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Belén Gopegui: "Me preocupa el precio que
tenga que pagar para poder vivir de escribir" por Santiago
Fernández
En 1998 la escritora Belén
Gopegui (Madrid, 1963) publicó su tercera novela, La conquista del aire, a la que
se llegó a calificar de "novela perfectísima". Se trataba de un libro
complejo, con "una relación entre las cosas que pasan y a la velocidad que pasan muy
poco cinematográfica". Por eso la propia Gopegui, a quien Babab
entrevista en su aniversario, fue la primera sorprendida cuando recibió la llamada del
director y productor Gerardo Herrero afirmando que quería adaptar a la pantalla su
novela. El resultado es la película Las razones de mis amigos, que estos días se
proyecta en España. El guión corrió a cargo de Ángeles González-Sinde, quien ya
lograra un Goya por La buena estrella, y que al final de esta entrevista nos cuenta
lo que supuso enfrentarse al texto de Gopegui.



SANTIAGO FERNÁNDEZ - ¿No tuvo usted la tentación o la
oportunidad de participar en el guión de Las razones de mis amigos?
BELÉN GOPEGUI - Tuve la oportunidad, pero rehusé porque nunca
lo he hecho y prefería tener conocimientos suficientes. Sí colaboré, en cambio, de
manera informal con Ángeles González-Sinde en aquellas escenas en las que había una
dificultad concreta.
SF - Exigió además que el título de la película fuera
diferente al del libro.
BG - La exigencia se la hice a Gerardo Herrero. Creo que la forma
no se puede separar del contenido, que no se puede contar una historia de dos formas
distintas, y tal vez creo que no sea la palabra adecuada, como no se cree que ahí
enfrente hay un árbol, sino que se afirma que lo hay o no lo hay. Es decir, no parece un
principio opinable sino demostrable. En este sentido, consideré necesario que no se
llamasen igual, puesto que no iban ser la misma historia.
SF - ¿Es muy temprana su afición al cine?
BG - No fui cinéfila en la adolescencia. Empecé a ver mucho
cine bastante tarde, cuando ya escribía, y creo que casi siempre lo he hecho
preguntándome qué cuentan las películas y para qué lo cuentan. Porque en cine es
bastante más fácil que en literatura hacer ese análisis, tal vez por eso sirvió tan
bien como forma de propaganda.
SF - ¿Considera, entonces, que el cine es más esquemático que
la literatura?
BG - A mi modo de ver, una hora y media de película equivale, en
una media variable pero no demasiado alejada -me parece- de lo que suele ocurrir, a 90
páginas de una novela de densidad media también (en el caso típico del best seller
la densidad de la escritura es menor y por tanto caben más páginas). Por eso el relato Bola
de sebo es tan adecuado para La diligencia y ahí los personajes no son
esquemáticos, sino que están al servicio de contar lo que esa historia quiere contar y
no más o menos. Cuando la longitud de la novela es bastante más amplia, hay que
suprimir: a veces se suprimen matices de los personajes, o a veces se suprimen
directamente personajes y tramas enteras. Por ejemplo, Anna Karenina no me parece
una mala película, pero seguramente tendría que llamarse sólo Anna, pues cuenta
un tercio de la novela y lo que en la novela es dialéctica entre tres parejas y tres
modos de vivir en la película no pasa de ser un retrato de cierta forma de pasión, un
retrato emocionante y bien hecho, aunque muy incompleto con respecto al sentido de la
novela. Ocurre también al contrario, hay muchas películas basadas en cuentos de 10 o 20
páginas y el resultado es que la historia se llena de escenas huecas o alargadas, o bien
se amplía el cuento en el guión y el resultado puede ser bueno.
SF - Lo cierto es que La conquista del aire es
notablemente distinta a sus anteriores novelas. Está escrita en tercera persona, con un
prólogo en el que narrador anuncia que escribe porque quiere saber -cuando se suele
asumir que la tercera persona es la forma del narrador que todo lo conoce- y, podríamos
decir, la acción avanza psicológicamente.
BG - Me parece que La conquista del aire cuenta cómo un
préstamo, una carencia de dinero, puede acelerar la necesidad de ascenso social de unos
personajes, como esos procesos químicos que ocurrirían de todas formas pero donde, si se
introduce alguna sustancia, se produce la reacción en cadena. No es, por tanto, que la
acción avance psicológicamente; más bien es la materia la que hace avanzar la acción,
aunque es cierto que la materia entra en relación con la interpretación que los
personajes hacen de ella, lo que solemos llamar la ideología, la diferencia entre lo que
las personas piensan y dicen de sí mismas y lo que las personas hacen y son. En la
película están reflejados estos dos planos, aunque seguramente de forma más
esquemática. Un ejemplo simple: el paso de una moto a otra de Carlos se produce en nueve
meses, mientras que en la novela es en dos años y medio, y la moto que Carlos se compra
es menos aparatosa en la novela que en la película. Quizá lo que menos haya quedado
reflejado en la película sea la parte interesante que había en el proyecto de empresa de
Carlos, pero desde el principio se vio que había que reducirlo, por la cuestión del
número de páginas a la que me refería antes.
[La escala de los mapas, la primera novela de Gopegui, apareció
publicada por Anagrama en 1993 con un marcado afán de originalidad. La relación,
diríamos que platónica, de un geógrafo con la realidad ("Si un hombre pequeño nos
besa la mano y acto seguido empieza a describirnos una manivela, ¿qué hacer?", era
la primera frase del libro) reveló que había nacido una narradora de fuste, como se pudo
verificar dos años más tarde en Tocarnos la cara. Era ésta "la historia de un
esfuerzo y una desbandada", contada a través de un pequeño grupo que llega a
alquilarse para hacer de espejo de los demás -de nuevo un juego con la realidad para,
precisamente, evitarla- . Tras la publicación de La conquista del aire -último de sus
libros hasta el momento, aunque en la actualidad prepara una extensa novela- nadie duda de
que estamos ante una de las voces más importantes de su generación. Sin embargo, pese a
este unánime prestigio, Gopegui mide con cuenta gotas sus apariciones en los medios de
comunicación.]
BG - Creo que eso me resta número de personas que sepan cómo me
llamo y compren mis libros. Ahora bien, si entendemos por público algo más que una
estadística, si entendemos que un público constituye, o puede llegar a constituir, una
colectividad con preocupaciones comunes e incluso con una borrosa pero posible voluntad de
acción, entonces no creo que pierda a muchas de esas personas por no ir a ciertos
programas o escribir en ciertos sitios.
SF - Pero se diría que hoy los cánones literarios están
cambiando y que en el futuro se recordará a los escritores de mayor presencia mediática.
¿Le condiciona eso a la hora de escribir?
BG - Condiciona eso y condiciona, sobre todo, la causa de eso:
cuáles son las reglas del juego que hacen que importe más la marca que el uso del
objeto, en este caso más la marca de un autor mediático que el uso que vaya a tener la
novela. Porque yo creo que las novelas deben usarse, han de tener aplicación, es más,
creo que la tienen aunque a veces quien las utiliza parezca no reparar en ello. Me
preocupa qué historias se están usando para construir qué vida, y me preocupa que esas
historias hayan creado tales hábitos de lectura que impidan al lector o a la lectora que
se encuentra con otra clase de historias saber qué hace con ellas. En otra escala, me
preocupa que el precio que tenga que pagar por poder vivir de escribir no sólo sea
escribir libros que encuentran una cierta difusión, sino que pueda verme impelida a otros
juegos bastante más serviles, como por ejemplo aceptar premios pactados.
SF - ¿Aprobaría que en la portada de futuras reediciones
apareciera un fotograma de la película?
BG - No lo aprobaría, por el mismo motivo por el que pedí el
cambio de título. Creo que podría inducir a confusión. Las razones de mis amigos
es una película basada en una historia llamada La conquista del aire. Eso es
mucho, pero no lo es todo.
[Ángeles González-Sinde, que cuenta en su haber -además del ya
mencionado La buena estrella- guiones como Lágrimas negras o Segunda
piel, ha querido explicar a Babab lo que supuso adaptar el texto de Belén
Gopegui.]
ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE - Adaptar novelas para el cine es mucho
más complejo que escribir historias originales. Si en un guión original el guionista
debe estrujarse la mollera sumando giros, acontecimientos y diálogos que no sólo
expresen aquello que desea contar, sino que además mantengan el interés del espectador,
al adaptar una novela el trabajo es completamente el opuesto. Se trata de quitar,
reduciendo cientos de páginas de su esencia.
A eso hay que sumar que la literatura permite trampas y engaños que en
el cine están vedados. Las reglas del cine son muchas y muy estrictas. Hay una norma y
pocas variantes. Cuando me he enfrentado a otras adaptaciones me he desesperado por
encajar una narración en otra viendo cómo éstas se peleaban. Me he muerto de envidia y
he maldito a los novelistas porque ellos tenían una tarea tan fácil inventando sin
límites y yo tenía una tan difícil poniendo orden a aquello.
Nada que ver con Las razones de mis amigos. La novela de Gopegui
estaba tan perfectamente engarzada en todos sus mecanismos que su traducción al cine ha
sido la tarea más grata, apasionante y enriquecedora de mi carrera".
Anexo:
Novelistas españoles nacidos en la década de los sesenta
A Gonzalo Torrente Ballester se le pudo escuchar alguna vez decir que
los escritores jóvenes tenían demasiado apego a la realidad. Entre los novelistas
nacidos en España en la década de los sesenta, quizás sean la excepción Andrés
Ibáñez y Felipe Benítez Reyes. La última novela de Ibáñez, El mundo en la
era de Varick -que no deja de ser una simple novela de entretenimiento-, está
recorrida por un ente extraterrestre, mientras que en El novio del mundo, de
Benítez Reyes, la realidad se rompe a golpe de ingeniosos disparates. Ignacio Martínez
de Pisón, al igual que Benítez Reyes o Luis Magrinyà, nació en 1960. Es un escritor
prolífico que comenzó su andadura con veintipocos años y que, como Gopegui (a quien
entrevistamos en este artículo) o Bonilla, ha visto una de sus obras adaptada a la
pantalla: Carreteras secundarias, donde se nos cuenta la peculiar relación de un
padre con su hijo. En el caso de Giralt Torrente (Madrid, 1968) es la figura de la madre
la que ocupa su única novela, París, un magnífico texto donde el tono pausado se
rompe innecesariamente hacia el final del libro, pero que sitúa a su autor en un lugar de
honor en nuestras letras. Como Giralt Torrente, Luis Marinyà también comenzó su
andadura con un libro de relatos y también ha recibido con su única novela -Los dos
Luises- el Premio Herralde. Más joven que él, Juan Bonilla es otro que debutó con
un notable libro de cuentos (El que apaga la luz), para continuar con su
decepcionante Nadie conoce a nadie, que su producción -extensa y variopinta- está
contribuyendo a olvidar. Igualmente notable fue el inicio de Juana Salabert (París,
1962), quien en 1996 publicó sus dos primeras y deslumbrantes novelas: Varadero y Arde
lo que será, aunque se diría que no termina de encontrar el estilo ni los asuntos
que busca. El mismo año que ella nació Luis G. Martín, que después de un libro de
cuentos publicó La dulce ira, acogida con aplauso por la crítica. Marta Sanz es,
junto a Giralt Torrente, la más joven de esta lista. El frío supuso el
descubrimiento de una autora exigente, que se enfrentaba a la locura y el amor. Por
cierto, en su segunda novela, publicada por Debate, Lenguas muertas -donde el
lirismo resulta excesivo- se puede encontrar en sus páginas 69-70 una especie de
confesión generacional. Todos ellos, junto a Gopegui, configuran una lista que se podría
alargar indefinidamente (Orejudo, Loriga, Javier Pastor, Almudena Grandes, Benjamín
Prado...) y aun así el lector seguiría encontrando ausencias injustificables y
presencias inmerecidas, como no podía ser de otro modo al tratar de literatura.
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Texto, Copyright © 2001 Santiago Fernández.
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