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Bret Easton Ellis: El lado oscuro de la MTV
por Guillermo Ortiz
Para entender bien los 80 hay que conocer un poco los 60 y los 70. Todos hemos
oído hablar de "los veranos del amor", la paz de pelos largos y tardes en la cama. Fraternidad,
solidaridad y rebeldía. Un mensaje lleno de ilusiones, de sueños... La utopía realizada en las
granjas de California. California. En los 70 un actor de segunda fila conseguiría alcanzar el
gobierno del estado. Se trataba, evidentemente, de Ronald Reagan. Con una política populista,
reaccionaria, propugnadora del liberalismo más ingenuo y a la vez voraz, llegaría a la presidencia
de los Estados Unidos en 1980. Justo ese año John Lennon moriría asesinado. Era el fin de las
esperanzas. Al año siguiente The Buggles publicarían uno de los estandartes de la nueva época: el legendario video-clip "Video killed the radio star". Con ellos empezaba su andadura la cadena MTV. Bret Easton Ellis tenía quince años.
Entramos en la cultura del éxito, de los pelotazos económicos, los brokers de la bolsa se
convierten en los nuevos héroes: la gomina, los trajes, los patines para ir al trabajo. A su
vez la sociedad se infantiliza bajo el paraguas de papá Reagan: los adolescentes recurren a
las drogas, al crack, a un mundo de apariencias que les aleja de la realidad, como esos
niños que creen que al taparse ellos los ojos nadie los ve. Conducir rápido, beber rápido, vivir
rápido, llegar lo más lejos. Triunfar. Cualquier cosa sirve para elevar los pies del suelo. La
sociedad en las grandes ciudades (Chicago, Los Ángeles, Nueva York...) se divide en dos. De un
lado quedan los que pueden seguir el ritmo, del otro los que no. Estos abismos quedan reflejados,
como no, en las manifestaciones culturales de la época: Michael Douglas gana el Oscar por
Wall Street, Tom Wolfe triunfa con La hoguera de las vanidades y los video-clips
se llenan de modelos famélicas que simbolizan la fama, la belleza, el dinero...
Bret Easton Ellis ( Los Ángeles, 1964) formaba parte del grupo de los triunfadores:
los "niños bien" crecidos al amparo de las criadas mejicanas, pasando las horas delante de
la televisión viendo la "cadena de vídeos musicales"[1]. Su afición por la música le hizo
participar en varias bandas de new-wave antes de publicar su primera novela con sólo 21 años,
Menos que cero (1985). En ella se presentan las constantes de la obra de Ellis y de la sociedad
que retrata con una crudeza y un cinismo espeluznante: los poderosos pueden hacer lo que
quieran. La moral ha muerto. En su lugar quedan un puñado de canciones y de imágenes. El
mundo es sólo estética. ¿Y quiénes son los poderosos? Varones, por supuesto. En el caso de
Menos que cero poco más que adolescentes, pero chicos en cualquier caso que ven en las mujeres
una realización de sus deseos. Blancos que desprecian a negros, chicanos, en ocasiones judíos.
Y, por supuesto, guapos. Asombrosamente guapos. Tan guapos que son idénticos: rubios,
bronceados, musculados en el gimnasio. Tan parecidos que se podrían confundir unos con
otros y nadie se daría cuenta. Esta idea estará totalmente presente en las obras de Ellis,
especialmente American Psycho y Glamourama. No sólo es que el mundo se haya reducido a su
versión estética sino que esa propia estética es engañadora. La individualidad desaparece, lo
que queda es el poder.
Menos que cero fue descrita en su momento como El guardián entre el centeno
de los 80. Puede que Clay, su protagonista, un chico que vuelve a Beverly Hills para pasar
las vacaciones de navidad, tenga algo que ver con Holden Caulfield y su mirada perpleja
ante el mundo que le rodea. Incluso Blair, su novia ocasional, tiene algo de Phoebe, la
hermana pequeña de Holden, por lo menos en lo que respecta al sentimiento de protección
que él tiene hacia ella. De hecho, podríamos decir que Blair es el único personaje femenino
que se describe con cierta ternura en toda la obra de Ellis. Pero Clay no tiene ningún interés
en los niños que juegan en el centeno. Su entorno no puede ser más perverso ni menos ingenuo:
los amigos de Clay son una panda de nihilistas borrachos y adormecidos que se dedican a
acostarse los unos con los otros sin hacer distinciones. Habitan un mundo en el que los padres
siempre están de viaje por Japón, Europa, de compras en Nueva York... y en el que tu mejor amigo
es tu camello. Música, televisión, sexo, drogas y una violencia contenida que lo envuelve todo
apunto de estallar.
Por supuesto esta violencia estallaría años después en la renombrada American Psycho
(1991), pero mencionemos antes una obra poco conocida y que no fue publicada en España hasta que
llegó su adaptación cinematográfica, se trata de The rules of attraction (1987), traducida
al español como Las reglas del juego. Aunque Ellis todavía era un chico de veintitrés años
ya se aprecia cierta madurez en la narración: un brillante uso de la perspectiva individual
aderezado por cambios sorprendentes de espacio y tiempo, en una estructura parecida a la de
un puzzle cuyos espacios vacíos quedan a la interpretación del lector. En esta novela los
adolescentes se han convertido en universitarios pero no dejan sus manías: sexo a discreción,
fiestas, alcohol, música por todas partes. La vida como un video-clip a la manera de un paseo
con walkman.
En este libro aparece por primera vez uno de los personajes más siniestros de la
literatura contemporánea: Patrick Bateman, cuyo hermano Sean es el centro de la mayoría
de los triángulos que se entrecruzan a lo largo de sus páginas. También aparecen Lauren
Hynde, una atractiva e inteligente compañera de universidad y que luego reaparecerá en
Glamourama (1999) junto a otros compañeros de Camden como Paul Denton o Victor Ward. Este
es el doble juego de Ellis: no sólo sus obras son por sí mismas laberintos en los que cada
personaje es intercambiable por otro, en el que todo son apariencias que confunden, sino
que a su vez los personajes de un libro van apareciendo en otro, las referencias se entremezclan
y muchas veces da la sensación de que cualquiera podría ser el protagonista de la historia de
otro.
Llegamos, pues, al punto culminante de la carrera de Bret Easton Ellis. Seamos sinceros,
posiblemente nadie le conocería si no hubiera escrito American Psycho, uno de esos éxitos
provocados por una polémica exagerada. No es el mejor libro de Ellis. De los tres mencionados
posiblemente sea el peor, aunque recoja muchas de las constantes estilísticas de sus obras
anteriores y explore por caminos más atrevidos. Lo que distinguió a esta novela fue la
explosión indiscriminada de violencia llegando hasta el sadismo más repulsivo. Un anticipo
de lo que serían las películas snuff de principios de los 90. Sólo que Patrick Bateman,
este misterioso psicópata obsesionado con la moda, la música, la televisión y, sobre todo,
el reconocimiento exterior en forma de mujeres, rivales de trabajo, músculos, marcas de
ropa... no utiliza la cámara en sus matanzas. Queda todo para su deleite personal.
Por fuera, Pat Bateman es uno más de los triunfadores que hemos distinguido: miembro de una extraña familia que le ha conseguido un puesto de trabajo en el que no tiene que trabajar, moreno de rayos UVA, cuidadoso en su aspecto, exitoso con las mujeres. Es decir, podríamos intercambiarlo con cualquiera de los protagonistas de los otros libros, con cualquiera de los demás personajes que aparecen en esta misma novela. Pero Bateman se esfuerza por ser distinto. No sólo eso: odia a los demás por el mero hecho de no ser él. Nadie está a su altura. De entrada, por supuesto, los negros y los vagabundos, representantes de una sociedad que no se merece compartir calle con él. Después las mujeres, simples objetos de placer: prostitutas, novias, ligues de una noche... todas caen bajo su mirada de desprecio y reciben su merecido castigo. Por último los que le intentan hacer sombra en el mundo de éxito y conquistas en el que se ve envuelto. De hecho, sus únicos amigos son aquellos que él está seguro que están por debajo de él, que sólo pueden admirarle. No son compañeros de reparto, son la "claque".
Pero lo que impactó de esta novela no fue sólo su minuciosidad en el relato hasta hacerlo prácticamente repulsivo sino la fabulosa atonía con la que todo estaba narrado. Como si no estuviera pasando nada. Frases cortas, descriptivas, pinceladas en el cuadro más horroroso combinadas con largas y tediosas conversaciones, con parrafadas sin sentido en situaciones irrespirables por la propia falta de sustancia de los personajes. Se ha dicho que Ellis es un moralista. Puede ser. Siempre que consideremos que su mérito es precisamente presentarnos lo que sería un mundo sin moral, o donde sólo la moral del más fuerte merece la pena, convirtiéndose no ya en una regla de comportamiento sino en una manifestación de voluntad. La voluntad más enferma si así fuera el caso.
Borrada la ética, como ya ha quedado dicho más arriba, ¿qué nos queda?: la estética. La
valoración según el gusto. La estética es, para Ellis, algo tan importante como lo propiamente
relatado. El acompañamiento imprescindible (recordemos una vez más el símil del video clip,
donde las imágenes no cuentan nada por sí mismas sino que enriquecen la canción). Según
confiesa el propio autor[2] es capaz de interrumpir un párrafo, cortarlo, no por una cuestión de
lenguaje, sino por una inquietud puramente visual, pensando en cómo quedará la página según
haya más o menos espacios en blanco. En cuanto a los personajes, como ha quedado sugerido,
sus frases son muy largas porque son muy pasivos, y la gente pasiva no utiliza puntos ni
comas: seguirán hablando y hablando sin interrupciones. Por ejemplo en el caso de Bateman,
varias frases fueron tachadas del manuscrito original porque le parecían demasiado "líricas"
para un personaje incapaz del menor lirismo.
American Psycho, entendida sólo como un espectáculo de violencia desmedida, no tendría ningún valor literario. Hay que tener en cuenta siempre lo que simboliza esa violencia: una sociedad enferma, en la que el poderoso siempre sale impune. Lo que nos debe fascinar no es el método de Bateman a la hora de infringir violencia sino la impunidad total con la que la comete, en un mundo en el que todos miran a otro lado. Con esta obra Bret Easton Ellis llega al estrellato y culmina con tan sólo veintisiete años su propuesta estilística.
Lo que viene después, en la más sosegada década de los 90, tiene mucha menor relevancia.
Entre otras cosas, porque será la música la que se encargue de sacar a la luz las miserias
de la sociedad americana. En concreto, el movimiento grunge auspiciado, como no, por la propia MTV,
que dio a conocer a Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains y ese largo etcétera
de "perdedores", según los parámetros del reaganismo. En 1992 llegan los demócratas al
poder y hasta la rabia se institucionaliza, con lo que Ellis se queda algo perdido. En los
últimos trece años sólo ha publicado dos obras: un libro de relatos titulado Los
confidentes (1994, el año del suicidio de Kurt Cobain) y Glamourama (1999), posiblemente su novela más ambiciosa pero a la vez más confusa y cercana al solipsismo. Sólo Ellis puede saber exactamente qué demonios nos quiere contar.
En Los Confidentes nos encontramos un estilo mucho más intimista, sosegado y lleno de
tristeza. Recuerda un poco al Clay de Menos que cero y entronca de nuevo con el
estilo "a la Salinger": una especie de pesimismo envuelto de peterpanismo resacoso. Estrellas
del rock venidas a menos, adolescentes metidos en mundos paralelos. Parece que todo el mundo
quisiera "volver" pero sin tener muy claro adónde, quizás a ese paraíso perdido que fue su
infancia. Glamourama, como queda dicho, tiene algunas de las páginas más brillantes de Ellis,
pero la estructura es desastrosa. Ni su más avispado lector puede saber a qué se está refiriendo
en cada momento. Tenemos moda, sexo, belleza, poder, dinero, música, video... y sobre todo
apariencia, un mundo de apariencias en el que todo se confunde. Lo que pasa es que eso ya
estaba contado, y la fascinación por la moda ya quedaba un poco desfasada en 1999. Parece
ser que el autor llevaba casi una década manejando la idea y, efectivamente, a principios
de los 90, en los tiempos de apogeo de Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Kate Moss, Elle Mc
Pherson, de las grandes supermodelos y su corte de fotógrafos y traficantes, hubiera tenido
mucho más interés. La idea de la belleza que se autodestruye, de un grupo terrorista formado
por modelos que ataca a modelos es original, sin duda, pero llega a aburrir.
Desde entonces no sabemos nada de Bret Easton Ellis, uno de esos jóvenes prodigios copiados hasta la saciedad por sus menos brillantes admiradores. Su futuro es una incógnita: tiene dinero para aburrir y no sabemos si su pasión por la literatura le hará salir de la misma historia. Si lo hace, es un escritor excelso, posiblemente el mejor de su generación y habría que esperar grandes cosas. Pero le falta todavía algo: una gran historia. Algo que trascienda los flashes y las frases solemnes a la manera de un video-clip. Algo más. Una narración completa. Quizás ahora que se acerca a los cuarenta sea el momento para que nos muestre hasta donde puede llegar.
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Notas:
1. Tal y como llama Ellis a la MTV en Menos que cero.
2. Entrevista con Mark America y Alexander Laurence publicada en la página de Internet "The Write Stuff".
Texto, Copyright © 2004 Guillermo Ortiz.
Todos los derechos reservados.
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