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Darren Aronofsky y Clint Mansell, Réquiem por un sueño: Hay que ser absolutamente moderno

por Sergi Puertas

¿Ha ido usted al cine últimamente? Míreme a los ojos y dígame qué le ha gustado, pero convénzame, hombre, qué poco entusiasmo, por Dios. Porque usted, y a estas cosas se las nota enseguida, no me engañe, ha llegado ya a esas edades tan molestas en que todo se rige por el gusto, un poco de criterio estético por aquí, marchando una de analítica por allá, y nada más. Me ha gustado. O bien: No, no me ha gustado. Y entonces a destriparla, para bien o para mal, a señalar esos pros y esos contras que tan obvios le resultaban durante la proyección que casi estaba usted deseando levantarse a media función para comentarlos con su amigo o con su chavala. Y eso es todo y aquí termina lo que se daba y no hay mas cera que la que arde. Resulta triste, reconózcamelo. ¿Qué fue del Arrebato? ¿Del Arrebato con mayúscula, de ese del que habla Iván Zulueta en la película del mismo título? ¿Se acuerda usted de cómo era eso de estar sentado en una butaca de cine completamente absorto sin que ni actores ni guiones ni la propia conciencia se interponga? ¿A que no? Pues se me baja usted al minicine más cercano y se me mete a ver "Requiem for a dream". Podría funcionar. Pero yo no soy hombre de hacer promesas, así que ande, vaya calzándoseme.



¿Está cómodo? Atento, va a comenzar. Ya, bueno, otra película de cine, vamos. Pues no exactamente, señor mío. Esto no es cine, es la visión de un loco perfectamente organizada en el tiempo y a la que se le han puesto por ahí unos actores y una trama argumental para que podamos entenderla. Pero no se preocupe: al cabo de media hora de proyección usted ni siquiera sabrá que los actores están ahí. El guión no será más que un punto pulsante en el fondo de su subconsciente que le servirá para ir situando en su lugar cada una de las escenas apocalípticas que en adelante se sucederán frente a usted. Una tras otra, todas perturbadoras y maravillosas por separado, arrebato puro cuando se las visiona todas seguidas en el orden dispuesto por el director, que ya sabemos que en el arte el todo no es igual a la suma de las partes. Si todo se ha desarrollado según lo previsto, pronto no estará usted pensando, y ya sabemos que eso no es bueno nunca, así que ande, no me sea maníaco del control y sométase. Ahora que las luces se han encendido, dígame, ¿le ha gustado? Se le ve congestionado, como al borde del colapso. ¿Que dónde está usted? En el cine, hombre de Dios, ¿no ve que la película ha terminado? Sí, era una película. ¿Boquea? ¿No le salen las palabras? ¿Ve usted lo que le decía? Arrebato. Ahí lo tiene. Con suerte, de aquí a un par de días habrá usted juntado fuerzas para comentarla. Entretanto no se sorprenda si se ve asaltado en su vida diaria por escenas de la película que como apariciones fantasmales, como flashbacks del ácido, se interpondrán en el curso de su pensamiento en los momentos mas inoportunos.

Pero y dale, que le veo escéptico, que no me quiere usted bajar al cine, que quiere que le cuente. Pero, ¿de qué va esto? Pues de marketing televisivo, de pastillas adelgazantes, de envejeceres y de soledades, de las cosas que nos propulsan a levantarnos por las mañanas, de drogas y de amores, de adicciones, de sueños que desembocan en horrorores. De lo de siempre, vamos. ¿Qué cambia? Pues que en esta ocasión en vez de ponernos enfrente las escenas para que nos empapemos en ellas, en vez de confiar en que seamos nosotros quienes mordamos el anzuelo, en esta ocasión digo, prácticamente se nos maniata a la butaca y se nos inyectan en vena todos los ingredientes a lo bruto, tanto así que cuando los créditos desfilan uno esta por devolver. Con el ritmo frenético y una omnipresente banda sonora del siempre alucinante Clint Mansell a base de ruidismo electrónico templado con cuarteto de cuerda, Darren Aronofsky nos agarra del pelo y nos hunde la cara en el caldo de su mundo bizarro y, por familiar, aterrador. Grandes angulares, aceleraciones y desaceleraciones súbitas en el tempo, cámaras subjetivas, variaciones del pitch en el audio, prácticamente sin un solo plano convencional en todo su metraje, "Requiem for a dream" es un chute de rabia, de lucidez adrenalínica cortada con agentes alucinógenos.

Ese señor de la ultima fila, ese que dice que no con la cabeza y reivindica a su Hitchcock, sáquenmelo fuera de aquí y a la hoguera con él. Venga aquí, permítame, no le escuche, no deje que ese integrismo cinematográfico caduco y apestoso le ponga en contra de esta joya. Piense por sí mismo y convénzase: los efectismos de audio y vídeo no son para nada gratuitos aquí, no analice y se dará cuenta de que están dispuestos con una soltura que los hace transparentes. Tan transparentes que pronto tendrá usted la sensación de que los planos y sonidos a los que esta usted expuesto son de lo mas convencional, es usted quien está drogado. Y como sube. Sí, señor mío, esto es una película absolutamente moderna. Yo creo que a Darren y a Clint les ha quedado todavía mejor que Pi. Si, hombre, Pi, aquella perla en blanco y negro del matemático que busca patrones en los ascensos y caídas de la bolsa. Los judíos, el 3,1416, la torah y la fonética del nombre de dios, ¿recuerda? No me diga que no ha visto todavía Pi. Pero hombre de Dios, ¿en qué mundo vive usted? Ande, cálcese, puñeta, cálcese y baje a por el vídeo o a por el DVD, que se le ha de ir diciendo todo, hijo de mi vida.

 

 

Texto, Copyright © 2001 Sergi Puertas. Todos los derechos reservados.
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Última actualización: jueves, 10 de mayo de 2001

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