
 |
Marcos Giralt Torrente: "No hay que hacer de la
literatura un modo de vida" por Santiago Fernández
Entrevistábamos en el número
anterior a Belén Gopegui y, a propósito de su
generación, mencionábamos a Giralt Torrente y su espléndida París (Anagrama,
1999). En esta nueva entrega, hemos querido conversar con este joven autor (Madrid, 1968)
que sorprende por su sinceridad, incluso a la hora de reconocer su miedos o, también, sus
méritos.
SANTIAGO FERNÁNDEZ - Usted debutó en 1996 con un
libro de cuentos, Entiéndame. ¿Fue esto algo premeditado o, por el contrario, se
encontró con una colección que decidió reunir en un ejemplar?
GIRALT TORRENTE - Yo quería hacer un libro de cuentos.
He sido un lector de cuentos más que de novelas, especialmente en la época en que
escribí Entiéndame. Me molesta además que se menosprecie al cuento, lo cual
sucede mucho en España, a pesar de que tenemos muy buenos cuentistas. Yo lo considero un
género tan importante como la novela. Sí que tienen técnicas muy diferentes y el
comenzar escribiendo cuentos puede ayudar a adquirir la disciplina de la escritura y a
condensar. Te puede dar mucha técnica rudimentaria. Pero son géneros muy diferentes. El
cuento te permite una interpretación de la complejidad del mundo a través de un fogonazo
o una inspiración, mientras que la novela tiene que reflejar en sí misma esa
complejidad.
SF - Una complejidad que en tu novela París
viene marcada por la infancia y la adolescencia.
GT - Creo que en todo el mundo se produce en
sentimiento de pérdida o de quiebra que acabamos achanchado a nuestra infancia: a unos
padres separados, a ser el menor de siete hermanos, a un padre alcohólico, etc. Es un
sentimiento universal al que unos se sobreponen y otros no. La condición del hombre es
experimentar esa pérdida, el descubrimiento de que nacemos para morir.
SF - ¿Y para superar esa pérdida se escribe?
GT - En mi caso, tal vez escribo y no pinto, por
ejemplo, por algo tan tonto como que mi padre es pintor. De hecho, cuando yo era pequeño,
al llegar del colegio me metía en su estudio y pintaba. Sin embargo, escribo por un
impulso imitativo. Antes que escritor me considero lector, desde muy joven, y eso me lleva
a querer imitar lo que más me gusta. Llega un momento en que te das cuenta, aunque
utilice una burda metáfora, de que hay piezas que no encajan. Hay gente, por alguna
razón, por educación, por ejemplo, que trata de encajar esa piezas a través del arte,
mientras que otros permanecen en trabajos convencionales
SF - Lo que desde luego no es su caso, ya que usted
vive de sus libros y de su labor como crítico.
GT - Sí, y en ese sentido creo que soy un
privilegiado. Aunque no deja de hacerme gracia oír a gente que me dice lo afortunado que
soy, cuando ellos tienen dos casas, un gran coche y un montón de dinero para hacer
viajes. Yo les cuento a esa gente lo que gano al mes y les entra la risa. Pero para mis
parámetros es plenamente satisfactoria mi vida: no tengo lujos, y con disponer de un
sitio par dormir y trabajar, dinero para tomarme una copa cuando me apetece e ir al cine,
me conformo.
SF - ¿Siempre tuvo claro que era ese el tipo de vida
que quería?
GT - Sí, y creo que aunque tuviera dinero mi vida no
cambiará sustancialmente. Tendría a lo mejor una casa en el campo para escaparme a
escribir, pero básicamente sería el mismo porque hubiera seguido mi vocación, que es en
lo que realmente soy un privilegiado, en poder vivir de ella, mientras que otros tienen
que renunciar.
SF - Se diría, entonces, que toda su vida gira en
torno a la literatura.
GT - En cierto modo sí, porque he conseguido hacer el
centro de mi vida de ella. Eso no quiere decir que siempre sea así, puede que las cosas
no vayan bien y tenga que dejarlo o que llegue a un cansancio o a un hastío y lo
abandone. No hay que hacer de la literatura un modo de vida, es uno de los peligros de
rutinizar la labor del escritor. Me horroriza que puedas pensar que eres escritor y que
cada dos años tienes que escribir una novela, por ejemplo. Me da miedo que llegue a
sentirme obligado a escribir, en lugar de hacerlo porque realmente quiero.
SF - De hecho da la impresión de que cada vez se
producen muchos libros alejados de valores literarios y buenos escritores pasan
inadvertidos.
GT - Hay una saturación en la literatura igual que la
hay en otros campos, lo cual responde a la sociedad consumista en la que vivimos. Hay
escritores que venden mucho y que jamás han recibido una crítica buena. Sólo con el Quijote
y en el siglo XIX se produjo una combinación de popularidad y calidad, con escritores
como Dickens. Siempre ha habido escritores muy populares en su época a los que luego se
ha olvidado. Y al revés, escritores que pasaron inadvertidos y que con el tiempo fueron
recuperados. Ahí creo que radica el problema de nuestro tiempo y de la enorme producción
de libros: hemos perdido la capacidad para recuperar a escritores que no fueron
reconocidos en vida.
SF - Haber ganado el Premio Herralde, como le sucedió
a usted en 1999, es una garantía para no pasar inadvertido.
GT - Un premio es importante porque te hace subir tres
peldaños de golpe. Ahora que se publica tanto es muy difícil que los libros consigan
lectores o que alguien nuevo se abra hueco, porque cambian las mesas de novedades cada
quince días. Un libro premiado tiene una promoción añadida que, enfrentado a solas en
una librería, no tendría. El libro premiado suele tener tiradas amplias, se hace
publicidad, se convierte en noticia y reclama, por tanto, atención. Ganas lectores. Ahora
tengo la seguridad de que mi próximo libro sería leído con atención en todas las
editoriales a las que se lo enviara, lo que no me ocurría después de publicar mi primer
libro, que sólo tuvo repercusión dentro del "mundillo".
SF - Y ahora, después de la buena acogida de
París, ¿te encuentras más seguro?
GT - Al escribir me enfrento a una infinidad de dudas,
a las que hay que sumar la incertidumbre, cuando eres inédito, de si alguien te
publicará ese libro. Cuando publiqué Entiéndame creía que eso me iba a dar
seguridad. Luego me di cuenta de que me sentía igual de inexperto que al principio. Creo
que entre los escritores debería ser el objetivo ése de enfrentarse a cada libro como al
primero. Tengo miedo de no superar el listón que marqué con París, de la que
estoy muy satisfecho. No me puedo quejar, aunque recibiera alguna crítica en la que creí
percibir comentarios malintencionados mas allá de lo literario. Es un miedo doble, a que
mi nuevo libro, en el que ahora trabajo, no guste tanto como gustó París y a que
personalmente no me quede tan satisfecho como me quedé con él.
Sin embargo, es un miedo que nunca se ha reflejado en la acogida de
sus obras. Valga como dato no ya las críticas favorables que normalmente recibe, sino el
hecho de que, a la sazón un veinteañero Giralt Torrente, confiara de tal modo en su
primer libro para únicamente enviarlo a dos editoriales. Tusquets lo rechazó.
Sobre Giralt Torrente y su obra
En un cuento de su primer libro, Entiéndame (Anagrama, 1995), un
vividor se dedica a seducir a ricas mujeres a las que, sin previo aviso, abandona después
de haber exprimido -y robado- los lujos que le ofrecían. Cuando el narrador de ese cuento
se topa con este personaje, lejos de denunciarlo, le somete a un interrogatorio con el que
saciar su propia curiosidad. De algún modo, Giralt Torrente resume ahí lo que es la
literatura. Si se le pregunta es más difícil obtener una respuesta clara sobre qué cree
que sea la literatura y lo que significa en su vida. No quiere recurrir a tópicos, ni
siquiera al del escritor que de niño sufre una larga enfermedad que le ata a la cama y a
los libros. Como mucho, dice, "eso supone el despertar a la lectura -y lo dice por
experiencia: él mismo sufrió un año de fiebres reumáticas durante su infancia-, no al
acto de la creación".
En su caso, la creación sigue inspiraciones diferentes, ya se trate
cuentos o de novela. Cuando comenzó París tenía un esquema claro del desarrollo
de la novela, pero luego, con la narración bien avanzada, tuvo que empezar de nuevo,
"pues la estructura quedaba demasiado rígida". Actualmente trabaja en una nueva
novela, pero ahora sabe que sólo puede orientarse ligeramente por su esquema previo, ya
que el propio transcurso del libro le exigirá personajes y tramas no pensadas
inicialmente. En los relatos, sin embargo, tiene claro lo que quiere contar desde el
principio, y a ello se ciñe. Además, deja aflorar un vena fantástica que en su novela
no existe, si bien aclara que su realismo no tiene nada que ver con el costumbrismo. Es París
una novela narrada por un hombre adulto que recuerda su infancia al lado de una madre
protectora en exceso, marcada por la sombra de un marido delincuente que atraviesa todo el
libro y que, de algún modo, conduce la narración. Giralt Torrente deja ver un claro
afán de contar bien las historias, sin alardes estilísticos ni recursos altisonantes
("eso lo tenía claro desde que comencé a escribir"). De hecho, su libro dista
mucho de aquel provocador Los detectives salvajes con el que en 1998 -la
edición anterior a la que premió París- Roberto Bolaño obtuviera el Premio
Herralde, lo que según Giralt Torrente demuestra que este certamen se rige sólo por
valores literarios.
Sorprende la sinceridad con la que admite que escribe críticas de
autores extranjeros poco conocidos porque "no quiero tener que decir lo que pienso de
algunas obras de autores que estimo como personas". Y es que reconoce que una buena
crítica "te alegra lo infinito mientras que una mala te jode lo infinito".
Tampoco le causa rubor confesar su absoluta falta de disciplina: "Me cuesta
concentrarme mucho tiempo seguido; a veces escribo una línea de mi libro, luego me dedico
a alguna crítica para volver después con el libro; me cuesta no encontrar excusas para
sentarme a escribir". Pero de momento, y a lo que parece, a pesar de ese miedo a
escribir por inercia y no por vocación, Marcos Giralt Torrente continúa su labor, aunque
sea a línea por hora, para gozo de su lectores.
 |
Texto, Copyright © 2001 Santiago Fernández.
Todos los derechos reservados. |
|