodds, E.R. Los griegos y lo irracional. Alianza, Madrid, 1980.
- Eurípides. Tragedias III, edición y traducción de Juan Miguel Labiano. Cátedra, Grupo Anaya, Letras universales, Madrid, 2000.
- Foucault, Michel. Historia de la Sexualidad, II (El uso de los placeres). Siglo XXI, México, 1984.
- Jaeger, W. Paideia, Los ideales de la cultura griega. Fondo de Cultura Económica, México, 1996
- Kleiman Jill. The representation of prostitutes versus respectable women on ancient greek vases. In Women in Antiquity, s/d.
- Marí, Enrique E. El Banquete de Platón - El eros, el vino, los discursos. Editorial Biblos, Facultad de Derecho, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2001.
- Platón, El Banquete. Historia del pensamiento, Hyspamérica, Bs. As.,1983.
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Notas:
i. Deleuze, Gilles. El misterio de Ariadna.
Magazine Littéraire, Nº 298, 1992. Véase también Nietzsche Friedrich. Lamento de Ariadna
(Klage der Ariadne); y también el excelente ensayo de Astrid Deuber-Mankowsky
(Humboldt-Universität. Berlin) "Ariadna, una estrella danzante en el cielo - Sobre el
culto de las imágenes en Nietzsche".
ii. Estoy jugando aquí con los sentidos y polémicas
interpretaciones que se han atribuido al papel trágico desempeñado por Penteo en las
Bacantes de Eurípides. Remito al lector a la cuidadosa edición: Eurípides. Tragedias III, edición y traducción de Juan Miguel Labiano. Cátedra, Grupo Anaya, Letras universales, Madrid, 2000.
iii. Foucault, Michel. Historia de la Sexualidad, II (El uso de los placeres). Siglo XXI, México, 1984. Pp. 35-51.
iv. Referido al banquete en Atenas, Esparta y Roma,
nos dice Enrique Marí: "Se debía, en cambio, tener mucho cuidado con la distribución
de las plazas, las camas o los cojinetes que servían de mesas, con sus bandejas de
manjares que rodeaban el lugar en que se colocaban los veladores." Marí, Enrique E.
El Banquete de Platón - El eros, el vino, los discursos. Editorial Biblos, Facultad
de Derecho, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2001. p. 56-57.
v. GLevi, M.A. Introduzione ad Alessandro
Magno. Milano, Rusconi 1977, p. 3 (Cit. Trad., n. del t.). Fuentes: Cicerón.
La República 4, 6, 17; Plinio el Viejo. Historia Natural 14, 89; Valerio Máximo.
Dichos y hechos memorables 2, I, 5; Gelio. Noches áticas X, 23,I; Tertuliano.
Apologético 6,4; Arnobio. Contra los paganos 2,67; Isidoro. Orígenes 20, 3,2.
vi. Plutarco. Cuestiones romanas 6;
Polibio. Historias 6,2; Servio. Comentario al Libro I verso 737 de la Eneida de Virgilio.
Acerca de los significado atribuidos a la prohibición, consultese Noailles P.
Les tabous du mariage, en Fas et jus. Paris 1948, pp. I-27; y
Durry M. Sur le mariage romain. Gymnasium, 1956 pp. 187-190.
vii. Marí, Enrique E. Op. cit. p 15-77.
viii. "Quien tiene la boca como una
fuente torrentosa", nos señala Michel Foucault en su Conferencia Fearless Speach
(Seminario dictado en la Universidad de Berkeley. Ed. por Joseph Pearson, Los
Angeles, Semiotext (e), 2001). Esta traducción de la palabra griega "athyroglossos"
proviene de glossa (lengua) y thýra (puerta), aludiendo a quien es incapaz de saber
cerrar su boca. Ya en el siglo VI a.C. en las Elegías de Teognis, se describe bajo
este sustantivo al "charlatán". En el siglo II d.C., en "Peri adolesjías", Plutarco
también hace alusión a la imagen de los dientes como una valla o puerta que si no
obedece lleva a la incontinencia de palabras. El "athyroglossos" no distingue
entre la necesidad de permanecer en silencio, lo que es oportuno de ser dicho
y lo que debe permanecer sin decirse. Plutarco será quien destaque que se es
"athyroglossos" en la medida en que no se considera el valor del logos, del
discurso racional como medio de tener acceso a la verdad. Padecerá de "athyrostomía"
quien practique la "intemperancia discursiva".
ix. Foucault, en la obra anteriormente mencionada,
destaca que el athyroglossos está confiado en su "thórybos" —elevación de
la voz, grito o alboroto. Para una mayor comprensión del término debería remitirse a
una lectura antropológica de los ritos de coraje guerrero de la antigüedad griega
que incluían el thórybos como un grito grupal previo a la entrada en el campo de batalla.
x. Sobre parresía, véase Gabi Romano. Ethopoíesis y vidas parresiásticas. En Babab, Nro. 26, otoño 2004.
xi. Ibid. Citado por Enrique Marí,
Sección I. p. 13.
xii. La comida, denominada deipnon o
syndeipnon era considerada secundaria respecto de la etapa de la bebida (el
potos o sympotos) que le seguía en orden y en el que se desplegaban
ordenadamente los discursos.
Texto, Copyright © 2005 Gabi Romano.
Todos los derechos reservados.
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