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Sólo unas líneas...
por Sara Rivera
Imaginemos las líneas descritas por los movimientos rítmicos y graves de la Capoeira. En el centro de la roda, dos capoeiristas mezclan movimientos que están a medio camino entre la fuerza de la lucha, en cierto modo similar a las artes marciales y las prácticas gimnásticas, y los bailes indígenas, siguiendo el ritmo de los instrumentos locales de percusión...
La historia de la Capoeira se remonta a los tiempos de la esclavitud en Brasil, durante los siglos XVI y XVII. Los esclavos traídos de África para trabajar en las plantaciones de tabaco y azúcar de los principales puertos brasileños comenzaron a practicar, a partir de sus técnicas tradicionales de combate, unas técnicas de autodefensa propias basadas en sus raíces africanas. Pronto los dueños de las plantaciones comenzaron a considerar peligrosas estas prácticas, por lo que los esclavos tuvieron que disfrazarlas como danzas. Con el tiempo, comienzan las revueltas de los esclavos, y la huida a las zonas de montaña donde se esconden formando quilombos; es en ellos donde se perfecciona la Capoeira, desarrollando sus movimientos como técnica de combate para la defensa de sus territorios y la lucha para liberar a otros esclavos. En estos quilombos, entre los cuales habría que destacar el de Palmares, se produce una rica fusión cultural, de manera que la Capoeira se desarrolla mezclando gran variedad de elementos en función de las diferentes procedencias de los esclavos y las aportaciones de tradición autóctona. Los esclavos que volvían a ser capturados enseñaban a su vez la práctica de la Capoeira en las plantaciones, y en estos círculos se añadirá la música y una mayor tendencia a la danza a partir de la incorporación del canto y los instrumentos: tambores, maracatú o timbales, para poder continuar la tradición sin ser perseguidos. La Capoeira estuvo prohibida hasta la abolición de la esclavitud en mayo del año 1888, de tal manera que desde su inicio y hasta nuestros días la Capoeira ha adquirido un sentido ritual, unido a la dificultad de sus rápidos movimientos y el valor estético de su danza, pero sobre todo constituye un signo de identidad cultural y un símbolo de libertad.
Regreso ahora al Mediterráneo, a los palacios minoicos de la isla de Creta. Durante la Edad del Bronce griega, a lo largo del segundo milenio A.C., la isla conoce el desarrollo de una cultura basada en una organización política y económica estructurada a partir de sus palacios. No sólo el eje social, también la producción artesanal, el ámbito artístico, los rituales religiosos y la difusión de las creencias gravitaban en torno a la actividad generada en estos centros palaciales. Siguiendo a Ricardo Olmos:
El palacio organiza, concentra y redistribuye los productos, guardados en sus almacenes, y fomenta una artesanía de cerámica, broncistas, marfil, piedras duras, tejedores y pintores que reproducen el mundo religioso y cultural del centro. Así los millares de piedras grabadas que reducen al minúsculo espacio de una miniatura el paisaje sagrado y mitológico cretense (...); poder político, legislativo y religioso confluyen en la figura de un rey-sacerdote, como el legendario rey Minos de la tradición mítica griega. El palacio, lejos de constituir una aglomeración caótica o laberíntica, es un microcosmos denso pero lógicamente ordenado.
Las pinturas murales que decoran los pasillos laberínticos de esos palacios recogen en sus imágenes los rituales religiosos y festivos de esta cultura minoica. Centrándonos en el Palacio de Cnosos, según las excavaciones realizadas por Evans, encontramos pinturas sobre los juegos de tauromaquia: consiste en un personaje joven, de cabellos largos y negros saltando sobre un toro sujetándole por los cuernos; su cuerpo gira sobre el toro formando unas líneas de enorme estilización, líneas onduladas y suaves que se reproducen igualmente en las cerámicas cretenses de temas en relación con el mar.
 Pintura mural del Palacio de Cnosos
Si tuviéramos que definir el arte cretense, su rasgo más característico sería sin duda la profunda vinculación con la naturaleza, plasmada en la intensidad de los colores utilizados por sus artistas (rojos, azules, tierras...), la temática de sus representaciones (ya sean los temas marinos o los rituales respecto a los toros, religiosidad marcada por la relación con su medio natural) y especialmente, ese sentimiento de espontaneidad, vitalidad y libertad que transmiten sus imágenes; de nuevo nos remitimos a R. Olmos, que explica cómo el arte minoico es expresión del microcosmos político y religioso de los cretenses, creando un mundo representable desde una óptica vital y estilizada; los palacios mostrarían una cultura abierta a la naturaleza, una naturaleza paradisíaca y luminosa recogida en la pintura mural y en la cerámica, un arte que reproduce la libertad de movimientos y profusión de líneas curvas y ornamentales, una naturaleza fecunda y espontánea que abraza las formas artísticas. Esa libertad de movimientos expresada a través de las líneas es lo que aquí nos interesa, líneas como abstracción del sentido de libertad y unión con la naturaleza de una cultura.
Enlazando con esas mismas tonalidades, contemplamos el cuadro emblemático del pintor
Henri Matisse, "La danza", del año 1909-1910, si bien otras de sus obras como las dos
versiones de "El lujo" (1907-1908), o incluso el lienzo "Bonheur de vivre" (1906) vendrían a
expresar también el sentido que buscamos. Sin embargo, "La danza" resulta paradigmática en
cuanto a la expresión a través de las formas, las líneas esta vez diluidas en el color, de
un sentimiento utópico y libertario.
A través del color la pintura, esta vez separada de la naturaleza como imitación de la realidad,
pero no tanto de la naturaleza como concepto contrapuesto al mundo de convenciones sociales de
principios del siglo XX, refleja una temática definida por J.A. Ramírez como "próxima a las ideas
anarquistas de la época, que anunciaban un mundo futuro de libertad amorosa y de armonía integral
con la naturaleza". Partiendo de la emotividad del color utilizada por pintores como Van Gogh,
Gauguin o Cezanne, el movimiento fauvista hizo uso de él para establecer la primera postura de
vanguardia, en ruptura con la visión de la pintura en los siglos anteriores.
Volviendo a Matisse, los planos de color se integran en los cuadros para expresar paisajes o espacios
idílicos, no reales, dominados por líneas onduladas que contribuyen a enfatizar ese aire utópico de
sus cuadros. Concretamente respecto a "La danza", Matisse escribiría:
"En esta composición, mi primer
y principal elemento de construcción era el ritmo, el segundo una gran superficie de azul sostenido
(alusión al cielo mediterráneo) y el tercero una colina verde (verde de los pinos mediterráneos
contra el cielo azul)."
Matisse completó la armonía con el tono de las pieles de las figuras
danzantes, para obtener lo que llamó un "acorde luminoso". De nuevo el ritmo, líneas y color
fijados en una imagen artística como idea de libertad. Matisse recrea en clave de armonía cromática
la huida de la sociedad burguesa a través nuevamente de la evasión en un estado natural del ser
humano, y una vez más las líneas descritas por la danza son el medio expresivo más adecuado para
ello.
Tomemos una definición de danza: "Ritmo del movimiento corporal estimulado y regido por la música". La danza, su significado y el tipo de movimientos, presenta grandes diferencias según el lugar geográfico o el espacio temporal en que nos situemos, pero en todos ellos se desarrolla como manifestación de la visión del mundo de aquella sociedad, de su carácter espiritual, festivo, ritual o estético.
No podemos conocer si tuvieron, o qué tipo de danzas tuvieron las sociedades prehistóricas, acaso intuir ciertos tipos de ritos a través del arte parietal o algunas representaciones en los materiales arqueológicos conservados, pero sí conocemos que ya en la Antigüedad la danza se establece como una de las manifestaciones sociales más significativas respecto a sus creencias y sus gustos estéticos. Ya hemos hablado sobre la religiosidad cretense, pero también sabemos que los espartanos realizaban danzas de carácter bélico, y cómo las diferentes festividades helénicas eran celebradas con alguna danza ritual. En especial podríamos señalar las danzas realizadas en las fiestas dedicadas a Dionisos, en las que grupos de sátiros y ménades seguían al dios bebiendo vino, cantando y tocando el aulos, llegando a un estado de éxtasis místico, dejando de lado su "parte civilizada", dejando patente su papel liberador. Estas danzas derivarían posteriormente en la tragedia, las danzas colectivas serían el origen del coro del teatro griego.
 Pintura mural del Palacio de Cnosos
En Roma también se realizaban danzas con sentido religioso, en honor a Marte y Saturno, así como la pervivencia de las fiestas báquicas, si bien estos bailes fueron paulatinamente adquiriendo carácter pagano, de tal manera que en época cristiana estos bailes fueron considerados pecaminosos. No obstante, fuera del ámbito religioso sí se realizan danzas, en principio en círculos populares, y también algunas registradas en el teatro y los misterios medievales, o las danzas de la muerte ampliamente reflejadas en la iconografía.
Durante el Renacimiento las danzas se introducen en los estamentos sociales dominantes, y su evolución durante la Edad Moderna lleva a la práctica de danzas y bailes en palacios del ámbito aristocrático, la creación del ballet clásico de alta sofisticación y valor estético, y la creación de nuevos tipos de bailes vinculados a fiestas y tradiciones propias de cada país o región como bailes populares. Finalmente el siglo XX profundiza en la belleza de la danza y la propia interpretación del artista que la practica, el desarrollo de la expresión corporal y el estudio de tiempos y técnicas diferentes, con especial énfasis en los ritmos.
En cualquiera de los casos, la danza está impregnada de la identidad de la cultura de la que se trate, de la corriente de pensamiento dominante y lo que se llama en ocasiones "espíritu de la época"; queda expresado en el movimiento la tendencia mística, el concepto de belleza, la religiosidad e incluso la relación con la muerte y el mundo funerario en esta manifestación humana. Pero lo que hace singular las danzas es que sirven como medio expresivo a los estados más inspirados del ser, reserva un espacio para la expresión del ideario colectivo en su más profunda conciencia... la danza deja cabida a los estados de trance, al éxtasis místico o religioso, a la búsqueda de lo bello, o simplemente a la espontaneidad.
Quizá por ello la danza ha sido uno de los temas privilegiados del arte de las diversas culturas desde sus primeros tiempos. La imagen, a través de líneas pictóricas o escultóricas ha conseguido plasmar la captación del movimiento y el sentido de libertad que la danza encierra. Ya sea en los rituales de los palacios griegos, los frisos de danzantes de los templos paganos y cristianos, las danzas dionisíacas o los juegos de Capoeira, las líneas en el arte reflejan ese momento efímero de plena libertad. A través del lenguaje plástico el arte logra transmitir esa emoción, aquello que nos puede conmover en la danza, la expresión de la liberación que se da en el movimiento, mediante líneas y formas provocan a su vez esa misma emoción en aquel que lo contempla. La danza dentro del arte, el movimiento expresado en imágenes estáticas, consigue suscitar igualmente ese sentimiento en el espectador al invocar en su interior ese mismo abandono o exaltación para la expresión de sus ideales y aspiraciones. El elemento común a ambas expresiones, una en el tiempo y otra en el espacio, son las líneas del movimiento que nos abren el campo a otros registros lejanos y más libres.
Texto, Copyright © 2004 Sara Rivera.
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