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"Soñar despiertos": Un acercamiento a los
fundamentos técnicos, estéticos y filosóficos de la cinematografía por
Aurelio del Portillo
Capítulo 1
Soñar despiertos: las fronteras de lo real
Creo que era un colibrí. Rojo.
Se movía imperceptiblemente sobre un frenético aleteo invisible entre la espuma del mar.
Yo lo veía durmiendo, más allá de mí mismo, mientras él, ya dentro de la ola
rompiente, se deshacía entre cristales turquesa. En un estallido de gozo, la marea
sangró sobre las pequeñas rocas de la playa. Yo me desperté llorando. Aún no era de
día. El colibrí permaneció flotando en mi entrecejo unos instantes y luego se disolvió
para siempre.
¿Dónde separamos la fantasía, el sueño, y este estado hipnótico y
febril que llamamos vigilia? ¿Sabemos realmente qué significa estar despiertos? No es
fácil observar y descubrir todas las capas de nuestra actividad mental. Incluso mientras
nos movemos y actuamos hay estados de ensoñación. No olvidemos que los delfines, a los
que, según parece, tanto nos une, siguen nadando mientras duermen porque sólo duerme la
mitad de su cerebro.
Dice Sri Nisargadatta Maharaj que "La realidad
es lo que hace al presente tan vital, tan distinto del pasado y del futuro que son
solamente mentales". Pero nuestra relación con la realidad, nuestra conciencia
de ello, se da habitualmente a través de esas formas mentales, de imágenes e
interpretaciones con las que construimos el universo personal que creemos reconocer como
lo real y que, en verdad, nos está alejando de ello. Este mecanismo se da también en los
niveles conocidos como sueño con R.E.M. (Rapid Eye Movement), de tal manera que, inmersos
en esas capas de la conciencia, no nos damos cuenta de que dormimos (salvo el caso de los
sueños lúcidos) y asociamos esas representaciones a nuestra concepción de realidad y se
nos aparecen así acompañadas de emociones, de sufrimiento o de gozo, y nos identificamos
con el sujeto que está "viviendo" la ilusión con apariencia de
"presente", en el sentido que afirma Nisargadatta. Al volver a la vigilia, es
decir, al cambiar de nivel de conciencia, aquello se disuelve como tal forma mental y, en
caso de haber sufrido con ella, sentimos alivio: sólo ha sido un sueño. Entonces ¿qué
nos garantiza que este otro estado es el real? ¿Dejamos esa constatación a la
experiencia sensorial y a las asociaciones mentales y emotivas que conllevan? ¿No estamos
construyendo con todo ello el argumento de una película que se proyecta en la pantalla de
la mente, como afirma insistentemente Consuelo Martín? Parece que el
cine es un medio de aprendizaje privilegiado, porque nos hace palpable este juego de
reflejos y apariencias en el que nos movemos o, muy frecuentemente, naufragamos.
Veamos de forma sencilla y simplificada qué paralelismo existe entre
nuestras percepciones de los fenómenos físicos, el movimiento cerebral y mental que
llamamos psiquismo, al que podemos asociar las emociones, y ese inmenso campo de
representación, el cine, que se ha transformado en imagen del mundo y del hombre para, ya
lo hemos dicho en otras ocasiones (ver la sección de imagen en Babab 0, 1 y 2), sortear el discurso del tiempo y recrear la idea que
tenemos de realidad, poseerla, hacerla dócil, manejable y eficaz para conjurar y eludir
vacíos, deseos, soledades y miedos, que son, según parece, la materia prima de la mente
humana. Queremos con ello iniciar una serie de reflexiones sobre cómo y por qué se hace
cine, cuáles son sus ingredientes materiales con los que se engaña y fascina nuestra
percepción y dónde se encuentra como fenómeno y como expresión en ese marco de
realidades, relaciones y representaciones al que nos estamos refiriendo. Desde esta
observación no sólo nos acercamos al cinematógrafo como artilugio, como cuentacuentos y
como arquitectura de la luz y del tiempo, sino que abrimos una ventana para mirarnos a
nosotros mismos.
En esta primera reflexión queremos simplemente llamar la atención
sobre esa delicada frontera entre lo físico y lo mental. Tan delicada que no existe. Esto
es algo que cada quien descubre a su manera, según su historia personal que es también
la pauta de su aprendizaje. Pero parece obvio, como planteamiento global, que todo el
discurso de la realidad se organiza en la mente y nunca fuera de ella. Es muy importante
que nos fijemos en un dato: la actividad cerebral, medida objetivamente a través de EEG
(electroencefalograma), es mayor en los sueños con R.E.M., que en los estados de vigilia.
Es menor en los sueños sin R.E.M., pero sigue habiendo una gran actividad. Todo esto
destruye la idea del sueño como acto pasivo (recomiendo la interesantísima edición
realizada por el Mind and Life Institute publicada en nuestro país, en 1998, con
el título El sueño, los sueños y la muerte).
Cuando despertamos de un sueño sin R.E.M. sólo tenemos impresiones,
pensamientos aislados. Algo parecido a lo que ocurre en el paso de la vigilia al sueño,
cuando aparecen destellos instantáneos de imaginación visual o auditiva. Llamamos a este
fenómeno "imágenes hipnagógicas". Esto es así también cuando nos quedamos a
oscuras. Curioso, ¿verdad? O sea, que cuando en una sala de proyección se apagan las
luces coinciden destellos de alucinación interiores, personales, con una alucinación
colectiva: la de la pantalla. Y lo que permanece como referencia en ese sueño de vigilia
es la constatación que podemos hacer de ello, que podemos "darnos cuenta".
Quizás pueda ser así en todos los niveles de conciencia, en todos los movimientos de la
mente.
Hay otra observación que resulta muy interesante: cuando soñamos no
hay un referente espacio-temporal convencional, como el que manejamos en la vigilia. Ese
pensamiento del antes y el después y de la distancia entre los fragmentos se tergiversa y
desordena, tiene vacíos y saltos, no lo maneja la costumbre sino que tiene su propio
discurso donde todo juego de combinaciones se hace posible. ¿Y no es así, acaso, en la
narración cinematográfica? ¿No llevamos la atención al pasado o al futuro
("flash-back" y "flash-forward", respectivamente) y saltamos de un
lugar a otro en un instante? ¿No eliminamos partes de la acción ("elipsis")
sin perder la unidad de la historia rompiendo así el continuo de tiempo en el que creemos
ordenar los hechos y objetos que aparecen en la mente? Es con esos retazos de impresiones
visuales y auditivas con los que el cine construye una representación de dimensiones
propias a la que nuestra percepción se ha ido adaptando, gracias, entre otras cosas,
según creemos, a la similitud de esa estructura con nuestros procesos mentales. Miremos
con cuidado, antes de prestar atención a cualquier otra cosa, qué queremos decir al
separar realidad y ficción. Me gusta mucho, por su humildad y prudencia, esta
apreciación de Arthur Eddington:
"Temo que la palabra realidad no constituye una
característica ordinariamente definible de las cosas a las que se la aplicamos, sino que
se la usa como si fuese una especie de halo celestial. Dudo mucho que alguno de nosotros
tenga la menor idea de lo que significa la realidad o la existencia de algo que no sea
nuestro propio ego".
(The nature of the Physical World; MacMILLAN, Nueva
York, 1931).
Y es que tenemos una muy firme sospecha: la vida es cine. Eso
habría escrito probablemente Calderón de la Barca si los hermanos Lumière
le hubieran antecedido.
Siguiente capítulo (noviembre 2000): 2.- Domadores de luz: brillos y colores en el ojo y otras
cámaras oscuras.
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Portillo. Todos los derechos reservados. |
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