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Varanasi, el Aleph (Sagrado) por
Hari Camino
Después de conocer Varanasi
(Benarés) es probable que se pierda la capacidad del asombro, tal como sucede frente el
Aleph de Borges, una vez contempladas todas las facetas del universo desde todos sus
ángulos condensados en un punto imposible, el resto del mundo se convierte tan sólo en
su tímido eco. La ciudad de Kashi ("la luminosa") es una reliquia viviente
latiendo con el ritmo atemporal que le dió el Dios Shiva al fundarla. Después de varios
milenios ha logrado abarcar las cuatro dimensiones, un afirmación que para los hindúes
se traduce como "kashi ka kanakar, kanakar shankar hai: cada piedra de Kashi es el
propio Shiva". Aunque los edificios en pie no sean tan antiguos, sus calles mantienen
esquinas y atajos por los que se puede retroceder de golpe más de 3000 años y a unos
pasos más allá entrever incluso el porvenir de una raza humana viviendo en sintonía con
la totalidad mientas tanto en el presente, el peatón deben tener cuidado para no ser
arrollado por el denso tráfico o quedar encerrado por una vaca en un callejón. Es, sin
duda, un sitio sagrado para budistas, jainistas e hinduistas quienes hacen evidente en sus
múltiples formas de mirar hacia dentro de sí mismos que las cualidades más
sobresalientes de Varanasi resultan inaprehensibles para de los sentidos. Es un lugar para
explorar con la intuición a cada instante pues su estela de santidad se desvanece antes
que el humo del sándalo y otras veces se esconde bajo una capa de polvo y cochambre
haciéndola invisible para el más escéptico. Cada acto, palabra u objeto es tan
religioso para sus habitantes como enigmático para los extraños, aun así viajeros de
todas las épocas han recalado en este puerto espiritual de la India para atisbar algún
reflejo de la eternidad en su espejo sin fin.



Varanasi se pone en marcha muy temprano, antes del alba los más devotos
han completado ya su oración y se dirigen al Ganges para bañarse en los ghats. A
lo largo del río hay 84 de estas amplias escalinatas, ya que de acuerdo con la mitología
hindú el alma requiere de 84 millones de encarnaciones antes poder liberarse del ciclo de
la vida y la muerte. Los significados simbólicos aquí son más que una referencia o una
leyenda fantástica en boca de los siempre disponibles guías locales; estructuran y
mantienen a la ciudad que se extiende geográficamente a partir del río con una primera
línea de templos, mezquitas, pagodas, palacios suntuosos, hoteles de mala muerte, nichos,
altares, carpas, fuentes (lingams)de néctar celestial que reciben los primeros rayos del
sol y suelen inundarse durante el monzón por las aguas del Padre Ganges. Más
allá, hacia el oeste la capital se descongestiona y en los suburbios son comunes los
jardines o simples solares donde los niños juegan al cricket. Paradójicamente Varanasi
termina abruptamente, como cualquier Aleph, en su propio corazón, el Ganges. En la bruma
del amanecer se difumina el trasiego de embarcaciones que cruzan a la otra orilla y las
barcazas cargadas con leña, papayas o turistas desmañanados. Hasta hace cincuenta años
el agua mantenía una increíble pureza a pesar de que funcionaba como desagüe para la
población, beber de ellas es una acto de purificación aunque los detergentes e
industrias cercanas le den un aspecto bastante insalubre. En un día de calor (45 grados
en verano), no sólo los niños y las mujeres ataviadas con saris se zambullen ahí mismo,
también las cabras, los búfalos y algún cerdo se refrescan en el fango; pero que más
da, el torrente se llevará al mar los excrementos, las guirnaldas de flores naranjas y
las plegarias por igual.



Mientras dura el baño las distinciones entre castas se diluyen,
sacerdotes y jornaleros incluso toman el mismo desayuno en el concurrido ghat
Dasashwasmed, el menú local es una paratha (pan de trigo sin levadura) y un poco de té
con leche. Al grito de "chai, chai" los vendedores ambulantes lo sirven en
vasitos de barro que después se tiran al montón de basura más cercano. Hacia donde se
mire la basura es parte del paisaje y su olor orgánico hoy se mezcla con los perfumes que
ofrece un hombre con medio metros de barbas y mañana lo hará con el incienso de una
procesión fúnebre.
Iluminados y farsantes
El desfile de personajes es continuo, unos entran y otros salen del
agua. Ya fuera, los empapados hombres y mujeres se cambian púdicamente de ropa, se
peinan, afeitan, maquillan... las castas se definen otra vez y cada quien comienza las
labores propias de su jerarquía. En lo alto de la escalinata social, cuatro sacerdotes
que se dirigen hacia uno de los templos más venerados de la ciudad, el Viswanath Mandir o
templo dorado, destruido durante las invasiones moghules del siglo XVIII y reconstruido
posteriormente con una torre de 60 kilos de oro la cual parece estar mejor vigilada por
una prole de macacos que por los soldados bigotudos del ejercito indio. Por debajo de los brahmins
(tradicionalmente los gobernantes y religiosos) se cuelan los sadhus, ascentas
envueltos en túnicas color azafrán, ojos profundos y brillantes, con las melenas
trenzadas que a simple vista imponen reverencia. Por desgracia una buena parte de estos
santurrones no son más que mendigos o drogadictos que han encontrado un filón en
limosnas y la cuota del medio-dólar-por-foto. Sin embargo, los santos genuinos, aquellos
que han renunciado al mundo externo para conquistar el interno, han pisado los adoquines
de Varanasi dejando sus huellas invisibles en el aire; por lo que la ciudad ha ido
acumulando las bendiciones de gigantes espirituales de la talla de Shankara, Kabir,
Ramakrishna o Budha. Como movimiento el budismo arrancó en Sarnath, una zona
arqueológica 12 kilómetros al norte. Ahí el príncipe Sidharta Gautama dio su primer
"sermón de la montaña" ante un puñado de discípulos que se encargaron de
propagarlo por el continente.
El siguiente escalafón social lo ocupan los Kshatriyas,
antiguamente la casta guerrera, y podemos encontrarlos como médicos en farmacias
ayurvédicas que siguen curando con certeza ancestral a base de plantas y minerales, o
también como profesores de la Universidad Hindú de Benarés, la más grande de Asia y
uno de los pocos lugares en los que la enseñanza del yoga e incluso la astrología están
considerados como parte del currículum académico. Pundits y artistas como Ravi
Shankar también se han formado en Varanasi ya que en ningún otro lugar se preserva el
rico legado musical del norte de la India como en esta ciudad. Otro peldaño más debajo
están los Vayshas o comerciantes, sus céntricos bazares y mercados están ordenados por
oficios, las tiendas de ropa y joyerías por un lado, por el otro, telares donde la mano
de obra musulmana confecciona exquisitas sedas y entre tanto los estrechos pasadizos en
los que se apiñan el resto de los artesanos. En este gremio tampoco se pierde tiempo o
espacio. Los herreros golpetean sus metales y añaden percusión a las canciones populares
de película hindú frente a una familia completa de relojeros que intenta atinar con el
tornillo adecuado en un taller de 2x1 montado en el hueco de una escalera, que a su vez
sirve para que una mujer leprosa pida limosna y del que cuelga el anuncio de una academia
de filosofía Vedanta y las tarifas de un cybercafé. En esta concentración de comercios
se afinan las habilidades para el regateo, en las tiendas de especies y pigmentos
bermellón para las marcas en de frente (tilak), en las grandes pastelerías con dulces
perfumados con agua de rosas, en las librerías de segunda mano y también en los negocios
especializados en ceremonias nupciales, que proveen desde las plumas de pavo real en el
gorrito del novio hasta el carruaje tipo Cenicienta (con tracción de elefantes, caballos
o tractores dependiendo del presupuesto) para buscar a la novia en casa de sus padres el
día de la gran fiesta.
Funerales sin duelo
En el último escalafón social están los sudras, una multitud que no
tiene nada que ofrecer más que su propio esfuerzo físico realizando los trabajo más
humildes. Pueden ser barrenderos, albañiles o porteadores que en ocasiones no hablan ni
hindi pero mantienen una inquebrantable devoción por sus dioses y antes de cargar ni un
ladrillo se postran delante de los mil templetes sin nombre o cuelgan una ofrenda en los
árboles centenarios. Otros miles de parias pedalean un rickshaw (triciclo-taxis)
en el monstruoso tráfico de Varanasi bajo un sol tropical y sin perder la sonrisa. Otra
prueba milagrosa es atravesar el famoso cruce de Godaulia en uno de estos armatoses y no
chocar ni ser arrollado por los cuatro costados. El caos, pese a todo, siempre logra fluir
y liberarse de si mismo como miel espesa. Avanzar en los atascos es una cuestión de
reflejos y claxon: los pastores de ovejas avisan gritando, los rickshaws tocan una
campanita, mientras que las motos pitan sin parar y los coches van abriéndose paso con
otro tanto de ruido, pero son los camiones los que finalmente imponen más respeto con sus
atronadores bocinazos. Todo el mundo parece tener prisa pero en realidad nadie
consigue ir muy rápido a ningún lado, así que la experiencia se vive (casi)
relajadamente. Los hindúes saben bien lo que es aceptar su propio karma,
confiándole a Dios lo bueno y lo malo. En este gran desorden aparente, donde todo convive
sin mediar distancias, la única serenidad está en la mirada afable de las vacas que se
tienden en plena la calle y terminan de colapsar los carriles desocupados.
Fuera del sistema de castas se ubican los intocables (Harijans),
y aunque están cada vez menos excluidos en la India contemporánea, arrastran un rezago
que les impide incluso trabajar en las profesiones más humildes. En Varanasi uno de estos
clanes se llama Don y lleva incontables generaciones dedicado únicamente a la
cremación de cadáveres. Esta ciudad no sólo es un centro cultural de primer orden para
el país sino el lugar más auspicioso para morir. Los Dons viven día y noche
incinerando al resto de las castas, por lo que acaban comprendiendo como la esencia del
ser humano es más profunda y permanente que los diferentes cuerpos en que habita. En el
ghat Manikarnika y en el Harischandra se repite una y otra vez el mismo ritual, aunque el
primer es para gente de dinero, mientras que al segundo llegan familias que a veces no
pueden ni pagar los 60 kilos de madera indispensables para la cremación del cadáver. En
cualquier caso el cortejo carga al muerto en una camilla de bambú desde cualquier punto
de la ciudad hasta el ghat y una vez encima de la pila crematoria un clérigo
dirige la oración mientras tanto familiares y amigos se despiden sin dar muestras de
dolor. No suele haber lágrimas ni lamentos, únicamente contemplación. La esperanza se
alumbra con fuego y este consume la carne para que el alma pueda ir libre hacia el más
allá. Una vez concluido este tránsito al espíritu, los Dons apagan la hoguera
con agua y tiran los restos de hueso en la orilla para que las tortugas se alimenten de
ellos y se concluya así el ciclo. Al atardecer la gente suele hacerle una ofrenda al
Ganges con velas flotantes que se juntan y separan formando constelaciones efímeras que
navegan río abajo. En esta imagen se resume la ciudad, fijada en el centro de todos los
mundos y estrellas en movimiento, pulverizando la esfera del tiempo y tendiendo puentes
que nos unen con lo imposible. Quien acuda a Varanasi sin contemplar su otra orilla habrá
visitado un espejismo.
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Texto, Copyright © 2001 Hari Camino. Todos
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