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Festivales de poesía: ¿para qué? Reseña mínima, parcial e injusta de los eventos
de este tipo que se suceden en el mundo
por Jairo Bernal
No hay que ser muy observador para darse cuenta de que la realización de festivales de poesía ha gozado (o sufrido, ¿tal vez?) de una verdadera explosión en los último lustros.
La reseña, lo advierto, puede ser agotadora: el Festival Internacional de Poesía de
Medellín, de cuya reciente versión 13ª, sus propios organizadores predicaron que era "el
más importante del mundo"; el Festival Internacional de Poesía de Bogotá, que ajusta 12
años y en cuya última edición, debo decirlo para no hacer incurrir al lector en error
—no obstante la mentira es inmanente a la poesía— el autor de este artículo ejerce como
coordinador general; el Festival Mundial de Poesía Venezuela 2004, que recién este año
efectuara su ópera prima, el Festival Internacional de Poesía de Río de Janeiro, el Festival
Internacional de Poesía de la Ciudad de México, el Festival de Poesía de Morelia, el
Festival Latinoamericano de Poesía de Rosario, el Festival Internacional de Poesía de
La Habana, el Festival de Poesía Caribeño, el Festival Internacional de Poesía de El
Salvador, el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica, —de donde vengo tras haber
ayudado a perpetrar su tercera puesta en escena—, el Festival de Poesía en la Montaña de
Jarabacoa, celebrado en República Dominicana, el Festivalísimo de Montreal Canadá, Patio
Azul o el "festival de poesía más importante del Perú", como lo proclaman los organizadores
del evento, el Festival de Poesía SEERJ
(Sindicato dos Escritores do Estado do Rio de
Janeiro), el Festival de Poesía de Los Ángeles, el Festival de Poesía Hispano Americano
en Uruguay, y los que abren sus ojos al mundo en el próximo año; tal el caso de Santa
Palabra, nombre otorgado por la Casa del Poeta Ramón López Velarde, al Festival que convoca
la Casa de la Cultura del Estado de San Luis Potosí, México.
Y esto, contando sólo los festivales poéticos que se realizan en el "Nuevo Mundo", a los
que habría que sumar otros no menos destacados, como el XIe Festival de la Poesia de Cataluña,
el Festival de Poesía de Granada, El Festival Internacional de Poesia de Barcelona, el
Festival de Poesia de Girona, convocado por la Fundación Casa de Cultura de la Diputación
de Girona, el Festival Poético do Condado, que "logo duns anos suspendido, chega agora á
súa XVII edición", el Festival de Poesia de la Mediterrània, organizado por la Fundació
Casa Museu Llorenç Villalonga, el 35e Poetry International Festival Rotterdam, el Festival
de Poesía de WAAP (Windham Area Poetry Project, WAAP), Ars Amandi o el Festival Internacional
de Poesía del Mundo Latino, que se celebra cada dos años en Rumania, más el Festival de
Poesía Digital E-Poetry, que se centra en obras en red y programables, obras cinético/visuales,
hipertexto y en las múltiples prácticas en medio digital.
Como lo advertí, la lista, que por cierto no contempla por lo menos cinco festivales de poesía que se celebran en ciudades intermedias colombianas, amén de otros a nivel mundial que no han alcanzado la visibilidad de los citados, resulta tan fatigosa como inquietante.
¿Qué hace que una actividad, como la de escribir poesía, suficientemente vilipendiada y de poca trascendencia editorial, alcance entonces "tales vuelos" a la hora de manifestarse a través de la convocatoria a tan diverso y profuso abanico de festivales de poesía en el mundo? ¡Buena pregunta! No tanto por su formulación, que se cae de su peso sería planteada por cualquier Perogrullo, sino porque es de esas preguntas que se responden ellas solas, si nos atenemos a sus propios presupuestos: la poca trascendencia editorial de la palabra poética, pareciera exigir, a modo de compensación, espacios de canto a la poesía, donde el poeta pueda retornar -al menos intentar- a su lejana gloria.
Esa una explicación, mas no la única. También puede decirse (con menos mala leche) que en épocas de crisis, cuando la búsqueda de la belleza y la justicia se hacen áridas, si no imposibles tareas, se multiplican los Diógenes que linterna en mano escarban por los más recónditos lugares, en procura de destellos de verdad o de mentiras bellas, con las cuales ayudar a hacer menos angustioso el paso fugaz por el desierto de la vida. Así, los festivales de poesía se convierten en lugar de encuentro, por excelencia, de hábiles buscadores que durante unos cuantos días dan al sitio pactado, una lumbre que jamás lograría por otras épocas.
No obstante lo anterior, las explicaciones pueden ampliarse, esta vez en términos menos
líricos, máxime si tenemos en cuenta que aún hoy día no se ha zanjado el debate sobre "si
la poesía es aquello que produce el encuentro silencioso entre unos ojos y un texto o si,
por el contrario, es materia en voz alta, palabra en el tiempo, música conceptual para oídos
atentos", con lo cual y como lo señalara el poeta y crítico uruguayo Eduardo Milán, a
propósito de la edición antológica del Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de
México, México, El tucán de Virginia, 1988, la necesidad de realizar festivales de poesía
no se aleja de una moda cualquiera, de una superproducción (ó miniproducción), propicia
más al consumo de miméticos políticos sin estatura y periodistas de farándula, con lo que
su organización no pasa de ser un modus vivendi y operandi de unos cuantos "gestores
culturales" del ámbito nacional e internacional.
De las aseveraciones del Uruguayo no deja de asombrar la terrible vigencia de sus palabras, que a modo de premonición de otras caras del fenómeno, rezaron:
"Festivales de poesía para media docena de elegidos no son festivales: son ejercicios de narcisismo que caen como hechos a la medida (de) momentos históricos a-utópicos y de completo vacío ideológico y moral"
Y de no menos punzante verdad:
"poetas que jamás, por razones ideológicas o estéticas, aceptarían posar juntos, ahí están retratados como sorprendidos por la cámara en un momento de distracción de su tarea cáustica, órfica o proteica", todo por "un evento que no tiene más interés que la reunión de cuatro o cinco amigos en un olimpo kitsch"
No se trata, por supuesto, de dar al traste con la titánica y no pocas veces quijotesca
tarea de adelantar estos eventos, sobre los que no dudo, se ciernen todo tipo de peligros,
como para ofrecer argumentos peregrinos y gratuitos, pero no es menos cierto, que la
naturaleza, origen, desarrollo y buena salud (física y mental) de los festivales de poesía
demanda de los poetas y de los organizadores, especialmente de los poetas organizadores,
una reflexión crítica, de suerte que "la palabra poética [cumpla] un fundamento de palabra
en la calle, de circulación de la lírica fuera de los compartimentos rituales y canónicos.
Música fuera de la corte, lejos del príncipe y sus consejeros del lobo. (...) acercamiento
entre arte y vida, de ruptura de los diques de contención que separan la estética del hombre
cotidiano", pues de lo contrario, las posibilidades de hermanar a los poetas de diferentes
latitudes y a estos con los públicos, con los pueblos ávidos de la palabra poética, no
dejará de ser mera retórica, expresión huera en boca de falsos mecenas, jinetes apocalípticos
para quienes antes que el filo de la palabra, es preferible, adictivo, el aplauso fácil y
la lisonja ligera y para ello, intrigan, urden, acallan... haciendo de la expresión poética
el simple caballo de batalla de una dudosa y "nueva" militancia, que en nada se parece ni
a la poesía ni a la vida.
Así pues, desde la generosidad de BABAB, permanente y desinteresado ente impulsor de eventos de naturaleza realmente poética, no queda sino llamar a despejar de nubarrones el cielo de la poesía como espectáculo comprometido con el público y como tal, llamado a transgredir y a recuperar ó fortalecer de esa forma la verdadera esencia de la creación poética.
Texto, Copyright © 2004 Jairo Bernal.
Todos los derechos reservados.
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