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Alfredo Bryce Echenique: humoroso Bryce

por Ana Pérez Cañamares

El pasado 28 de noviembre, haciendo un alto en el taller de narrativa "Tres clásicos de la literatura peruana" que está impartiendo en la Casa de América, el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique dictó una conferencia bajo el título Del humor quevedesco a la ironía cervantina. De este modo, Bryce ha vuelto a España (a la que definió, parafraseando a Hemingway, como "el último buen país") y a una institución a la que ha estado vinculado desde sus comienzos en el año 1992, la Casa de América. La larga cola que se formó para entrar en el anfiteatro daba fe del entusiasmo que desata su presencia; todo aquel que le haya escuchado conoce su particular forma de disertar, haciendo un cock-tail donde caben anécdotas, citas, confesiones, reflexión y buena literatura. Como él mismo diría después, ilustrándolo a la perfección, el humor no es lo contrario de lo serio, sino de lo aburrido.

Bryce comenzó dejando clara su querencia por el tema del humor, que para él ha sido la forma de aproximación al amor, al dolor, a la alegría de la vida. Antes de entrar en el tema central de la conferencia, soltó en el anfiteatro lo que llamó "globos de ensayo", ideas recogidas de muy distintos autores. El primero era suyo: "Detesto la carcajada sonora y puntual, la que nos cierra los ojos a la observación y la reflexión". Los demás, pertenecientes a escritores como Galeano, Erica Jong o Max Aub, insistían en que el humor es arte serio, hermoso, liberador y necesario.

De diversas fuentes recoge Bryce la idea de que el humor es invento y privilegio de los anglosajones, debido esto, según afirmó a William Temple allá por el siglo XVII, a razones tan variopintas como "la riqueza de su suelo, el pésimo clima y la libertad". Esta trinidad da lugar a seres individualistas que encuentran en la observación de lo extraño, de lo singular de sus coetáneos, motivo de placer, orgullo y regocijo, cualidades éstas que les diferencian del resto de Europa donde la uniformidad de sus habitantes elimina la posibilidad del humor.

Asimismo, Bryce rastrea la etimología de la palabra y encuentra que hasta no hace mucho en países como Italia y España estaba encerrada en el vocabulario médico (lo cual da argumentos a los defensores del origen anglosajón). Incluso en la actualidad, el Diccionario de la Real Academia da una vaga definición, que puede encontrarse bajo humorismo: "manera graciosa o irónica de enjuiciar las cosas".

Pero para el escritor peruano, la mejor definición no es atribuible a un británico, sino al dibujante español Máximo: "To sense or not to sense, that is the humour". Eso sí, en inglés.

Hay que recordar que si bien en sus orígenes, la Comedia apareció para deleite de la gente común, en oposición a la Tragedia, Cicerón, al atribuirle un poder catártico y purificador, la salvó de su consideración como arte vulgar.

En The Oxford book of humourous prose, Frank Moore define el ingenio o wit como el aspecto aristocrático del humor; la finalidad no es la diversión, sino la admiración. Pero en la literatura, este tipo de performance hace tiempo que dejó de ser británica. Y Borges, permitiendo que por primera vez América Latina conteste a Inglaterra, dice de su por otra parte admirado Wilde: "Mencionar a Wilde es hablar de un caballero con el triste propósito de impresionar con corbatas y metáforas".

Para acabar de desempatar este hipotético partido librado entre ingleses y el resto del mundo, Bryce saca a la pista de juego al escritor que constata que el humor puede estar ya en todas partes y en todas formas; se trata de Gómez de la Serna, cuando suelta perlas como la siguiente: "Campo es el horroroso lugar donde los pollos se pasean crudos".

Y aquí es donde Bryce, sin necesidad ya de ganar partidarios para su causa, nos deleita con su amor hacia el humor humanista, aunque para ello tenga que enfrentar al satírico Quevedo con el irónico Cervantes. Y comienza con una cita de Kundera: "El humor no forma parte de la literatura hasta Cervantes. Es la gran invención de la espiritualidad moderna, unida al nacimiento de la novela, con Cervantes y Rabelais". De la mano de autores como Kundera y Paz ilustra Bryce su defensa de la ironía como aquello que convierte en ambiguo todo lo que toca, que produce el extraño placer de albergar la certeza de que no hay certeza.

La ironía es aquello que desmonta las ficciones del espíritu, del sentimiento para ver su mecanismo, aquello que hace que todo sea susceptible de desdoblarse en su contrario (como cuando debiendo tener a Don Quijote por el ser más ridículo, estemos admirándole tiernamente).

La ironía es un empacho de asombro, una gravedad sin peso, lo que lleva a Calvino a decir que "lo cómico pone en duda el yo y la red de relaciones que lo constituyen". En esta línea continúa el pensador Salvador Pániker cuando dice que "es un encuentro más allá de los envaramientos, de los fanatismos; elemental para el diálogo, la tolerancia, la democracia", o Luis Racionero al afirmar que es "la demostración a contrario; es obtener de la súbita fusión de contrarios una distancia que nos hace sabios".

La receta para Bryce se compone de tolerancia + desengaño + humor + malicia.

En Quevedo, sin embargo, encontramos la sátira, que da unidad a su obra, catálogo de burlas y escarnios. La sátira es el arma de quien, seguro de su verdad, va a matar a otro; ridiculiza lo que va a combatir. Mientras que la ironía anula de forma inocua, lo grotesco destruye por principio los órdenes existentes, haciéndonos perder pie.

Valbuena Prat dice que Quevedo traza caricaturas de deformado realismo (por ejemplo, la del Domine Cabra), que retratan lo cínico, lo amargo, sin asomo de compasión, con frialdad.

El Buscón es un libro inhumano; humor de sal gorda, del que se quejaba Aub, que con su queja ratifica el triunfo del humor quevedesco, que podemos rastrear hasta la obra de Cela.

La ironía se diferencia de la sátira en que sus palabras afectan a quien las profiere tanto como a quien las recibe; es sentimental y a la vez intelectual (como se puede ver en obras como el Tristam Shandy). El irónico expresa melancolía, seguridad en su verdad interior más inquietud, contradicción ésta que se resuelve por la burla tierna, compasiva, al estilo cervantino.

El humor quevedesco está en las antípodas: es feroz, dramático, aísla, es fruto del verdadero dolor y odio que crece de la soledad desesperada; mientras que la ironía busca la hermandad, la comunidad de los hombres en el dolor y la alegría de vivir.

Sin embargo, triste ironía, Cervantes cae en el olvido, y su forma de humor queda latente. Deja huella en la novela sentimental inglesa, en la literatura que busca la individualidad del personaje, sus ridículas esperanzas y sus tiernos avatares.

Bryce se despide lanzando unos últimos globos de ensayo, que los asistentes vemos elevarse con una sonrisa en los labios:

Para Pirandello uno de los más grandes humoristas fue Copérnico que desmontó la soberbia del yo absolutista.

Kafka: "Chesterton es tan gracioso que casi se podía decir que ha conocido a Dios", a lo que su interlocutor responde con una pregunta: "¿Es que el humor es una forma de religiosidad?" Kafka, de nuevo: "No siempre, pero en estos tiempos tan privados de religiosidad es preciso ser gracioso".

Y la última imagen es la de Dylan Thomas ahogándose en su propio vaso de whisky, y privando a la muerte, con este último acto, de todo asomo de peso y gravedad.

El gran invento de Bryce, comento con mi acompañante, es hacer que las conferencias de una hora duren veinte minutos.

 

 

Texto, Copyright © 2001 Ana Pérez Cañamares. Todos los derechos reservados.
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Última actualización: domingo, 31 de diciembre de 2000

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