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El agua, vehículo de contaminación

por Milagrosa Gallego

Si buscamos en el diccionario de la Real Academia Española (21 Ed., 1995) el término "agua" nos encontramos que se define como: "sustancia formada por la combinación de un volumen de oxígeno y dos de hidrógeno, líquida, inodora, insípida, en pequeña cantidad incolora y verdosa o azulada en grandes masas. Es el componente más abundante de la superficie terrestre y más o menos puro, forma la lluvia, las fuentes, los ríos y los mares; es parte constituyente de todos los organismos vivos y aparece en compuestos naturales; y como agua de cristalización en muchos cristales".

Sin embargo, como especie química, el agua se trata de un compuesto extremadamente complejo (hay que tener en cuenta los isótopos del hidrógeno y del oxígeno) y del que, en la actualidad, no se puede tener una idea clara sobre su naturaleza y sus agrupaciones moleculares. Además es un compuesto polar, lo que hace que todas sus constantes físicas sean anormales.

Desde un punto de vista biológico el agua es un compuesto vital ya que representa el 60% en peso del cuerpo humano, (1/3 en el exterior de las células, y los 2/3 restantes en el interior, como agua libre, combinada o formando parte de estructuras más complejas) y constituye, no sólo en el hombre sino en todos los seres vivos, el medio imprescindible para que se puedan realizar las reacciones biológicas, orgánicas y metabólicas. Éstas, a su vez, están estrechamente ligadas a la composición del agua ya que su contenido en sales minerales (el cual varia según las regiones) condiciona la mineralización del organismo y la de los alimentos. Esto es debido a que los seres vivos no consumen agua químicamente pura, ya que de lo que disponen es de agua natural, la cual es una disolución de numerosas sustancias más o menos concentradas en la especie química que es el agua. Estas sustancias pueden aportar al agua propiedades particulares, en unos casos favorables y en otros no.

Del total de agua existente en el planeta, únicamente el 3% es agua dulce. Pero de este porcentaje, la mayoría (el 79%) está en forma de hielo (por lo que "a priori" no está disponible para su uso) y el resto se encuentra como agua "líquida": en forma de aguas subterráneas (el 20%) y, únicamente el 1% restante, como aguas superficiales. Pero estos recursos no son inagotables. Hemos de tener en cuenta que la capacidad de aprovechamiento del escaso porcentaje de agua disponible, se ve notablemente disminuida debido a los incesantes cambios en nuestra civilización que conducen inexorablemente a su deterioro y escasez.

Efectivamente, las aglomeraciones en las grandes ciudades, la mejora en la calidad de vida, el rápido desarrollo industrial, el incremento del turismo y la agricultura, las actividades de ocio, etc. hacen que este escaso porcentaje se vaya reduciendo de forma "natural" y que su composición se vea notablemente alterada.

De todo esto se deriva, la gran importancia de un aprovechamiento integral de las aguas dulces disponibles y la preservación de su calidad, en condiciones óptimas, para su utilización.

Surge por tanto, la necesidad de cuantificar las sustancias (solubles o insolubles, biodegradables o birresistentes) que tienen capacidad de alterar la composición natural (contaminar) de una masa de agua, y de fijar unos parámetros o variables que permitan determinar la presencia de contaminación para poder tratar de eliminarla y, si ello no es factible (lo que ocurre en la mayoría de los casos), al menos mitigarla hasta el punto de que su acción sea minimizada para que el hombre pueda utilizar el agua, en los distintos usos en que la necesita, en las mejores condiciones posibles.

Según la Ley de Aguas, contaminación es la acción y el efecto de introducir materias o formas de energía, o inducir condiciones en el agua que, de modo directo o indirecto, impliquen una alteración perjudicial de su calidad en relación con los usos posteriores o con su función ecológica.

Esta contaminación de las aguas superficiales y subterráneas (ríos, lagos, embalses, acuíferos y mar) tiene su origen en diversos factores como la precipitación atmosférica (el agua de lluvia arrastra y disuelve componentes del aire y de las plantas), escorrentia agrícola y de zonas verdes (que puede arrastrar componentes del suelo como abonos, plaguicidas, etc), escorrentia superficial de zonas urbanizadas, vertidos de aguas procedentes de usos domésticos, o descargas de vertidos industriales.

Las dos primeras causas se podrían considerar, en circunstancias normales (ausencia de contaminación atmosférica o actividad agrícola no intensiva), como "contaminación natural" del agua. El resto, es decir los efluentes domésticos e industriales, contiene una contaminación "no natural" y constituyen las aguas residuales contaminantes; tanto unas como otras pueden contener sustancias orgánicas (biodegradables) ó inorgánicas (biorresistentes) que pueden ser vehículo de diversos tipos de enfermedades infecciosas más o menos graves.

En este marco, la contaminación de las aguas es uno de los factores más importante que rompe la armonía entre el hombre y su medio, no sólo de forma inmediata sino también a medio y a largo plazo; por tanto, la prevención y lucha contra dicha contaminación constituye actualmente una necesidad de importancia prioritaria.

Por ello es de vital importancia para la supervivencia de la humanidad en condiciones adecuadas de salubridad, el evitar que las aguas contaminadas circulen libremente por los cauces naturales de agua (ríos) con el peligro, directo o indirecto, de transmitir enfermedades (en muchos casos graves) además de dejar inservibles ingentes masas de agua que el hombre necesitaría utilizar para sus diversas actividades, para lo que es preciso evitar el vertido indiscriminado de las aguas una vez han sido utilizadas a dichos cauces.

De todo lo anterior podemos concluir que el agua y los recursos hídricos deben usarse, pero no se debe abusar de ellos, para lo que se debe evitar verter a las masas de agua circulantes que están limpias, aguas residuales urbanas o industriales sin tratar o depurar; este objetivo sólo se conseguirá si existen suficientes depuradoras que funcionen correctamente y que estén diseñadas para el tipo de población y de vertidos que a ella pueden llegar.

Todos los contaminantes contenidos en las aguas residuales, causarían serios problemas ambientales si se incorporasen directamente a un curso de agua no contaminado. Por ello es necesario que sean tratadas antes de su vertido, con el fin de rebajar lo mas posible su carga contaminante, y que estén dentro de unos límites que se consideren adecuados.

Debido a la distinta procedencia que pueden tener las aguas residuales (blancas, urbanas o negras, industriales, agrícolas, etc.) la naturaleza de los contaminantes que contengan será también muy diversa, por lo que su tratamiento variará de unas a otras.

Los tipos de tratamiento a los que puede someterse un agua contaminada son, esencialmente, tres, en grado creciente de eficacia depuradora: tratamiento primario (o por procesos físicos) en el que se elimina toda la materia insoluble. Tratamiento secundario, que se realiza generalmente por procesos biológicos que eliminan todas las sustancias biodegradables. Tratamiento terciario, que incluye procesos físicos, químicos y biológicos, y que se aplica a aguas sometidas a un tratamiento secundario para eliminar contaminantes disueltos o en suspensión que hayan quedado tras dicho tratamiento.

El tratamiento al que habrá de someterse un agua dependerá de su origen (no requiere el mismo tratamiento un agua subterránea, por lo general menos contaminada, que un agua residual), del grado de depuración necesario para que el efluente cumpla con la normativa que le sea de aplicación, y del destino que vaya a tener una vez depurada. No requerirá el mismo tratamiento un agua que, una vez depurada se vaya a destinar a riego o a la industria que un agua para el consumo humano (agua doméstica). Esta última requerirá una gran pureza y ausencia de agentes patógenos( para lo que se somete a procesos de cloración o de ozonización) aunque puede contener un grado de dureza (contenido de calcio y magnesio) relativamente elevado; sin embargo en las primeras, especialmente si el agua tratada se va a utilizar en calderas, debe ser un agua blanda (escaso contenido en calcio y magnesio) para evitar la formación de incrustaciones, aunque no esté perfectamente desinfectada.

El grado de pureza de un agua se determina midiendo determinados parámetros físicos, químicos y microbiológicos ya establecidos (sólidos en suspensión, DBO, DQO, materia oxidable, contenido bacteriano, etc.) y comparando los valores obtenidos con los que determina la normativa vigente.

Todos estos tratamientos y controles hacen posible que un agua residual, una vez sometida a un proceso de depuración adecuado pueda ser reutilizada de nuevo para diversos usos según la composición resultante de la misma tras el tratamiento. Esta reutilización es una práctica que habrá de considerarse con mayor atención en un plazo de tiempo no muy largo ya que, como se ha mencionado anteriormente, la evolución de la Humanidad está conduciendo a que este bien cada vez más escaso que es el agua, haya que administrarlo cuidadosamente y a que tengamos que concienciarnos de que hay que fomentar, no sólo su uso racional, sino el mejor aprovechamiento posible del agua una vez utilizada.



[Perfecta integración de la Estación Depuradora de Aguas Residuales de Bailén (Jaén, España) en un entorno agrícola donde las aguas depuradas pasan a una balsa de regulación (al fondo, en construcción) para su reutilización en riego, complentando así el ciclo integral del agua (Foto amablemente cedida por Aguas Jaén S.A.)]

Sin embargo hay compuestos contaminantes que no se eliminan tras un proceso normal de depuración. Éstos pueden ser restos de plaguicidas, de PCBs, de metales pesados, etc.. La eliminación de estos contaminantes requiere tratamientos especiales y específicos para cada uno de ellos. Son extremadamente tóxicos, pueden incorporarse al agua de forma accidental y, en ocasiones, pasar desapercibido para los responsables de las estaciones depuradoras (si el vertido contaminante no ha sido a gran escala) ya que constituye una composición del agua "no habitual" y difícil de detectar mediante los análisis rutinarios. Una vez detectado el problema se somete el agua contaminada al tratamiento adecuado; pero para entonces ya ha podido causar problemas sanitarios.

El problema se agrava sensiblemente, en el caso de vertidos accidentales de gran magnitud como el ocurrido hace unos años en Aznalcóllar, localidad próxima al espacio natural protegido de Doñana, o el ocurrido hace unos días en Rumania (que ya ha alcanzado el tramo yugoslavo del Danubio), ambos de características similares: Balsas de contención de vertidos altamente tóxicos y de elevada acidez, que se rompen liberando miles de litros de lodos con una alta carga contaminante (metales pesados en el caso español y cianuros en el caso de Rumania). Las consecuencias inmediatas se pueden conocer con mayor o menor exactitud: daños en el ecosistema muy difíciles de reparar a corto y medio plazo; Imposibilidad de abastecerse del agua de los ríos afectados, daños en la agricultura, etc. Sin embargo, estos vertidos penetran en los terrenos por los que pasan alcanzando acuíferos subterráneos (más difíciles de controlar) y contaminando sus aguas.

Por ello las industrias también han de ser conscientes (y no sólo la población en general) de que tienen que preservar y cuidar el ambiente evitando, por todos los medios a su alcance, que este tipo de accidentes se produzcan ya que las consecuencias a largo plazo son imprevisibles.

 

 

Texto, Copyright © 2000 Milagrosa Gallego. Todos los derechos reservados.
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Última actualización: martes, 29 de febrero de 2000

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