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Sin City: bienvenido de vuelta a casa por
Sergi Puertas
La otra noche, un amigo me
preguntaba si había leído la Biblia. Sin darme oportunidad a dar rienda suelta a la
sarta de palabras malsonantes que reservo para estos casos, el tipo me atajo con una
curiosa teoría: todas las historias habidas y por haber, pasadas y futuras, estaban
basadas en historias ya contadas en la Biblia en general, y en la vida de Jesucristo en
particular. E.T. era Jesucristo, Superman era Jesucristo y, si ponía atención, podría
comprobar por mí mismo que, en realidad, todo personaje de ficción era, en el fondo,
Jesucristo.
Como mi colega andaba ya a esas alturas con unas copas de más, opté
por darle la razón y olvidar el asunto. Sin embargo, al ponerme a escribir estas líneas
no he podido menos que recordar el incidente porque, en los días que corren, hay que
reconocer que la originalidad es un bien escaso. Y que, a primera vista, Sin City resulta
menos original en nuestros días que Jesucristo, si tal cosa es posible.



Y es que a no ser que hayas tenido la desvergüenza de jamás leer nada
perteneciente al genero negro, entonces has estado ya en Sin City: veamos, tenemos al
grandullón tierno, violento y medio bobo, a la rubia despampanante y calculadora, a un
galán mas bien turbio, al alfeñique mezquino que ostenta el control de la ciudad, al
sociópata desviado, al poli corrupto, a los maleantes de medio pelo, a los fiambres, al
suicida, a las putas... En fin, que te voy yo a contar que no hayas visto antes.
Aderézalo todo con pistolas automáticas, whisky a raudales, mucho humo, cristales rotos,
automóviles quemando ruedas, y echa cuentas.
Resulta curioso como un creador de la talla de Frank Miller, un artista
y guionista que ha revolucionado el mundo del cómic no una, sino varias veces, ha
terminado haciendo de las infinitas combinaciones de todo este cúmulo de clichés la
serie de su vida. Tan curioso que ni el mismo Miller podía imaginárselo cuando, en 1996,
decidió cambiar una vez más su estilo de dibujo y de narración para adecuarlo a una
novela gráfica de corte negro inicialmente concebida como autoconclusiva. Sin embargo,
tanto disfruto Frank llevando a cabo el proyecto que desde entonces concentra sus
energías en contarnos, en forma de breves series, más y más historias de su podrida y
peligrosa ciudad. Según él mismo afirma, tenemos Sin City para rato. Concretamente,
hasta el mismo día de su muerte. Ahí es nada.
La pregunta del millón de dólares: ¿Cómo es posible que aquel señor
que durante tantos años había levantado fascinantes e imaginativos mundos para disfrute
de nosotros, pobres mortales, de repente se confine a una confesada recreación del
material de Chandler, Hammett y tantos otros? La respuesta, claro, sólo halla respuesta
tras la lectura de cualquiera de los tebeos que integran su Ciudad del pecado: Sin
City, A Dame To Kill For, That Yellow Bastard, Family Values,
The Big Fat Kill, The Babe Wore Red, Sex & Violence, Silent
Night, Lost Lonely And Lethal, Booze Broads and Bullets, Hell
And Back... y contando.
Y es entonces cuando no queda ya escapatoria posible: todo prejuicio
sobre originalidades y memeces afines se diluye tan pronto le echamos un ojo a la primera
viñeta. El blanco y negro de Frank hace que cualquier cómic a todo color parezca a su
lado un desfile de monigotes sin gracia ni concierto. Las tramas argumentales enganchan
desde la primera viñeta. Los afiladísmos diálogos hacen que la mayoría de textos que
habíamos oído recitar a nuestros héroes de la novela negra parezcan conversaciones
entre párvulos afeminados. Sus femme fatales degradan, tanto en belleza como en
abyección, a todas las demás a la categoría de muchachuelas poco agraciadas y medio
tontas. Y así sucesivamente. En fin, sólo nos resta relajarnos y disfrutar mientras Mr.
Miller nos arrastra por el fango de su infernal y cínica urbe. Y, al llegar a la ultima
pagina, humillarnos y conceder: Frank Miller lo ha vuelto a hacer. Maldecirnos por
flaquear en nuestra fe. Luego, pedir más. ¿Por favor?



Puntualmente ofrecida por Dark Horse Comics en USA y por Norma Editorial
en España, Sin City sigue siendo la mejor medicina contra una mal entendida
postmodernidad que, demasiado a menudo, nos pega la paliza con mediocres historias que
giran en torno a personajes repletos de traumas y aburridísimos conflictos interiores. En
Sin City, las cartas están boca arriba. Las motivaciones de los personajes son
transparentes. El señor que hace de protagonista va siempre propulsado por la lujuria o
por la sed de venganza y lo tiene todo clarísimo. Lo más seguro es que al final lo maten
como a un perro o termine pegándose un tiro. Y es que la sensual señorita de la que esta
colgado huele a Judas a la legua. Porque aunque le haga arrumacos todo el tiempo, nosotros
ya hemos pillado que esta chavala no es trigo limpio, que no somos tontos.
¿Suena a Cosecha Roja? ¿A El halcón maltés? ¿Y a
quién le importa? Por lo que tengo entendido, un día bien podría darme por leer la
Biblia y descubrir que aquellos señores de gabardina y pitillo no son sino otro alter ego
de Jesucristo. Me seguiría dando lo mismo: lo que a fin de cuentas buscamos al abrir un
libro o un cómic son buenas historias. Y Sin City esta llena de ellas. Las mejores.
Apuesta por ello.
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Texto, Copyright © 2000 Sergi Puertas. Todos
los derechos reservados. |
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