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Aire en las colinas. Se publican 81 cartas inéditas que Juan Rulfo escribió a su esposa Clara

por Ana Anabitarte

"He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Clara: corazón, rosa, amor… Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña".

Durante más de 50 años Clara Aparicio, la viuda de Juan Rulfo, guardó en una pequeña caja 81 cartas que su esposo le envió entre los años 1944 y 1950. Unas cartas que nadie sabía de su existencia y que ahora, su viuda ha decidido publicar en un libro titulado Aire de las colinas (Debate. Editorial Sudamericana y Plaza & Janés).

"Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua".

Son textos llenos de amor, de esperanza, de ilusión, de vida. Cartas tiernas, dulces y entregadas que sedujeron a Clara. Misivas personalísimas algunas de las cuales constituyen verdaderos poemas juveniles, que enseñan el alma y la intimidad de la etapa crucial de la breve obra de Juan Rulfo, quien las comenzó con 27 años sintiéndose huérfano y las terminó casado, con dos hijos y el corazón lleno de esperanza. Todas ellas ayudan a comprender cómo se forjó un escritor que alcanzó la eternidad literaria con una novela corta en la que hablaban los muertos, Pedro Páramo, y con un libro de relatos, El Llano en llamas.



Rulfo y Clara se conocieron en 1941. Él tenía 24 años. Ella 13. Tres años después hablaron por vez primera en el café Nápoles de Guadalajara, México. Entonces comenzaron a escribirse.

Por aquella época Rulfo trabajaba en la Secretaría de Gobernación en la oficina de migración y vivía con su abuela (sus padres habían muerto), su tía Lola y su hermana Eva. Llevaba una vida bohemia. Se dormía en las madrugadas después de pasarse la noche leyendo a Goethe, Cervantes, Tolstoi y escuchando música. Por las tardes iba al café Nápoles donde conoció a Juan José Arreola. Dicen sus amigos que tenía un carácter triste y retraído, y que su nivel cultural era bastante elevado para su edad. Tenía fama de "muchacho raro". Cuando conoció a Clara se entusiasmó tanto con ella que incluso le puso el nombre a su cámara fotográfica.

"Chiquilla, tienes los ojos azucarados, y los cachetitos, el izquierdo y el derecho, tienen sabor a durazno", le escribía en sus cartas. "Cuídate mucho y quiéreme mucho, pedacito de jitomate".

"Se me salen las lágrimas de ver cómo me decía. El modo de expresarse me transportaba a otro mundo que no conocía", reconoce ahora su viuda.



Sin embargo, Rulfo tuvo que esperar tres años para que el noviazgo se hiciera oficial.

"Hoy se murió el amor por un instante y creí que yo también agonizaba. Fue a la hora en que diste con tus manos aquel golpe en la mitad de mi alma. Y que dijiste: tres años, como si fuera tan larga la esperanza...", le escribió en 1944 cuando ella le pidió paciencia.

Y así lo hizo. En 1947 el noviazgo se hizo realidad y la pareja inició –en la distancia-, su relación. Rulfo, por motivos de trabajo, se trasladó a la Ciudad de México. Clara seguía viviendo en Guadalajara.

"Todo el camino me vine piense y piense que en Guadalajara se había quedado una cosa igual a las cosas esas que andan por el cielo y, de puro acordarme, venía sonriéndose mi corazón y dando de brincos a cada paso como si no le cupiera el gusto de saber que tú existes", le dijo en enero de 1945 cuando él se trasladó a vivir a la Capital.

A través de las misivas Rulfo le describía su vida, le hablaba de su trabajo en la fábrica de llantas Goodrich-Euzkadi en la que era agente vendedor, y de sus compañeros. "Ellos no pueden ver el cielo. Viven sumidos en la sombra, hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas", decía.

También le hablaba de sus aficiones, del ballet de Katherine Dunham, de la Sinfónica en el Teatro Lírico, de sus proyectos de montar una librería, de sus excursiones al Ajusco y a los volcanes Popocatépetl e Ixtaxihuatl a ver la nieve, de su afición a la fotografía y de sus cuentos.

El 1 de junio de 1947 le contó que había empezado a escribir "algo que no se ha podido y que si lo llego a escribir se llamará "Una estrella junto a la luna" (que fue uno de los primeros títulos provisionales de "Pedro Páramo"), y el 25 de agosto del mismo año le escribió que le habían publicado un cuento en la revista América: "Es que somos muy pobres", y que también se lo iban a publicar en Novedades. También le contó que el tío de ella, Gonzalo, le había pedido que en cuanto lo publicaran le enviara el libro que había escrito. "Pero eso ha quedado pendiente porque este año –1950-, ya no habrá dinero para hacer ediciones", contestó él.

Unos años antes la pareja había iniciado los preparativos de la boda. Rulfo le hablaba del traje, de la casa, de los enseres que iban a necesitar, del piso en el que iban a vivir y del dinero que estaba intentando ahorrar para su vida juntos. "Cada vez que paso por una librería cierro los ojos para no caer en la tentación de entrar", le contaba.

El enlace tuvo lugar en el templo de El Carmen de Guadalajara el 24 de abril de 1948. Pero la correspondencia no terminó. Rulfo comenzó a viajar por la República como agente de llantas de Euzkadi, lo que le desagradaba bastante. No quería estar lejos de Clara y tuvo varios enfrentamientos con su jefe por ello.

El 29 de enero de 1949 nació la primera hija del matrimonio, Claudia, y el 13 de diciembre de 1950 el segundo, Juan Francisco.

"¿Qué te podría decir yo?" –se preguntó en la última misiva tras conocer el nacimiento de su segundo hijo. "Esta carta debería ir sin palabras. Sólo llena de besos y del gran cariño que te tengo. Molerte a besos en el gran molino de mi corazón, que tú has hecho tuyo, y poner mi alma desdoblada como una sábana para que tú envuelvas en ella a toda tu familia", le escribió.

 

 

Texto, Copyright © 2000 Ana Anabitarte. Todos los derechos reservados.
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Última actualización: sábado, 01 de julio de 2000

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