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Borderline, el arte de los tapices por
Reynon Muñoz
El 25 de febrero se inauguró en
el recientemente renovado Palacio de Bellas Artes de Bruselas, obra emblemática del
arquitecto modernista Victor Horta, la exposición "Borderline", dedicada al
arte de los tapices bereberes.
La exposición, prevista inicialmente hasta el 27 de mayo pero
prolongada hasta el 18 de junio a causa de la afluencia de público, presentó 120 tapices
tradicionales provenientes de Marruecos y Túnez, tejidos por mujeres de comunidades
rurales norteafricanas. Estas mujeres han desarrollado un arte específico y muy original
que irradia vigor y sensibilidad y que posee una gran imaginación. Los tejidos improvisan
estructuras, patrones y motivos dentro de un repertorio vasto y variado. El resultado es
una belleza sorprendente. La segunda parte de la exposición fue consagrada a la artista
contemporánea Bracha Lichtenberg-Ettinger quien, como psicóloga y psiquiatra, ha dado un
contenido innovador a un cierto múmero de principios de base salidos del psicoanálisis
clásico, desarrollando a su vez otros conceptos en una nueva teoría feminista. Su obra
artística se compone de pinturas de pequeña dimensión. La artista pinta y dibuja a
menudo sobre imágenes previas y sobre fotocopia. En su obra, creada en los confines del
inconsciente, la matricidad toma forma, como es el caso de los textiles bereberes. El
arquitecto Zaha Hadid se ocupó de la escenografía de la exposición.



La exposición, bien documentada con los textos de Lichtenberg-Ettinger,
pretendía no sólo informar al visitante mediante la profusión de datos, sino guiarle a
través de un recorrido cuya finalidad era cuestionar su propia experiencia mediante el
establecimiento de un diálogo con las obras. Inicialmente, los tapices eran expuestos a
manera de alfombras sobre plataformas o urnas rectangulares escalonadas a distintos
niveles, creando un efecto de gigantesco damero que permitía al espectador rodear la obra
y observarla desde varias perspectivas. Conforme se avanzaba en el recorrido, se producía
asimismo una evolución expositiva, presentándose los tapices sobre enormes monolitos que
dividen el espacio para conformar una suerte de laberinto iniciático que correspondía
interiorizar al espectador.
No se trata de una exposición "etnográfica" sobre los
bereberes del norte de Africa. Tampoco se trata de presentar el artesanado de un pueblo no
europeo. En efecto, estas obras no son siempre artesanales. Al contrario, nos encontramos
a menudo frente a creaciones únicas e independientes que pueden soportar la comparación
con las mejores obras del arte occidental. Sin embargo, estas telas o "pinturas
textiles" no han sido realizadas por profesionales, sino por nómadas iletrados o por
mujeres del campo de las que ignoramos todo. Ellas han creado sus obras de arte "por
nada o para nada", sin remuneración. Ellas mismas y su entorno constituían su
único público.
Pero quiénes son los bereberes. Desde hace tres milenios, este pueblo
ocupa el norte de Africa, desde Libia a Marruecos. El nombre "bereber", de
origen desconocido, es empleado por los escritores árabes a partir de la Edad Media. En
defecto de una nación y de una lengua común, los bereberes se designan a sí mismos con
diferentes apelaciones. La más extendida es "amazigh", palabra que ha sido
traducida como "persona libre". Su lengua no es el árabe, sino un conjuno de
idiomas nacidos del mismo grupo linguístico. Entre los siglos VII y XIII, los bereberes
fueron convertidos al islam, bajo la presión de los beduinos árabes que habían
conquistado el norte de Africa. Desde entonces, el árabe es la lengua oficial de los
órganos de poder religioso y político en las ciudades.



Eran las mujeres quienes se encargaban de tejer estas obras de arte.
Vivían en comunidades marcadamente tradicionales, nómadas o campesinas. La vida social
se dividía en dos: las mujeres organizaban entre ellas sus ocupaciones cotidianas, los
hombres tenían las suyas. En este espacio libre simbólico, las mujeres ejercían su
arte.
Los diseños de las alfombras orientales, eran concebidos lo más
"finamente" posible, con colores armónicos, delimitados con un borde
tranquilizador. La composición es simétrica y comprende generalmente un punto central
reconocible. Desde siglos, estos tapices son la obra de diseñadores especializados:
hombres que conciben un modelo que otra personas anónimas tejen y traman. Los tapices
persas son el ejemplo más conocido. Provienen de una tradición cortesana y urbana en la
cual el arte estaba en las manos de especialistas masculinos. En este contexto existía un
modelo de buen gusto, preferido a una creación extremadamente personal, quizás
emocional, y que llega a tocar nuestra sensibilidad. Muchos de los tejidos del arte
bereber son concebidos a partir de un estilo espontáneo. Las normas habituales relativas
al juicio sobre el arte de los tapices, conocidas tanto en las culturas orientales como en
las occidentales, no son consideradas aquí.
El refinamiento técnico y la precisión son raramente buscados. La
tejedora no otorga ninguna importancia a una composición equilibrada. Emplea los colores
que le gustan y los materiales de que dispone. La composición no corresponde a un esquema
preestablecido sino que se efectúa durante la realización de la obra. Un motivo o una
estructura nace del caos, o en los casos más raros, termina por desintegrarse. Existen
patrones determinados que evolucionan con muchas variantes, pero a veces, se dan trabajos
absolutamente experimentales y únicos. A veces existe la sensación de "Art
manqué", es decir, de imitación de un modelo que no se puede conseguir por la falta
de la técnica o los utensilios adecuados, sobre todo en algunas composiciones
geométricas irregulares. Luego, como si la artista no le diera demasiada importancia a
este hecho, empieza la evolución, la variación, la aportación personal, no premeditada,
espontánea, fuera del discurso intelectual, con implicaciones psicoanalíticas que Bracha
Lichtenberg-Ettinger analiza.
El tapiz oriental supone el final de una larga evolución. ¿Cuáles son
sus orígenes? El motivo más importante en el estilo espontáneo del arte textil bereber
es una forma redonda e irregular, a menudo provista de prominencias. En su interior se
encuentra otra entidad o una mancha. Este motivo sin nombre aparece en configuraciones muy
numerosas. Encontramos formas similares en las culturas prehistóricas. Estos tapices
retoman desde hace 7.000 años la imagen del útero, la del herizo, la del sapo cubierto
de pústulas, la sepia, el cangrejo o la araña. Los medallones que podemos encontrar en
las alfombras orientales son herederos directos de estas formas primordiales que reflejan
ciertos aspectos de una auto-experiencia femenina en las zonas fronterizas
psico-emocionales, de los mitos arcanos de la humanidad.
El proceso intelectual del hilado es doble: el saber matemático y la
abstracción son indispensables para tejer. La tejedora se instala tras el dibujo que
realiza, pudiendo ver tan sólo nudos de hilos. Sólo una persona dotada de una memoria
infalible puede ejecutar estos motivos. La memoria se ejercita mediante la declamación de
poemas recitativos que explican la manera de proceder.
Las formas abstractas bereberes no están vacías. No juegan una
función decorativa, sino que plasman el color y el ritmo de sensaciones nacidas en la
frontera psico-corporal. Nos equivocaríamos si quisieramos determinar la significación
de cada motivo como en un catálogo. Este arte procede raramente de símbolos unívocos.
Por otra parte, las formas que traducen sensaciones, se funden a menudo unas con otras. Es
un juego de ruptura y de continuidad, de cambio inaprehensible y repetición temporal, de
evolución perpetua.
La planificación de la obra no va más allá de la elección de la
calidad y la cantidad de los materiales, las dimensiones y los motivos fundamentales o de
inicio. La forma en la que habitualmente contemplamos el arte y en la que intentamos
comprenderlo no nos es aquí de ninguna utilidad. El arte figurativo, desarrollado por los
hombres ya se trate de arte europeo, indio, o japonés- opera siempre por
sustitución: un símbolo se refiere a una realidad ausente.
Entre las obras a la vez más características y más enigmáticas del
tejido bereber figura un cierto número de tapices sin motivo central y sin composición
clara. El campo está repleto de formas no indentificables que se funden unas con otras,
con canales que se alargan y se acortan, espacios vacíos, venas que cambian de color,
obstrucciones y dilataciones a partir de las cuales parece formarse un "algo"
que visto desde cerca, resiste sin embargo a toda tentativa de identificación y sigue un
camino propio. No se trata aquí de representación sino de correspondencia. Las
metamorfosis de la forma y de la informidad recuerdan el proceso prenatal, pero también
la visión de las sociedades arcaicas sobre el funcionamiento social y la cosmogénesis.
El blanco no se identifica a la vida, ni el negro a la muerte como pretende la tradición
occidental. Los dos modos del ser no cesan de interpenetrarse. El blanco es habitado por
el negro y a la inversa.
Se trata del mismo arte abstracto de la revolución artística del siglo
XX. La vanguardia masculina de occidente aprehendía la naturaleza y el mundo visible. Los
artistas extraían la esencia de su propia percepción y la transformaban en imágenes que
parecían convocar otra realidad. Sin embargo, sólo podían aspirar a una realidad que
les era extraña. Inconscientemente buscaban acceder a un mundo que les era desconocido,
de igual forma que en la época, Freud y sus discípulos buscaban en vano alcanzar el
continente oscuro de la mujer. Sólo algunos artistas como Marevitch, Rothko o Pollock por
ejemplo, llegaron quizás a trabajar partiendo de la abstracción, empujando el
inconsciente masculino hacia algo análogo a la abstracción del arte textil femenino,
realmente abstracto y cuyas raíces preceden al lenguaje y a las imágenes.
En el último tramo de la exposición se presentaban tapices
provenientes de Túnez que poseían una peculiaridad distintiva con respecto a los
originarios de Marruecos. Seguimos en el mundo de la abstracción, pero de una
abstracción ordenada. Los colores son sobrios ya que estos tapices estaban destinados a
la exposición pública y las relaciones sociales. El motivo elegido es una secuencia
geométrica con pretensiones de filigrana, donde se esconden las preocupaciones íntimas
de la tejedora, creando un código personal, complejo y dificilmente descifrable, un
lenguaje del inconsciente.
Para finalizar el recorrido, se expusieron obras provenientes de las
planicies de Marrakech, representación del "arte povera" o arte pobre. Aquí,
los hilos son de lana hilada a mano. Los nudos son escasos en número para ahorrar
material. Los colorantes empleados son productos químicos baratos y de mala calidad. Sin
embargo, son obras en las que se manifiesta un profundo dominio técnico. Incluso para las
convenciones del estilo espontáneo del arte bereber. Se trata de un arte evolutivo,
puramente progresivo, que recrea, según Bracha Lichtenberg-Ettinger la zona fronteriza
entre representación y sensación. Un "borderline" en el que las mujeres
plasman el proceso del alumbramiento antes de que este se manifieste, la génesis no
definida, la relación entre el feto no persona y la mujer no madre. El núcleo del
subconsciente femenino y por consiguiente, de la creación y de la vida.
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Texto, Copyright © 2000 Reynon Muñoz. Todos
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