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Sabemos en qué película estuviste (XI): Norman Mailer en "Ragtime" (1981), [II]
por César R. Castillo
A Mª Anunciación González Sánchez, con gratitud.
El gran hombre de letras se divierte, o el gran "cameo" de Norman Mailer
"En lo hondo de mi celda
Te doy la bienvenida
En lo hondo de mi celda
Venero tu miedo
En lo hondo de mi celda, moro
Y no sé bien si te quiero.
En lo hondo de mi celda
Te doy la bienvenida
En lo hondo de mi celda
Venero tu miedo
En lo hondo de mi celda, moro.
Un beso sangriento es la voluntad que inspiro".
Vieja rima carcelaria
[NORMAN MAILER: The Executioner's Song
(La canción del verdugo). Panorama de narrativas, nº 110. Ed. Anagrama. Barcelona, 1987]
"(...) Cuanto podía decirse del Hombre y de su Mundo, cuanto cupiera entre Luces, Engendros y Tinieblas, estaba dicho -por siempre dicho- en lo que iba de una escueta geometría de madera negra a la inmensidad fluida y Una de la placenta universal; con aquel Cuerpo Interpuesto, en trance de agonía y renacer."
[ALEJO CARPENTIER: El Siglo de las Luces -1962]
"(...) 'Dios mío -pensaba Bessie-, ha pasado tanto tiempo en la cárcel que no pudo aprender a ganarse la vida con su trabajo, a pagar una factura. Todos los años que debió dedicar a eso los pasó encerrado.'"
[NORMAN MAILER: The Executioner's Song (La canción del verdugo). Panorama de narrativas, nº 110. Ed. Anagrama. Barcelona, 1987. Pág. 229]
Pese a lo mucho -no era para menos- que nos detuvimos
(además de en la del director, Milos Forman) en la figura del autor de la novela
Ragtime, E.L. Doctorow, y del colofón que en el próximo número dedicaremos a
uno de sus protagonistas, James Cagney, no olvide el lector que es Norman Mailer,
autor de novelas como An American Dream (1966), además de multitud de ensayos,
a quien se consagra esta entrega. El incorporaba en un fugaz papel -por su condición: Era
disparado en la cabeza por un celoso Robert Joy casi al comienzo del relato- al cínico y
opulento arquitecto Starnford White.
Y es por las excelencias del filme de Forman por lo que lo hemos escogido -según el (más bien voluble, que conste que somos plenamente conscientes) ethos de nuestra ya veteranilla sección- Ragtime, como será obvio. Pero Mailer es -asimismo- un "hombre-de-Cine" por derecho propio, y sólo la enormidad de su sombra como literato justifica esta entrega de "Sabemos en qué película estuviste". Es decir, que hemos elegido el sexto largometraje del admirable Milos Forman por ser un espléndido ejemplo de "cameo" de, en este caso, una superproducción-norteamericana-de-alta-calidad-oscarizable, etc.: Pero que nadie piense que el autor de Los desnudos y los muertos ha sido, y es, un artista desentendido, por lo demás, del Séptimo Arte. Se trata, por otra parte, de un personaje ineludible en una sección como la nuestra, debido a su -inocultablemente narcisística- "vocación" por aparecer en numerosas cintas -y no sólo en Cine-, interpretándose a sí mismo (en esto, también es excepcional la superproducción del checo). De entre todas estas apariciones "himself" del autor de Maidstone, seleccionaremos "Diaries Notes & Sketches" (1969); "Year Of The Woman" (1970); "Town Bloody May" (1979).; el espacio televisivo "James Cagney: That Yankee Doodle Dandy", donde el novelista se sumaba al homenaje -testimonio consagrado a la carismática estrella de la edad Dorada del cine estadounidense (del que nos ocuparemos en el próximo número); la rareza godardiana "King Lear" (1987) (cabalmente, uno de los repartos más psicalípticos de la Historia sin la menor de las dudas, y donde a la vez puso su sello como co-guionista); "Marilyn Monroe; Life After Death" (1994); el afamado -¡y hasta estrenado con cierta normalidad en nuestro país...!- documental de 1996 "When We Were Kings"; las sugestivas -¡quién las pillase!- "Keep The River In Your Right: A Modern Cannibal Tale" y "New York In The 50's" (2000 y 2001, respectivamente), amén de abundantes producciones televisivas o videográficas que culminan el año pasado con el video, de distribución restringida, "Norman Mailer In Provincetown".
Vitriólico, brillante y tan deleznado como, por lo menos, admirado -no, su nombre nunca
suena en los días previos a la concesión del Nobel de Literatura...-, comprometido hasta lo sospechoso y estrella de la que podría denominarse "Generación Post-Segunda Guerra Mundial" (la contemporánea o paralela a la beatnik), es fácil ver su nombre emparentado a los egregios de Saul Bellow, Philip Roth o John Updike, siendo su "sutil toque de distinción" este gusto por la aproximación a los medios de comunicación "middlebrow" -o "camps", que nos corregiría Susan Sontag-, cuya apoteosis quizá sea este rol en un filme de ficción, en la piel del citado -y malogrado- arquitecto Stanford White. (Al pobre le asesinan en seguida). El primer gran éxito editorial de Mailer, The Naked & The Dead (Los desnudos y los muertos) narra la campaña de reconquista de la isla de Aponopei, una de las muchas de la Micronesia que, camino de las Filipinas, hubo de ganar penosamente McArthur en el tramo final de la Segunda Guerra Mundial. Pero dos son los grandes "sub-relatos", que su vez, se contienen: Una patrulla totalmente gratuita que diezma a un pelotón (quince hombres, inicialmente) donde se hallan representados todos los tipos imaginables -y minorías étnicas-, hijos desarraigados y alienados de la Gran Depresión y sus miedos, nostalgias y, sobre todo, hostilidades mutuas (ya se presentaba el mítico pesimismo maileriano. El segundo gran tema es la ambivalente relación -que permite valiosísimos diálogos especulativos e intelectualoides- entre el general al mando de la operación, Cummings, y su irreverente, culto e independiente "teniente de cámara", Eran, que como castigo a su no doblegamiento moral es puesto al frente de la patrulla "suicida". Y es que ambos temas están vinculados, puesto que el arrogante Cummings concibe la misión de modo no demasiado consciente como brutal desahogo a la frustración que le causan las (presuntas) impertinencias de Hearn. Una ácida mirada introspectiva, pues, a las arbitrariedades y sinsentidos castrenses, a la animalidad que el pánico bélico (¡a veces, disfrazado de heroísmo!) desata en combate. En cuanto al primero, aunque sin sensualidades tan obvias, trae ecos de la relación protagonista en Reflections In a Golden Eye, de Carson McCullers (que John Huston adaptó, por cierto, en un filme tan controvertido como memorable. El segundo, las diferentes formas de derrumbamiento psicológico bajo las cuasiinfinitas penurias y horrores de la guerra, tiene un único personaje excepcional, el único gran soldado y a la par, un asesino sin escrúpulos. Entre otros actos que no desvelaremos, el sargento Croft viola la Convención de Ginebra en un cruento y estremecedor pasaje y ejecuta a sangre fría a un prisionero japonés. El pasado de semejante sujeto es resumido en uno de los sucesivos "flash-backs" ("La máquina del Tiempo") con los que Mailer explica a sus personajes. Del interiormente atormentado Croft, extraemos un fragmento de un monólogo de su (bíblico, claro) padre:
"(...)
Y después lo miré al negro y le dije: '¿Sabes? No me gusta tu cara negra de hijo de puta' Y, bueno, agarré aquel azadón y se lo encajé en la mitad de la cabeza. Pero el hijo de puta ni siquiera sangró mucho. Es más fácil matar a un elefante que matar a un negro, golpeándolo en la cabeza.
Una puta no sirve para nada. Tengo que hacerlo por lo menos seis veces antes de quedar satisfecho y esa historia de meterla una vez y después ponerse el sombrero me deja más nervioso que otra cosa.
Le he echado el ojo a aquel pastor. El pelirrojo con un grano detrás de la oreja, ése se va a poner malo cuando vengan los calores.
La educación de Samuel Croft."
Puede considerarse característico de Mailer el facilitarnos las estaturas exactas en la descripción de dos nuevos personajes, denegándonos en cambio sus edades; o abrumarnos con el monólogo interior, siempre en estilo indirecto, de algún otro perfectamente irrelevante para la acción. Además, esta vasta "antiepopeya" abunda en minuciosos datos físicos y de lo sentidos presentados como metáfora de un miserable estado de ánimo. He aquí un ejemplo extremo (pp. 253-254 de la traducción de P. Canto):
"En la gruta, muy pequeña, el aire era húmedo y oprimente. Los hombres sudaban a mares, a pesar de que el aire era frío. Los cadáveres estaban hacinados sobre las cajas como sacos de harina, y cuando trataron de mover uno de ellos, los gusanos se desparramaron en todas direcciones, como una colonia de mojarritas. En el interior había una masa desordenada de escombros: negros objetos chamuscados, pedazos herrumbrados de metal, fragmentos de bombas, unas cajas rotas de proyectiles para morteros, unos montones de arena gris, como la que se encuentra en los barriles de echar basura; a veces se encontraba también un pedazo de cadáver, una tibia chamuscada que emergía de una pila de basuras y cenizas. El hedor tenía intensidad y la fuerza delirante del éter."
La de Mailer es OTRA forma -a la cabeza se nos vienen William S. Burroughs -del que
afirma: "(...) hay que atravesar todas las capas de la basura cultural que se han acumulado
sobre las conciencias. Hay que ser muy duro. No sé si yo soy lo bastante duro para conseguirlo,
pero es lo que trato de hacer. Para mí, Burroughs es un escritor que lo consigue."-; Philip K.
Dick, Charles Bukowski o el protagonista de nuestra anterior entrega, E. L. Doctorow- de amalgamar
ficción con realidad, pero a partir de la segunda en un estilo afín - se nos antoja, pese a quien
pese, que gana "a los puntos" el autor de The Naked & The Dead- al Truman Capote de sus obras
"periodísticas". Si el último se ha ganado los respetos académicos mucho antes se debe a, es
verdad, el rigor impecable, pero también, nos tememos, a que Mailer es un autor mucho más sesgado
políticamente, un "rojazo" -que se diría- en el país mismo del Capital. Y eso pasa factura...
(Aunque también hay una obvia diferencia cronológico-generacional: Habrá que ver donde ponen
los críticos a Norman Mailer años después de su óbito)
Sobria y precisa como pocas novelas contemporáneas, The Executioner's Song
arrastra a la mente la desolada cita del romántico Friedrich Schiller: "Por mi parte no esperen
que flaquee. Me he vengado. He merecido la muerte, y aquí me tienen. Rueguen por mi alma."
(sic).
Los tipos duros no bailan: Chandler y Vidal se encuentran en Nueva Inglaterra
"(...) Nuestra fuerza sólo se puede medir por las cosas que vencemos."
[N. MAILER: The Executioner's Song, p.330]
Reciedumbre y casi frialdad como parte de una táctica literaria de evidente "antidramatismo".
Mailer osó, sin demasiada mala fortuna, asumir la dirección de su novela Tough Guys Don't Dance
(Los tipos duros no bailan) en 1987, con un reparto cómplice y una mala fortuna comercial
y crítica que no merecía.
En lo literario, el libro, como insinúa Suso de Toro en su prólogo, se trata de una novela
negra en al menos un sentido: Su brillante -epatante- título sólo guarda relación con sus
contenidos en eso precisamente, en la "flamboyancia" -con perdón de quienes denuncian las
torsiones y retorcimientos del sacro castellano. Aunque, sí, latente en los acontecimientos
relatados está el machismo burdo y su sutil implantación en clases sociales como la intelectual
-Tim Madden, el protagonista, es un escritor -expresidiario y de rasgos esquizoides- en doliente
crisis matrimonial y creativa. Confuso e indolente en su mediana edad, se confiesa que "No puedo
presumir de que soy capaz de prescindir de los adjetivos al meditar acerca de un coño. (...) El
coño de Madeleine es para mí mucho más real que su cara" (p. 120 de la ed. esp.) ¿Estamos ante
un Henry Chinaski más morigerado, más "plausible"? En cierto modo. Por encima de su anécdota
criminal, novela y película están transidos de la fantasmagoría espiritista (puede leerse como
un cuento de fantasmas, a lo Henry James) en tonos ocres y malva de la Provincetown que tiene
el honor de ser la punta más oriental de Nueva Inglaterra; por el tema recurrente de la virilidad
como obsesión freudiana, la homofobia como homosexualidad latente; por los malos -pésimos-
"viajes" de la marihuana:
"Las voces me hablaron al alba. Escuché las voces de la Ciudad del Infierno en ese espacio de tiempo en que no estás dormido pero no acabas de despertarte.
Las voces decían:'Oh, Tim, eres como una vela que se ha consumido por los dos extremos: por los cojones y por los sesos, por el cipote y por la lengua, por el ojete y por la boca. ¿Te queda algo más que quemar? Pero, claro, el quemado no puede saberlo...'
Las voces decían. 'Oh, Tim, no lamas los muslos de las prostitutas. Te corres demasiado deprisa al saborear el esperma de la ballena. Danos las sales de la muerte. Haz que vuelva con nosotros la haz de los derrotados. Adiós, dulce amigo. Maldecimos tu casa. Maldecimos tu casa.'(...)" (p. 63)
Suso de Toro diserta sobre este relato: 'Es novela irregular, como toda arte verdadera, el
escritor maneja ingredientes de sabores fuertes, sadismo y violencia contra cuerpos vivos y
muertos, pornografía del sexo como degradación nunca como comunión, pornografía homosexual...'En
efecto, Tough Guys... ejerce también de feroz diatriba contra la violencia como motor fundamental de la sociedad norteamericana -así, un demoledor flash-back/digresión sobre el boxeo aficionado-, que extiende sus tentáculos al amor, al erotismo, al sexo en definitiva.
Nos referíamos antes al inexplicable vapuleo que recibió el filme ad hoc, co-escrito -junto
al propio Mailer, por el excelente Robert Towne ("Chinatown", "Cotton Club", "Tequila Sunrise"
-que también dirigió-, etc.), y protagonizado por Ryan O'Neil ("Love Story"),
Isabella Rossellini ("Blue Velvet"), Wings Hauser ("Pale Blood") y Lawrence
Tierney ("Reservoir Dogs"). Cierto es que Mailer, en su primera -y única- incursión en el
cine "convencional" -pese a lo abigarrado de sus temas-, adaptándose a sí mismo, tuvo la mala
suerte de estrenar su filme a la zaga de la moda del cine de David Lynch -y ahí la presencia de
la Rossellini no fue ninguna ventaja-, y ambos imaginarios chocan especialmente cuando Mailer,
al menos hasta el último rollo, se empeña en ser fiel a sí mismo y sus flash-backs, flash-forwards
y elipsis le acercan al lenguaje telefílmico, en la década del cine "moderno" -para bien o para
mal. También sería adjudicar buena parte del desprestigio de la cinta Yoram Globus y Mennahem
Golan, es decir, el Cannon Group, perpetrador de buena parte del peor cine de los ochenta. Al
final, todo se queda en la ratificación de un Ryan O'Neil, decadente, pésimamente elegido
en "cast" como un Tim Madden que exigía una tremendamente mayor complejidad; un par de
exhibiciones como actores secundarios de Wings Hauser y -en especial- de Lawrence Tierney y la
confirmación de que Mailer no es un hombre de cine -con gran criterio, no ha repetido-, en el
sentido fílmico-gramático, o narrativo: Otra cosa bien distinta es, como se viene diciendo, el
amplio campo del documental "experimental".
En tal campo, el siguiente empeño de Mailer fue escrito por un personaje que, a poco que esta
sección sobreviva, reaparecerá en la misma: D.A. Pennebaker, sin duda el documentalista de la
rock-music por excelencia. "Wild 90" (N. Mailer, 1988), autor de "Monterey Pop " (1968) y de
"Ziggy Stardust and the Spiders from Mars" (1973), entre innumerables cortos y largos dedicados
a la cultura rockista. Aquí, además de coescribir el guión, se reserva un corto papel, en tanto
que Mr. Mailer ejerce de protagonista. Antes, Norman Mailer ya se había atrevido a ponerse bajo
los focos en una reivindicativa cinta que describe una noche en una comisaría de Manhattan,
protagonizada por Rip Torn, George Plimpton y una jovencísima Marsha Mason: Se trata de "Beyond
the Law" (1968). Como vemos, la relación de Mailer con el Cine ha sido algo más que "casual". En
cuanto a "Wild 90", se trata de una más que interesante muestra de cine de ficción, dramático,
con un aire dudosamente improvisado.
El Norman Mailer referente político-cultural
"(...)
Tres o cuatro hombres que lucían guerreras rojas se acercaron a Gilmore y le encapucharon. Y después de eso ya no se dijo nada.
El médico, que estaba a su lado, le prendió con alfileres un redondel blanco en la pechera de la camisa negra que vestía, y reculó. El padre Meersman dibujó en el aire un gran signo de la cruz, el último acto de su ritual, y también él se retiró tras la línea blanca, después de lo cual se dio vuelta y se quedó mirando al encapuchado que ocupaba la silla.
(...)
Aunque no estaba seguro de que el alcaide la hubiera ordenado, si bien a Schiller le pareció advertir un movimiento de su hombro, tanto él, como Moody, Stanger y Cline Campbell, el capellán mormón, oyeron el inicio de una cuenta.
A Cline le parecía increíble la tranquilidad que mostraba el reo, comparada con el estado en que se encontraban los presentes.
Stanger, que se había llevado la mano a la cabeza en una suerte de protección, dijo para sus adentros: 'Esperemos que ahora no me caiga al suelo'.
A eso, y pese al algodón, se le hizo audible una respiración profunda, seguida de las palabras: 'Aliémonos. Es la hora'. Y las de alguien que respondía: 'Está bien, está bien'. Luego se hizo de nuevo el silencio. Los cañones de los rifles asomaron por las aberturas de la mampara, y entonces, como bisbiseadas, se oyeron las voces de la orden de fuego. 'Uno...', 'Dos...', y antes de que pronunciase el '¡Tres!', con un estruendo aterrador, los estampidos de los fusiles. Bam, bam, bam.
Schiller oyó los tres disparos y se quedó aguardando el cuarto, hasta que más tarde cayó en la cuenta de que dos de ellos debían de haberse producido simultáneamente. Y ni se movió la silla ni el cuerpo de Gary sufrió ninguna sacudida.
Vern sólo percibió un ¡JUAM! formidable, tras el cual Gary abatió hacia delante la cabeza, que quedó sujeta por la cincha que le retenía el cuello, y alzó lentamente la diestra para dejarla caer en seguida, en un ademán que pareció decir: 'Definitivo, señores.'
Cuando Stanger, que los había cerrado, volvió a abrir los ojos, vio en el regazo de Gary un charco de sangre que le corría hasta los pies y le empapaba los zapatos -aquellos disparatados zapatos de tenis, rojo, blanco y azul, que llevaba de continuo en la penitenciaría- y hasta los mismos cordones.
El médico, que se había acercado con un estetoscopio, meneó la cabeza: Gary no estaba muerto todavía.
Pasados, quizá, veinte segundos, se acercó otra vez y con él el padre Meersman y Sam Smith y volvió a aplicarle el estetoscopio al brazo y, mirando al alcaide, cabeceó en señal de asentimiento.
El padre Meersman rompió a llorar.
Un guardia se acercó entonces a Schiller y le dijo:
--Ahora deben retirarse.
'¿Qué hemos conseguido?-se preguntó Schiller conforme salía--. Esto no hará que haya menos asesinatos.'"
[NORMAN MAILER: The Executioner's Song (La canción del verdugo). Panorámica de narrativas.
Ed. Anagrama. Barcelona, 1987. Pp. 556-557]
Entretanto, Mailer había roto esquemas con el quizá último de sus "best-sellers" hasta la
fecha, una especie de revisión postmoderna del ya académico, como paradigma del documento
literario-periodístico In Cold Blood (A sangre fría) -de la cual Richard Brooks realizó una
excelente adaptación-, del ya clásico autor de Breakfast in Tiffany's o Music for Chameleons,
Truman Capote. No es esta la sección ni el momento para establecer literatura comparada entre
ambas novelas, pero la referencia era obligada cuando la temática principal -al menos en
apariencia- es exactamente la misma: La pena de muerte en los estados de EE.UU. en los
que ésta preexistía -y pervive- y sus implicaciones social-psicológicas. Y, con ello, la
relexión ético-moral acerca del crimen extremo, el asesinato, precisamente, "a sangre fría".
Al hablar de Norman Mailer resulta obligado detenerse -por más que se trate de una sección
cinematográfica- en la ya citada The Executioner's Song (La canción del verdugo, 1987),
que no se trata de un alegato contra la pena de muerte al uso: La burocrática agonía del
culpabilizado, ascético Gary Gilmore -ecos de la kafkiana El proceso aparte- trae reminiscencias,
dentro de la obra del propio Mailer, de las sistemáticas y mencionadas conculcaciones de la
Convención de Ginebra, cuando el Ejército americano asesina a sangre fría a muchos de los
recurrentes prisioneros nipones por simple ahorro de tiempo y esfuerzo...
Existe un interesante precedente literario del (verídico) caso de Gilmore: Nos referimos al
Julien Sorel de Henri Beyle, Stendhal. En Le Rouge et le Noir (Rojo y negro ; tr. de
Carlos Pujol y Tania de Bermúdez-Cañete; Clásicos Universales Planeta; Barcelona, 1980)
podemos leer:
" (...)
—¡Cómo! ¿Que no va a apelar? — exclamó poniéndose en pie con los ojos llameantes de cólera —, ¿y por qué, quiere usted explicármelo?
—Porque en este momento me siento con el suficiente valor para morir sin hacer que se rían demasiado a costa mía. ¿Y quién me garantiza que dentro de dos meses, después de una larga estancia en este húmedo calabozo, estaré tan bien dispuesto? Me veo venir entrevistas con sacerdotes, con mi padre... No hay nada en el mundo que me resulte más desagradable. Muramos."
Stendhal fue, con su inmortal novela, pionero de lo que sería la literatura abolicionista de
la pena de muerte, de la que nuestro Mailer es uno de los últimos grandes hitos -junto a, por
ejemplo, y en otro plano de calidad, la novela testimonial de la monja Helen Prejean que dio
motivo a la enorme película de Tim Robbins "Dead Man Walking" (1995). Pero el "género" se
remonta, como glosan Pujol y De Bermúdez-Cañete, al Víctor Hugo del Último día de un condenado
a muerte (1829).
En todo caso, si desgarradora es la sociopatía del doble asesino Gary Gilmore -tanto como
su atroz y dudosamente "justo" destino- del doble asesino Gary Gilmore, no lo es la menos de su
novia, y estoica alma gemela -"(...) A ella le asustó no estar más asustada" (p.122)-, su novia
Nicole. La casi hebefrénica ausencia de verdadero pathos es lo en esencia terrible, en grado
inefable, de esta tormentosa novela.
Pese a las limitaciones de nuestro espacio, no podemos ignorar aquí la prolificidad de Mailer
como ensayista y analista político, con títulos que van desde Caníbales y cristianos hasta
Advertisements for Myself, aunque más especialmente la célebre e influyente ¿Por qué estamos
en Vietnam? (1967). Título que de algún modo recuerda el de la última obra suya publicada en
España hasta la fecha -obviando la reedición de El fantasma de Harlot-, la polémica ¿Por qué
estamos en guerra? (tr. de M.L. Rodríguez y J. Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2003), dividida
en dos partes más un apéndice y que contiene gemas como "(...) el motivo fundamental (de
campaña contra Irak) sigue siendo el sueño esencial de George W. Bush:¡el Imperio!" (p. 66)
-lo que confiere carácter visionario al ensayo de Toni Negri y Michael Hardt Empire; o esta
otra, que nos sirve de conclusión: "El fascismo es un estado más natural que la democracia.
(...) -¡ojo, hasta aquí llega en la cita la posible ambigüedad ideológica!- La democracia
es un estado de gracia que sólo alcanzan los países que poseen gran cantidad de individuos
dispuestos no sólo a gozar de la libertad, sino a trabajar duramente para
mantenerla." (p. 80).
Esto es todo por nuestra parte por lo que respecta al inquieto Norman Mailer, pero en nuestra
sección no podemos olvidar el carácter extraordinario que la aparición de una de las grandes
estrellas del Cine Norteamericano Clásico, James Cagney, tiene en el contexto de una película,
"Ragtime" de Milos Forman, va a batir un récord en lo que a extensión se refiere. Disponéos,
pues, amigos de "Sabemos en qué película..." a repasar con nosotros la egregia trayectoria
del mítico "Yankee Doodle Dandy". Será, si nada lo impide, en el próximo y veraniego número
de Babab.
Texto, Copyright © 2004 César R. Castillo.
Todos los derechos reservados.
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