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Manu Chao: ¿Un mestizaje cultural de diseño?

por Juan Ramón Rueda

Completamente ajustado a las características de un movimiento uniformemente acelerado, el mundo se mueve ya a una velocidad tal que, tras el encogimiento real del espacio físico respecto a las reglas tradicionales (ancestrales) de nuestra relación con el planeta, es decir, el hecho evidente de tener potencialmente a mano la posibilidad de desplazarte a cualquier rincón del planeta en un plazo de tiempo razonable, en función del destino, vienen los efectos que conlleva, inevitablemente, la alteración de algunas de las bases fundamentales que han configurado nuestra relación con el planeta que habitamos. Esta relación, a su vez, puede considerarse como determinante a la hora de intentar aprehender y comprender las diferentes entidades culturales que han identificado a los pobladores de las diferentes áreas, zonas, regiones o continentes del mundo. Por supuesto hay otros factores, también determinantes como los religiosos o los puramente ideológicos, que articulan y soportan las estructuras culturales implantadas en los distintos geogrupos que pululamos por el globo global, pero de ningún modo pretenden estas letras plantear una disertación sesuda ni afiliar a su autor a ninguna corriente teórica de la antropología social. Esto iría más en la línea de proponer una explicación válida y, sobre todo, lógica del fenómeno Manu Chao, de la extraordinaria difusión de sus dos últimos trabajos, del perfil de valores que encierran y de las razones que pueden justificar el hecho de considerar a Manu Chao, bien a su pesar según se desprende de algunas de sus declaraciones, en el nuevo gurú de un movimiento, una actitud y una forma de interpretar el mundo que nos rodea completamente coherente con la realidad que lo ocupa. No existen países en el mundo de Manu Chao, existen ciudades; no existen banderas, existen lenguas; no existen músicas, existe música.



[ Manu Chao ]

Resulta ya evidente que existen varias formas culturales de expresión, mayoritarias respecto a las innumerables que subsisten aún a la inexorable implantación de una globalidad también inevitable. Dentro de estos focos principales, las formas puramente artísticas son las primeras que han aprovechado las facilidades de desplazamiento de la vida moderna, las primeras en demostrar que la globalización es un fenómeno imparable, y en cierto modo, indomable. Pero claro, esta globalización es mucho más amable, qué duda cabe, que la salvaje interpretación que hace el mundo capitalista, el mundo occidental, el mundo del poder real crudo, puro y duro. En cualquier caso, me temo que tanto una como otra presentan rasgos de inapelables. Y antagónicos. Radicalmente antagónicos según los últimos acontecimientos: empieza a haber sangre y muertos cuando ambas visiones de un futuro mejor para todos deciden encontrarse en un punto y un lugar determinados. De hecho, no anda lejos el momento en el que esas fastuosas reuniones de grupos de poder dejen de ser públicas, con lo que ello supondrá de pérdida propagandística para esa facción, ya que se supone que todos están elegidos libremente en países libres como representantes legítimos de los pueblos de esos países, y tras esas reuniones siempre hay un desmesurado despliegue mediático (me da grima usar este término, pero es que le va de maravilla) que transmite y amplifica en prensa y televisiones la relevancia, la tremenda importancia de esas reuniones, y luego lanza al mundo las solemnes declaraciones de buen rollito, los programas de ayuda para el equilibrio y lo inequívoco del rumbo que llevamos todos. Si no se reúnen, no hay noticias, por lo menos de reuniones de ese tipo, y entonces empieza a flotar en el ambiente la duda razonable respecto a la legitimidad de la representación de todos esos señores. Y lo que flota en el ambiente suele recogerlo la música para repartirlo. Y con esto de la globalización, los mensajes y el ambiente recorren el mundo con una facilidad pasmosa, sobre todo desde que la música retomó las claves de la música protesta y las ha reconvertido en música de combate. El rap que los afroamericanos crearon, aunque quizá sería mejor hablar de ese rap al que llegaron, a través de las sendas del blues, el rock y el jazz rociados con la fórmula espiritual del godspell, ha agarrado en forma y fondos en todos los confines del mundo. Con ellos se ha aprendido a largar por la boca, y en menos de tres minutos, dos folios y medio de denuncia social con un lenguaje agresivo y chulesco que usa su propia opresión y su condición social como armas arrojadizas hacia sus objetivos. El medio estaba servido, y el rap y el hip-hop empiezan a tomar las ondas hercianas y las tiendas de música del mundo entero. En este contexto, y también dentro del universo de la música, lo étnico empieza a ser conocido, y, automáticamente, reconocido. Las músicas africanas salen de su continente y los consumidores, occidente, las acepta, ávido como siempre de emociones exóticas y diferentes. Pronto se convierten en moda, y los World Music Festival, cuyas primeras ediciones, según la primera recopilación que recuerdo (en vinilo, por supuesto, un doble L.P.), se remonta a los primeros ochenta. Su público era absolutamente minoritario, y en aquellos tiempos, gozosos para mi alma (por la edad que lucía, mayormente), las colaboraciones que aportaba occidente no estaban demasiado marcadas por el espíritu de la fusión, salvo algunas excepciones puntuales más las intenciones declaradas por Peter Gabriel, motor y promotor de todo este trasiego de músicas, músicos y estilos.

Pero las cosas fueron cambiando al pairo de acontecimientos que, aunque escapaban completamente del ámbito de lo musical, provocaron reacciones y posiciones de grupos sociales que fueron encontrando en la música y en los músicos un vehículo perfecto para traducir a los comunes los atroces niveles de desequilibrio que sufre el mundo. En cierto modo, comprar y escuchar eso, que desde entonces se etiqueta como música étnica, se fue convirtiendo en un gesto cuasi solidario para con los países exportadores del producto. Me atrevería a asegurar, incluso, que ayudó a muchos a comprender y a captar mejor la energía espiritual que encierran los ritmos y mensajes del reggae, un ingrediente, por cierto, fundamental en la obra y en la esencia musical de los dos últimos trabajos de Chao: "Clandestino" y "Próxima estación: Esperanza", si bien es cierto que ya en el último trabajo de Chao con su anterior formación, Mano Negra, el reggae se presentaba como influencia y referencia evidente. Pero las similitudes, muchas, entre el Manu Chao de Mano Negra y este Manu, solitario aunque siempre bien acompañado, no consiguen aliviar la enorme diferencia de proyección y entidad existente entre esos dos proyectos musicales.

¿Proyectos musicales? Por qué no. Es perfectamente válido emplear ese término, tanto para definir las ideas y los aspectos formales bajo los que se forma un grupo como para explicar (o aventurar) las pretensiones musicales que se abordan con la creación y la publicación de un trabajo discográfico. Y por supuesto, si nos referimos al terreno de lo económico, un ámbito en el que no es nada inusual fenómenos musicales en los que el proyecto se elabora en primer lugar y es después cuando se designan los componentes humanos que más se adecúan a ese proyecto.

Proyecto musical Mano Negra (final de trayecto: Babylon). Si Manu considera "Próxima estación: Esperanza" una hermana pequeña de "Clandestino", "Babylon" podría ser algo así como el padre de ambos, más radical en las formas y en la apuesta y con un estilo retórico más cercano a la ortodoxia teórico-poética de la izquierda revolucionaria. Padre y madre a la vez, dado que la Mano Negra se deja notar a pesar de que el peso y la dirección del trabajo apuntan a Manu Chao. Con buen o mal rollito, eso es algo estrictamente privado, esa diferencia de pesos parece crear barrera. La escisión se consuma y Manu se lleva bajo el brazo la semilla babylónica. La fusión mestiza (fusión de fusiones) de marcado carácter latino que parecían ser los terrenos de exploración y asentamiento (proyecto, ¿no?) de Mano Negra quedan a la espera de lo que era aquello sin Manu, y este sigue adelante con otro proyecto.

Proyecto musical "Clandestino" (Manu solo, primera entrega). Hay riesgo en el salto. Relativo, pero lo hay. El rumbo parece el mismo, pero el barco es otro. Además, ya no hay tripulación, o al menos, el capitán tiene plenos poderes (y responsabilidad claramente asumida). En producción tambien se advierte un cambio evidente respecto al sonido y el "atrezzo"; las letras se suavizan, por un lado, y por otro se modernizan respecto a las consignas tradicionales, se enfocan hacia posiciones concretas ante situaciones igualmente concretas. Se quiera o no, es decir, se pretenda a priori o no, esto supone mayor ambición en cuanto a abarcar segmentos de público. Además, el contexto se presta a una apuesta como esta: el reggae va a más y el año Marley ha tenido un espectro inesperado; bandas tan radicales y explícitamente situadas en lo político como Rage Againts the Machine (pienso en el "dread lock" de Zack de la Rocha junto al icono del Ché) son algo más que grupos de culto para minorías tribales, son auténticos símbolos de resistencia que, al ser seguidos, venden y mueven dinero a espuertas, y demuestran que ese dinero garantiza de algún modo su libertad de expresión, lo que consolida y aumenta su poder simbólico. Pero la respuesta del público, la más real de todas, la incontestable traducción positiva de más tres millones de discos vendidos supera cualquier previsión. Y aún más sorprendente (¿debería sorprender ese hecho?) es la universalidad del campo de ventas e influencia de "Clandestino". Pero esto es repasar los charcos de lo llovido. Quedémonos con el dato de que el proyecto "Clandestino" funciona tan demoledoramente que puede obligar a Manu Chao a un trabajo de mantenimiento, de obligada demostración de que tras "Clandestino" hay algo más que un album musical.

Proyecto "Próxima Estación: Esperanza". No quedaba más remedio. Las ventas, la acogida y la repercusión alcanzadas por la fórmula iniciada con "Babylon" y afinada con "Clandestino", con la autoridad del artista creador sin intromisiones ni condiciones externas, exigían una prueba palpable de que eso iba a continuar, la garantía de que había nacido un nuevo gurú ( la importancia de esta palabra viene refrendada en su insistente aparición en torno a Chao y su significado, en clave siempre de negación: el no quiere ser gurú, sus fans no lo consideran gurú, el ni quiere ser líder ni lo pretende, sus seguidores no lo ven como un líder ni buscan tal referencia...). Así, si "Clandestino" suponía, respecto a "Babylon", una actualización de consignas e ideas de añejo sabor político, una contextualización inteligente y lúcida de demandas populares (aquí, utilizar el término proletarias supondría retomar el sabor ambiguo que impregna los de gurú y líder, aunque sería perfectamente válido), la siguiente entrega parece, como exquisitamente define el propio Manu, una hermana pequeña, una decantación por lo amable, por lo lúdico. Esto implica inevitablemente una mayor facilidad para su venta, un factor de comercialidad que sirve de diana para críticas ácidas, para buscar el rostro auténtico que muchos dicen se oculta tras el talento y el carisma de este extraño y controvertido fenómeno surgido de las entrañas de la música independiente.

¿Pasamos de proyectos? Porque a lo mejor (o a lo peor, según el bando desde el que se contemple) aquí no hay ni ha habido proyecto alguno y todo esto es la consecuencia lógica del devenir de un indivíduo con talento, alguien tan dotado para expresarse como para absorber emociones y sentimientos y que presenta una biografía que explica y avala el carácter y el posicionamiento social (no se por qué, pero en todo esto flota la muerte de lo político y una cierta erupción de lo social), marcadamente mestizo en cuanto a formación cultural y musical. Hasta los diez años de edad no supo Manu que su padre era músico, había sido músico para ser precisos, y esa noticia incluyó su primer contacto (y el de su hermano Antoine, dos años menor) con la música. Bastaron unas piezas de Schumann y Schubert y la Danza del Molinero de Falla para, según relata el propio padre, dejar boquiabiertos a los dos hermanos. La fascinación y el interés fueron de la mano y el padre comenzó a impartir clases a ambos. Nada menos que Luis de Pablo recomendó que usara el Microcosmos de Béla Bartok como guía docente, además de una serie de piezas clásicas que acabaron por hacer reaccionar a los hermanos y pedir pista libre: el piano no era lo que buscaban. Manu escogió la guitarra para ingresar en el conservatorio y alternar con ella los estudios bachilleres. Cuenta el padre, en un artículo publicado en el sexto número de la revista Planeta Humano, que a los dos años ya tocaba "con gracia" Manu piezas de Leo Brower, un compositor cubano quizá introducido en casa Chao por Alejo Carpentier, un reconocido y estupendo escritor que, eso seguro, también les trajo de Cuba a los Chao, a Antoine concretamente, varios instrumentos de percusión. La música que se escuchaba en aquella casa eran los "zortzicos" vascos que cantaba el abuelo materno, cuplés de Olga Ramos, y una buena cantidad de música latina que incluía desde el personalísimo Bola de Nieve hasta la mexicana Chavela Vargas. En cualquier caso, las raíces y los ritmos cubanos están presentes en casa de los Chao desde los primeros pasos musicales de Manu y Antoine. Pero también era habitual que en esa casa se escuchase flamenco: una recopilación de Hispavox en clave histórica que puede que tuviese la culpa de que la familia asistiera al completo a una edición del Festival de Cante de las Minas de la Unión. ¿Es un guiño del destino que en aquella edición del Festival participara un todavía desconocido Camarón de la Isla? Pues claro que sí, un curioso guiño que a lo mejor tiene algo que ver con el primer gran éxito de Mano Negra: "Mala Vida".

Ya en las estancias puramente juveniles, unas habitaciones que los hermanos acondicionaron en el garaje de la casa, el abanico de estilos y artistas que conformaban y satisfacían las necesidades musicales de los futuros músicos era tan amplio como las referencias o influencias que presenta la obra de Manu: salsa, rai, reggae (cuesta creerse que, según jura Manu, descubriera a Bob Marley durante los carreterazos y furgonetazos de la gira de "Clandestino"), rap, rock, y..Peret y Lole y Manuel. ¿Falta algo? Y a quien guste atender a pistas y datos genéticos, la bisabuela de Manu por parte paterna era una gallega de Villalba que, harta del maltrato de su cónyuge, saltó a Cuba huyendo del aliento alcohólico y la brutalidad del marido. Allí trabajó como mucama para un culto y adinerado señor, a la sazón jefe de policía de la isla. Así, cuando el marido borde y borrachuzo llegó un buen día a Cuba con la intención de recuperar a su esposa, no resulta extraño que apareciera muerto una mañana en una esquina de La Habana Vieja. Los poderes de este hombre se extendieron hasta el lecho de la gallega, esta quedó preñada y fue enviada a Galicia a dar a luz al retoño. Esto avala la presencia de sangre cubana en las venas de los Chao. No falta de nada, pues, en la historia de la saga familiar. Manu Chao puede metaforizarse como una cocktelera en la que a los elementos primarios u originales se han ido añadiendo todos los ingredientes que han desfilado por su radio de percepción. Y no se puede negar que, una vez en movimiento, los combinados que van saliendo del interior de ese artilugio mezclador son excelentes, con un cierto componente de autenticidad que refuerza la calidad de los fluidos que van surgiendo de esa factoría de fusiones que parece ser la cabeza de Manu Chao. La incógnita, quizá, más sugerente e interesante que plantea la figura y las creaciones de este gran icono de los actuales movimientos alternativos es la de si todo esto es producto de un estudiado y calculado diseño para producir música de consumo masivo (choca demasiado con la imagen y el mensaje que transmite este artista), o bien responde a la realidad de un creador portentoso cuyo mayor obstáculo es salvar, precisamente, las dudas que lo puedan situar dentro del ámbito de los productos con objetivos pura y exclusivamente comerciales. Por el momento, Manu Chao despierta tantas pasiones y atención como discos compactos consigue vender. Y es consciente, en algún modo, de la duda que se plantea a su alrededor: en Bilbao, por ejemplo, tocó y cantó durante casi tres horas ininterrumpidamente (una fórmula que se mantiene desde "Babylon" para los CD's) ofreciendo temas que abarcaron desde Mano Negra y "Babylon" hasta "Próxima Estación:..", pero sin embargo no sonó un solo acorde de lo que es hoy día su mayor presencia en todas las listas comerciales de éxitos: "Me gustas tú".

Puede que por razones románticas y optimistas yo me decante por un Manu auténtico y sincero en lucha con el oscuro monstruo de la industria discográfica y el poder del dinero. Pero también creo en aquello que dijo un gran filósofo acerca de que quién lucha demasiado tiempo con monstruos acaba por convertirse en otro monstruo más.

 

 

Texto, Copyright © 2001 Juan Ramón Rueda. Todos los derechos reservados.
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Última actualización: jueves, 06 de septiembre de 2001

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