Madrid, reina de las gallinejas por
Luis Miguel Madrid
A Madrid le van los sabores
extremos, lo que roce el grito, la agonía y cualquier tipo de intento de resurrección.
Las voces del trapero, el que arregla los cacharros, la del sereno o la del afilador:
Todos ellos reflejan el espíritu de una ciudad que corre del borde del infarto al
esquinazo del suicidio.
Quizás los miedos del dueño a esas rampas periféricas convirtieron
ésta humilde población en villa y después en la capital de un reino de clausura. Por
aquellos tiempos terminaron el convento de Las Descalzas Reales, La Encarnación o el
Monasterio del Escorial, como reflejo de lo mismo. El siguiente siglo se salvó por
las mañas literarias de Lope, de Calderón y sobre todo, por el genio de un señor
rechoncho, con gafas a lo Quevedo y que se apellidaba igual que el inspirador de aquella
categoría de lentes.
En el dieciocho hubo arquitectos, en el diecinueve revueltas y cuando
los ánimos se asentaron, se inauguró el tren y algún barrio con criterio. Después se
volvieron a disparar las revueltas, atentados y hasta una guerra. Cuando terminó aquel
desatino comenzó otro al que pusieron de nombre "dictadura" y cuando se murió
el autor quedó de nuevo un reino lleno de basura con el nombre de Madrid señalando el
centro del inmenso vertedero.
Mientras tanto, se creció la capital de gentes e ignorancias,
seguramente porque antes habían destripado a las artes y exiliado a la mitad de artistas
que no habían conseguido acuchillar. Fueron malos tiempos para la cultura pero hasta el
tiempo es capaz, si se le da tiempo, de pasar y de aquello quedan dos docenas de fantasmas
en un lugar que por momentos vino a ser el más escandaloso y feliz del mundo.
Retorcido debe ser el motivo para el que esta ciudad, que tantos fríos
y miedos da, atraiga a tantos aunque sea tan a la contra.
-¡Pues a mi me gusta!, responde siempre alguna conciencia adormilada.
-Te digo que es preciosa, dice el otro en amarillentos calzoncillos:
"y yo si que estoy despierto".
-...¡los más chulos!, responde el último y además dice "que pa
sacar nota hay que ser de Chamberí" (1).
Es conocida la villa por la capacidad de contradecirse y la radical
oposición que existe entre los posicionamientos de sus propios habitantes:
-Es un terraplén que nadie envidia junto a un río estabulado y tieso
con cuatro patos de procedencia electoral, dice también quien la mira de reojo.
-De Madrid al cielo y un agujerito para mirar...
Un tropel de gallegos, murcianos, extremeños, andaluces, chinos,
marroquíes y los restos de algunos castellanos de segunda y tercera generación en torno
a una sartén de aceite negro donde un puñado de castizos naturales hierven gallinejas
(2), es Madrid. Los hijos más "espabilaos" de todos ellos hacen enormes colas
en coches seminuevos, Castellana adelante, Serrano (3) para atrás. Los segundones
utilizan más bien el castigo de la "eme treinta" (4) y los que sobraron en el
reparto de este falso paraíso quedaron relegados a dormitar por las esquinas del centro
del imperio trapicheando con las carnes y dopantes de ocasión.
El resto habita el plástico endurecido en bloques que rellenó, en
apenas unas décadas, la estepa de los pueblos que rodeaban a la capital. Son gentes que
en algún momento cambiaron los sustantivos por el verbo prosperar y siguiendo la
corriente se aparearon por lo rápido y criaron paletos de ciudad escondidos tras el
agobio de los plazos de un montón de trastos eléctricos. Sus mejores días siempre
coincidieron con los breves regresos al pueblo de sus padres y eso era cuando la fiesta
coincidía con la miseria de un puente.
De Madrid dicen que tiene una de las luces más claras del mediterráneo
y también que sus secos aires curan males que la gente del mar adquiere por las
humedades. Su ubicación no es una ganga y la naturaleza que la rodea es de puntos
suspensivos, pero con seis níscalos de otoño se contenta cualquier "candeal"
(5). Incluso hay quien encuentra belleza entre alguna de esas cuestas abrazadas por moles
de cartón piedra que imitan sin vergüenza el mismo templo sin huir de la reiteración.
Pero la imaginación es grande y se ve la sobriedad del románico en
construcciones de auténtico ladrillo visto y góticos firmamentos rematados con la
majestuosidad de uan imitación de cristal ahumado, aderezado con leves toques de un gris
metacrilato. Todo lo que la imaginación copia, la vista reconoce y después cataloga en
la relación de maravillas que cualquier turista debiera visitar. Y aunque la mirada
finalmente no tenga regocijo, es posible que como el que sufre de un calambre, encuentre
la sorpresa.
Madrid dispone, como "La maga" que pintó Cortázar, de
"cierto orden que disimula el caos" (6) y esa es la gran extravagancia de una
ciudad donde no se puede imaginar el sueño ni ninguna de las variantes con las que el
espíritu reconoce la paz. Hay trozos en las horas en los que desaparecen los vehículos y
las gentes que los ocuparon, se difuminan los gritos y hasta los aviones que pasan sobre
su cielo, callan. Puede ser un partido de balón, un puente soleado o la imaginaria
confabulación de varios millones de actores que con un guiño logran la escena perfecta
de ciudad autista que nunca ensayaron. Algo mágico existe en este poblachón desvencijado
para que por la mañana sea un solar la misma esquina que sin dudar confunde los sentidos
en cuanto se pasa por lo oscuro. En ello está seguramente el origen del Paseo de las
Delicias y el barrio de Maravillas, que han quedado como evidencia de esa
manera con la que esta ciudad cambia el sentimiento con sus calles. Al primer síntoma,
los portales ensanchan, las acacias se levantan hasta el sexto y risas sin traducción
ganan todas las partidas a los funcionarios despistados. Los letreros de generales y
políticos quedan espantados ante la sencillez de Tribulete, Redondilla, Lavapiés
o la calle de La Pasa, "por donde el que pasa se casa". Las callejas se
iluminan con los colores de los pensamientos, los jardines se inflaman de verdores
sublevados contra el poder de su estación y la gracia de vivir adquiere algún sentido
cuando después de olvidar los conjuros que se hicieron para despistar los filos de la
mañana, uno decide llegar a una serie de acuerdos con la vida, consiguiendo que le
permita dirigir un atardecer en Las Vistillas, donde sin suplemento es posible
esperar la noche inventándose el guión.
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(1) Barrio céntrico, uno de los más castizos de Madrid.
(2) Plato típico madrileño consistente en tripas fritas de gallina y otras aves de
corral.
(3) El Paseo de la Castellana y l a calle de Serrano son dos de las más grandes y
céntricas avenidas de Madrid.
(4) Principal vía de circunvalación.
(5) Paleto, de pueblo. Proviene de pan candeal.
(6) Julio Cortázar, Rayuela, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1968.
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Texto, Copyright © 2001 Luis Miguel Madrid.
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