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48º Festival Internacional de Cine de San
Sebastián por Alberto Vázquez (enviado especial)
22 de septiembre de 2000
Cine y glamour
entre las olas. Se inaugura una nueva edición del Festival Internacional de Cine más
importante del mundo hispano
Pasan los años y uno no se acostumbra
jamás a esto. En uno de los lugares más bellos del mundo, durante un periodo de tiempo
muy corto, en un edificio que raya la perfección arquitectónica, se da cita eso de lo
que tanto se oye hablar y tan pocos son los elegidos de poder sentir al alcance de las
manos: la verdadera, genuina y auténtica magia del cine.
Este crítico que tiene el honor de escribir para ustedes desde San
Sebastián, apenas ha pisado una sala cinematográfica, escasamente ha visionado unos
metros de cinta y ya se encuentra, de forma irremisible y para siempre, prendado del
espíritu de este lugar, de este marco, de esta ciudad abierta al mar Cantábrico.
El Festival Internacional de Cine de San Sebastián cuenta este año con
una Sección Oficial, dicen, no demasiado espléndida. Y uno, dicho esto, no es nadie para
ponerlo en duda. Entre otras cosas, porque a mí me da lo mismo. Quién gane, quién
pierda, es secundario para cualquier reportero que, como éste, tiene el firme y único
propósito de, durante estos diez días de septiembre, dejarse llevar por el glamour
sin oponer demasiada resistencia. Y, pierdan ustedes cuidado, veré cine, veré mucho cine
y trataré de hacérselo llegar sin demora.
Japón, España, Francia, México, Estados Unidos y Perú son algunos de
los países que este año se baten en liza para alcanzar el preciadísimo galardón del
Festival: la Concha de Oro. Aún es muy pronto para cruzar apuestas, pero el Palacio Kursaal, sede del Festival
Internacional de Cine, huele a casino y eso es inevitable. Veamos.


[Palacio Kursaal, obra del arquitecto Rafael Moneo]

Decía no hace mucho Alex
de la Iglesia, cuyo filme La comunidad inauguró ayer el Festival y
su Sección Oficial y que él mismo se encargó de presentar sobre el escenario de la gala
inaugural, decía, digo, que para ganar en San Sebastián, uno debe ser chino o coreano.
El resto de las nacionalidades lo tienen más difícil. Puede hacerse todo el buen cine
que se quiera, invertir dinero, ilusión, sudor y sueños, pero, y en eso estoy con de
la Iglesia, sin ser chino o, en su defecto, coreano, se tiene poco que hacer. El
director español lo ve muy claro: él no va a hacerse este año con la Concha de Oro. Y
me parece que no le falta razón. Así que, permítanme la boutade, yo ya tengo,
antes de visionar el grueso de la Sección Oficial, mi favorito. Si el asunto es apostar
por un oriental, Junji Sakamoto y su Face son mi apuesta. Tiempo
al tiempo. Que el gran Stephen Frears, presidente del Jurado, nos pille
confesados.


[Michael Caine y Robert de Niro, "Premio
Donostia" del año 2000]

En fin, minucias. Sí, minucias. No nos desgastemos hablando de una
Sección Oficial siempre polémica y que no todos se toman demasiado en serio, y vayamos a
lo verdaderamente esplendoroso. Pasemos a citar a dos señores indiscutibles e intocables
del séptimo arte que este año estarán en San Sebastián con todos los honores: sir
Michael Caine y Robert de Niro. Ambos acudirán al Festival a
recibir el "Premio Donostia", un galardón instituido por la ciudad y reservado
solamente a los muy grandes: Gregory Peck, Glenn Ford, Vittorio
Gassman, Bette Davis, Lauren Bacall, Robert
Mitchum, Lana Turner, Susan Sarandon, Al
Pacino, Jeremy Irons, John Malkovich y un
puñado más de elegidos lo recibieron. A todos ellos, al igual que a los en esta edición
galardonados, se les premió por ser poseedores de algo tan intangible, tan necesario y
tan escaso como la magia. La magia del cine, por supuesto.
Abrir el telón, romper el telón
Esa y no otra parece ser la
intención del cineasta vasco Alex de la Iglesia. Acompañado de su
coguionista de toda la vida, Jorge Guerricaechevarría, de la
Iglesia ha concebido La Comunidad, una película local, loca, sabia y,
al mismo tiempo, terriblemente tragicómica. El propio director no duda en definirla como,
"un enloquecido drama de humor negro y terror vecinal, retorcido, claustrofóbico y
doméstico". Con la siempre sólida Carmen Maura al frente del
reparto, el filme se aguanta durante las casi dos horas que dura. Y poco más. Con lo
cual, quedan, a buen seguro, cubiertas de sobra las expectativas de de la Iglesia,
un autor cada vez más empecinado en no contarnos su vida y sus miserias. Y nosotros que
lo veamos.


[Crouching Tiger, Hidden Dragon]

Una de las mejores formas de hacer cine
Quien parece seguir al pie de la
letra la filosofía de Alex de la Iglesia, es el director taiwanés Ang
Lee quien, por cierto, compartió con él escenario en la gala inaugural.
Presentando su último proyecto cinematográfico, Crouching Tiger, Hidden Dragon,
Lee abrió ayer la sección Zabaltegi o zona abierta del Festival. Parece
ser que los organizadores se han puesto manos a la obra y han tratado de que esta sección
recobre el interés que antaño tuvo y que había menguado en años precedentes. Es de
agradecer pues, a falta de una Sección Oficial verdaderamente interesante cuyo contenido
no parezca confeccionado con los retales de un videoclub en liquidación, que Zabaltegi
exista y se convierta en el verdadero eje central del Festival. Buen cine, variado,
completo y que a casi nadie defraudará es lo que hallamos aquí. Y buena prueba de ello
es el filme de Lee. Crouching Tiger, Hidden Dragon se trata de
una película al estilo que el cine clásico chino nos tiene acostumbrado: dosis ingentes
de magia, amor, leyendas y, cómo no, artes marciales de la mejor calidad. El espectáculo
es, en el sentido estricto de la palabra, cine y solamente cine. Siéntense y disfruten.
25 de septiembre de 2000
Lo malo, lo bueno y lo
genial del Festival de Cine
Lo malo
Lo cuento en primer lugar y así
nos lo quitamos de encima cuanto antes. Lo malo, malo, malísimo, es la Sección Oficial
del Festival. Los pronósticos se van cumpliendo y todo esto no tiene sentido alguno.
Estamos en uno de los Festivales de Cine más importantes del mundo y su sección a
concurso es de echarse a llorar y no parar en un buen rato. Pero como, hasta en lo malo
existen categorías y no queremos parecer excesivamente catastrofistas, vamos a dividir lo
visto hasta ahora en dos grupos.
Por un lado, podemos situar los filmes considerados correctos. Soy
perfectamente consciente de que calificar de esta vaga forma a una película es un flaco
favor. Correcto siempre ha parecido un eufemismo de imperfecto. No diré que no hay algo
de cierto en ello. Pero es que no se me ocurre ninguna categoría mejor para reunir a unas
cuantas películas que, sin entrar en la clasificación que después referiré, no
alcanzan la solidez y maestría necesarias para ser consideradas buenas obras. Y les
podré como ejemplo de todo esto que digo, el Tinta Roja del director peruano Francisco
Lombardi. Lombardi es un cineasta con una respetable trayectoria y su trabajo
es muchas veces meritorio. Se sabe su oficio a la perfección y rueda sin titubeos ni
flaquezas. Pero en el filme que presenta en San Sebastián, la cosa no acaba de cuajar. El
realizador peruano nos cuenta una historia que no aporta nada nuevo y lo hace de una
manera, como digo, correcta. Periodismo, bajos fondos y perdedores natos reunidos bajo un
realismo sucio que no convence demasiado. En fin, una cosa arregladita pero sin ir
demasiado lejos. De cualquier forma, Lombardi es un hombre acostumbrado a no irse
con las manos vacías del Festival de San Sebastián, así que no sería de extrañar que,
en esta edición, se vuelva a llevar, cuanto menos, uno de los premios secundarios.


[Alaska.de]

La segunda categoría de la que les hablo, es la de las películas
horrorosas. Sí, así, sin más, cruel como la vida misma. Películas que cualquiera de
ustedes sólo verían en caso de extrema desesperación durante una noche de insomnio
agudo. Horrorosa es Alaska.de de la directora alemana Esther Gronenborn y
presentada hace un par de días en la Sección Oficial. Si, al menos, de Lombardi
hemos de reconocer que es un hombre de sólido oficio, a Gronenborn no le podemos
otorgar ni el beneficio de la duda. El filme narra penosamente la historia de unos
jóvenes en los suburbios de Berlín Oriental, historia así, de salida, más o menos
sugerente, pero carece de cualquier ritmo propio de la ficción cinematográfica. La
propia Gronenborn tuvo que asegurar que se trababa de un producto de ficción, y
habremos, por ello, de darle crédito. Pero lo que se vio en la pantalla de cine fue una
especie de documental mal hilvanado por una directora amateur y un equipo de tres
al cuarto. Lo dicho, con todos los honores, un trabajo destinado a engordar la sección de
películas horrorosas.
Y no, no se me rían, que la cosa es grave. Esto no es una proyección
en una sala perdida de un multicine de centro comercial. Esto es el Festival de Cine de
San Sebastián y su flamante Sección Oficial. Después de ver cosas así, es necesario
salir a la calle y respirar hondo para recordarlo.
Lo bueno
¿Saben ustedes cuál es la mejor
sala de cine del mundo? Pues es el velódromo de San Sebastián. Y, cuidado, esto no lo
digo yo. La afirmación, tajante como pocas, la realizó hace no mucho Oliver Stone.
Habrá que creerle, ¿no?
La cosa tiene su truco, pero no por ello se invalida la sentencia
estoniana. El velódromo es, a lo largo del año, un velódromo en el sentido habitual del
término. Ya saben, ese lugar donde unos tipos montados en bicicleta pedalean hasta que
uno llega primero, gana y le dan un premio. Bien, pues durante el Festival de Cine, ese
recinto se convierte en una descomunal sala de cine con capacidad para tres mil personas,
una pantalla de cuatrocientos metros cuadrados y sonido estéreo de la mejor calidad. Un
lujo en todos los sentidos.



Y para que surja la vida en este fenomenal espacio, a los organizadores,
que enmiendan, así, de un solo golpe sus errores cometidos en otros espacios del
Festival, no se les ocurre otra cosa que proyectar la espléndida Novecento del no
menos espléndido Bernardo Bertolucci con el propio Bertolucci en persona
haciendo los honores. Casi cinco horas y media del mejor cine del mundo en la mejor sala
del mundo. Esto no se paga con dinero. Lástima que el director italiano estuviese algo
bajo de tono y no diese el juego mediático que algunos hubieran deseado. Triste y con las
manos en los bolsillos, Bertolucci se limitó, más que nada, a estar. Que no es
poco. Eso sí, el fenomenal ciclo retrospectivo que el Festival le está dedicando, no nos
lo quita nadie.
Quien sí dio juego, a raudales, y en el propio velódromo, fue el
norteamericano John Waters quien, con su película Cecil B. Demented,
levantó pasiones entre un público dispuesto en todo momento a entregarse plenamente. La
historia que cuenta el filme está muy manida y sigue la estructura de la película dentro
de la película. Pero Waters sabe imprimirle su sello personal y el asunto cuaja.
Además, todo hay que decirlo, disponer de Melanie Griffith al frente del reparto,
es un plus entre un público dispuesto a ser benévolo con ella e, incluso, a regalarle
puntos sin que se los merezca. No en vano, Griffith, desde que se unió a Antonio
Banderas, es como de la casa. Y eso siempre tiene su qué.


[Cecil B. Demented]

Lo genial
¿Tienen alguna duda de a qué me
refiero? Por supuesto que no. Lo verdaderamente obnubilador de todo lo sucedido a lo largo
de las últimas setenta y dos horas, es la presencia de Michael Caine. En la noche
del pasado sábado, el gran actor británico subió al escenario de Palacio Kursaal para
recibir el "Premio Donostia" a toda su carrera. Caine, en resumen, dijo
lo que todos dicen en estos casos, ya saben, que si uno se siente viejo al recibir esto,
que si es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida, que, no se crean, aún me
quedan muchos años de fructífera carrera, que si tal, que si cual... En fin, lo de
siempre. Sólo que en este caso, y sólo en éste, la cosa mereció la pena. Escuchar la
estupenda voz de Michael Caine pronunciando su inglés de toda la vida pone la
carne de gallina. Daban ganas de alzarse en pie y pedir, a grito limpio, que se diese una
vuelta por el auditorio, como los toreros. Por suerte, el público de San Sebastián sabe
comportarse como es debido y se limitó a entregarse en cuerpo y alma al homenaje y
aplaudir hasta que el propio homenajeado tuvo que pedir, por favor, que parase. El actor,
genio y figura, supo bromear con el traductor que había sobre el escenario y que
trasladaba sus palabras al español, estuvo atento en todo momento para que la
presentadora no se sintiese fuera de lugar y se dirigió al público con desparpajo. Gran
clase a raudales. Así da gusto, caray.
28 de septiembre de 2000
Made in spanish
Pequeños e insolentes
Cuando un Festival de las
características del presente atraviesa su ecuador, los críticos que lo cubren respiran
hondo y tratan de hacerse a la idea de que lo peor ya está superado. Lo cual, hay que
decirlo, no siempre es verdad. Cosas malas hemos visto muchas en esta edición del
Festival y continúan llegando un día tras otro. Y si no, vean.


[El factor Pilgrim]

En Zabaltegi o zona abierta, donde impera, a partes iguales, el reino de
la calidad y la manga ancha, el otro día nos pusieron una peliculita titulada El
factor Pilgrim dirigida por unos tales Santiago Amodeo y Alberto Rodríguez.
Al parecer, a los tipos en cuestión, esto del cine les hace gracia, así que se echaron
una cámara bajo el brazo y se fueron a Londres a reírse un rato y hacer un cortometraje.
Como la cosa se iba haciendo más y más grande, nuestros arrojados realizadores se
dijeron: ¿y si hacemos un largometraje? Y digo yo: ¿y si hubieseis tirado la cámara al
Támesis?
El factor Pilgrim es una película que, digámoslo todo, tiene su
gracia. La idea de partida del filme nos habla de un fraude a gran escala en torno a los
Beatles. Amodeo y Rodríguez, que son también los guionistas de su
película, se tienen por autores ocurrentes y pergeñan una tesis en la que el verdadero
autor de las canciones del grupo británico de los sesenta, no es sino un músico escocés
desconocido. La idea es curiosa, desde luego. Pero para un largometraje, la cosa no da.
Pero ellos, erre que erre, empeñados en sacarlo adelante. Con la firme convicción de ser
los nuevos cracks del cine español, la pareja se lía la manta al cuello y consiguen que,
en algún momento de flaqueza de vaya usted a saber qué miembro de la organización, se
les invite a San Sebastián. Y los chicos encantados. Han llegado hasta el Festival de San
Sebastián. ¿Quién lo iba a decir? Por si esto no fuera poco, su pequeñez
cinematográfica se une a su insolencia verbal y todos nosotros les tenemos que reír las
gracias. Un respeto, por favor. Están pisando la alfombra de San Sebastián.
El otro cine
Por suerte, no sólo de
insolventes está el cine en español poblado. A veces, las perlas despuntan y podemos
visionar grandes obras. Es el caso de Salvador
García y su segundo y último filme: El otro barrio. Les confieso que este
crítico se siente contento de, por fin, ver algo de calidad en la Sección Oficial del
Festival y, si de paso, esta calidad nos la ofrece un director español, la alegría es
doble.
Porque, repitámoslo cuantas veces sea necesario, El otro barrio,
es una gran película. Salvador García estrenó el pasado día 25 su filme sin
ninguno más haciéndole sombra, ya que la francesa Paria de Nicolas Koltz
no pudo ser proyectada porque, al parecer, las altas instancias de la cinematografía
francesa boicotearon la película y la copia no pudo llegar a tiempo. Las excusas,
absolutamente demenciales y paranoicas, no acabaron de convencer a nadie y, a estas
alturas, alguna que otra cabeza debe haber rodado. Sólo les faltó llamar a Mulder
y Scully para que investigasen el sucedido.


[Salvador García
Foto: Eva M. Contreras]

A lo que íbamos. El otro barrio nos ha dado la oportunidad de
ver gran cine en San Sebastián. Es una lástima que el largo sea demasiado largo, algo
pesaroso y con algunos flecos no demasiado bien rematados. De no ser por esto, estaríamos
ante una gran obra de arte. No obstante, el ejercicio estilístico de García es
notable, arriesgado y digno de alabanza. Muy meritorio, sin duda.
Basado en una obra de la empalagosa Elvira Lindo, la película
narra la historia de un muchacho en el populoso barrio madrileño de Vallecas, el cual,
accidentalmente y de forma ridícula, mata a un amigo con una lata de berberechos. Las
cosas se le ponen difíciles y, cuando el asunto se complica, un abogado, oriundo del
mismo barrio pero emigrado hace años a Barcelona, decide hacerse cargo de la defensa
aunque esto conlleve el regreso al lugar que abandonó y, sobre todo, a los recuerdos y
vivencias que creyó haber dejado atrás. Una historia concebida para ser cercana,
emocionante y dramática. Y lo consigue con creces.
En la propia Sección Oficial, tuvimos hace unos días la oportunidad de
ver otro filme hecho es español. Se trata de la coproducción hispano-mexicana Sin
dejar huella de María Novaro. Previsible hasta la saciedad, la cinta de la
directora mexicana es una road-movie de las de toda la vida. En este caso, dos
mujeres, encarnadas por Aitana Sánchez-Gijón y Tiaré Scanda, se echan a
la carretera en menos de lo que se tarda en decir adiós, y ya está. Fin de la película.
Sin han visto el Thelma y Louise de Ridley Scott pueden ahorrarse el Sin
dejar huella de María Novaro. No les va a aportar nada nuevo.
Hecho aquí, oiga
El encabezado de la crónica de
hoy no es en vano, ya que una de las secciones paralelas más interesantes con las que el
Festival nos deleita este año, es la denominada Made in spanish, título con el
cual queda todo dicho. Los críticos que acudimos al Festival apenas dedicamos espacio en
nuestros medios a los ciclos menores. La falta de tiempo para ver estas películas, unido
a la carencia de espacio que en las redacciones existe para lo no tan importante, hace que
interesantes trabajos pasen casi desapercibidos.
Por eso, no quería yo dejar de reseñar este interesantísimo ciclo y,
en la confianza de que esta pequeña insubordinación no me cueste cara, les hablaré
sobre dos películas que, sin destacar por nada en concreto sobre las demás, a mí me han
interesado especialmente.
La primera de ellas es Marta y alrededores o cómo hacer una
película sin presupuesto y salir dignamente del envite. Nacho Pérez y Jesús Ruiz
rodaron hace un par de años esta película con mucha voluntad y lo que llevaban en los
bolsillos. El resultado es una especie de Friends a la española en la que un grupo
de treinteañeros se da cuenta de lo que es la vida. Vistosa.


[Marta y alrededores]

La segunda de las películas de las que les quería hablar, es la
impactante Los sin nombre del turbio Jaume Balagueró. El director catalán
es uno de los pocos, por no decir el único, autores que se dedican a hacer cine de terror
sin que el intento se les quede en esperpento. Este crítico le viene siguiendo la pista
desde que Balagueró rodó los ya míticos cortometrajes Alicia y Días
sin luz. En Los sin nombre, no hace sino seguir la línea que tan bien sabe
desarrollar: el terror ambiental que le deja a uno el cuerpo hecho una piltrafa. Más de
una hora y media de película en la que el espectador lo pasa mal de veras. Gózenla.
1 de octubre de 2000
De Niro, Ripstein, Maura y
final
El norteamericano
Robert de Niro recibió, el pasado sábado, el "Premio Donostia" a toda su
carrera y el actor, que parecía que pasaba por allí y entró en la solemne gala de
entrega a dar un vistazo, no perdió la oportunidad, con su actitud hermética y, en
ocasiones, algo soberbia, de ofender a toda la ciudad. Porque este premio, que tantos
grandes del cine atesoran en sus vitrinas, lo instituye la ciudad que lleva su nombre y,
por lo tanto, quien lo recibe debe honrar su posesión. De Niro, llegó,
decepcionó y se largó de vuelta a Nueva York. En su escala de valores, probablemente ya
estaba haciendo demasiado con otorgarnos su presencia. Fue escueto en su rueda de prensa,
desesperadamente breve en la sesión para los fotógrafos, con el consiguiente enfado de
muchos de ellos, y lacónico hasta la saciedad en su discurso de agradecimiento ante un
Palacio Kursaal repleto de seguidores dispuestos a dárselo todo a poco que él se
esforzase. Pero su discurso no duró más de diez segundos y se limitó a un escueto
"muchas gracias por todo". Bastante, ya digo, decepcionante. Sobre todo y
teniendo en cuenta que de Niro tiene un especial lazo con la ciudad porque, y esto
ya es crónica rosa, el actor mantiene excelentes relaciones con el pintor y director de
cine Julian Schnabel, cuya mujer, Olatz, es de cuna donostiarra y mantiene
casa y vínculo en San Sebastián. De hecho, después de recibir el "Premio
Donostia" se dice que el actor neoyorquino cenó con los Schnabel en la casa
de la pareja. Quién sabe.
Respecto a lo demás, el palmarés está servido. Ganó el mexicano Arturo
Ripstein, vaya por Dios. Este crítico que ha escrito para ustedes desde San
Sebastián, decidió hace unos días que el filme presentado por Ripstein no tenía
la más mínima posibilidad de obtener galardón en el Festival porque, además de ser una
película muy menor dentro de la filmografía del mexicano, el modo y forma de lo en ella
tratado estaban trillados hasta la saciedad. Esto, unido al hecho de que Ripstein
ya había ganado en una edición anterior, me llevó a creer, erróneamente claro, que se
encontraba prácticamente descartado. Ni siquiera me tomé la molestia de reseñarla para
ustedes, ya ven. Ahora ha ganado la preciadísima Concha de Oro, máximo galardón del
Festival, y como rectificar es de sabios y yo pretendo serlo mucho antes ustedes, habrá
que reconocer que Ripstein se lo merecía.
Aunque no demasiado, la verdad. El jurado, presidido por Stephen
Frears, ha sido excesivamente conservador y ha otorgado unos premios poco arriesgados.
Sin ir más lejos, dejar fuera del palmarés a la gran película El otro barrio del
español Salvador García, me parece todo un despropósito. Visto lo que se ha
visto, este filme se merecía mucho más, incluso, el máximo galardón. Una verdadera
lástima.
La perdición de los hombres, título del filme ganador de Ripstein,
es una peliculita realizada en clave de humor absurdo que sirve para pasar un rato pero
poco más. El título está tomado de una canción que es posible que ustedes conozcan y
que dice algo así como "la perdición de los hombres son las malditas mujeres".
El resto, se lo pueden ir imaginando. Quizás esta película hace unos años hubiera sido
magnífica, pero hay autores, como el Ripstein presentado en San Sebastián, que
pretenden hacer de los tópicos su bandera, y ruedan metros de filme sin la menor
perspectiva de la historia. Un poco triste, sin duda. Y escasamente enriquecedor.


[Carmen Maura al frente del reparto de La comunidad]

Para finalizar, un premio muy justificado. Carmen Maura se hizo
con la Concha de Plata a la mejor actriz porque, sencillamente, no hubo ninguna otra capaz
de hacer sombra a su poderío interpretativo. Solidísima y muy capaz, Maura es de
las actrices que se dejan dirigir. Alex de la Iglesia, que de esto sabe un rato
largo, supo sacar el jugo necesario a la actriz y ahí está el resultado. También hay
que decir, porque todo hay que decirlo, que ningún jurado en su sano juicio se hubiera
marchado de San Sebastián sin darle un premio a La comunidad de de la Iglesia.
No ya porque el filme se lo merece, sino porque el director bilbaíno es santo de
devoción unánime de crítica y público en este país. Y eso, queramos o no, tiene su
peso.
Y, bien, se acabó lo que se daba. La 48º Edición del Festival
Internacional de Cine de San Sebastián es historia. Bastante mediocre en líneas
generales, ha conseguido salvar la edición, pero sin nota. Van tirando, que no es poco.
Les veo a todos ustedes el año que viene. Que la fuerza les acompañe.
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