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Que les vote Rita

por Teófilo Menta


Los votos de ustedes no valen. O valen poco. Los votos de verdad son los de quienes no han leído un libro en su vida y ni se les pasa por el interior del flequillo la posibilidad de hojear una revista que no sea de titis o de cotilleos.

En España, por eso de ser más en el saco de lo más han adoptado el sistema más democrático de todas las parafernalias demócratas y para que todos estén en el ajo y cualquiera tenga el derecho a decir algo cambiaron el valor de los votos en función del lugar de residencia. Al sistema de recuento que hace capaz ese portento le llaman "proporcional" y consiste básicamente en que el voto de mi tío Claudio, que malvive en Móstoles vale cuatro veces menos que el de su sobrina Rita, que habita en la ciudad de Soria.

Y no es que tenga yo nada contra la ilustre ciudad de Soria, ya me gustaría a mi ser soriano, lo anteriormente expuesto era un simple ejemplo relacionado con el funcionamiento de la ley D' Ont y la estadística. La ley de Marras está clara para quienes la apoyan -los partidos mayoritarios- y la estadística dice que los diputados salen de los votos de quienes no saben por qué votan a tal o cual o lo hacen por motivos absolutamente escandalosos o en cualquier caso ajenos a ideologías, pensamientos, posturas éticas o conocimiento. Eso sí, todas las provincias presentes en los mapas de hace cuarenta años mantienen un peso electoral sobrado para acomplejar al votante más convencido de Cornellá.

Es muy raro eso de que ciudades de cien o doscientos mil habitantes se repartan cuatro o seis diputados y las de cuatro millones sean representadas por treinta y tantos. Es muy raro que mi tío Claudio tuviera que votar un montón de veces para que su postura política valiera lo mismo que la de su sobrina Rita y es normal que se quede a cuadros al mirar que un diputado del partido que él votó costó 250.000 sobres mientras que en otros lugares costaba 20.000.

Tu voto vale menos, le dije. Y para que no se terminara de mosquear con el sistema pasé de contarle el chanchullo que hacen en el recuento dentro de la misma ciudad, de cómo aumenta progresivamente el valor de los votos en función de la cantidad de votos acumulados por un determinado partido.

Pues claro que son unos listos, tienen su chollo y no lo van a dejar perder por las buenas. Y hay que tener claro que la ley D´Ont es sólo una parte. Se vota por la musiquilla del partido, lo bonito del cartel o al candidato más guapo. Es lógico por tanto que Aznar, por ejemplo, trate de saludar a otros políticos desde lo alto de la escalera de la Moncloa o rechace debatir en posturas donde se demuestre su menor estatura. Los demás lo harían igual si fueran más bajitos. Los asesores de imagen son implacables y no permitirían que su cliente pusiera en evidencia peor imagen física. El programa electoral es puro adorno y unos centímetros de menos frente al candidato de la oposición pueden significar cuarenta diputados.

Los bancos fabrican otro número grande de actas con sus créditos. A más pelas más medios para publicitar al pelele de turno y aunque sea por casualidad -que no lo es- suelen coincidir cantidades prestadas y diputados electos. Una Ley básica en la publicidad dice que la repetición de un mensaje lleva a su aceptación. La repetición del mensaje sólo es posible con dinero, tío Claudio, saque usted conclusiones y para ayudar le recuerdo lo del referéndum de la OTAN, por ejemplo.

Hay otros factores aunque sólo con estos hay suficientes votos para cocinar unas elecciones y vivir sin que nadie pida cuentas -es lógico, el vencedor no las pide, tampoco se las pidieron a los anteriores ni estos a sus predecesores- y hacer como que se gobierna un país gracias al apoyo democrático de sus ciudadanos que no saben que el congreso es un lugar deshabitado y peligroso, excepto los días que aparece la TV y hay casi más diputados que asientos.

Mi tío Claudio, que lee algún libro, hojea algo de prensa y hace algún intento con revistas culturales, no se termina de creer que aquello de "una persona, un voto" sea sólo una cuenta mal echada. Que lo tendrá que mirar, dice.

Eso sí, admite faltas graves de rigor en la elección y en las maneras de votar de más de uno de su misma empresa. Es que algunos ya están hasta los cojones de tanto cachondeo, llega a "insinuar", pero lo rojo no tiene que ver con lo colorao, que conste.

Lo peor de las charlas con mi tío Claudio es que a pesar de reconocer lo que su ingenuidad le deja, suele apostillar que yo no puedo opinar porque no voto y la velocidad se demuestra andando y no pensando. Pero yo no quiero convencerle -ni a él ni a nadie- de nada, Ni siquiera sabe si voto, lo dice porque me escuchó decir que estaba en contra de este sistema de elecciones y que esta democracia "apañá" era una cantamañanada.

Ya sé que a pesar de todo no es lo mismo que gobiernen unos u otros, ya sé que hay dictaduras y que tenemos el privilegio de vivir en occidente, en un país como éste, próspero y libre1. Doy la razón a los tópicos de siempre y me conformaría con que me escuchara cuando le digo que no es imprescindible votar, que quizás no hace falta que votemos todos y que sería mejor que lo hicieran sólo los que estuvieran convencidos de poder hacerlo con cierto grado de conocimiento y reflexión.

Que voten los que sepan ya que al parecer es tan importante. O si cualquiera vale y su quiniela vale tanto o más que el juicio de quien sabe, adelante, que vote Rita

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Notas:

1. Mi tío Claudio lo tiene claro, pero yo no.

 

 


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Última actualización: martes, 1 de julio de 2003

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