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Puentes y fortalezas de la tradición Bosnia

por Eva Llarás


La literatura balcánica aún es en España una gran desconocida. A excepción del Premio Nobel bosnio Ivo Andric, cuya novela La señorita acaba de reeditar Debate, pocos escritores de la zona han sido editados en nuestro país. Sin embargo, Mesa Selimovic, el más prestigioso de los literatos bosnios para sus compatriotas también debiera ser recuperado del olvido.

La reciente publicación de La señorita, por parte de Ediciones Debate, cierra la reedición en España de La trilogía de los Balcanes de Ivo Andric. La iniciativa, aunque justa y loable, recuerda la injustificable ausencia en las librerías españolas de otro de los grandes escritores bosnios por excelencia, Mesa Selimovic. Y es que, a diferencia de Andric, Selimovic no ganó ningún Nobel, aunque tal vez lo mereciera.

En Bosnia, la producción literaria en nada se somete a esa masa excesiva, retroalimentada que es la industria editorial occidental. Al contrario, en Sarajevo todo es escaso, y por supuesto las librerías. No hay mucha literatura, pero la que hay importa. Y entre los bosnios, a nadie le pasa por alto la calidad de la obra de Andric pero tampoco sus inclinaciones políticas y el hecho de que se considerase ante todo, serbio. Andric ha representado a ojos occidentales el papel del intelectual integrador, del defensor de la comunidad de los pueblos balcánicos y su convivencia pacífica. Algo muy conveniente en tiempos de una Yugoslavia unida, y en especial en 1961, cuando fue galardonado con el primer y único Nobel de Literatura que haya recaído de momento en la región. Ahora bien, muerto Tito y muerta la Gran Yugoslavia que tan sólo él consiguió aglomerar, tal vez la revisión histórica debiera acompañarse de una revisión literaria.


Puentes del reconocimiento

Tan solo por casualidad, Andric nació en 1892 en la pequeña localidad bosnia de Travnik en el seno humilde de una familia católica de origen croata. A los dos años, tras la muerte de su padre, hubo de trasladarse a Visegrado, un burgo cercano a la frontera con Serbia. Allí correteó durante su infancia bajo el puente cuya historia más tarde reinventaría en su obra cumbre, Un puente bajo el Drina. Ya adolescente, se trasladó a Sarajevo para continuar con su educación, donde esbozó sus primeras poesías e integró el movimiento nacionalista "Juventud Bosnia", un grupo de jóvenes unidos en la lucha contra la dominación del Imperio Austro-Húngaro. Y es que el autor siempre abogó por una Yugoslavia autónoma e única.

Sus actividades políticas no le impidieron acceder a universidades como las de Cracovia, Zagreb, Viena y Grasz. Pero al estallar la Gran Guerra, el joven Andric empaquetó sus pertenencias de estudiante en Polonia dejándose llevar por un impulso patriótico de regreso a sus tierras que le costaría tres años de encierro. Como resistencia a la humillación y el tedio, mientras fuera preso político redactó los poemas en prosa que constituirían su primera obra. Al poco de ser liberado, en 1917, se unió al servicio diplomático del flamante "Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos" iniciando una carrera como cónsul del nuevo estado en varias capitales europeas. Tanto en Bucarest, París, Madrid, Bruselas como Ginebra, continuó escribiendo cuentos cortos y ensayos. Pero su brillante trayectoria diplomática no pudo sino quebrantarse en 1939, cuando siendo enviado especial a Berlín asistió impotente a la anexión de Polonia por Alemania. El autor intercedió en ayuda de escritores y estudiantes enviados a los campos de concentración nazis pero, indignado por los contactos que el gobierno de los yugoslavos mantenía a su pesar con el Tercer Reich, dimitió. Regresó a Belgrado. Aunque rehusó publicar durante la ocupación alemana, los cuarenta fueron los años más fecundos de su vida. Fue entonces cuando escribió las tres novelas que compondrían La trilogía de los Balcanes: El puente sobre el Drina, Crónica de Travnik y La Señorita salieron a la luz en rápida sucesión al acabar la Segunda Guerra Mundial. En 1954, Andric ya encumbrado internacionalmente como literato, adhirió el Partido Comunista Yugoslavo, al tiempo que publicaba la menos convencional de sus obras El jardín maldito. Por fin, en 1961 se hizo con el codiciado Nobel de Literatura muriendo 14 años más tarde.

La narrativa de tintes épicos de Andric ha instaurado el tópico de que a través de sus novelas cualquier occidental se acercará fácilmente a la complejidad del crisol balcánico. Pudiera no ser tan simple. En cualquier caso, cierto es que Andric plasmó hábilmente en sus obras la encrucijada histórica de su tierra, quiso que se comprendiese mejor a sí misma. Noveló el pasado bosnio desde un realismo de tintes paternalistas. La más famosa de sus novelas Un puente sobre el Drina, reconstruye las experiencias de los habitantes de una pequeña ciudad bosnia, Visegrado, desde el momento de la edificación de un gran puente sobre el río, sufragado por la nostalgia de un poderoso visir turco de origen bosnio, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Testigo silencioso pero imperecedero, el puente se yergue inalterable sobre el cambiante cauce del agua y los avatares del tiempo. Sobre sus piedras desfilan siglos y civilizaciones. Símbolo del poderío tiránico y la decadencia del Imperio Turco y más tarde, del brío económico y racionalista del Imperio Austro-Húngaro, el puente resiste. Entre sus columnas se esconden tanto leyendas de negros encerrados en el siglo XIV como cargas de dinamita a principios del XX.

Algo alejada de El puente sobre el Drina, si bien también atravesada por la Historia, la novela que ahora recupera Debate, La Señorita, como todas las del autor, se cierra en una trama más intimista. La novela concluye la Trilogía de los Balcanes con el relato de las pequeñas miserias de una solterona de Sarajevo esclavizada por el dinero. Desde que a la muerte de su padre se ve obligada a cuidar de sus pequeñas propiedades, Raika Radakovic es devorada por una insaciable pasión pecuniaria. La "señorita" consigue amontonar ingentes cantidades de monedas cuando se convierte en una feroz especuladora bajo el Imperio Austro-Húngaro, pero eso no le impide morir empobrecida en los años de la Depresión, habiendo renunciado a cualquier clase de amor. Con acierto, Andric sitúa al personaje de Raika muy cerca de una justa predecesora, la emprendedora Lotte de El puente sobre el Drina que dedica sus noches al atormentado cálculo de los beneficios de sus inversiones. Así, las dos mujeres ostentan la ejemplaridad característica de todos los personajes de Andric; individuos cotidianos que, aunque dejan que sus microscópicas vidas se rijan arbitrariamente según los caprichos históricos, representan siempre cualidades prototípicas de los seres humanos en su relación con la fuerza de los acontecimientos exteriores.


Fortalezas en olvido

En oposición a Andric, encumbrado internacionalmente, debe reivindicarse el desentierro de Mesa Selimovic, otro de los más grandes escritores bosnios, funestamente olvidado en Occidente. Selimovic busca la complejidad psicológica de los personajes, convencido de la imperiosidad de la independencia individual y la autonomía de la conciencia. Su obra cumbre El derviche y la muerte fue publicada por Montesinos en Barcelona en 1988 pero permanece bajo una desoladora sombra comercial en la mayoría de países europeos tanto como en España. Pudiera ser porque, aunque sobrado de talento, Selimovic nunca ganó un Nobel. Sus obras, si bien no muestran tan abiertamente como las de Andric los altibajos de la historia Bosnia, reflejan con mayor intensidad la crudeza de la dominación otomana y la opresiva pesadumbre diplomática del Imperio.

El derviche y la muerte se supone inspirada en la propia vida de Selimovic. Aunque el autor nunca quiso reconocerlo públicamente y siempre recalcó la insalvable distinción entre realidad y ficción; las conexiones entre su obra y su propia biografía resultan obvias. De ellas proviene parte de la fuerza de la narración, escrita desde un absorbente tono confesional. No en vano, el derviche Ahmed Nuruddin, miembro de la orden sufí más poderosa de la época y protagonista de la novela, ve como su único hermano es injustamente condenado y ejecutado por el aparato judicial turco del mismo modo en que Selimovic asistió impotente a la muerte de su propio hermano, procesado por una nimiedad por el Partido Comunista Yugoslavo.

Selimovic nació en 1910 en Tuzla, al norte de Bosnia. Fuertemente marcado por la figura de su padre, un hombre tan dicharachero y peculiar como el personaje de Hassan en El derviche y la muerte, Mesa creció en una familia de musulmanes aunque siempre se consideró ateo. Tras licenciarse en Filosofía y lenguas en Belgrado, regresó a su pueblo natal donde ejerció como maestro y se casó. Ya antes de la Segunda Guerra Mundial militó en el Partido Comunista Yugoslavo, con cuyas ideas simpatizaba desde la adolescencia. Pero al fin del conflicto, su hermano, también compañero del Partido, se convirtió en uno más de los aciagos chivos expiatorios de las de las autoridades comunistas y Mesa no pudo salvarlo de la ejecución. Marcado por el suceso, Selimovic se desplazó a Belgrado donde conoció a la que sería su segunda esposa, por quien rompió su primer matrimonio y fue expulsado del Partido, acusado de relacionarse con una "burguesa". Pese a que al poco recuperó la confianza del Régimen, la década de los cincuenta fue una época difícil para el autor, que aunque encontró en su segunda compañera un apoyo incondicional a su obra, transitó por oficios inestables mientras que escribía pequeñas obras de ficción mal recibidas por la crítica. Ya en 1966, Selimovic consiguió el reconocimiento definitivo tanto del público como los especialistas con El derviche y la muerte recogiendo numerosos galardones literarios pero sin alcanzar la cima del Nobel, que ya había coronado Andric poco antes. Pese a su intención de continuar con la saga del derviche y redondear una trilogía, Selimovic tan solo escribió la segunda de las narraciones que habían de conformarla: La fortaleza. Publicada en 1970, la novela también se sitúa en un tramo de la historia de Bosnia, en el siglo XVII.

La prosa de Selimovic discurre por la psique humana de un modo mucho más inquietante que la de Andric. Se adentra en el corrupto mundo interior de sus personajes, cuya conciencia y propia represión no es sino el reflejo del laberinto burocrático del Gran Imperio Turco. Técnicamente en los confines del "flujo de conciencia" moderno, pero igualmente eficaz, la narración de Selimovic se acerca a los más íntimos pensamientos del protagonista de El derviche y la muerte sirviéndoselos en bandeja al lector, para que desentrañe la maraña de mentiras en que Ahmed se engaña a sí mismo. Del mismo modo, La fortaleza sumerge en un extraño mundo de oscuridad y encierro, de opresiva culpabilidad. Pero si la "novela psicológica" (el autor reconoce a Dostoievski entre sus influencias) de Selimovic permanece en vigor en nuestros días es gracias a su estilo: sincero, preciso y conmovedor. Los textos de Selimovic fluyen, patinan sobre una sobrecogedora estela de resonancias líricas y metáforas, escudriñan la nocturnidad. Aunque la austeridad del argumento puede aletargar la lectura en ocasiones, la exactitud de su prosa entroniza cada una de las palabras, las tiñe de una intencionalidad propia, cercana a la de las escrituras sacramentales. Cual péndulo hipnótico, su mejor obra, El derviche y la muerte, se balancea entre el presente de la narración y continuas digresiones temporales. Bascula en un vaivén balsámico de acciones y pensamientos para cerrarse en una espiral. No en vano, las obras de Mesa han sido consideradas de algún modo prosa poética.

Pero no solo en cuanto a estilo se refiere, sino también en el paisaje mismo de sus novelas se distinguen Selimovic y Andric. Mientras que el autor de La Señorita edificó un mundo literario de coloridos folclóricos y personajes variopintos, Selimovic proyectó en todas sus novelas un mundo gris, de identidades anuladas. Los bosnios han reconocido en ellas la pesadilla de la uniformidad, el horror a la monotonía de la imposición. Tras la guerra que con tanto dolor otorgó por fin al pueblo bosnio su independencia, muchos ciudadanos de Sarajevo aseguran ahora reconocerse mejor en las obras de Selimovic, que anteponen a las de Andric. En una suerte de paranoia literaria, algunos merman el demostrado talento de Andric (considerándolo "un traidor a la patria" a causa de su labor en pos del "nacionalismo yugoslavo") y enaltecen las novelas de Selimovic porque muestran entornos bosnio-musulmanes. Rizando el rizo, ciertos intelectuales de la región han llegado incluso a defender las obras de Andric en detrimento de las de Selimovic como reivindicación de la independencia de los valores literarios ante los políticos.

Lo cierto, por mucho que les pese algunos, es que tanto Selimovic como Andric se inclinaron por una cultura yugoslava pese a sus orígenes bosnios. Prefirieron el bullicio del mundillo intelectual de Belgrado a la soledad de las abruptas tierras de su patria. Amaron a su tierra, pero sin renunciar a Serbia. En verdad, se asemejaron en su concepción de la unión de los pueblos balcánicos tanto como se diferencian en la riqueza de su imaginería narrativa.

Pero sea como sea, los dos escritores enaltecieron la lengua bosnia al tejer con ella la historia de su pueblo. Una historia prismática, a la que siempre podremos acceder desde múltiples interpretaciones. Una historia de cruces de culturas y religiones, a menudo menos enfrentadas socialmente de lo que su rentabilización política pretende. Una historia punzante, a la recreación de la cual ambos dedicaron pese a sus diferencias lo mejor que podían brindarle: su pasión por la literatura.

Una encuesta celebrada por el diario Dani (Días) en 1999 entre los ciudadanos de Sarajevo, señalaba a Ivo Andric como el mayor de los escritores de ficción bosnios. Le seguía de cerca Mesa Selimovic. Al poco, otro periódico, Slobodna Bosna ("Bosnia libre") continuó con el juego. Según sus propias indagaciones, los ciudadanos preferían por encima de todos al narrador contemporáneo Danilo Kis, mientras que tras Selimovic era preferido a Andric, que se hubiera quedado con el bronce de la competición.

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Bibliografía:

  • SELIMOVIC, Mesa. El Derviche y la muerte. Barcelona: Montesinos, 1988.
  • ANDRIC, Ivo. La Señorita, Barcelona: Debate, 2003.



Texto, Copyright © 2004 Eva Llarás.
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Última actualización: viernes, 7 de mayo de 2004

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