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BabeL. A. por Hari Camino
Desde lejos, los rascacielos en
pleno centro de Los Angeles semejan una Torre de Babel trenzada con la mitad de los
idiomas del mundo. Algo más del 75% de la población es extranjera, han viajado desde
hace un siglo atraídos por su aura de tierra prometida: caravanas de pobladores estilo
salvaje oeste, los primeros "espaldas mojadas", la hegemónica industria del
cine, pasando por las religiones orientales que desembarcaron aquí seguidas por
comunidades Nueva Era y sectas apocalípticas, las riadas de vietnamitas y
filipinos en los años ochenta y últimamente la fiebre del byte.
La ciudad fue fundada en medio de un desierto interminable por un
puñado de familias que tomaron, para la gloria del rey Carlos III de España, las orillas
de un río bautizándola como Pueblo Nuestra Señora de los Ángeles de Porcíncula
(pedacito de tierra). Dos siglos más tarde esta porcíncula devendrá en una metrópoli
superlativa en muchos aspectos: su superficie podría contener a Barcelona, San Francisco,
Munich, Manhattan, Boston, Estocolmo, Santiago; su producción económica aporta una
décima parte al producto de Estados Unidos y es además su puerto marítimo más
importante. De ese pasado sólo nos queda una réplica del Pueblo original con una
modesta iglesia, recién pintada, que preside una plaza llena de mariachis (...) y
turistas.
CentraL. A.
Siendo tantas ciudades en una sola, es el Dauntaun centro-
la muestra perfecta de tan rica diversidad. Hace 40 años sus puntos más altos eran
probablemente las lánguidas palmeras de los boulevares y las torres Art-Decó de la
comisaría de policía y la Biblioteca Central. Ahora el visitante puede tener una fugaz
tortícolis admirando los rascacielos apretujados en poco más de 15 manzanas, plantados
sin preámbulo entre casas de madera. Sus nombres corporativos se levantan temerarios a
200 metros del suelo sin confesar el miedo ante los constantes terremotos. Por encima de
estas calles numeradas del 1 al 10 se ha construido una red de puentes, pasos
subterráneos y escaleras mecánicas. Pero para el peatón la circulación es restringida.
En aceras y chaflanes se advierte constantemente: "propiedad privada". La
desinfección de mendigos y crápulas, que en algún tiempo pululaban por aquí, parece
haber surtido efecto. Ahora es un centro de negocios limpio y solitario. A las 5 de la
tarde los edificios se vacían como vasos comunicantes y los ejecutivos se distribuyen en
sus células móviles.
Los angelinos nacen y viven condenados a un tráfico desproporcionado.
En toda el área metropolitana hay nueve mil millones de coches que se llegan a
congestionar en las horas pico sin importar que los frigueyes (autopistas urbanas)
lleguen a tener 12 carriles. En el centro de la telaraña está el Dauntaun,
acordonado por un cinturón de carreteras que articula una sobrecogedora alfombra urbana
únicamente contenida por la naturaleza: el Océano Pacifico al Oeste y las montañas al
Occidente. Más allá, un desierto perfecto para road movies. Hacia el sur, sin
embrago, la ciudad consigue fugarse y se suceden los suburbios con nombres en castellano
hasta el cruce fronterizo de Tijuana.
Habla EspañoL. A.?
Hoy la población "hispana" (mexicanos, guatemaltecos,
salvadoreños) supone la mitad de Los Angeles. Un flujo de inmigración que arrancó en la
década de los 20´s y que permanece a la alza pese a todas las barricadas políticas y
las tecnologías corta sueños. La ola de cultura hispana inunda buena parte del centro,
haciendo suya una devaluada Broadway street; antaño calle de abolengo y desfiles, en
cuyos teatros se estrenaron muchos clásicos del celuloide. Hoy son moles modernistas o
neobarrocas que cedieron sus espacios obscuros a pastores evangélicos o adventistas que
traen la luz del Señor al obrero centromaericano; refrescante néctar para quien se ha
dejado el alma en los talleres de costura adyacentes. Sobre Broadway los puestos de
"Hot Comida" huelen a tacos y a fritanga de puerco, resuena la tambora norteña
y el acordeón entre frutas tropicales. Las joyerías exhiben lo último en estética
narcotraficante: medallones dorados del tamaño de un paquete de cigarros con la forma de
una UZI, el águila imperial (no se sabe si norteamericana o mexicana) y la Virgen de
Guadalupe de rubíes y esmeraldas.
Este barullo latino se desvanece a las pocas calles. Hacia el este de
Broadway sólo quedan los graffitis de bandas extintas que le imprimen color a los
rincones ciegos de almacenes industriales, en donde encuentran refugio muchos "sin
techo". Los homeless son elementos inmutables en el paisaje humano de Los
Angeles (se supone que rondan los 200,000); nómadas con carrito de supermercado, los hay
de uniforme y cartel de veterano de guerra, otros que blasfeman a gritos contra multitudes
imaginarias encima de un tanque de bomberos. El ambiente se transforma de nuevo siguiendo
hacia el este. Pocas calles más allá está el Pequeño Tokio y al norte empieza el
Barrio Chino: con jardineras minuciosamente recortadas, farmacias tradicionales donde
comprar vesícula de oso, estancos que venden leche de soja y pornografía de ojos
rasgados... La gente se reúne a la sombra de las pagodas en el paseo de Bernard St, con
sus templos taoístas flanqueados por dragones rojos en donde flota una capa de incienso
dulce. Tres paradas de autobús más al norte y el mandarín se va transformando en
coreano: 13% de Los Angeles es territorio asiático.
CulturaL.A.
Aunque aquí se inventaron muchos de los iconos del siglo XX, el
patrimonio de L.A. no se reduce a Hollywood y Disneylandia. La ciudad ofrece una gran
cantidad de arte público sin salir del centro. Los murales, por ejemplo, nos reclaman
cada poco y así encontramos en las paredes de un túnel los fragmentos del templo de
Apolo flotando en el vacío de un LSD, frente a un inocente paraíso bajo las faldas de la
virgen o un enjambre de puños tan morenos como marxistas con el título "hijos de la
lucha". Los autores en muchos casos son chicanos -segundas generaciones de hispanos-
que han reivindicado una identidad contundente y pasional. Sobre la única colina del Dauntaun
se ubica un complejo cultural intersante: el Museo de Arte Contemporáneo y el Pabellón
Chandler, sede para la filarmónica y el teatro, y por el otro lado de la calle un
anfiteatro para conciertos de jazz al aire libre.
Para disfrutar de la puesta de sol, lo suyo es recorrer, como su nombre
lo indica, el mítico Sunset Blvd. Una calle que semeja el mayor río urbano, ya que
arranca en las montañas como carretera, baja al Valle de San Fernando y une, en línea
recta, el centro con Hollywood y de ahí Beverly Hills, a golpe de limousines y jardines
de media hectárea, luego se vuelve sinuosa y nos conduce hasta las colinas de eucaliptos
en donde está encaramado el Getty Center, un impresionante recinto cultural, museo
ecléctico con piezas desde el siglo XVII hasta instalaciones multimedia, arropadas en las
superficies limpias de Richard Meier. La numeración del río termina en el 17,000
y se convierte en granos de arena dorada; éstos ya no tienen número, sólo son la
mediación entre tierra y el mar. Entre el cielo y la tierra, ya se sabe, median Los
Angeles.
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Texto, Copyright © 2000 Hari Camino. Todos
los derechos reservados. |
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