
 |
A vueltas con la palabra "hombre"
por Rosario González Galicia
Es de sobra sabido que
en la lengua española el
término 'hombre' reúne las acepciones de 'ser humano' y de 'varón',
siendo la segunda de las dos la novedosa y secundaria, pues lo
que su ancestro etimológico hominem significaba era precisamente
'ser humano'. En latín, en efecto, se distinguen claramente homo
de uir, como paralelamente en griego ánthropos de anér,
el primer término en cada una de esas lenguas para designar al
'ser humano' y el segundo al 'varón'. Manifestación de que homo
y ánthropos denominaban al 'ser humano' y que, por tanto,
su significado abarcaba tanto al macho (o varón) como a la hembra
(o mujer) del género humano, es que, por ejemplo, en griego ánthropos
podía llevar artículo masculino y femenino ("el" y "la" ánthropos),
o que en latín, cuando se quería especificar, se añadían las palabras 'macho' (mas/maris), 'hembra' (femina/feminae) o
'varón' (uir/uiri), 'mujer' (mulier/mulieris): mares
homines: "seres humanos machos", homines feminae: "seres
humanos hembras", homines... uirei atque mulieres: "seres
humanos varones y mujeres" (1). En el lenguaje familiar latino
homo había desarrollado el significado particular de 'macho'
(o 'varón'), significado que, por una parte, fue quitándole espacio
al de 'ser humano' hasta llegar a compartir con él el mismo significante,
y, por otra, hizo desaparecer, en la evolución del latín a las
lenguas romances, el término uir, que no deja heredero
directo en español (ni en las demás lenguas neolatinas), aunque
hayan subsistido otros vocablos derivados de él ya dentro del
propio latín, de los que proceden 'viril', 'virilidad', etc.
Pero, ahondando un poco más, cabe preguntarse: ¿qué es eso
de homo - 'ser humano'?, ¿qué quiere decir en su origen
este nombre que nombra a quien esto escribe y a cualquiera que
esto lea? La palabra latina deriva de una raíz indoeuropea que
significa 'tierra': ahí tenemos la voz humus, con la
que se denomina la 'tierra', el 'suelo', que en cierto aspecto
todavía resuena en el cultismo técnico 'humus' o 'tierra orgánica'.
O sea, que los homines o 'seres humanos' son propiamente
los 'nacidos de la tierra' o 'terrestres', en contraposición
a los dioses, que son 'celestes' o también superi ('los
de arriba'). A propósito de lo cual conviene recordar aquí las
palabras de Génesis 2, 7: "Modeló Yavé Dios al hombre
de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue
así el hombre ser animado". Análogamente al latín humus
- 'tierra' y homo - 'ser humano', se dan en hebreo adamah
- 'arcilla' y adam, vocablo que designa, en primer lugar,
el hombre en general, el conjunto del género humano (como puede
verse en Génesis 1, 27: "Y creó Dios al hombre a imagen
suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra",
o en Génesis 5, 1-2: "Éste es el libro de la descendencia de
Adán. Cuando creó Dios al hombre, le hizo a imagen suya. Hízolos
macho y hembra, y los bendijo, y les dio, al crearlos, el nombre
de Adán"), y que, después, se convierte en el nombre propio
del primer varón (Génesis 4, 25: "Conoció de nuevo Adán
a su mujer, que parió un hijo, a quien puso por nombre Set...").
Los hombres (homines), los humanos (humani) son,
pues, humildes (humiles) porque son de la tierra (humus),
frente a los seres luminosos o divinos, a los dioses (dei),
que son celestes (caelestes) o de arriba (superi).
El hombre es por naturaleza, por esencia, humilde. Y por eso
querer volverse otra cosa es un acto de soberbia, de superbia,
palabra emparentada con superi. El acto de soberbia extremo
es querer hacerse dioses, dejar de tener los pies en la tierra
y echarse a volar para llegar al mundo celestial y superior
de los dioses y ocuparlo. Ejemplos de esto hay muchos, en los
Imperios antiguos, en la actuación de sus dirigentes, recogidos
en las leyendas, en los relatos transmitidos por los historiadores
o en manifestaciones literarias o artísticas, pero se trata
de ejemplos particulares; sin embargo, el paradigma, como sistema,
lo representa la época que ha quedado generalmente concebida
como uno -si no el que más- de los principales hitos históricos
de Occidente en el progreso de la Humanidad: el Renacimiento.
El Renacimiento asienta sus raíces en algo mucho más hondo que
en un cambio de las concepciones artísticas -incumban éstas
a la construcción de las catedrales o a la configuración de
las obras literarias, por ejemplo-, o en un cambio de las ideologías
políticas o de las relaciones sociales, comerciales o entre
pueblos. Todo eso es la cara o son las facetas visibles del
cambio profundo: en el Renacimiento lo que se pretende es la
sustitución de Dios por el Hombre. Ahora ya es el Hombre, con
mayúscula. Ese Hombre ya no es el de siempre, el pobre humano
apegado a la tierra. Ahora ha levantado el vuelo, ya es grande,
ya puede ufanarse, ya puede alcanzar el lugar, alto y elevado,
de Dios: se ha hecho Él y ha ocupado su puesto. La vieja doctrina
epicúrea, recogida siglos después en versos latinos por el ardiente
Lucrecio, una vez más ha quedado desdeñada y olvidada:
"pues toda por sí de los dioses la harnaz es propio que deba
de vida sin muerte gozar con la paz más honda y serena,
aparte de nuestros asuntos y de ellos lejos y suelta:
pues libre de todo dolor, de peligros libre, en riqueza
suya por sí poderosa, sin falta tener de la nuestra,
ni por favores ganar ni tocar por ira se deja" (2)
Que no habían faltado casos anteriores similares a la gran
soberbia renacentista es indudable. No debemos olvidar el término
griego hýbris, del que tanto se ha escrito en estudios
literarios, filosóficos, mitológicos, etc. Hýbris tiene
un significado afín al de 'soberbia': es la 'insolencia', o,
en términos más coloquiales, el 'pasarse de listo', 'creérselo
uno mucho', en definitiva, 'creerse uno mucho su persona'. En
muchos casos, bien conocidos, recogidos en las leyendas mitológicas
y reflejados sobre todo en la tragedia, la hýbris consiste
en ser insolente frente a los dioses, en creérselo uno tanto
como para querer llegar a ser un dios, con lo que de seguro
vendrá el castigo divino, que, en realidad, es lo de menos.
El verdadero sufrimiento del héroe trágico estriba en el enfrentamiento
consigo mismo, y el castigo, que, al tiempo, es consuelo y alivio,
consiste en dejar de creerse su persona y en descubrir quién
es. En la disolución está la solución: cuando se disuelve, se
deshace, desaparece la persona, se resuelve el conflicto. Quitarse
la máscara es quitarse la persona: representa el momento clave
de dejar de ser persona para volver a ser de la tierra, un humilde
y corriente ser humano cualquiera, volver a ser sólo un hombre.
____________
Notas
(1). Estos ejemplos son, respectivamente,
de Plauto, Poenulus 1311; de San Agustín, De Ciuitate
Dei 3, 3; y del Senatus Consultum de Bacchanalibus
1.19.
(2). La traducción es de Agustín
García Calvo, de su edición bilingüe del De rerum natura
de Lucrecio, titulada De la Realidad (1ª ed. Zamora:
Lucina, 1997). En latín los versos aparecen en el libro I, 44-49
y en el II, 646-651 y son los siguientes:
"Omnis enim per se
diuom natura necesset inmortali aeuo summa cum pace fruatur
semota ab nostris rebus seiunctaque longe: nam priuata dolore
omni, priuata periclis, ipsa suis pollens opibus, nihil indigna
nostri, nec bene pro meritis capitur neque tangitur ira"
 |
Texto, Copyright © 2002 Rosario González Galicia.
Todos los derechos reservados. |
 |
Ilustración, Copyright © 2002 Rosana Gutiérrez.
Todos los derechos reservados. |
|