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Anabel Torres, la búsqueda del lugar del poema
por Consuelo Triviño Anzola
Anabel Torres nació en Colombia en 1948, a
ño en que la historia del
país se partió en dos con el asesinato del líder popular Jorge Eliécer
Gaitán. Acaso este acontecimiento haya marcado su vida, como a sus
compatriotas, con el fantasma de la violencia que atraviesa de sur a norte
la geografía nacional y se enquista en elcorazón de sus gentes. Y es que en aquellas
latitudes la violencia
motiva que belleza y horror se conjuguen a veces de forma siniestra. Así,
la poética de Anabel Torres, sin ser de compromiso ni de denuncia social,
no pasa por alto este hecho sobre el que llama la atención, haciéndole un
homenaje a las víctimas de la barbarie y la guerra, dejándonos el
testimonio de la palabra e invitándonos a hacer realidad la paz. Desde su
exilio en Holanda, donde reside hace más de diez años, reclama la hora de la concordia y
se entrega a este ideal, convencida de
que merece la pena intentarlo.
"Vengo de un país: la guerra rota de su
costado y sigo untada de su sangre"
dirá en Poemas de la guerra (2000).
Pero en el universo poético de Anabel Torres también habitan la
magia y la ternura, en especial hacia el compañero ausente o imposible,
esa alma gemela que de nosotras parece haberse desprendido:
Me he ido acostumbrando a tu ausencia naranja y a no añorar tu gabardina gris
Medias nonas (1992)
Su ser femenino sin lugar a dudas determina no sólo una manera de estar en el mundo, sino también y sobre todo, la constitución de un yo poético que rastrea en la violencia política y humana, tanto como en el reducido e infinito espacio hogareño. Esta poética se va construyendo con objetos intrascendentes aunque cargados de una inaudita riqueza simbólica. La autora recoge y ordena el misterio, como quien pule la superficie de los muebles, arrancado de ellos la luz interior que refleja las huellas de lo humano en el mundo. Su feminismo, si ella se dejara incluir en esa corriente, podría resumirse en una honesta aceptación de la soledad, no sin nostalgia del otro, y al mismo tiempo, en la fortaleza espiritual, resultado un aislamiento a veces necesario para la construcción de su espacio poético.



El último libro de En un abrir y cerrar de hojas (2001), el que motiva esta nota, se afianza en la búsqueda de ese lugar mágico. El proceso se nos muestra como un viaje de ida y vuelta, a través ríos de muerte, por caminos de desolación y abandono, experiencia de la que parece regresar jubilosa. Y es que por encima del dolor y el desarraigo la autora canta al irrepetible e insólito acontecimiento la vida, a la dicha de bailar, a la sensualidad y a la ternura. Despojado de su armadura, ese ser femenino guarda intacta memoria del otro cuya cercanía reclama con humor
"Se solicita un beso con urgencia. Los interesados pueden aplicar sus labios a la siguiente dirección: esquina del sueño loma de la soledad"
Anabel Torres convierte de esta forma su exilio en añoranza del terciopelo, desde una burda cárcel de otomana y nos ofrece el estallido de su poesía, como chispas arrancadas a la piedra, en una escritura cargada de angustia, pero también de esperanza:
"¿A dónde me iré luego con mi sed de palabras y aquella catarata de las tuyas que me duele del mundo, de soledad y muerte y me clava en el pecho con sus tres alfileres los ecos de tu no."
El yo poético trascendente sugiere que la naturaleza le trae la nostalgia de su origen, pues ella es nuestra madre, la materia de que estamos hechas y de ella surge el hilo del que penden nuestras vidas, cual complicada enredadera de flores en torno a un árbol. Imperecedera es entonces la palabra en la memoria o la garganta, como el verso; tal la marea que lame la piel de las arenas, el poema se hace y se deshace, borrando y dibujando la sonrisa de quien parece encontrar la paz en la escritura:
"Soy el eco de mí que regresa al futuro desde mí misma"
acaso nos dice a su vuelta de ese viaje, tras el cual nos entrega En un abrir y cerrar de hojas, su séptimo libro de poemas, del que a
continuación ofrecemos una breve muestra:
La caja negra Cuando me estrelle
contra el cerro esto dirá mi caja negra cuando la desmonten, éste
era el comando que la guiaba: no rendirse. No rendirse. No
rendirse. Seré entonces una muertica más partiendo a su
penúltima morada, a habitar el vestíbulo sombreado de los
helechos y las solariegas puertas del corazón de sus
hijos. Pero, caballeros, yo no haré la mudanza con la
gracia y donaire requeridos de una auténtica dama. No
pienso replegarme calladita en mi fotografía. Aquí fuera dejaré mi
risa, mi hula hula, mis libros y batallas preferidas, mi música y mi
dicha de bailar. No renunciaré a esta
calle. Mi dueño Mi dueño me ha
dado avena, avena recién girada, caña de azúcar picada.
Mi
dueño me ha liberado sobre sus verdes praderas, el olor de la hierba
recién cortada más dulce aún, si cabe. Saciada de
placer me han soltado a pastar.
Poemas que se incluyen en esta
nota: La caja negra,
pág 15 Se solicita un beso, pág 20 Carta al día, pág
33 XIV La luna nunca elude el compromiso, pág 63 II Esta
poeta es cazadora y diccionario fracasado, pág
67 Mi dueño, pág 24
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Texto, Copyright © 2001 Consuelo Triviño Anzola.
Todos los derechos reservados. |
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