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La Charla De Pandora - Juan Manuel Roca

con Samuel Serrano, Consuelo Triviño y Luis Miguel Madrid


La buena acogida en España de Esa maldita costumbre de morir, primera novela del poeta colombiano Juan Manuel Roca, -de la que ya publicó Babab una amplia reseña en el nº 24-, y las ganas de escuchar detalles y generalidades del oficio de escribir resultaron ser buena excusa para poner la grabadora en marcha, a sabiendas de que la conversación caminaría entre los versos de su novela y la narración de sus poemas y a sabiendas, sobre todo, de la sustancia que la charla provocaría.

Así fue. La inteligencia de Juan Manuel Roca es delicada, por ello se emite a través del mismo órgano que fabrica esos silencios que cruzan como galgos entre el tráfico de las conversaciones. Los adornos del callar son cosa suya, peculiares, sencillos de imitar pero imposibles de reproducir. Con ellos y una sonrisa grande equilibró pizcas, trozos y detalles antes de comenzar. Luego se acopló del todo en el sofá con el aire de estar listo para decir o para charlar.

O casi, faltaban unas de esas copas largas llenas de uva con burbujas, un poco de humo y unas risas más. La tarde no tenía tensión a pesar de ser uno de esos viernes madrileños en los que todo y todos tienen la intención de desplazarse y hacer ruido. Pero el María Pandora es uno de esos islotes que están dentro de un lago en el centro de una isla y mientras charlábamos estaba cerrado el puerto a otros sonidos, según las instrucciones del manual que Samuel tenía en las manos lleno de reflejos ...

SAMUEL SERRANO.- Juan Manuel, te pediría que nos hablaras del papel del espejo en tu novela... del papel de hilo conductor que juega en la misma
JUAN MANUEL ROCA.- La novela, en un primer momento se iba a llamar "Mientras mi madre cosía espejos rotos", una metáfora que aludía a alguien capaz de hacer algo imposible, como coser un espejo roto. Después se iba a llamar "La guerra de los espejos", según una sugerencia de Germán Espinoza, pero decidí que se llamara así: "Esa maldita costumbre de morir" porque el entramado de todo lo que hay de fondo en esta novela, como en tantísimas otras, es la función entre ir en un sitio espléndido y lleno de vitalidad siempre, rodeado por la muerte, pero adapté la idea del espejo como metáfora o quizás para otros, más que metáfora, como alegoría de la identidad. Entonces es una novela que se va fraguando en una saga familiar, una pequeña historia de asuntos de una familia cuya vida se refleja en los espejos. En los espejos viven muchos antepasados muertos: un abuelo que vive permanentemente ahí, un pariente que fue anarquista y vino en busca de Buenaventura Durruti a Barcelona, que era quizás el que miraba yo desde niño en ese espejo y más me simpatizaba porque no tenía el carácter solemne de otros antepasados muertos que vivían en los espejos, pero fundamentalmente es como, de una manera orwelliana, porque es una novela que hace guiños a Orwell y también a Bradsbury como un estado decreta la abolición de los espejos, es decir, la abolición de la identidad. El político, según Odell, es ese hombre que le dice a la gente: entréguenos su espejo individual que nosotros lo fundiremos en el espejo colectivo, es decir, en el espejo gregario, en el espejo uniforme, en ese espejo que se ha ido apoderando del mundo. Y entonces, ante esa desaparición de los espejos la gente empieza a darse cuenta de que lo que ha perdido es la identidad. O sea, es una novela que está contra el gregarismo, contra la unanimidad y en este sentido podría ser una novela política pero yo no aspiraba a eso sino que en la andadura misma de la novela se produce otra novela que tiene un trasunto político porque en esos espejos no deja de reflejarse lo que nunca se refleja en la realidad colombiana que es la que tiene valor en el día a día. Todo eso podría estar ligado a una novela que se ha puesto en boga en Colombia y trata sobre lo coyuntural o lo episódico pero como no me interesa tanto la sociología o la historia en la novela ni en la literatura en general...
Lo que quisiera hacer es una gran metáfora sobre ese mundo, el mundo de la pérdida de la individualidad, de cómo no nos reflejamos en los espejos, se refleja una realidad impuesta A grandes rasgos, parece una abstracción pero es una novela que se mueve entre la realidad más tangible y la abstracción total.

CONSUELO TRIVIÑO.- Pero aun así, se entrelaza la historia familiar con la historia del país, ¿de qué manera se establece esa vinculación?
JMR.- Los dos personajes centrales, los dos hermanos, en apariencia son antípodas, uno preocupado por el mundo especular y vive una suerte de alienación o de enajenación de la cotidianidad a través de los espejos, y otro que lo hace a través de otros espejos como son los libros. Hay un personaje que se llama Fabricio que está dedicado únicamente al mundo de los libros y que es un guiño a muchos autores que son alter ego de ese personaje, que a su vez son alter ego míos, alter ego del autor.

S.S.: En esta novela ¿qué está más presente, tu infancia antioqueña, tu adolescencia en Bogotá o más bien los años posteriores?
J.M.R.: Hay mucho de todo ello, son fragmentos de una infancia que no tiene una ubicación geográfica precisa porque mi infancia fue muy móvil. Yo tuve muchas patrias si tomamos como sinónimo infancia y patria: viví un tiempo en Bogotá, en Madrid, en París o en México, por lo que hay un sentido de desarraigo. En los capítulos de la adolescencia sí hay dos ciudades, Bogotá y La Habana, en la que aparece una casa fantasma de Dulce María Loynaz y la figura de Lorca. Hay una geografía física pero hay una geografía espiritual que no ve claramente las ciudades, que son los territorios del miedo, la desesperanza, la violencia, que no tienen mapa pero que existen de una manera evidente.

CT.- Has comentado que no te interesa la literatura que hacen las últimas generaciones de escritores colombianos. ¿Hay algún escritor colombiano que pudiera estar al margen de esas "últimas generaciones"?
JMR.- Yo diría que Enrique Serrano, que tiene un libro de cuentos, "La marca de España" que me parece formidable. Ya no tan reciente, Emilio Rocero me parece un novelista que se ha ido desdibujando de estos supuestos movimientos de la narrativa colombiana.

CT.- ¿Hay algo de Felisberto Hernández en Rosero, verdad? ... en algunos de sus cuentos
JMR.- ¡Claro, claro!

CT.- Es como una vertiente poco desarrollada en Colombia del "Realismo fantástico"
JMR.- ¡Exactamente! Por eso los cito precisamente, porque parece que la nueva narrativa colombiana y los editores o buena parte de ellos, desdeñaran lo fantástico privilegiando un lenguaje periodístico que a veces lo hace mejor el periodismo. Cuando uno hace recuento de la novela realmente importante en Colombia, uno recuerda que los parajes más importantes están donde el lenguaje poético se pone al servicio de crear un mundo fantasioso entre una realidad tan áspera. Lo mismo ocurre con el mejor García Márquez o con Héctor Rojas Herazo o con Pedro Gómez Valderrama, es decir, con una tradición que en este momento se está viendo interrumpida por la novela "facilista", que es la novela que está hablando del mundo inmediato y de las coyunturas que están dictadas más por lo periodístico que por lo literario.
Yo creo que la mayoría de los libros de poesía que se publican en el mundo son de una pobreza enorme y que se debe a que hay un descuido del lenguaje. Y la poesía y la literatura en general fundamentalmente es lenguaje.

S.S.: Veo que esta novela puede salir de un verso de un poema tuyo, que es Una carta rumbo a Gales: "aquí crecen la rabia y las orquideas por parejo", en el sentido de que Colombia es un país que podría tener otro destino y tiene que seguir conviviendo con la muerte.
J.M.R.: Creo que esta novela tiene mucho de testamentaria y obviamente cercana a las memorias, en el sentido de que es una biografía de lo que podría llamar mi sensibilidad, en la que aparece reiteradamente esa idea de Una carta rumbo a Gales, en la que se conjugan la belleza y el horror en un mismo ámbito como ocurre en Colombia. Es algo que pasa en todas partes del mundo, pero en Colombia resulta tan constante encontrar en una misma esquina el beso y la puñalada, el gesto más amoroso y el desdén hacia el otro. De manera que todo eso está entreverado en la novela, pero creo que aparece la violencia de una manera que no es como la pedía García Márquez con mucha fortuna, cuando decía en su texto sobre el fiasco de la literatura colombiana, que decía "que la novela de la violencia en Colombia generalmente es un inventario de cadáveres".
Yo creo que el daño de la novela de la violencia en Colombia la superaron otros escritores que habría que volver a leer; cuando uno lee un cuento de Hernando Téllez o el cuento de García Márquez Espuma y nada más, que es magistral y quizá uno de los grandes cuentos que se han escrito en la lengua, pero sobre todo con un tema tan áspero y, si vale, de la tautología de la violencia se da uno cuenta de que pocas personas han escrito un cuento en donde la polución y la aparición de la violencia son merodeadores y por eso son tan intensos, por lo que no aparece el "inventario de cadáveres".
Cuando José Eustacio Rivera dice "jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia" parece estar dictando una divisa de toda la poética de la literatura colombiana posterior.
Pero en el mismo García Márquez, tanto en la Hojarasca como en La mala hora, hay una cosa que me parece maravillosa: cómo en esas novelas la violencia, o ya pasó y va a pasar, pero no está pasando, y eso me parece mucho más eficaz que centrarse en describir el mundo de las barriadas, donde se están matando los muchachos. Hay lecciones magistrales en las que hay una belleza estética que se vuelve verdad, pues a mi me interesa más la verdad estética que la verdad histórica.
La novela que se está haciendo ahora y que está siendo un corcho de una tradición que se ignora, creo que produce los efectos que está provocando la deleznable narrativa reciente en el mundo.

LUIS MIGUEL MADRID.- A mi me gustaría que nos hablaras del trasiego de poeta a novelista, si hay cambio de consideración en uno mismo después de tantos años de poeta, si hay un cambio de categoría.
JMR.- Yo creo que se puede crear una teoría general de las artes a través de "lo poeta", a mi, de una manera sectaria, lo que no tiene poesía, sencillamente, no es arte. Entonces, una novela que carezca de una poética no me interesa. Ese es el tipo de novela que más recientemente se escribe en Colombia y por eso no me interesa. Hay poetas, digamos novelistas que jamás han escrito un poema y que permanentemente lo están escribiendo, como Rulfo, como Leki, como Guimaraes Rosa que de alguna manera son los narradores hispanoamericanos que más me interesan.
Partiendo de esa idea, de que la poesía no es un género literario sino que está en todas partes (en los poemas es donde menos está), yo intenté dar un paso de alguna manera natural. Desde que me emocionaron los poemas en prosa de Baudelaire, que son de un género anfibio, que no creó él sino Aloysius Bertrand, que se mueve entre el poema y el relato breve, entre una cosa episódica que cuenta una historia y unos momentos de abstracción lírica, me parece que ya había un camino conquistado para tender puentes y que poesía y novela no sean compartimentos estancos sino una misma cosa. Por lo tanto, hablamos de una novela en la que no se abandona, creo yo, el lenguaje lírico; por lo que no creo haber cambiado de género sino que perdí el temor por esa idea decimonónica de los géneros. Yo siento que he ganado libertad y he perdido temores.

LMM.- ¿Hablamos de la idea de poesía como arte que engloba todas las artes? ... cine, pintura, etc. ¿Aquella idea que manejaba por ejemplo, Joan Brossa y que ahora parece haber renacido, especialmente a través de Internet?
JMR.- ¡Si, si, si... es la idea! Aunque suene pretencioso, restituir la misma intensidad poética a lo narrado que a lo poetizado. Cuando Machado decía que canto y cuento son la poesía y que también la verdad se inventa, me parece que hizo un gran aporte demostrando que contar y cantar no son antípodas y yo no tengo por qué negarme al deseo de crear un espectro lírico alrededor de los hechos cotidianos y que puedan estar entrelazados a una historia, a unos episodios y a algo que es narrado realmente.

L.M.M.: Según tu punto de vista, ¿hacia dónde va la poesía hoy en día?
J.M.R.: Yo soy muy desafecto en el deber ser y desde esa medida he sido un estudioso de las vanguardias, pero también alguien que ha dudado mucho de ellas. Creo que las vanguardias ponen la huella antes de dar el paso, es decir, primero hacen un manifiesto para que después la obra coincida con lo manifestado y que es una estética a priori. De manera que me parece soberbia decir hacia dónde puede ir la poesía, pero lo que sí creo y he creido siempre es en la poesía libre de certidumbres, una poesía que es anómala de las estéticas impuestas. Esto sí que me parece válido. Pero lo mismo ocurre con la novela, que se ha convertido en una cosa de consumo de aeropuerto y cuando el 99% de las novelas que se publican son para leerse y olvidarse.

S.S.: Y el humor en la poesía...
J.M.R.: Lo grave del poeta que asume el humor como parte de su estética es que lo hace de una manera programática y se vuelve humorada, el chistoso de oficio, como los dadaístas. Por ejemplo, Nicanor Parra, que no es un poeta que me guste mucho creo que tiene un buen número de poemas realmente inquietantes, pero como se volvió chistoso de profesión creo que sus últimos poemas son realmente deplorables. Nicanor Parra es al humor lo que Benedetti a la política, obvios y explícitos.

S.S.: ¿Cuándo estabas escribiendo la novela leíste mucho tu propia poesía?
J.M.R.: No, más bien no la leí y decidí nutrirme de algunos narradores, como Orwell. Es un libro que de alguna manera anuncia cosas que pueden pertenecer a dos ámbitos: uno apocalíptico y otro paranoico. El libro tiene mucho de eso, como de una paranoia social frente a la desaparición de los espejos y a una imposición de una mirada unívoca, que es la supresión de la individualidad. Es una novela a favor de que no se suprima la individualidad que llevada a un término político, que parece muy manoseado, es contra esa globalización, contra la clonación del mundo que se está logrando en el sentido de que cada vez más la gente se parece más y tiene los mismos gustos.

C.T.: ¿No crees que esa mirada unívoca ha sido fruto de esa política perversa de los años cuando se fundaron las repúblicas criollas, como sucedió en Colombia?
J.M.R.: Tiene que ver con eso, pero también con que la historia de Colombia no ha sido contada por la punta del lápiz sino por el lado de la goma, por el lado del borrador. Nos han contado la historia al revés, no han desconectado de nuestro pasado. Es increíble que frente al esplendor de las culturas mayas y su antiquísimo conocimiento no aparezca como parte de nuestra historia, sino como de una remotísima prehistoria que siempre está envuelta en niebla. Tiene que ver con ese carácter tronchador de una identidad. Hay una imagen espléndida y absolutamente cierta de René Cham, que dice que "historia debería ser el reverso del traje de los amos", pero nosotros todavía no estamos en el reverso del traje de los amos. Es decir, siempre hemos visto la mirada por un lado del catalejo, que es el lado de la lejanía.

L.M.M: ¿Y qué hay de la poesía española?
J.M.R.: A mi los novísimos me entusiasmaron mucho, no todos, pero creo que ahí había unas vertientes o matices, pues no eran la misma coral cantando la misma tonada. Creo que el modernismo americano de la mano de Rubén Darío fue una manera de devolver a España las caravelas cargadas de un nuevo sentido de la lengua. Y todo eso lo veo ahí y me parece que hubo una gran generosidad hacia otras poéticas por poetas de una gran cultura que me entusiasmaron.
Después hay un poeta que me sigue conmoviendo por su garradura, que es Jaime Gil de Biedma, quien de alguna manera subvierte la tradición poética española, o poetas como el primer Ángel González. Ahora desconozco muy buena parte de la poesía que se hace en España, pero de lo poco que conozco pienso que hay una poesía muy ligada, excesivamente cotidiana, es una poesía chocolatera de la circunstancia inmediata. Pues yo creo que la poesía es ennoblecimiento de lo cotidiano a través del lenguaje.




Texto, Copyright © 2004 Luis Miguel Madrid.
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Última actualización: jueves, 1 de julio de 2004

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