
 |
Céline: el hombre
enfadado
por Andreu Navarra
Ordoño
Louis Ferdinand Céline Norte (1960)

 
En sí misma, toda idea es neutra o debería
serlo; pero el hombre la anima, proyecta en ella
sus llamas y sus demencias; impura,
transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta
figura de suceso: el paso de la lógica a la epilepsia se
ha consumado... Así nacen las ideologías, las doctrinas y las
farsas sangrientas.
E.M. Cioran
Leía Viaje al fin de la noche , y pregunté a mi
madre: - Mamá, dime qué le debieron de
hacer a este hombre. Dime por qué está tan enfadado.
Tuve respuestas inmediatamente. Para
empezar Céline, en realidad Louis Ferdinand Destouches, fue en su
más tierna juventud enviado al frente de la primera guerra mundial.
Oficialmente hacía falta defender a la patria. ¿Acaso no es éste
suficiente motivo como para escribir una de las más feroces sátiras
contra la civilización occidental? ¿Es injustificado desentenderse
del mundo cuando éste se ha convertido en una estafa
universal, en algo así como una trampa a gran escala? ¿Cómo no
hubiera podido enfadarse ante semejante espectáculo?
Norte es el último volumen que
nuestro autor perpetró en vida, dos años antes de morir. Aunque su
contenido pueda engañarnos, se trata de parte de sus memorias en el
exilio. Para ser más precisos, la obra reúne lo que recuerda del
período final de la Segunda Guerra Mundial, ni más ni menos que a
cien kilómetros de Berlín cuando una vez fue destruida por completo.
La pregunta es qué hacía él allí en esos momentos, en un albergue
para refugiados alemanes. Y la respuesta es sencilla: no
hacía nada, pero allí estaba porque era collabo, es decir,
francés colaboracionista: nazi.
¿Niega Céline alguna vez las acusaciones
de que fue objeto? En absoluto. Sí nos ofrece sus reflexiones, nunca
alegaciones. Su pensamiento crítico, sus opiniones son el
motor de Norte, que es un relato caótico, mucho más
nervioso en cuanto a prosa que su primera novela, mucho más cáustico
y desorganizado, como nos confiesa continuamente:
"...¿que no hay el menor orden en mi
relato?...¡ya os orientaréis!...¿ni pies ni cabeza?...¡maldita sea!
[...] ¡mala suerte! El libro entero está en Gallimard, ¡y qué poco
les importa también a ésos!... ¡recuerdos y memorias!... ¡sólo las
vacaciones los despiertan!"
Este desorden estructural impulsa a
muchos a afirmar que su autor llegó a perder los papeles.
Es una definición exacta. Ahora bien, debió perderlos premeditadamente. La
reflexión sobre este desorden, la afirmación de que el escritor puede
y debe ordenar su material como le plazca, como se
lo vaya proporcionando su propia memoria, constituye uno de los numerosísimos motivos que se
repiten cíclicamente.
Otros leit-motivs muy frecuentes son los que tienen que ver con la destrucción
del mundo. La bomba H, la de fusión nuclear de hidrógeno,
mucho más potente que las de fisión (las de Hiroshima
y Nagasaki) no es más que el símbolo de a lo
que conducirán los excesos de la guerra fría. Uno no
puede pensar sin estremecerse que dos años después se produjera la denominada crisis de
los misiles...
Otro motivo gira en torno a los chinos. Los
chinos son en Céline la garantía de que una turba
multitudinaria y furibunda barrerá el mundo occidental. La
chusma acabará con todo, la célebre frase de Nietzsche, es
citada nada menos que tres veces a lo largo de todo el libro. Ésta
no deja de ser una concepción finalista, en que la historia se
encamina hacia su propia e inevitable destrucción. Que todo un
pueblo como el chino se una bajo un solo credo, el comunista, y se
disponga a uniformizar el mundo es equivalente a que la chusma
acabe con todo. Claro que todas estas concepciones apocalípticas no
son más que literatura. Céline era suficientemente diletante como para dejarse
llevar por las palabras, como para no tener que creer
siempre lo que dijera, como cualquier cínico o dandy. Como Cioran o el Marqués
de Sade.
¿Qué entenderé por dejarse llevar por las
palabras? Utilizarlas como un auténtico proyectil fonético,
como una carga de profundidad que se intalase en el cerebro
receptor. Utilizar los términos negro, alemán, francés, ruso,
enfermo, lisiado como adjetivos despectivos forma parte de una
estrategia para convertir el léxico en una suerte de ametralladora.
Céline pretende arremeter contra el relato lineal. La sintaxis, el
vocabulario, la disposición de los acontecimientos, todos los
elementos de su prosa sirven para expresar la crispación, el estado
de tensión que está viviendo el escritor en el momento mismo de
generar su enunciado. Palabras obscenas (retrete, zurullo, ano,
orgía, reventar...), insultos, figuras retóricas de
contenido macabro o el humor negro son otros de los elementos
con que maltrata al lector, zarandeándolo, y provocando en él
mil reacciones que van del más tonificante de los entusiasmos al más profundo de
los rechazos.
Por todo esto, Norte es un libro que
nació con todo en contra, pensado para ser rechazado, odiado: un
libro incómodo, asombrosa y extrañamente divertido, o por lo
menos insólito.
No cabe duda de que Céline era racista, como
tantos otros médicos de su tiempo, que fue expulsado de Francia
gracias en buena parte a sus libelos antisemitas. Eso no
significa que actuara contra unas razas en concreto para afirmar la
propia. Lo mismo aplico para Nietzsche: si se detesta a todo el
mundo, ¿se puede no ser racista? Los argumentos de Céline no son
nunca defensivos: él cree que nunca cometió nada punible. Nunca
actuó en detrimento de nadie porque nunca tuvo ideología alguna.
Nunca olvidemos que tenemos delante a un desvergonzado, a un dandy.
Todos los esfuerzos de Norte van encaminados a demostrar lo
siguiente: el mundo está dividido en ricos y pobres. Los ricos
mueven por hilos a sus pobres para que se asesinen mutuamente en los
campos de batalla por ideologías que sólo a ellos, los poderosos,
interesan. Todos los soldados, por lo tanto, luchan estafados. La
obra de Céline, un hombre de escasos recursos económicos, puede
entenderse como un frontal ataque, como una monumental
boutade contra la alienación. Éste
es el pensamiento sociológico de Céline, por el que se acerca momentáneamente a una
postura marxista.
En cuanto toda simpatía y posibilidad de
identificación con cualquier patria, credo o moral ha desaparecido, una
persona no siente ya necesidad de ser amable, de guardar apariencia
alguna. Puede mostrar todo su desprecio. Se ha exiliado voluntariamente,
por lo que no puede ser expulsado. Ya no pertenece a ningún sistema de
convenciones éticopolíticas:
"Visto desde la otra orilla, no está nada
mal... ya no tienes que charlar, perder el tiempo para mostrarte amable,
el estatuto de paria tiene su lado bueno... cuando veo a De Gaulle en casa
de Adenau... Adolf y Philippe [Pétain] en Montoire... Carlos Quinto
visitando a Isabel... ¡todo zalemas, carmín, polvos, para nada!... el
"intocable" ya no tiene que maquillarse, un poco más de mierda, y se
acabó, de arriba abajo, ¡lo único que le piden!"
Por descontado, Céline odia al comunismo como
odia también a todas las otras religiones y credos. Como Nietzsche y
Cioran, los pensadores que constituyen nuestras referencias (Cioran,
como tantísimos otros, vivía en París y publicaba en Gallimard. Es
posible que él y Céline se leyeran mutuamente. En cualquier caso
sostienen posturas similares). Todo argumento teleológico que, como
la salvación o la revolución, diera sentido a la historia y a la
vida humana, es inadmisible por lo que tiene de uniformizador de
personalidades, por lo que tiene de igualitario. El dandy
quiere mirar siempre por encima, con toda su voluntad de poderío,
frente a la vulgaridad de la mayoría engañada. Tanto Céline como
Cioran son muy refractarios a la figura de Jean-Paul Sartre,
principal impulsor de la literatura comprometida con los problemas y
necesidades de la sociedad. Cioran llega a decir de él que es un
hombrecito de vida e ideas patéticas. Céline, ante las
acusaciones que Sartre lanza contra él, dice que es él el loco, el
que se compromete para salvar lo condenado al egoísmo. El hombre es
demasiado perverso como para
ser defendido. Si toda la humanidad es malvada, ¿cómo iban a poder no
serlo ellos?
"El gran cansancio de la existencia no es más,
tal vez, que el enorme trabajo que nos tomamos para ser razonables
durante veinte, cuarenta años y más, para no ser simple y
profundamente uno mismo, es decir: inmundo, atroz y absurdo. Una
pesadilla, tener que presentar desde la mañana hasta la noche un
superhombre, como un pequeño ideal universal, al subhombre
claudicante que se nos ha dado."
Esta absoluta ausencia
de apuntalamiento ideológico nos conduce a una nueva concepción de la
solidaridad y la convivencia. Sólo un escéptico podrá ser solidario con todos los demás.
No hay credo o religión posible que simpatice con cualquier manifestación de la vida,
porque ésta incluye inevitablemente acciones violentas, guerreras, o simplemente no estipuladas por ningún libro sagrado
o ético. Sólo para el desvergonzado, el criminal sin crimen, que ladra
y no muerde, tiene sentido algo así como la solidaridad universal, destinada
a todos y cada uno de los seres del mundo por igual, sin
distinción alguna.
Curiosamente, habiendo publicado decenas de
escritos en que defendía el suicidio, Cioran confiesa en una
entrevista haber ayudado a muchos a superar sus problemas. Suicidas
de todo el mundo le confiaban sus situaciones, pidiéndole consejo.
Cioran se solidarizaba con ellos, incluso los invitaba a pasear y
los convencía de que lo libertador era cansarse de pensar en la
muerte, agotar ese tema, tenerlo ya por habitual y rutinario, y
dedicarse a otras cosas... De la misma forma, Céline no hace otra
cosa que curar enfermos, sean del bando que sean, aunque le hayan
perjudicado. Es comprensivo con todos, desde el pobre nazi decadente
que intuye ya que va a ser aniquilado hasta el francés prisionero
que lo delata y lo odia, al cual regala tabaco y víveres. Por eso,
aunque aparentemente sus libros parezcan una condena absoluta, están
muy lejos de serlo. Céline salva a muchos de sus personajes, reales
o no, y eso le convierte en una personalidad verdaderamente
singular...¡es un hombre capaz de bondad, de verdadera y arbitraria
bondad !
Entre los personajes que salva encontraríamos a
su mujer, a su amigo el actor alelado, a su gato, a todo aquél que
tuviera suficiente pereza como para no asesinar, a todo cobarde,
traidor o humorista. En definitiva, la desesperación, la
incapacidad, la impotencia y la inactividad son los factores que
interesan a Bardamu y al propio Céline. Toda carnicería es
perpetrada por el héroe, el fanático o el mártir, por el idealista.
El ser normal, el lúcido, será siempre perseguido por el disparatado, por
el febril, por quien se empeña en demostrar sus tesis, sus fortalezas, seguridades
e infalibilidades.
Lo que sorprende es que alguien así cayera en
las redes precisamente del nazismo. Esto no es extraño, sino más
bien habitual en la época (caso D'Annunzio, caso Ezra Pound), y
podría explicarse por una cuestión de supervivencia, y por otra de
cansancio. Expliquémonos...¿Fue Céline nazi de veras? ¿Tuvo
ambiciones imperialistas, ansias de que los judíos desapareciesen y
de que los arios reinasen sobre los europeos? No lo parece en
absoluto. Lo que es más plausible es que no tuviera adónde ir cuando
la Resistencia se lo robó todo y lo amenazó de muerte, o incluso que
se cansara de ser acusado, que no soportara el ambiente circundante
y se entregara a la primera doctrina potente que encontró. Cioran es
quien mejor ha descrito este tipo de procesos, en los que el
intelectual fatigado se deja caer en las garras
del totalitarismo:
"El intelectual fatigado resume las deformidades
y los vicios de un mundo a la deriva. No actúa, padece; si se vuelve
hacia la idea de tolerancia, no encuentra en ella el excitante que
necesitaría. Sólo el terror se lo proporciona, lo mismo que las
doctrinas de las que éste es consecuencia. ¿Qué es su primera
víctima? No se quejará. Sólo le seduce la fuerza que le tritura.
Querer ser libre es querer ser uno mismo; pero él está harto de ser
él mismo, de caminar en lo incierto, de errabundear a través de las
verdades. "Ponedme las cadenas de la ilusión" suspira, mientras se
despide de las peregrinaciones del Conocimiento. De este modo se
arrojará de cabeza en cualquier mitología que le garantice la
protección y la paz de un yugo"
Céline, consciente de quién está perdiendo la
guerra, tiene miedo de relacionarse con lo que llama
supernazis, nazis de
verdad, que son las únicas personas que pueden protegerlo de una muerte cierta
e inmediata. A la vez, relacionarse con oficiales de las S.S. es garantía de
ser fusilado a medio plazo. A Céline le costó la
cárcel. Por eso podríamos hablar de nazismo circunstancial, medio forzado. Porque la alternativa era
la muerte.
Pero hay otro motivo por el que entró en ese
círculo que iba engulléndolo (esa consciencia de ir siendo tragado como
por una corriente perniciosa e inexorable constituye otra constante que,
página tras página, a medida que el responsable de su protección es un
hombre cada vez más comprometido con el poder del Reich). Pudo haber sido
su nazismo un último intento de no caer en la terrible polarización
manipulada que sacudía Europa, de no volver a formar parte de la guerra,
de evitar sus consecuencias para uno mismo. Este motivo es ni más ni menos
que... el anarquismo. El anarquismo entendido como la libertad de
someterse a un yugo en cuanto se desee, de esclavizarse a uno mismo a
voluntad :
"¿cuántas cartas de insultos recibo al
día? Siete u ocho...¿y cartas de admiración inmensa?... casi otras
tantas... ¿acaso he pedido algo? ¡de ningún modo! ¡nunca!... anarquista
soy, he sido, sigo siendo, ¡y me traen sin cuidado las
opiniones!"
Céline es racista porque lo es todo el mundo.
Mejor: porque para él no se puede ser de otra manera. Es
más, y aquí parte de su propia experiencia en África, todos los
hombres de todas las razas son racistas respecto a los demás. Céline
es malvado como lo es todo el mundo, aunque en momentos de
polarización social o internacional haya siempre un bando que se
apodere del lenguaje de la bondad, la santidad y la fraternidad para
disimular, disfrazar, ser hipócrita. Por eso se pasa al bando
contrario: no es más malvado que el anterior, y además aún no lo
ha estafado como hizo el francés. Por otra parte, no debía sentir
precisamente aprecio por el nazismo y los nazis, como demuestran estas
palabras:
"...no era un tipo antipático... pero tampoco muy
comunicativo... daba la impresión de que le iba el rollo... sería el primer nazi
que se pareciera a lo que debían ser, tercos, bien
gilipollas...
"¡los alemanes me la chupan! Si no te impones, ¡estás
jodido!"
Esta maldad del ser humano lleva a Céline y a
su mujer a apreciar más la vida animal que la humana, porque la
destrucción es inocente en el animal, y en cambio el hombre es doblemente
culpable porque podría evitarla, escoger entre el bien y el mal. Su
condición consciente lo convierte en un auténtico malvado:
"No tenía el gran ideal humano, yo. Creo
que habría sentido más pena por un perro en trance de morir que por
Robinson, porque un perro no tiene maldad, mientras Robinson, de todos
modos, era un poco malo. También yo era malo, éramos
malos..."
Frecuentemente, Céline esperpentiza a la
Humanidad mediante léxico fisiobiológico. Es lo que podríamos llamar
visión biológica del cosmos
. El hecho de que fuera médico ayuda al autor a
construir paralelismos y enumeraciones verdaderamente
inhabituales:
"... en realidad, en cualquier lugar y en
cualquier época, paz, calma chicha, guerras, convulsiones, vaginas,
estómagos, vergas, jetas, ¡que ya no sabes qué hacer con ellos! ¡a
espuertas!... pero, ¿los corazones?... ¡infinitamente raros! Desde hace
quinientos millones de años, la tira de vergas, tubos gástricos, pero,
¿los corazones?... ¡se pueden contar con los dedos!"
Otra pregunta que se plantea el autor es por qué
es tan perseguido. Qué mal puede causar al mundo un anciano cojo (él
mismo), una mujer bailarina (Lili, su esposa), una vieja gloria del
cine medio enloquecida (su íntimo amigo Le Vigan) y su gato Bébert
(perseguido hasta por el Tercer Reich). En el fondo, Céline
no es más que un cronista más o menos célebre. Dice Cioran que los
únicos hombres inofensivos sólo pueden ser los vagos, los diletantes
y los estetas, porque son los únicos que no dicen nada, que de verdad se abstienen de participar en la
epilepsia universal, en los choques de intereses e ideologías. El inactivo
no puede hacer daño a nadie. Entonces, ¿por qué todo el mundo los
persigue, sean del bando que sean?, se pregunta. Porque nadie perdona la
abstención. La sociedad es intransigente con el don Nadie, y le obliga a
tomar apellidos, oficio, y a asumir responsabilidades y actividad. Toda
ideología necesita adeptos y enemigos para funcionar, para ser práctica y
operativa. El comunismo se inventó adeptos. La Inquisición y el nazismo,
enemigos. Por eso se acaba reclamando el silencio, y es placentera la nada
de senectud:
"...pero tenía la impresión clarísima de
que todo aquello estaba tramado, preparado, y de que yo era el payaso...
ahora comprendo, si tuviese que volver a hacerlo, no lo haría, ¡todas
aquellas penalidades!...¡a hacer puñetas todo!... la impresión que me
darían, nazis, resistentes, amas de casa, apicultor, guarda jurado,
tagarotes y lisiados, ¡a tomar por culo!... sonrisas y muecas, vencedores
y vencidos, ¡la misma marmita!... lo único que necesitas al final de la
vida, no volverlos a ver, no hablar ya de nada, ya lo sabes todo...
derecho, revés, cabeza, ano... todo el trabajo, más de la cuenta, que te
has tomado..."

Para Céline la humanidad es abyecta, no existe
nadie libre de culpa. Demostrar eso, que la maldad está presente en
todas partes, es el motor de su primera novela. Mostrar cómo se
manifiesta el egoísmo en África, en América, en París, entre
burgueses, entre soldados, obreros, borrachos, enfermeras,
prostitutas, nobles, ancianos, niños. ¿Qué es la noche para Céline?
La vida misma, es decir, la guerra. Llegar a su fin es un acto de
sinceridad, de desnudez. Todo aquél que se despoja de sus amables
vestiduras, revela lo que hay en él de inadmisible. Por lo tanto,
los nazis fueron los más sinceros de todos, al mostrar a cara
descubierta todo el horror que eran capaces de provocar en el mundo.
Viajar al fin de la noche es no extraviarse del camino de la soledad y la
maldad: no intentar nada para alejarse del abismo, no maquillar la
pesadilla. El nazismo fue para Céline el fin de su propia noche, fue su
estación final, definitiva.
 |
Texto, Copyright © 2001 Andreu Navarra Ordoño.
Todos los derechos reservados. |
|