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Diario incorrecto y mongol (II)

por Nacho Toro


[Lee la parte I del Diario incorrecto y mongol haciendo click aquí]

Lo de hablar con compatriotas en el extranjero es espinoso. Finalmente compré a precio de oro, o de dólar, o de franco, un pastel, que resultó illo, en uno de los bistrós donde se reúnen los pocos guiris que desafían su patético miedo al SARS y se infiltran en tierra mongol mientras llega el frío. Este es francés, de nombre, y un grupo de españoles charlaba animadamente en la terraza, así que di media vuelta, obvié al chaval de las muletas que pedía bajo la escalera y me deslicé con mi pastelito a la mesa libre junto al grupo, sin casi llegar a sentarme, decidido por la lógica de pronto a pedirles un hueco en su mesa.
Por un lado, por pequeña que sea la distancia temporal, el kilómetro siempre manda, y al oído de una voz hermana, algo te impulsa al saludo; pero luego está la experiencia. Ella, sabia o no, te dice que lo evites, más si la distancia aumenta. Es decir, que lo que en Cuenca puede ser interesante, entrar de pronto a un grupo de compatriotas por su condición de tales, en Bruselas se hace peligroso y en Birmania osado en exceso. La probabilidad de que la ecuación varíe es reducida.
Me acogieron con complacencia. Eran 5, agrupados de dos congregaciones: los tres catalanes, recién cubiertos 3000 Km. en jeep furgón ruso, por un lado, el madrileño y la bilbaína, acabada la travesía en bici de montaña, por otro.
Tal vez sea yo, pero aquello acaba siempre en pequeñas discusiones.
Uno de cada grupo había estado en Chiapas, ella, a los 17.
Los de Barcelona estaban encantados porque acababan de pillar unas putas que les dieron el correo electrónico y todo. Tras primeros intentos fallidos, atacaron un local que anunciaba "sauna", y funcionó a 30 euros. Contaron sus andanzas en el jeep con el conductor borracho y la traductora que estudió en Barcelona.
La bilbaína tiene veinte años y me avisa que si ella estuviera aquí un año, seguro que aprendería el mongol. No coincide con mi versión de que no puede uno realmente integrarse nunca, haga lo que sea, y me dice que su amiga suiza, rotunda y rubia, según parece, que lleva meses viviendo en una aldea al Norte, lo ha hecho. Nació en el país equivocado. Con sólo imaginar a la teutona ordeñando cabras rodeada de pequeños inuit, comprendo que tiene razón, pero el segundo barcelonés, que estuvo en Méjico unos meses y aprendió a decir hola en un idioma precolombino, no. No reconoce la palabra en ese idioma que le suelta la otra zapatista. Será el tiempo. Sin embargo, yo creo que la distancia se mide en kilómetros.
¿Por qué aprenderá la gente tan rápido un idioma en el extranjero y ni en 30 años en su propio país?

Cuando alguien se ha gastado mucho en una expedición que roza la aventura, al menos en la diapo, siempre quiere declarar lo barato que fue - aunque sea cambiando tugruts a 250 por dólar, o sucres a 7000. Siempre. ¿Por qué? Estamos hablando del pasado. Quince segundos después, mantengo la cuestión.
Un guapo niño con gorrita de The Kid nos sube a pedir dinero. No. Comida. Le doy mi último cacho de pastel, mediocre, por otro lado.
Cuando nos despidamos, volverá por tercera o cuarta vez, tras comerse los azucarillos del café de la mesa de al lado y convidarle el catalán más rijoso a un pastel de chocolate, pero ahora vendrá con un diminuto lama que golpea sin parar todo lo que encuentra y tiene la gracia hincada en el alma.
Me pregunto si se mancharán así a propósito, y si estos dormirán en alcantarillas. Sé que hay muchas posibilidades de que no, y sí.
¿Por qué aprenderá la gente tan rápido un idioma en el extranjero y ni en 30 años en su propio país?

Mi jefa india es nepalí. Me ha transmitido su pánico. Realmente, en mi primera noche fuera, me he convencido de que es injustificado. Unos asiáticos semirrusos nómadas no pueden constituir la ciudad más peligrosa del mundo. No vi las prostitutas que me ubicó. Tampoco la academia que busqué durante dos horas. Caminar sin gafas de sol por UB es suicida. Dicen que por la altura. No sé, pero se toca el sol, y no quema, pero ciega. En el campo, de noche, se ha de tocar el cielo. Tal vez lo vea mañana. Me voy de gers con mi jefa, cinco niños y otra pareja, y su marido, claro. Puede ser duro, o genial. Se verá. Conocí a la mongola más bella. Me la presentó su novio. Se verá. Al novio le encantó mi pelo. Adora el Death Metal. Como muchos aquí. Los pijos, el jipjop. Su novia es una pija cegada por el inglés, que casi domina. El lado asiático de la globalización es peor todavía que los que conocía. Y más irreversible.
La bella me preguntó qué se habla en España. ¿Español? Lo mismo que en Méjico. Poco después, descubrí que mi ensoñada conoce la expresión ¿qué pasó? La repite su novio, que vivió en USA. Lógico. Tenía que ser. Se evade mi interés por mi cada vez más comunicativa amiga, y me renace el interés por hacer calle. Sé que dentro de dos semanas no será sencillo hacerla, y dentro de cinco, casi imposible. Me para un chaval de aspecto pícnico y, por tanto, trapellano, y me pide practicar su inglés conmigo. No lleva espuelas, ni faja de cuero, luego supongo que habla de hablar. Se compromete a mostrarme el camino a las universidades que enseñan español. Acumulo tarjetas de visita y la gente mi número. ¿Y si llaman?
La hermosa me dio su número. Fue un gran modo de comenzar la mañana. Me habló más de ella, de su familia, sonrió, me mostró su destreza para hacer un apaño en un jersecillo y que parezca otro, pero en la tele todo se torció.
El uso injustificado de mi tiempo, un tipo vestido con piel de leopardo, la creciente sospecha de que mis sospechas sobre la trampa que es el club de Periodistas donde enseñaré inglés, después de que los libros que me entregan, a petición de Nacho, sean de tercera mano, tomos sin continuación o de los ochenta, o las tres cosas a un tiempo, y la confirmación de la muy cabal sospecha, con su adscripción a este hombre que danza semidesnudo en medio de las oficinas de TV9, me hacen desear salir de allá y llegar a mi reunión-charla sobre seguridad.
La charla es desmedida. Un veterano de Las Mimbreras se hubiera acojonado. Me advierte mi jefa contra las mongolas: parecen muy fáciles, pero luego quieren dinero. Bueno alguna diferencia tendría que haber con España.
Unos tipos acaban de acercarse a mí detrás en el bar en que escribo tras zampar un pincho moruno poco oriental. Al verme han salido espantados. Es la Segunda vez que me ocurre en mi tiempo. Al menos no dijeron, como ocurrió a mi buen amigo exmelenudo "qué va, era un tío, y encima feo", o yo no lo entendí.
Las muchachas me miran. No he visto ningún mongol con el pelo largo, aunque el novio de la nueva bella mantiene que él lo tuvo y se lo cortó para entrar en la televisión. Los niños me señalan. El animalote lama del café me agarró la melena, como hacían en Turquía. Un menesteroso me llamó Yisus ayer. Me siento en casa, pero con niños atentos a mí.
Mi vecino gordito de 60 cm. se acercó alegre a mí y me tendió la mano. Un buen contacto. Habrá que jugar de vez en cuando.
Un pobre hombre se acercó a mi mesa en el bar, se sentó sin decir nada, y pronto cogió mi patata cruda y comenzó a comer. Una hermosísima camarera lo echó al momento. Algo tiene que cambiar. Yo seguía escribiendo, y ella me miraba buscando reacción.
El tráfico del viernes en el centro es abundante. La gente sale, y quiere divertirse. El mundo tan pequeño escuece. Los inuits bailaban en la discoteca, también. Enrique Iglesias suena en los taxis. El desodorante vale 7 euros.

Nuestra tarea común es encontrarnos, y los demás, si existen, pueden ser uno de los métodos de los medios. Encontrar a los demás es lo peor del proceso; salvado el trago, hay que posarlo. No sé si debiera hoy conocer tantos nuevos. Al menos, serán distintos. Voy con los nepalíes y alguien más a un ger.
Los catalanes se encontraron en el Gobi con cuatro vascas y un vasco que venían en camioneta desde España. Tras el muy vasco `sin insultar` a la pregunta de si eran españolas, departieron afablemente. ¿Viaja la necedad, viajan los necios o los necios viajan? ¿Siguen viajando, siguen necios? ¿Puede abandonar la necedad la necedad? ¿Es igual no saber que querer saber? ¿Y saber?
Conozco un buen número de personas que se sienten odiadas por la tecnología. Es una buena vía para quizás conocerme a mí un cierto día. Ellos se juntan. Es mi vía epistemológica. Me he cargado la batería dela cámara. La urgencia y el extraño aplique del enchufe son los culpables. El deseo inmanente y esta nueva necesidad me hacen pensar en la TV9. Allí hay cintas, y cámaras. Ha de haber baterías. Las instrucciones dice que si colocas una de otra marca en la cámara, puede estallar. En la tele tienen sony. Los tecnólogos son los nuevos curas de la ceguera y el acné onanista, o el nuevo acné onanista.
Tampoco decían que la luz parpadeante significaba "sólo imito que me llenas". Las profecías de los tecnólogos están traducidas con aparatos tecnológicos a un nuevo español tecnoincomprensible. Precisa de exegetas.
El Dios tecnólogo habla un idioma de 200 palabras construido de usurpaciones, que se reduce a unos y ceros. Pero sus máquinas bíblicas se encargarán de exorcizar el verbo, y hacerlo fango farragoso. Y les necesitarás. Y les verás inaprensibles. Y los odiarás. Pero sus iglesias siempre arden solas. Como mi ira.
Al final, y al comienzo, la ira vive sola, y muere así, y se diluye en el gran infinito de la cólera, que es albina y devora círculos de comprensión desde que se hizo verdad engullendo a sus hijas siamesas que llama en una Fuerza, pese a su omnímoda mención.

24/8/2003

Tienen en Mongolia una planta, al menos, de Coca Cola, pero no hay McDonald's, ni Kentucky Fried Chicken. Mc Donald's, no obsta, demandó a los propietarios del Mon Ronald's del distrito III por copiar el diseño de su M, y la no muy lejana Embajada USA reaccionó en cuanto nació el establecimiento. Es algo que Subu no soporta. Subu es el hijo de mi jefa india, que es nepalí. Subu también, creo, es nepalí, pero no habla más que inglés, pese al nivel nada óptimo de sus padres en la lengua pérfida. Subu tiene enormes ojos abiertos y voz agudísima y potente.
Siempre está activo y sonriente. Como es muy bello, le he sacado en mi cámara. Los niños se volvían locos con mi diminuta cámara roja. Eran cinco niños, cuatro de ellos menores de diez años, Chris, de trece, y su hermana, se nombre raro y 1992.
Fionna y Paul son una pareja de australianos con afán por viajar que un día decidieron tener familia de vuelta en Australia, pero al poco no pudieron resistirse, y allá van, a vivir a Mongolia con pocos ingresos y cuatro hijos rubísimos. Bueno, la niña es pelirroja, y guapa, extraña combinación. Fionna se cayó hoy del caballo, y se golpeó la espalda. Tuvo que ir al hospital. Fuimos, en una furgoneta rusa tanque de estas que aquí abundan, al parque natural que reúne más caballos salvajes del mundo, los takhi, Khustai Nuruu -la montaña de abedules-.
Son unos cien kilómetros de carretera con o sin asfalto, desde Ulaan Baatar. Ábamos la guía, que luego se volvió, el conductor, y los once extranjeros, mi jefa, su amable marido vegetariano amante de los seres vivos, su hijo, los seis aussies y Nachoman. Nachoman trajo su cámara, pese a no haber sabido cargar la batería convenientemente. Ábamos a pasar la tarde y noche, y volver por la mañana, tras dormir en un ger, la choza tradicional donde los mongoles han vivido, y muchos siguen viviendo, aunque muchas han comenzado a asentarse sobre hormigón, material poco apropiado para los nómadas.
Era una buena oportunidad de salir al campo antes de que llegue el invierno. El día era espléndido; más de veinte grados al sol, y todo era sol.
Eso fue ayer. El ger me decepcionó. Dentro del acolchado blanco, cruzando la pequeña puertuca, me encontré con un hostal de planta redonda, con su mesa, sus camas y su estufa. Había duchas, váteres, restaurante y hasta sauna, fuera. Poco promisorio. La broma, incluyendo una esperpéntica cena y un mínimo almuerzo, sin bebida, más caros que en el mejor restaurante de UB, me salió finalmente por unos 40000 tugruts, unos 30 E, carísimo, si nos atenemos a los precios habituales en los gers, o a lo pactado con anterioridad. Lo único barato fueron los caballos: 1,70 € la hora. Pero, claro, montar estos caballos es muy complicado. No se trataba de los caballos salvajes que viéramos la tarde anterior, en las fastuosas estepas, verdes tras el verano lluvioso, literalmente plagadas de una eclosión de insectos ensordecedora, langostas, gigantescos escarabajos, cigarras, todo tipo de saltamontes que formaban en nubes a tu paso… vertebradas por guaridas de marmotas, renovadas día a día por la sombra inmediata de las nubes. Allí el cielo no se curva apenas, y se puede tocar sin estirar el espinazo. Eran caballos domesticados, pero pequeños, fortísimos, anchos de pescuezo, bajos de cerviz, cortos de patas y crines, plenos de moscas. Pardos caballos mongoles; resistentes, rápidos, orgullosos.
Estuvo el mío dando vueltas casi la mitad de mi hora contratada, y cuando logré alejarlo un tanto del campamento, aparte de para unos segundos de inmersión en atmósferas legendarias, sólo me valió para recibir una galopada no pedida de vuelta al hogar entre pecho y espalda. Más concretamente, entre el cuello y las gónadas, ambos unidos en el dolor. La única que supo controlar a su animal, acabó cayendo de mala manera. Es cosa de la doma, dicen. Del propio carácter del animal también, digo. Junto a la mayoría de los gers, dispersos por las inmensas, e inmensamente vacías, estepas, duermen un caballo y una motocicleta de fabricación rusa. Tal vez ellos nos ven como culpables de esta competencia, y nos castigan en respuesta. En el próximo viaje, habrá que probar con la moto. Mis últimos diez minutos de cabalgada se los regalé a la guía, que volvió a recogernos con sus dos hijos. Sorprendentemente, era la primera vez que montaban en un caballo, pese a ser bastante crecidos y vivir toda su vida en Ulaan Baatar. Se hicieron una foto.
Que la sociedad está cambiando muy rápido se ve nítido en la ciudad. Los mayores, todavía con el vínculo con la Tierra, visten a la manera tradicional en su nuevo hábitat, como en la España de los 70 vestían las abuelas de negro, o la boina los viejos. Los jóvenes visten una imprecisa y, como en todos lados, incómoda moda a la europea. Muchos de ellos no han pisado un ger en su vida, aunque abunden en la propia ciudad. Es difícil decir aquí qué tipo de barrio es más feo, el de estilo soviético, o los nuevos de chabolas, con la madera y los gers siempre presentes.
Por eso es complicado encontrar mejores vistas que las de la terraza del nuevo Silk Road, caro restaurante con carta breve más suculenta.
Como prometió, y pese a mi ausencia el sábado, mi colega de la ONU Hideo, tokiota, me ha invitado a cenar. Por menos dinero que en el Parque Natural, un suculento filete a la pimienta ha pasado a ser mío una horas. Lo del Hustai es un timo que se veía a distancia. Es el típico lugar turístico donde no dejan de resaltar cuán maravillosa es la peculiaridad que te ofrecen como visitante, los caballos salvajes, en este caso, y anunciarte mil y un nuevos y anodinos añadidos a la gran atracción. ¡Podrás ver marmotas, dicen, y aves! Pagar 5$ por entrar a un parque natural, más el transporte, por ver caballos, las mismas marmotas que brotan por doquier, y las águilas que sobrevuelan continuamente Ulaan Baatar, no se me hace muy distinto que aquel safari a precio de oro en Iguazú en que te anunciaban con estruendo tras frenar en seco el camión que sobre un árbol lejano, si afilabas el ojo, podrías encontrar un papagayo posado, o aquel anuncio islandés que, a cambio de un porcentaje nada irrisorio de tus vísceras, ofrecía la posibilidad e ver a 50 m. ballenas francas, y, además, atunes, delfines, y gaviotas, como delicatessen extra.
Puro engaña admiradores del emperador.
Nunca viajes con el que no deja de llamarse viajero.
Nunca trates de ahorrar compartiendo gastos con familias con niños.
Nunca montes ni desmontes un caballo mongol por la derecha.

24/8/2003 (II)

"Las cucarachas son inevitables". Es lo que me dijo Todd, el gordo canadiense que se casa en noviembre con su novia mongola, tras casi 3 años de estadía en el país. Yo repliqué nada entusiasmado con la idea: "pues yo no he visto", y creí que sería así para siempre. Como lo del robo. Todos insisten en que antes o después te "desvirgarás", en uno y otro país acabarás atracado. No quiero que sea eso así y, pues, no lo creo.
El primer paso, esa misma noche, en mi cocina, levantó la mirada de mi nueva inquilina, brillante, color óxido, cucaracha, chiquita, pero no tanto, como las de aquí. Luego, por la mañana, una avispa y una abeja sustituían a la evadida. Llegué a creer que era un sueño, pero sé que estaba allí.
Hoy fui al supermercado, a cuatro supermercados, y sólo en uno vi antibichos, pero el precio me concienció de que he de adaptarme. Después de todo, vivimos en una monarquía, y parlamentaria.
Todd es de Halifax, y conoce U.B. Los canadienses son una gente peculiar; aunque su país sea el más rico, es también el más inhóspito. Así que no es difícil hallarlos en los destinos menos habituales - fríos siempre - adaptados y amantes del lugar, convencidos de que es su sino haber dado con él, y de que allí pasarán el resto de su muerte. No puedo imaginar muchos sitios menos deseables para un humano que Halifax.
Con Todd, Hideo y el inglés Ian, que más que Wright, a mí me parece sacado de un libro de Houellebecq - y sí, estuvo en Thai - me fui anoche a la bolera. Estaba agotado tras la gélida noche en el ger, pero quería conocerlos. Todd me habló de la escuela de cine, que creo haber descubierto hoy, y de ese local donde se alquilan y ven vídeos de uno, dos, hasta seis en seis, y del cine con cine "S" yanqui - soporífero, pero iré - y del concierto del mes. Yo creía que el concierto del año, que me perdí por salir al campo, sería el gran Demis Roussos Triki Triki, pero el sábado que viene tocarán las campanas las dos monjas, tal vez españolas, que vi esta tarde: vienen los Modern Talking. Resulta que toda discoteca que se precie, y las gratis más y también, tiene como programa de música base a Modern Talking, los nuevos Abba y Bonnie M. Bromeábamos sobre el país de los fósiles, que en buena medida es Mongolia (aún he de acudir al Museo de Historia Natural) y llegó Todd con la nueva. Me sentí Santa Ana y el niño. Por 10000 tugruts, unos 9 E, puedes adoptar uno y llevártelo, me informa el gordo canadiense. Buen tipo. Es el único extranjero que conocí que conoce algo la lengua. Los demás viven en su sociedad paralela, la occidental, aunque trabajen con mongoles, y no se molestan lo más mínimo en aprenderla.
Mi jefa nepalí, con su inglés insuficiente, lleva más de un año trabajando aquí y sabe cuatro palabras. Eso, siendo asiática y trabajando en la UNV, la organización de voluntariado de Naciones Unidas.
Yo quiero aprender algo. Sólo la elite habla aquí otros idiomas, y en mí se fijan las nenas de la calle. También las nenas de verdad, mofletudas, minúsculas, con trenzas que parecen ahogar su circulación y andares indecisos. Son preciosos los bebés aquí, y temerarios los padres, que les sueltan al cruzar la calle. Incluso para mí, bastante experto en cruces suicidas, las calles mongolas son muy peligrosas.
Noto más que nunca mi falta de visión lateral en el izquierdo. La combinación de sol cegador, humo incesante - muy excesivo para mí - y autos locos se vuelve terrible en calles anchas como la Avenida de la Paz que se extiende junto a mi apartamento. No creo que la costumbre mejore nada. Aquí, saber si un coche va a parar o no a tu paso, o en el de cebra, o en el semáforo, no es complicado: no va a parar.
Sólo el hielo puede cambiar algo al respecto. A peor, obviamente.
Mi niño favorito del día es pobre y sucio. Se me quedó mirando fijamente, y yo a él. Rapado casi por completo, dejaba ver melenita rizada a modo de greña gitana muy después del cogote. Vestía una camisola tradicional, oscura, u oscurecida, y caminaba solo junto a su padre.
Mi persona mala del día, la mujer que expulsó a dos niños, parecían hermanos, ella muy bonita y pequeña, de rosa, junto al pasillo de entrada de su bar. El local era una terraza abierta, y el pasillo no tenía en verdad tal sentido, y los niños estaban sentados sin más en un bordillo. No sé si llegado el momento pedirían algo al transeúnte. Si algo me obligara a tener esa actitud con los enanos, abandonaría el país, o la ciudad. No se puede vivir con eso. Otros dirán lo mismo de nosotros.
Necesito aprender algo de mongol, y la única persona que se me ha ofrecido como profesora es mi alumna Ianyaa, Heidi, para mí, que antes me pidió en matrimonio. Es una de las más feas, pero la más simpática. Tiene veintiséis años, trabajo de periodista, y meto treinta y tantos de estatura. Siempre ríe. Su inglés no es peor que el de mis otras alumnas. Por ahora, diez mujeres y un caballero. Me han, de pronto, doblado la jornada laboral. Entro a las 10, salgo a las 9. Tremendo, oiga. Los alumnos tienen entre 25 y 30 años, son periodistas, y levantan la mano "seño, puedo ir al servicio". Es como cuando daba clase en Ecuador. Sigo queriendo creer que la educación levanta países.
Ninguno de los hijos australianos de mi excursión supo calcular mi edad si en 1992 cuando nació la pelirroja, tenía 17, y en el 96, 21 años. Tras varios minutos y mil tanteos, uno de los más pequeños lanzó la correcta solución a voleo. Tampoco su madre - profesora de primaria - supo atinar con el cambio de moneda. Qué decir de mis camareras antier, o el día de antes.
Hasta en el paupérrimo mercado callejero que me he topado hoy, usan todos calculadora. Dentro de nada, tampoco sabrán escribir. Los que sabemos estaremos en el club de sobrevivo bien con esfuerzo. Los descastados, perdidos.

Nokhoi Khor.

Es la frase que hay que soltar al aproximarse a un ger. Viene a significar petición de permiso para entrar, pero la traducción literal es "sujeten al perro". En cada obra que veo en los alrededores, y son muchas, tantas como alrededores, se encuentra al menos una de estas chozas tradicionales, con su correspondiente can en la puerta. Me pregunto si será un a modo de caseta de obra, o de nuevo, como los vallados continuos, un modo de reivindicación de la tierra en la era de la privatización acá. Lo averiguaré, tal vez sea la alternativa al prohibitivo alquiler con que oprimen aquí al extranjero. Eso, o casarme con Heidi.

Acción tercera (voluntaria).

Todo está lleno de cafés, restaurantes, billares y karaokes, aunque no haya nadie para ocuparlos. De nuevo, me parece una ciudad del simcity, ese juego de simulación donde te gastas todo el presupuesto inicial en construir miles de casas o comercios, para a continuación esperar a que se llenen para ponerles con los impuestos recaudados carreteras, luz, o Metro cerca.
Aquí muchísimas casas están en construcción, muchos comercios esperan a los inquilinos, las carreteras no siempre tienen baches gigantescos, por lo general los baches no tienen carretera, pero dicen que los karaokes se llenan de común. Iré. La bolera estaba vacía y, también de nuevo, me evocó a Skolimovsky. No sé si será el lobo de "conejo yo te daré" de la infancia, "Choky", o alguna otra serie, Pipi incluida, la nostalgia del niño, si será el viejo TSKA de Tachenco y Taracanov o simplemente mi apreciación actual y basada en una estética de lo vivo que construí, pero estos ambientes, de cualquier modo, me enamoran, me dan un olor de hogar de abuela ajena, prójima, un color de felicidad tenue, fría, melódica y llena de silencios, que me arropa, sobre todo de poesía; me da una sonrisa. La chica bajando escaleras en busca del encargado de reparar la máquina coloca bolos cada dos por tres, el silencio, la luz nada viva, lo heterogéneo de nuestro propio grupo, el único del lugar, un japonés hiperactivo cansado de los mongoles, y que atribuye todos sus defectos a su pasado comunista y, digo yo, no se entera de nada, un joven envejecido por tripa, acento inglés, barba blanca creciente y calva, antiguo empleado de consultoría reciclado en sucedáneo en países con cerveza barata, respeto excesivo al occidental, y quién sabe si otros deseos Houellebecquianos, un halifaxino enamorado de UB y una de sus ciudadanas, y yo, no sé quién en no sabe dónde sí sabe por qué no. Y la apuntadora adormilada, jovencísima, con su gorro americano, todo crea un ambiente de ensoñación, de duermevela.
Trabajan desde niños. Los que gritan en los furgotaxis en cada parada sus destinos amarrados a la puerta deslizante no han dejado la adolescencia. He visto chiquillos conduciendo. Los de mi primer accidente presenciado eran adultos. Me había sentado en una esquina, en un saliente, en la Avenida de la Paz, al sol ya no tan insoportablemente cegador, quemazón fría, en ocasiones, ardiente en la espalda de la camiseta negra, tranquilo, a lo caribeño, a estar, máximo, observar el qué. Sucedió el choque, no muy gordo, en un frenazo de duda absurda. Un coche quiso respetar el semáforo y chocó con otro. Lo vi a la cubana, sin gran movimiento. Fue divertido lo rápido que apareció un kamikaze, esto es, un guardia urbano de tráfico, lo mucho que permanecieron los autos, con sólo daños en faros y chapa, obstaculizando el tráfico, y cómo el culpable imitó daños en el cuello, supongo que para partir con ventaja en la diatriba posterior.
Lo que sí he visto es mucho automóvil en un improvisado arcén, con conductores arriesgando la vida en la reparación a pie de calzada, y un coche en medio de una de las calles principales, a medianoche, abandonado inservible: lo que tantas veces soñé con hacer.
Tierra de realidades. La realidad es que abundan los cochazos todo terreno - islandiada otra - y se apiñan 25 personas en una pequeña furgona coreana de reparto de viandantes por la ciudad.
Que hermosas niñas de cuatro años piden en los cafés y duermen bajo las aceras. Que casi no hay aceras. Que una familia posee Nomin, empresa trust que controla todo tipo, todo tipo, todo tipo de negocios en el país. Y todos los tipos. Que mi ensoñada con novio me sonríe y mira bonito a los ojos y llevaba hoy falda semilarga con vuelo y bellas finas piernas - contra mi temor --. Que debería haber grupos terroristas que boicotearan esta colonización vía televisión por cable de los yanquis, aquí también de los coreanos ¡pero en inglés y a través de iglesias metodistas! Que llega al Gobi remoto, donde los gers tienen grandes platos de antenas casi gemelos en tamaño a su vera.
Digo debiera como suposición y futurible, no como deseo, porque si eso acaba publicado podría tener problemas con la atenazante "justicia", pero no sólo por eso, también porque el terrorismo es muy malo.
Comienzo a darme cuenta, al hilo, y mencionando también antes de volver a mi durísimo camastro iluminado por ventanas sin persianas - no las vi, sólo las he visto en Europa Meridional, no lo entiendo, aquí también friegan el suelo con trapo atado a un palo - que UB tiene tranvía pese a los apagones frecuentes, de que el motivo de mi venida a Mongolia, que será el de más cada día, es huir de esa presión mediática que me anunció Amsterdam a mis veinte años y me arrojó a la cara la colonia islandesa hará dos. Asia es el principio, final y conflicto de todo.
Me agarro y me amarro a la frase del muy inteligente "Pedete" - Wallace Shawn, Vizzini, o Vizziñi, o Vizini - en La Princesa Prometida, "recuerda", "nunca inicies una guerra de conquista en Asia", e "inconcebible". Así sea. Miremos a las jóvenes en son de paz - o que empiecen ellas (los benditos rusos parecen haberlo hecho posible)-.

27/8/2003

Los niños y las mujeres con teléfonos vía satélite, que por 20 c de euro te ofrecen una llamada, muchas veces embozados en sus máscaras blancas, se suceden. Les daría el triple, y diez veces más por una máscara que salvase mis ojos, además de mis pulmones, de esta destilería de cáncer múltiple.
Pienso que la ausencia casi total de pájaros, majestuosas (manque carroñeras) águilas a un lado, puede venir de esa parte, de la polución, que crece aún más en el invierno. La falta severa de lluvias o nieves, junto a la decrepitud de calzada y parque automovilístico, la explican fácilmente, en un país con muy contaminantes, aunque casi inexistentes, industrias, y naturaleza reinando en todo lugar, excepto Ulan Bator. Me niego a adoptar el nuevo nombre que no sé quién inventó para la capital. Mis alumnos en el casino de periodistas siguen usando Ulan Bator. Diría mejor alumnas; todas son hembras. Un tipo chaqueteado que vino el primer día no volvió a dejarse ver. Hablando de los pájaros, pienso ahora que los 50 bajo cero del invierno pueden contribuir también a la falta de especies no migratorias. Pero Moscú tiene cuervos, si no me equivoco. ¿Migran, los cuervos?
También se observa la falta de hormigas. No vi ninguna. Y miré. Vi una fea patuda araña, cucarachas, gigantescos escarabajos en el campo, mucha mosca, saltamontes, abeja y avispa - recemos, o no, para que mi recuento no sea premonitorio - agorero-. No vi tampoco osos hormigueros. No debe de haber hormigas. Aunque no vi osos cucaracheros.

Mis alumnas no son muy agraciadas. La más bella es coordinadora general del casino,"club", donde trabajo, esto es, limpia la mesa, pizarra y vasos y sirve el té en ellos al profesor, y hasta a las alumnas, y tiene la llave del cuarto donde damos clase - y tomamos té o café al estilo mongol (instantáneo en polvo y rigen impreciso con mucha azúcar)-. El azúcar en el casino viene en terrones hermosos.
La más bella se llama Tuya, pero hoy averigÁ¼é que el nombre real es mucho más largo, con esa "setgetse", o algo así, terminación que me traslada a selvas tailandesas con enormes cigalas claqueteando las tenazas, o langostas, bichos grandes y con ojos negros.
La muchacha e muy groenlandesa, en los hábitos y el aspecto. Pero en guapa.
Una topmódel groenlandesa. Tímida, esquiva de pronto, siempre incomprensible. Tiene una hija de dos años, o uno, con el sugerente nombre de Sucka. Creo que aquí dicen las edades según lo que vayas a cumplir, no lo cumplido.
En el diccionario, etc.
Lo leí hoy en mi cuaderno. Apunto ideas. No soy Kant. Tuya, muy suya, je, me prometió que este finde quedaría conmigo y con su hija y la grabaría, y sería genial. Pero el sábado es el concierto de Modern Talking. Dormir y el concierto ocupan mi mente. Ni siquiera la sexi alumna de la tarde, que dice amarme valiéndose del subterfugio de la lección con to love puede vencer el gran cansancio y la necesidad de encontrar fechas que guíen mi rumbo con sus acontecimientos previsibles y previstos.
Hoy enseñé el verbo regular. Usé to love y to hate. Odiar. Es básico aprender esa palabra desde un inicio. Y más en inglés, aunque no sea una lengua muy autocontemplativa. Yo aprendí los regulares en español con "temer" y "vivir", y, tal vez, amar. Muy connotativo. Muy denotativo. Muy cautivo, del odio. Yo sé enseñar de modo práctico. Les pinto dibujos muy cucos, de los míos de toda la vida, con esos rotuladores gordos que siempre adoré, quise tener y no pude por caros, y, ahora que han comprado nuevos, se deslizan de modo delicioso por la pizarra y me recuerdan tanto a aquel José Ramón algo, o así, que dirían, que dibujaba en los programas de niños de los ochenta con semejante dispendio de rotus y papeles, y todo tan claro, que parece cristal en la memoria, tan aséptico, tan higiénico.
Se desliza de tal modo que lo gozo, y les hago detalles, mis típicas barbas, algún gorro, pipas con humo, chaquetones del ejército ruso… María era una rusa de pechos enormes, gordota, con conseguidísima expresión. Tenía hijos, puede que una perra con crías, y un marido aguerrido algo mayor que ella. Describíamos sus relaciones de ser y posesión: son, tienen. Y sus odios y amores. De repente, les descubro a mis alumnas que María no ama a Iván, su marido. Pero, ¿por qué?, aventura alguna que sabe decirlo. Mi mano ágil contornea unas delicadas curvas. Es Mimi. Tiene diecinueve años y es la amante de Iván. Como está muy buena, y también para lograr una sonrisa, le coloco un bocadillo a la rubia, a la que hago persa por voluntad del destino, que versa "I love nacho". Las rubias son mi debilidad. Dos vi ayer. Tuve justo que tropezarme con Nomin, mi amiga por Internet, uno de mis dos contactos previos aquí, que llevaba una semana dándome largas para quedar y vernos una tarde, en medio de la Avenida de la Paz, junto a la Gengis - aquí, Chinggis Khan-- única calle principal de la localidad, unos segundos antes de cruzar junto a las dos bellezas, tal vez alemanas, de ojos olvidados, que se giraron a mi paso. Estuvo obligando a mi perturbada mente - que me impide perfeccionar este diario - toda la noche, la presencia de ellas, si bien pudieran perfectamente haberse girado para ver de cerca la viva imagen de Yoko Ono: mi amiga en Red.
Había sido cicerone de Nomin en Madrid, y de su madre, en junio. A ellas les compré la primera entrada para los toros que adquiero, para otros todavía, pero es un inicio. Ya sé el precio aproximado. El precio es fundamental para mí. Mongolia, muy europea en medio de Asia, se ha traído del viejo continente al más viejo una esencia de los precios. Un aroma que me arruina el bolsillo siempre pobre del artista, yo. Tanta agua embotellada a precio madrileño, indispensable, y los experimentos, como el coreano de hoy, que me clavó 4500 T diciendo no disponer de los platos más baratos, y me sirvió un montón de picante con carne, verduras varias frías y arroz. Menos mal que cené de gorra. Nomin me llevó a una fiesta de artistas y financieros. El Arts Council of Mongolia - olvidé el nombre mongol (mucha gente aquí, como en Corea y Groenlandia, se pone nombre inglés, "occidental", para los guiris) - inauguraba la nueva sede con una reunión-fiesta que concentraba a los mejores artistas de la capital y a los que mandan económicamente en estos terrenos del arte. Conocí a grandes pintores, escultores, el poeta nacional, al estilo islandés, uno, una coreógrafa, y mucha gente de la fundación Soros, que levantó el ACM y aún lo sostiene de algún modo. Una gran familia, me dicen. Cuatro. Aquí se conocen todos (Islandia de nuevo vuelve). Soros es ese yanqui de origen griego, que debe de vivir en Suiza, y un día hundió la libra esterlina y la sacó del sistema monetario europeo. Un especulador que dice ser el mayor filántropo de la actualidad, tras su etapa de tiburón de las finanzas. Pasen y vean, y me ahorro comentarios. También había gente del Banco Mundial. Conocí, todo borracho él, a un pez bastante gordo, que ha dirigido la privatización de los dos principales bancos del país. Fascinante, porque es exactamente el prototipo que hubiera imaginado. No muy mal tipo, en el trato al menos, no obsta. Veremos el día que no esté bebido, aunque me da que si le vuelvo a ver será en situaciones propicias para que lo esté. El vodka mongol es muy popular en Mongolia. Solían exportarlo, pero ahora consumen toda su producción. Menos de dos euros el litro. Perfecto para un yanquie economista medio judío y bajito. Tenía que ser bajito y regordete. En invierno, se va a las playas del sur; thai. Exactamente la conversación esperada, con el tamiz de mi excepcional comprensión de su discurso, y mi gran uso de su idioma también, y el otro de su extraño - y baldío, olvidado ya - ofrecimiento de presentarme otro pez gordo que me financiaría mis estudios sobre cine mongol. A ese respecto, me presentaron en la fiesta al pez más gordo del lago. Le encantó la idea de que investigue, y más la de dar clases de cine español. Ya veremos cuando le proponga hacer un corto. Una de las razones para su buena actitud es que, parece ser, soy ilustre aquí. Salí en las televisiones, en la presentación de mis cursos de inglés con la ONU - que, por cierto, empiezo a continuar sospechando que se realizan mediante pago de las alumnas a mi patrona (yo trabajo gratis) de una matrícula (con la mediación de la organización de voluntariado de la ONU)--, y mi imagen no es fácil de olvidar por estos lares. Habrá que ir de discos o karaokes antes de que me olviden.
Ayer vi el primer mongol melenudo, y hoy el primero con el pelo como yo. La hija de la coreógrafa en la fiesta estaba alucinada con mis ¾ de metro de pelo.
Bellísima nena, de pelo tazón, grandes ojos y percepción, aguda inteligencia, dominio del inglés a base de colonizadora tele, gracia inacabable, y siete años de edad.
Hice contactos, me dieron mil tarjetas, que tanto les entretienen aquí - la niña quería darme una, pero no tenía, así que su madre, de educación soviética refinada, cual el resto de los presentes allí, le prometió hacerle tarjeta de visita mañana mismo.
Los pijos mayores de 30 años hablan entre sí en ruso, no sé si se mencionó. Sin embargo, todo su refinamiento no alcanza a la organización de fiestas. No es de recibo dar un bombón a los invitados, con su envoltorio, tras el discurso de apertura, como muestra de respeto, ni lo es servir la bebida en vasos de plástico a medio llenar - vino, vodka o agua-, ni menos aún que uno de los canapés sean grandes muslos de pollo fritos. Uno se ríe. Los pijos de la Soros, creo, se lo toman como una danza de la tribu en África honrando al huésped blanco. Total, " they don't speak English".
Es tarde, y no me siento lo suficientemente relajado como para echar unas páginas de impresiones sobre los anglos y su nuevo mundo. Me contengo. Mejor acabar con detalles divertidos que olvidaré.
Que aquí, lo vi en Estambul, también hay viejos con antiquísimas básculas en la vía pública, ofreciéndote barata la cifra de tu masa, que llamamos peso. En Estambul, muchos eran ciegos.
Que hay pocos semáforos para peatones. Lógico. Mejor que incluyan una melodía lisérgica que estas luces. Pero hay. No es falso, y lo parece, que el peatón verde que indica tu turno de paso no camina como en nuestro mundo, es de los demás. El muñeco mongol y verde está parado, pero inquieto, con los sentidos vivos para arrancar en cualquier instante de un fogonazo. No es una impresión. En todo caso, la impresión de lo obvio.
Y, también, que "Los bandidos" se anuncia como restaurante hindú-mejicano. Lo más exótico del lugar.
Y que no verás ni una brizna de césped en la ciudad, pero los cuadriláteros con vegetación junto a la acera, o simplemente embarrados, están delimitados por cordeles o pequeñas barreras, vallitas que no faltan nunca, con objetivos inciertos. Otra volta el simcity. Haz la vallita, que están que se caen, algún día tal vez quizás alguien ponga césped.
Que la gigantesca alumna llamada NASA del turno de tarde es completamente idéntica a una individua vecina de Sin Chán que actúa como secundaria en la serie.
Es uno de esos dibujos imposibles que denostamos y no vemos ni como caricaturas posibles, que aquí encuentras por doquier en los rostros de tantos, en sus cuerpos, hasta en sus absurdos movimientos. El dibujo japonés actual, amén de un elemento, exportado, cultural de primer orden, se aproxima por momentos al hiperrealismo. Pero han de ser conscientes de que eso nadie lo sabrá.

2ª toma. 2 a.m.. El erreante castellano.

Dice la página 135 de mi D. Altangerel que "It's 35 degrees below zero" se dice... O sea, que así dicen ellos "hace 35 grados centígrados bajo cero". ¿En qué manual de qué idioma se les ocurre incluir una frase así? En el que te ilustra sobre cómo decir "Hace un frío bestial hoy". En el mongol. En uno bueno.
Temo el invierno como a mí mismo, que diría San Lucas.
Es la capital más fría del mundo, y nadie se olvida de recordármelo. Ya cogí un resfriado de campeonato, y no ha helado aún este agosto. En la capital.
Como cada día, la lejanía se diluye en cada ápice de globalización que me devora. Radio América me recuerda que los yanquis no se irán de Irak, porque sería dar la victoria a los terroristas y el terror. Resulta curioso cómo no sabiendo pronunciar la erre doble, en inglés suena esta palabra en concreto más ruda y cruda, y agresiva que en el erreante castellano. Bonito título. Será.
Los Red Hot Chilli Peppers me recuerdan, con la misma canción que he escuchado en algún momento en cada país que estuve desde que sacaron Californication (y no ha sido ni uno ni dos) de dónde vinieron estos lodos, y la "más grande" artista del país, con es "look" artista que ni un niño japonés hubiera estereotipado mejor, que la idiocia nos iguala. A toda la nuestra o no naturaleza.

29/8/2003.

Así que aquí, en particular frente a la oficina de teléfonos y correos, hay tipos que venden viejas monedas, en general muy coleccionables para el lego en esos vicios, por lo grandes y llamativas, yo diría "gordas". Las venden básicamente al guiri, viejos rublos, viejas monedas mongolas, de los años comunistas - ya no hay monedas, hay billetes hasta de 10 tugruts, o tugrut, como sea, menos de un céntimo de euro al cambio, más comisiones, una peseta antigua, pero no muy antigua, que eso cuesta más, si no contamos las aquí muy elevadas comisiones; cada vez que saco, en persona, 100 euros del banco, se quedan casi medio, los aprendices de chorizos. Cómo se maravillaba el borracho Jim, que privatizó el Trade Bank de Mongolia, y le Salió nombre anglo, de su propio Dios. Ex Wall Street, ex Upper Manhattan, ex marido de la primera mujer editora de un informativo en la NBC, por ser preciso, judía, por demás, el payaso Jim hablaba sin esputos, mas con baba abundante de su dios dólar $$$ -- también prácticamente billetario por completo, con un uso insignificante del monedero, será por eso que tiene tanto predicamento aquí--. Creía realmente que él y el otro tipo, "genio", estaban levantando el país y que los nómadas cetreros analfabetos tenían que ser felicísimos por haber entrado en un banco por primera vez en su vida e hipotecar sus míseras pensiones en bienes más que superfluos en el mundo sin agua corriente ni luz eléctrica a 50 bajo cero.
Me he informado hoy leyendo algo por fin, cosa compleja para mí ene estas horribles inmersiones lingÁ¼ísticas que me arrebatan de mi tan amado fustigador, seguramente asesino, español, al respecto de estas cosas y no, en el norte del país no viven a -40 C, 40 bajo cero en invierno. Grebre suele ser el mes del Gordo de Hielo, como en Madrid. En un mal febrero, en Madrid hiela casi todas las noches de mes. No sé cómo se llama al agua a sesenta y cinco grados bajo cero, que asoman aquí, no sé si de noche o de día, tanto me da.
¿Se derrite el hierro a esas temperaturas, como al calor? ¿Se concentra? ¿Estalla? No quiero comprobarlo.
Si el invierno no se pasa, y lo paso, no creo que bajemos de los 40, 41, en la gran ciudad. Veinticinco más, como La Habana respecto a Madrid, en febrero, o Río. Creo que lo españoles y los brasileños, y los portugueses, somos los únicos que llamamos Sao Paulo a San Pablo. Conciencia de Tordesillas.
El bajito Jim me preguntó, interesado por mi proyecto de tesis sobre cine mongol, en qué universidad hacía el doctorado. No llegó ni a despreciar el nombre (español) de mi universidad. Me siguen fascinando los yanquis. Encima, me siento tremendamente poderoso a su vera, de ahí la atracción. Estoy de nuevo, pese a las enormes reticencias, por pedir una beca Fulbright. Es como entrar en la CIA. Son como indios rubios y a menudo grandotes y obesos, tontorrones, con una ligera ventaja en el dominio de su propia lengua, hablada, me refiero, y la creencia profunda y entusiasta de que los indios no pueden ser rubios. La única diferencia es que ellos se construyen las propias baratijas que se cambian por toneladas de esmeraldas o caballos alados con corzazas de rubíes blancos.
Consideran que sus universidades son las mejores, aunque crean que Bush es lerdo, y sepan que se graduó en Yale - y Felipe en Georgetown - y sé que muchos piensan que ellos las inventaron, aunque Michael Jordan sea licenciado y Jodie Foster doctora, no importa en qué. Se alertan y ofenden cuando algún rusoadicto asiático menciona la posibilidad de una falsa democracia en los USA tratando de imponer su tal dictado.
Les encanta y llena más que nada en el mundo llamar J.C. a Jean Claude, comprobar que un restaurante de lujo cuesta 5, y no 500, dólares - aunque su sueldo ascienda a 1000 al día --, que una puta en UB no tiene por qué costar más de 4 euros. Un yanqui sin la palabra "dólar" o "back" en la boca es como un japonés imposibilitado para declarar "Soria" a cada paso. En Mongolia, un empujón, encontronazo o pisotón es arreglado con inusitada celeridad con un apretón de manos y una palabra de disculpa. Cosas del campo. Estoy deseando ver el país de los cazacos. A ver si la miseria que me den enseñando en la Universidad Nacional ayuda, o si me pagan en la escuela de cine, donde me requieren para dar clase de cine español. Aquí te valoran, te sientes útil, pero me da la impresión de que lo que buscan es galerías muy sobrecargadas de decoración. Todo para la galería, vamos. Tienen al profe extranjero, nada menos que de Europa, en un país bonaerense en esto, pero dudo que el afán de aprender del alumnado sea similar. Tal vez sí se vuelquen en relatar la nueva, pero veo más formas que sustancia acá. Y yo lo llamo falta de desarrollo. Se transmite también en lo ceremonioso del lenguaje, al menos traducido, que es como me hice con él.
Nada menos que de Europa. Moléstame esta devoción papanatas del colonizado. Luego me desato de cualquier pequeña ligadura al buen rollo y lo pienso más. Realmente la diferencia es notable y de modo general, sin entrar en mil peros, la devoción es justificada. El nivel de incultura, y no sólo de colonización - es fascinante ver cómo la Coca Cola tiene planta aquí y vende sus productos en un país de eso de "2 $ al día", con buen nivel de negocio; ¿cuál será el beneficio en Europa, por muy distintos que sean los salarios de una fábrica tan mecanizada como la del refresco? - es mayúsculo. No es de recibo que un -diez- periodista en TV, radios y periódicos de ámbito nacional, no sepa quién es el Papa. Aunque no haya un solo católico en el país. C'mon, es el Papa.
Ninguna de mis alumnas vespertinas lo supo, ni tras diez largos minutos de nombres, datos y detalles.
La gente de a pie, los semianalfabetos, al menos conducen como nadie. "Arráncalo, Carlos, por Dios". Reparan cualquier máquina. En los cientos de obras que pueblan la ciudad, y tal vez nunca se finalicen, hay muchas mujeres trabajando. Todos son buenos con las manos, aunque de seguro la mayoría ha ya olvidado casi todas sus habilidades del campo. Para sobrevivir en esta región durante generaciones hay que heredar algo más que instinto y buenos genes. Eso está perdido en Ulaan Baatar. Lo que la mayoría ha aprendido a cambio, y sobre todo los educados, como en todas partes, pero con especial énfasis en estos países, no es ni de lejos aproximado. No es sustituto suficiente.
Han dejado de aprender el ruso. La mayoría de mis contemporáneas no lo puede usar con fluidez. No hubo sustituto. Bueno, sí, menos de 100 palabras en el nuevo idioma colonizador. Mal seleccionadas, además. Con una buena elección, se puede pasar por nativo en el Bronx.
Su lamentable inmersión, aventuro yo, en lo occidental, es a todas luces insuficiente, incapaz, e incapacitadora, y desviada.
No es lógico de Demis Roussos arrase o Modern Talking llenen un estadio. Lo único puntero que llega, o casi, es el omnipresente Enrique Iglesias. Cada vez me conciencio más de que este chico se conformará en uno de los grandes enigmas de mi existencia.
El doctor de la ONU, que me curó el catarro, lamenta, no obstante, y se ríe, que en Corea del Norte no sepan, no tengan idea, de lo que es la televisión por cable. Trato de hacer memoria de cuándo se instaló en España por primera vez la televisión por cable (¿qué?), y, sobre todo, de los beneficios que comporta; para el ciudadano, me quiero decir. Este doctor tiene una exquisita educación. Proviene de una colonia de 1er orden, casi todavía cuando él naciera. Ronda los 45 y es de Dacca, Bangladesh. Cuantifica su población en diez millones. Lo dudo. Siempre dudo estas cosas. Hoy mis alumnas ponían, colocaban, 1.600.000 personas en Ulaan Baatar. La mitad puede no ser exagerado. Muchos mongoles cazacos emigraron a Cazaquistán y volvieron por la dureza del cambio, el mal recibimiento y la peor calidad de vida. No quiero haber nacido en Cazaquistán. Adoro esta frase inglesa: "You don't want to…be born in Kazakstan". "No quieres ser, estar, que te pase tal cosa, verte en tal circunstancia", con ese vocativo tan paleto, tan yanqui, tan de camisola de leñador sobre 110 quilos de alitas de pollo con ketchup reprocesadas.
He oído a madrileños meter 10 millones en Madrid, a argentinos -claro-incluir 20 en B.B.A.A., a ingleses metiendo 15 en Londres, a vascos -sí-sumando millón y medio en Bilbao, a gente que se las da de culta añadiendo gente a Valencia hasta los dos millones, o Málaga hasta el millón, sin derecho a réplica, a ecuatorianos inundando Quito con la población de todo el país, emigrantes inclusos, y a mi amigo Chris, creo que era su nombre, cuantificando la población yanqui como "muchos", y aproximándola luego a "10 millones", "o más".
El doctor, decía, ha tenido una vida apasionante, lleva 14 años en el servicio extranjero, ahora con la ONU. Está casado con una médico, luego le supongo de familia rica. En fin, es casi un ciudadano, un colonizado de primera, con derecho a buen nivel de vida, uso óptimo de la lengua imperio y adoración al emperador. Lo peor, o una de las circunstancias, de los pocos elementos que nombra, de Corea del Norte, es que no tienen "Cable TV".
La televisión por cable se ha convertido hoy día en el principal método colonizador de países en vías de desarrollo. Estalla en Asia, por encima de Sudamérica, no conforme a lo esperado.
Hasta en la menesterosa Mongolia, donde Microsoft no se molesta en denunciar el pirateo sistemático de sus programas, no se puede escapar del cable. Colonización gratis, y hasta en muchos casos, como Corea, muy provechosa.
Me da tirria hablar de esto, así que me limitaré a pensarlo en mis momentos "ganas de pensar" y escribiré sobre el gran cuervo que vi hoy, porque mientras me escribo, me hablo.
Hoy vi un gran cuervo, como en Moscú. En el centro hay algunos gorriones. Pocos. En mi aula hay muchas cucarachas. Cada día más. Es un desastre. No creo que nunca me otorguen mi oficinilla, ni menos que la prometida computadora vaya a existir. Tienen una, pero me dice Tuya, la "coordinadora", que friega y nos sirve el té como tareas sobresalientes, que no rula. Que no funciona. Mis grandes dotes de técnico informático me permiten conectar el cable colgante de la pantalla al CPU y acaba funcionando. El problema ahora es la contraseña.
Tras el relajo, y mencionar a mi amigo Hideo, al que gusto de llamar para mí
Fideo, y con eso río largo rato, y más pensándome viejo fidalgo en el habla, he de volver a mis consideraciones sobre este médico y su mensaje.
El hombre vivió durante dos años en Pyong Yang, en el país más críptico del mundo, donde no podía hablar, por ley, con las muchachas, y no se le ocurre nada mejor que introducir la televisión por cable; y The Voice of America a continuación, supongo. El inglés devora mi castellano.
Pienso, me estoy decidiendo, a aprender mongol. Temo por mi salud y lengua. Se le ha olvidado a mi alumna que hoy, como redacción describiendo a alguien, ha optado por su profesor, mencionar mi lengua.
Pero me ha descrito, muy optimista todo, con "labios de rosa" incluidos, más por su ignorancia del inglés que por facultades poéticas o embaucadoras (pero me ha halagado), de pe a pa. Había un error en su redacción. Uno sintáctico, y otro de apreciación. Me ha puesto muy alto, pero mi línea cuidadísima por mi restricciones económicas y la altura media del país lo justifican.
El error está en los ojos azules que me atribuye. Cosa del cable. Las alumnas me consideran muy atractivo, por lo común, y no se privan de decírmelo, y para ellas, redactando en casa, muy atractivo es ojos azules, así que así salí. Mi primera y principal enamorada desfizo con rápida estocada el entuerto. ¿De dónde sale eso de entuerto? Me lastima no poder buscarlo mañana mismo. Aunque hablara mongol, y la cuestión fuera sobre palabra mongola, la presencia de libros en el país no es muy habitual.
Pocos alfabetizados leen con regularidad, y muy pocos leen libros en condiciones.
Los libros para mí son necesarios aun en su mera existencia y presencia. Pese a que los adoro, estoy seguro de que tardaré mucho en acabar la trilogía de Molloy.
Siempre me quedo sin alcanzar El Innombrable, porque siempre incluyo a Beckett en mis libros de viaje, y no leo en español en mis viajes, y por eso nunca me llevo el tercero. Así que cada vez me da más pereza comenzar de nuevo, por enésima vez, los dos primeros, para atacar en condiciones la conclusión. Sin embargo, la sola presencia de mis libros me tranquiliza y traslada una pequeña sensación de hogar a las entrañas. Los problemas de TARA en las maletas vienen antes y luego.
El doctor me aconseja, ante todo, sobre las chicas. No admite mi modesta y realista negativa, "tendrás muchas", "se volverán locas por ti". "Pero cuidado", añade. Las enfermedades venéreas están muy extendidas. Es Asia. Nada nuevo. El doctor vive a tres mil kilómetros de su esposa y descendencia, y no cesa su discurso acerca de las muchachas. Hasta me da precios. Teniendo en cuenta que ahora almuerzo a diario por unos 90 céntimos, 60 hoy por la cena, de euro, por descontado, una chica de pago no puede ser muy cara. Considero el restaurante con buen baremo. Un restaurante de categoría aceptable, un taxi, un cine y una cocacola es lo mínimo que te cuesta una muchacha en cualquier lado, y en cualquier lado una prostituta es más barata y practica sexo. Menos en Islandia, pero en Islandia invitan ellas. Con la edad adecuada, pagan ellas.
El doctor, del paupérrimo Bangladesh, culpa al comunismo de la desgracia del país. Estuvo en Irán, cuando Jomeini, en Corea del Norte, en Mongolia, cuando el Papa se dispone a visitar el país y EEUU cerca Rusia con la nueva OTAN y la guerra preventiva, y quiere Irán como destino siguiente. ¿Habrá sido becario Fullbright?
La pobreza es visible en niños y ancianos sobre todo. Veo a la clase media en mis restaurantes habituales. Menos de un euro por comida, uno veinte con bebida. Mis alumnas, periodistas, me sitúan 100.000 tugruts como mensualidad habitual para la profesión. Como un becario afortunado en España. Bueno, al fin y al cabo, ellas tienen la edad normal de un becario en España, entre 25 y 30 años, y si ellas ganan unos 80 euros al mes, yo estuve en la radio de Manzano, la radio del Ayuntamiento de Madrid, casi 9 meses, cobrando al cambio en euros cero, y adoctrinado a diario por mis jefes, un carcamal invidente que engolaba la voz al modo sudamericano, o español de hace cuatro décadas, y llevaba como mayor logro y orgullo haber presentado un programa justo antes del de Jesús Quintero, hace veinte años - yo escuché de niño, casualmente, el espacio, un bodrio para enfermos de próstata que yo confundía con el programa del "Perro Verde", denostándolo durante muchos años equivocadamente, hasta que pude verlo en el delicioso "Cuerda de Presos", si el nombre no era completamente distinto - y un exactorcillo, extra en algún cabaret y programa de variedades en provincias, semianalfabeto y afortunado heredero de inmuebles varios. Los jefes, cuyo cometido básico era fumar en las habitaciones reservadas a los no fumadores -todas- y leer los diarios lamiéndose las yemas de los dedos antes de pasar página -olvidé la sabrosa palabra que describe esta acción-estaban allí básicamente para censurar cualquier comentario no halagÁ¼eño para el señor alcalde y para asegurar un mínimo de minutos de programación de loas al individuo que situó Madrid a la altura de Trípoli internacionalmente, contra el deseo de incluir cultura en una radio pública de buena parte de la plantilla. Casi todos éramos becarios sin sueldo, así que las deserciones eran continuas. Básicamente, un cuarenta por ciento de los programas hablaban de fútbol y otro cuarenta por ciento del alcalde; eso, aunque la mayor parte de la redacción procedía de universidades privadas, con alumni más dados a la necedad y el servilismo, era poco atractivo para el común esclavo, y la tasa de abandono superaba en ocasiones la feraz cantera de periodistas en paro y diletantes memos.
Cuando no precisé más de Internet y teléfono gratuito, lo dejé yo también, y no he vuelto a saber de ONDA IMEFE. Probablemente continúe sacando dinero de Europa a base de cursos fantasmas con profesores ágrafos. El fin de los fondos de cohesión va a dar al traste con muchas incipientes fortunas, y con la Casa de Alba, desde luego. No creo, por lo demás, que afecte verdaderamente al país.

Además de todo esto, que me aproxima más a Mongolia, mis alumnas pagan cuatro o cinco veces menos que yo de alquiler, y la compra de vivienda es asequible, ergo me siento más mongol paradójicamente. Y ninguna de estas periodistas tiene un título de periodismo. Pura España.
Aquí, el número de periodistas hembras es descomunal, en proporción. En realidad, casi todas las profesionales, y casi todas las personas estudiantes universitarias, son mujeres. Hasta ahora el único director que he conocido es el de la Escuela de Cine. Incluso aquí, el cine no es para mujeres.
El resto, y muchas son, directoras, coordinadoras, gerentes, siempre han sido mujeres. Pensé que esto provenía de la era soviética, y significaba una notable liberación de género, y que reflejaba de todas formas una sociedad matriarcal. Sigo pensando esto último, pero un UNV (voluntario de cobro de la ONU) cuyo nombre no escribo pues jamás lo recuerdo, sociólogo, economista, me cuenta que el motivo de la abundancia de profesionales y estudiantes es bien distinto, que estos puestos son económicamente desdeñables, y por eso los hombres prefieren abrir negocios o, de estudiar, hacerlo en los terrenos de ciencia y tecnología, más rentables para el futuro en Mongolia o como emigrantes.
Hay, se dice, más mongoles fuera del país que dentro de él. Es cierto si llamamos mongol a alguien de "raza mongola" y lengua mongola. Muy cierto. Ser profesor en la Universidad, mi camino inmediato, no es una perita en dulce. El único puesto mal pagado que copan los hombres, amén de militares, son los escaños. Ser diputado puede tener otras compensaciones. El poder, la primera, y esta gente ama, o ama practicar, las jerarquías.
Un profesor, por el trato que me dispensan las alumnas, no te sitúa muy arriba en la sociedad. Y eso que no podían creerse que soy pobre. Eran contumaces en mi riqueza. Aunque no fue así cuando vine, uno de mis impulsos aquí para continuar con este absurdo y nada rentable plan de vida, es ayudar a esta gente, incluso a los periodistas, pero no parecen enternderlo. Alguien me robó el crédito de la tarjeta de teléfono que compré en el aeropuerto nada más llegar. Son siete u ocho números seguidos de una contraseña de cuatro. Hay que marcarlos para disponer de crédito Me los han fumigado, que diu yo, me han esquilmado los fondos. Alguien, tal vez el taxista, se fijó mientras marcaba una y otra vez y arrampló con ello. Más de 900, de los 1000 tugruts iniciales.
Una comida en restaurante. Chorizos. Espero que eso, y el carterista que sustrajo el monedero a mi alumna Tuyá hará dos días sea básicamente todo. Así lo asumo, súmenle un borracho corajudo. No cesan de advertirme, siempre los pijos de la ONU, sí, pero alguien débil como yo se asusta. Aunque sé que seguiré haciendo todo lo que me prohíben. Menos volar con las líneas aéreas nacionales. Eso ya lo dudo. Pero lo del tocar la placa de peligro de muerte me motiva. De cualquier manera, el invierno está cerca, e, igual que la falta de librerías salva de tentaciones, el frío y el hielo me obligarán a coger taxis (unos 40 cents el trayecto) continuamente y evitar cualquier cobardía, que aborrezco. El sueño sempiterno que yo atribuyo al pensar en lengua bárbara y a los casi dos mil metros de altitud sobre el nivel del mar, colaborará. Sigo soñando que he vuelto a Madrid y tengo que volver para acá, con vívidas gratas impresiones.
Hoy viví un pequeño momento de esa magia con que me doto con sinceridad en el gesto. Creí oír el timbre del teléfono, que duerme al pie de mi cama, gracias al cable larguísimo a la americana, y suena a veces furtivo, fruto de una llamada equivocada. Un solo timbre. Creí despertar por eso. Al momento pensé "lo sé, pero no puede ser, no pedo creerlo. Va a sonar el despertador." Sonó al instante. Vivo.




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Última actualización: jueves, 1 de enero de 2004

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