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Alberto Greco: la convulsión interior por
Alberto Vázquez
La muerte tiene algo de Shirley Temple.
Alberto Greco.
Alberto Greco (Buenos Aires, 1931
- Barcelona, 1965) es uno de esos pocos artistas que nos dio el siglo XX y a los que
podemos denominar como tales sin tener, ni por un momento, que plantearnos la veracidad de
la afirmación. Alberto Greco fue un artista. Con mayúsculas. De pies a cabeza. Las
veinticuatro horas del día. Todos los días del año. Respiraba arte por los poros de su
piel y, ya en los últimos años de su vida, su propia existencia era arte. Incluso el
propio acto de su muerte voluntaria la convirtió Greco en un gesto artístico al escribir
la palabra "Fin" en la palma de su mano mientras la sobredosis de barbitúricos
que había consumido comenzaba a hacer su efecto.
Las primeras obras conocidas que se conservan del artista argentino
fueron realizadas cuando el autor no tenía más de veintidós o veintitrés años. Ya
desde el principio, se decanta por un informalismo correcto y un tanto oscuro que tiene
cierto éxito en la época. Pero Greco es mucho más que eso. Greco no puede, ni por un
momento, permanecer quieto. Es, además de este informalista severo, actor, agitador,
histrión, escritor, provocador, activista cultural y muchas cosas más. Es decir, todo lo
que un artista del veinte debe haber sido para poder ser considerado como tal. Y hubo
muchos que lo intentaron. Pero pocos fueron capaces de llevar una empresa como ésta hasta
el final con todas sus consecuencias. Greco, sí.
Hasta principios de los años 60, Greco da tumbos por el mundo, de
ciudad en ciudad, transportando su propuesta artística. Una propuesta que, con el tiempo,
deja de ser material para convertirse en conceptual: Greco se convierte, así, en su
propia obra y en uno de los artistas conceptuales más interesantes que esta corriente
estética ha aportado. Porque hay que decirlo claro y reivindicarlo sin ningún tipo de
duda: quizás no fue el primero en pensar en torno a las ideas y conceptos que luego
conformaron su legado artístico, pero sí fue uno de los más auténticos, vitales y
comprometidos artistas conceptuales que han existido.
Lo efímero de muchas de sus obras (una simple acción, un simple gesto
recogido por una cámara fotográfica) muchas veces improvisadas, lo inhabitual de las
técnicas artísticas que empleó (sus obras de mayor peso están realizadas a base de
tinta y collage sobre papel), no han contribuido, en absoluto, a que la obra de Alberto
Greco sea apreciada en toda su dimensión. Afortunadamente el IVAM (Instituto Valenciano
de Arte Moderno), entonces dirigido por la que luego sería ministra española de cultura,
Carmen Alborch, se encargó, hace ya ocho años, de clasificar, estudiar y exponer la obra
de Greco. Aquella exposición ha de suponer un punto de inflexión en el estudio de la
obra del artista argentino.
En 1954, después de dar tumbos sin terminar nunca de decidir cuál es
su verdadera vocación artística (Greco ya ha sido, para entonces, actor frustrado de
teatro, ha publicado poesía, ha escrito una novela y, por supuesto, ha pintado y
estampado), viaja a París. Será el inicio de una vida viajera que le llevará, en los
once años de vida que aún le quedan, a recorrer medio mundo.
A Greco le resta mucho aún para alcanzar su grado de madurez
artística. Su trabajo de esta época es una obra de juventud y de aprendizaje. Viaja por
Europa (Italia, Austria e Inglaterra) y absorbe vida. Dos años después de su llegada,
regresa a Buenos Aires donde reside, a excepción de una larga estancia en Brasil, hasta
que en 1961 viaja de nuevo a París. Greco ya está preparado. Su materia prima definitiva
está determinada. La vida que ha ido absorbiendo es ahora el motivo de su obra. Ambas,
vida y obra, se confunden en un todo que no se separará jamás.


[Vivo-Dito, en Madrid y Piedralaves, Ávila, 1963]

Alberto Greco, lúcido y provocador, crea el arte Vivo-Dito, actividad
artística que consiste simplemente en señalar o definir a una persona u objeto como obra
de arte. Greco utiliza las tesis duchampianas y las adapta a su particular personalidad.
Parece importarle más el hecho mismo de realizar la obra, el momento exacto de su
concepción, que la obra en sí misma. Un trozo de tiza o un cartel escrito a última hora
con una caligrafía horrible, son las únicas armas del artista. Y, por supuesto, él
mismo, convertido para siempre en maestro de ceremonias de sus acciones artísticas.
Realiza Vivo-Ditos, además de en París, en Roma, en Madrid y, sobre
todo, en Piedralaves (Ávila), donde convierte a una comunidad rural y atrasada, en una
obra de absoluta vanguardia. Greco hace sostener a los habitantes del pueblo carteles con
leyendas tales como "Esto es un Alberto Greco", "Obra de arte señalada por
Alberto Greco" o, simplemente "Alberto Greco". Es obsesiva la costumbre del
artista por utilizar su propio nombre. La firma en Greco adquiere rango de obra. No busca
la notoriedad en el acto de firmar. Greco, el artista Greco, simplemente señala y
convierte, de esta manera, la cotidianeidad en obra de arte, en situación sublime, en
gesto poético.
Esta tendencia a trabajar con lo más habitual y elevarlo a la
condición de arte, se observa también en sus trabajos en papel de la época. Deja de
pintar en el sentido clásico del término y se dedica a escribir, garabatear y
gestualizar sobre el papel. Así, aparecen escrituras automáticas, dibujos inconclusos,
bocetos, manchas, trozos de papel pegados, impresiones con la base del tintero y todo un
espectro de acciones y agresiones al soporte. Su obra de estos años finales parece un
volcado convulso de una interioridad agitada. Greco vomita sobre el papel o el lienzo todo
lo que lleva dentro que, en realidad, no es otra cosa que un gran sufrimiento vital.


[S/T, 1963-64]

En el mismo año 1962 se produce su último viaje a Italia. Durante la
inauguración de la Bienal de Venecia de ese año, Greco lanza, al parecer
involuntariamente, un montón de ratas al paso del presidente de la república italiana
con el consiguiente gran escándalo. El espíritu irreverente de Greco, le lleva a
disfrazarse de monja en Roma mientras estaba teniendo lugar el Concilio Ecuménico II.
Esto, unido a su participación en la representación de la obra teatral "Cristo
63", ofensiva para la iglesia católica, es demasiado para las autoridades italianas
que le invitan a abandonar el país y no regresar jamás.
Los últimos dos años los pasa viajando incansablemente. Madrid,
Lisboa, París, Islas Canarias, de nuevo Buenos Aires, Nueva York, regreso a Madrid,
estancia en las Islas Baleares y viaje final a Barcelona donde se quita la vida. Su
producción intelectual es incansable. Parece que Greco pretende quemar todos sus
cartuchos cuanto antes y liberarse de esa huida continua hacia ningún lugar. Alterna la
ejecución de Vivo-Ditos con su obra pictórica.


[S/T, 1963 y Carta a Eugenia, 1964]

Los trabajos de esa época son convulsos. Dibuja incansablemente en
cualquier lugar. Lo realiza, incluso, de manera automática, mientras charla con alguien o
hace cualquier otra cosa. El acto de crear lo ha convertido en algo rutinario y habitual.
El pintor Lucio Muñoz afirma: "En la forma en que hacía la mayoría de los dibujos
que los tenía siempre junto al teléfono en una mesa, casi como tienes un papel para
proteger la mesa donde dejaba las tazas de café y donde apuntaba cosas, o sea, apuntaba
teléfonos, apuntaba cosas y a veces dibujaba, yo en uno de los que tengo, él mismo me
decía mira éste es el teléfono de no sé quién".
Otro pintor español, Luis Gordillo, explica el proceso metodológico de
Greco: "Ésa es una idea que yo he expresado muchas veces (pintar en el teléfono),
que si te pones a dibujar conscientemente pues empiezas a controlar el dibujo y te sale
una cosa pero si estás hablando con alguien como la parte tuya racional está en la
conversación lo que te sale, el dibujo en el teléfono es una cosa totalmente
espontánea".
Unos pocos meses antes de su muerte, escribe la novela "Besos
brujos". Esta obra, de 130 páginas, es la culminación de su obsesión por fundir
literatura y artes plásticas. El manuscrito es una obra de arte en sí misma, plagada
toda ella de dibujos, grafías y anotaciones del propio Greco. Poco después, se suicida
en la ciudad de Barcelona. Es un acto premeditado. Dice a sus más allegados que se va a
Barcelona a suicidarse. Así lo hace. Y no lo duda dos veces, no podría ser de otra
manera. Convierte su muerte en un acto artístico más. Como si de una de sus novelas se
tratase, como ya lo solía haber realizado en el ángulo inferior derecho de alguno de sus
cuadros, escribió la palabra "Fin" en la palma de la mano y continuó
escribiendo hasta morir.
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Texto, Copyright © 2000 Alberto Vázquez.
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