Almudena Grandes: "Lloro muchísimo escribiendo".
por Ana Anabitarte
Sara Gómez tiene 53 años y pertenece a una familia de clase humilde. Su
padre fue condenado a muerte después de la guerra civil por rojo, pero los
señores de la casa en la que su madre trabaja como sirvienta, logran
salvarle de la muerte. A cambio, Sara es enviada a dicha casa donde vive
"adoptada" hasta los 16 años en que regresa con sus verdaderos padres. Juan
Olmedo es un médico traumatólogo de 40 años que acaba de vivir una tragedia
familiar. Su amante, la mujer de su hermano, ha muerto en un accidente de
tráfico. Su hermano fallece también al caerse por las escaleras. Sara y
Juan, huyen de sus pasados y se encuentran en un pueblecito costero de la
provincia andaluza de Cádiz.
Los aires difíciles (Tusquets) la última novela de Almudena Grandes
(Madrid, 1960), es una historia sobre la supervivencia y sobre la soledad, sobre el amor y
sobre el desamor, sobre la traición y sobre la venganza, protagonizada por
personas buenas capaces de lo peor. Su autora la define como una novela
"reconfortante y tranquilizadora que se escribió casi sola", y reconoce que
con ella comienza un nuevo ciclo tras cerrar con Atlas de geografía humana
(1998) una etapa de novelas testimoniales.
En entrevista con Babab Almudena Grandes habla de su libro pero también de
la literatura, a la que define como "el pilar que me sostiene y que sin
embargo cada vez tiene menos importancia en la vida"; de su primera novela:
Las edades de Lulú, el libro que la convirtió en escritora; de los premios
literarios, a los que considera "más acuerdos comerciales que galardones"; y
hasta de la Guerra Civil española "que además de matar a un millón de
personas mató en todos los órdenes de la vida".
BABAB: Si hay algo en lo que han coincidido los críticos al hablar de esta novela
es en el hecho de que es la mejor de las cinco que ha escrito hasta hora.
¿Comparte esa idea?
ALMUDENA GRANDES: Bueno, tengo que creer que lo es porque es la última y siempre tienes que
pensar que lo que haces mejora lo anterior. Yo creo que la crítica ha dicho
que es la mejor porque encaja mejor con el modelo consagrado por la
tradición. Pero en el fondo la crítica sigue siendo bastante machista,
tradicionalista y mojigata. Yo no sé si es la mejor porque ha pasado
demasiado poco tiempo de las anteriores, pero sí marca un estado de madurez
porque abre otro ciclo. Hasta "Los aires difíciles" había escrito cuatro
novelas que resultan muy parecidas entre sí, eran cuatro miradas sobre el
mismo mundo, contaban los conflictos propios de mi generación. Pero un día
me di cuenta de ello y decidí que o dejaba de escribir, o me repetía o
encontraba otro registro y opté por la última opción. El hecho de encontrar
ese nuevo registro le da a esta novela un valor especial.
B: Usted comienza todas sus novelas a partir de una imagen. ¿Cuál fue el punto
de partida de ésta?
A.G: Yo veraneo en Cádiz y desde que llegué pensé que algún día escribiría sobre
los vientos porque allí son especialmente fuertes, ya que es donde se
encuentran dos mares: el Mediterráneo y el Atlántico. Eso hace que la gente
tenga una especie de fatalismo congénito y cultural por el que organizan su
vida en función del viento, hasta el punto de cambiar planes como no ir al
cine o no poner la lavadora si sopla Levante. Eso me parecía muy literario,
pensé que había una especie de filón de Realismo Mágico muy grande, que
aquel lugar era como el Macondo de García Márquez. La imagen fue un detalle
de construcción de las casas que en lugar de tener verjas o un seto tienen
una pared de ladrillo. Eso hace que no veas nada de lo que pasa dentro ni
desde la casa de al lado ni desde la calle. Pensé que esas casas eran
lugares perfectos para los personajes que yo podía esconder allí.
B: Los dos protagonistas son Sara Gómez, una mujer de 53 años de familia
humilde cuyo padre fue condenado a muerte después de la Guerra Civil por
rojo, y Juan Olmedo, un médico de 40 años de clase media que ha vivido
siempre enamorado de la mujer de su hermano. Dos personajes que parecen tan
normales y que sin embargo tienen unas vidas muy complicadas que les llevan
a cometer actos terribles. ¿De dónde surgieron?
A.G: Desde hace mucho tiempo fantaseaba con la idea de crear un criminal
convincente, un personaje capaz de lo mejor y de lo peor. Siempre me ha
asombrado descubrir cómo la gente que parece más vulgar tiene sus propios
secretos muchas veces inconfesables. Por eso en la novela huí de los héroes
y cree personajes en los que cultivé su ambigüedad moral.
B: Hay partes de la novela que son verdaderamente dolorosas. ¿Sufrió mucho al
escribirla?
A.G: Si, muchísimo. Hubo un momento en que ya no podía más, en que estaba
deseando acabar porque estaba desesperada. Estaba machacando tanto a los
personajes que necesitaba salir de ahí. Hasta el punto de llorar, lloré
muchísimo, yo lloro mucho al escribir, pero en esta novela lloré un montón.
Sin embargo, yo creo que eso le pasa a todos los escritores, si uno no es
capaz de conmoverse a uno mismo es muy difícil conmover al lector.
B: Usted en sus novelas siempre introduce el tema de la política pero en esta
ocasión lo ha hecho de una manera menos militante, más sutil.
A.G: Sí, y eso hace que la novela sea más política y quizá más contundente que
las anteriores. El personaje de Sara es un ejemplo de las víctimas de la
Guerra Civil de las que no se habla nunca. Ella es una persona que nació
mucho después de que acabara la guerra, pero que pagó las consecuencias de
la guerra en su destino. Y esa sensación de inadaptación perpetua que sufre
tiene que ver con el conflicto que no vivió.
B: ¿Cree que se deberían escribir más novelas sobre la Guerra Civil pero desde
otro punto de vista o que ya está bien de hablar de ella?
A.G: Yo creo que sobre la Guerra Civil hay que escribir más pero de otra manera.
Ya está bien de relatos heroicos. Hay que contar otras historias menos
románticas, más brutales y que tienen mucho más que ver con lo que ha pasado
en este país y con lo que está pasando ahora mismo. Hay que escribir de las
consecuencias de la guerra en la clase política española, en la vida
cotidiana, en la configuración de este país como nación. En España hubo una
Guerra Civil sangrienta, feroz, salvaje, que mató a un millón de personas
pero que mató muchísimas más cosas, que mató en todos los ordenes de la
vida. Aquí todavía estamos pagando los platos de la Guerra Civil. La
transición española en realidad no fue ninguna transición porque no se
discutió ni se debatió. Se llegó a la conclusión de que lo más elegante y
moderno era pasar página y eso impidió que se contaran otras historias que
son las que a mi me interesan. Historias como por qué la izquierda renunció
a la República, por qué existe en la actualidad un límite a la libertad de
expresión, por qué no se puede cuestionar a la monarquía. Todo eso viene de
la Guerra Civil y no se dice.
B: ¿Por qué cree que no hubo transición?
A.G: Porque la misma gente que estaba en el régimen anterior tomó las riendas de
la democracia. Una transición se supone que es un cambio y no hubo cambio,
sí se pasó de una dictadura a una democracia, pero los que manejaban los
hilos eran los mismos, y el precio que se le puso al Partido Comunista y al
Partido Socialista fue muy alto. Todo eso está generando ignorancia e
incultura sobre cómo fueron las cosas.
B: Por lo que veo usted es una republicana convencida.
A.G: En los años 30 este país era un país modélico, estaba a la cabeza de Europa
con una cultura y una legislación impresionante, y de todo eso no se ha
vuelto a hablar. Sólo se dice que la República son obreros desalmados
quemando iglesias. Sobre eso habría que escribir, nos están robando a los
españoles una parte de nuestra historia. Antes de morirme me gustaría vivir
una III República, pero es difícil porque no hay ninguna corriente de
opinión organizada que se pueda oponer a la monarquía.
B: Sin embargo a los españoles parece gustarles la monarquía.
A.G: Porque desde el principio se vinculó al rey con la democracia y se le
vendió a la opinión publica una especie de viaje paradisíaco pacifico y
feliz a la democracia en el que estaba el rey como símbolo. Porque como
durante 40 años la República había sido sinónimo de todo lo contrario y como
los partidos políticos de izquierda cuando llegaron a España no hicieron
nada por reivindicar la República, se instaló en el consciente colectivo
nacional que el rey tenía que ver con la democracia, con Europa y con la
prosperidad. Unos pocos intelectuales estamos intentando fomentar otro tipo
de debate desde hace mucho tiempo, pero es difícil porque a las empresas
periodísticas de este país no les interesa. Hay cosas que se caen por su
propio peso como que la monarquía es un fósil histórico injustificable. En
un país donde el primer artículo de la Constitución dice que todos los
españoles son iguales ante la ley, que haya un rey es una contradicción.
B: Ahora que ha hablado del papel de los intelectuales me gustaría que me
dijera si no cree que su compromiso político es cada vez menor.
A.G: Lo que ocurre en que al poder los intelectuales ya no le importan tanto.
Hubo un tiempo en el que realmente los intelectuales tenían un peso efectivo
sobre la opinión pública y eso les hacía respetables por el poder. Pero
ahora los intelectuales se han vuelto miedosos porque en el fondo saben que
los que no somos miedosos tampoco hacemos nada. Nos hemos pasado la vida
firmando manifiestos y da la impresión de que no tienen un peso real en la
sociedad y eso tiene que ver con la propia pérdida de importancia de la
literatura y del pensamiento.
B: ¿Y eso tiene también algo que ver con toda la literatura basura que se está
publicando?
A.G: No. Es verdad que se publica basura y que hay gente que la compra, pero
tiene que ver con que la literatura en el XIX era la única puerta hacia lo
maravilloso y estaba al alcance de una parte masiva de la población. La
gente culta o con inquietudes leía. Y ahora escribimos para una minoría
porque hay otras puertas como los mundos virtuales con los que no podemos
competir. Eso ha hecho que la literatura tenga menos importancia social pero
sin embargo está elevando la calidad de los lectores.
B: ¿Como son sus lectores?
A.G: A mi me gustan mucho y eso es una ventaja porque no hay cosa más horrible
para un escritor que el hecho de que no le gusten sus lectores. Me escriben
cartas la mayor parte para decirme que les han gustado mis libros. Pero hay
otro porcentaje que me pide otro tipo de cosas como quedar conmigo para
contarme su vida y que me sirva de argumento para una novela, lo que ya no
me gusta tanto; o gente que me dice que una novela mía ha cambiado su vida y
se ha separado de su marido, lo que me preocupa; o el otro día una chica que
me dio las gracias por haber escrito Las edades de Lulú ya que después de
leerla su marido era otro hombre completamente diferente, lo que le hacía
muy feliz.
B: Ahora que ha hablado de "Las edades de Lulú", una novela erótica que
escribió a los 28 años, con la que ganó el premio La sonrisa vertical, y que
se tradujo a 23 idiomas entre ellos el japonés ¿cómo la ve trece años
después?
A.G: Me sigue gustando. Está muy mal escrita porque es la primera, pero le tengo
mucho cariño y no reniego de ella en absoluto. Al contrario, fue tan
generosa conmigo como muy pocas novelas lo han sido con sus autores. A mi me
hizo escritora. Pero también tengo la sensación que no la escribí yo. Se ha
hecho tan grande y ha dado tantas vueltas que a veces tengo la impresión de
que soy su hija y no su madre.
B: ¿Cómo superó el que no le encasillaran como escritora de novela erótica?
A.G: Nunca me interesó convertirme en el apóstol del erotismo español y eso se
me notó. Me agobió mucho el éxito de la novela. Cuando la escribí era una
persona anónima, vivía de escribir de encargo, no tenía mucho dinero y de
repente el mundo se dio la vuelta. Yo creo que me salvó la propia escritura.
Me pregunté si quería ser famosa o escritora y decidí que escritora y me
puse a escribir.
B: Trece años después de ganar ese premio ¿cree que hoy en día es más un
desprestigio tener un premio que un prestigio?
A.G: Hay que distinguir entre tres clases de premios. Los institucionales; la
inmensa mayor parte que son los que no son famosos y no tienen ninguna
relevancia pero son limpios; y los famosos, que en realidad son operaciones
comerciales más que premios, son premios que se encargan. Por supuesto que
estos últimos dan dinero y desprestigio, es una cosa descarada. No hay más
que ver los premios Planeta, nunca los ganan los mejores escritores del
país.
B: ¿Supongo que la habrán ofrecido alguno de esos?
A.G: A mi me han ofrecido casi todos y varias veces. Te llama alguien de la
editorial, te invita a comer y te lo plantea. Yo he dicho siempre que no y
me he ido a mi casa. Pero se que si dices que si se fijan las condiciones.
Hay gente que incluso gana más que la dotación del premio. Con el Planeta
hubo escritores que ganaron además de los más de 500 mil dólares del premio,
lo que supuestamente deberían pagar a Hacienda en dinero negro.
B: ¿Quien tiene la culpa de lo que está ocurriendo con los premios, de que se
publique toda esta literatura basura..?
A.G: Todo el mundo. Algunos escritores porque se corrompen, las editoriales que
rebajan el nivel de calidad de lo que publican hasta límites inconcebibles,
y los medios que les dan cobertura. Pero a mi esta situación no me preocupa
por mi sino por los que vienen de atrás, por los jóvenes que quieren
publicar y no encuentran espacio ni en las librerías, ni en las editoriales,
ni en los medios de comunicación. Sin embargo, tengo la impresión de esto no
puede durar eternamente. Aunque hace cuatro años dije lo mismo y seguimos
igual o peor.
*Ana Anabitarte es corresponsal en España del periódico mexicano EL UNIVERSAL
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