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Autogiro

Poemas

por Jorge Luis Morales

EN CÓMO LOS CONTORNOS

Las jardineras son posesiones de una luz sin cita,
embajadas que amis tuvieron su verdor de espacio.
Las miramos. En su cuerpo retirado ya pernoctan
las telas quebradizas olvidadas en la víspera.

Si tan lejana surge -como de la baldosa
de los vestuarios es húmeda su sombra-
no retiremos esa inclinación a lo largo,
pues acude a ser lo que otrora fue tardío pago.

La soledad de las arras imposibles;
el desencuentro en los bosques fragmentados
con un humo de altura que en las venas nos sofoca:
dirigibles que admiramos con cordura.

Digamos sin embargo lo que afuera nos extingue;
siempre acecha la cautela con su roce primerizo
e, inmediata al mar, la soga de los pasos
que declara exangüe su pesadez de algas.
Exigencia de lugar y, a la vez, clausura
del lugar fundado; transparencia convertible-
luego, en alas somos todos su naufragio-
en puerto inaccesible, en episodio o en derrota.

En los arenales marcamos postes con premura,
aguaceros sucediendo en las rampas del sigilo.

 

 

CACERÍA

Bosques, bosques, para la velocidad del viento,
su medida, como asidero de las cosas, su medida,
catafalco explorado, bloques anudados de corinto
y, su contorno, como percances de la niebla.

Diques, en que el tiempo más remoto es ya su cercanía,
y en esquiva balsa, toca el lecho y aun lo expone,
a la vez que augura undosa su distancia.

Rocas,
igual que asistentes a un preludio, encaramadas
a un fuego adentro con su bruma de luciérnagas.

Aconsejadas, van los pómulos recibiendo el aire;
por entre las manos cogidas, crestas hunden su fiereza.

 

 

DECISIÓN DE LA LUZ QUE INSISTE

Qué luz, como aparato accesible, abarcable por los
          [bordes de la cara.
Es posible girar, pues la luz parece dar vueltas hacia
          [un nexo de luz,
arco peraltado,
y no moverse es el más raudo movimiento hacia la luz
que ensombra lo que se mueve, pues no pudo estar en ello,
en la luz que fue y es ya más luz.

Así las ropas van caldeando el lumínico destello,
tal si en ellas lo inmutable fuera factor de su brillo,
la noche de sus mangas recogidas
como ángeles postrados.

 

 

SACUDIDA A MÁS LUZ

-V.A.-

Cuando la tierra fue tenida con su labio acuciante
pasamos, sin rumbo, a carpas abatidas
que sostenía un mestizaje de aleros suplantados.

La corcova de su rastro como ruina precisa
permitía ver en ellas, ser lo ido, y lo externo;
fortaleza expresada por entre vanos vulnerables
donde relucía breve la lisonja del presente.

Nos probamos anillos minúsculos, y en la bandeja,
su recinto, al desprendernos de ellos,
con los dedos abandonados y la miel sustraída,
vimos cómo se reflejaba la inicial de nuestros nombres
y, lentamente, y por turno, besamos el paño.

Aquella música aún suele ser abrazo
que agolpa, a un tiempo, las palabras referidas bajo ella
y lo no dicho, el ser en júbilo
con su palpar silente como riba divisable.

Qué dedicación al aire al sentirnos transportados;
salimos, y junto al motor, como piernas débiles,
vibraba nuestra voz aquilatada de preguntas.

En la cabina, agrupados, relatamos la umbría de lo ajeno,
pues afuera lo que se mueve y resta,
lo aplacado y, a la vez en ciernes,
se agitaba como una sierra que hiciera ulular su hoja,
abandonada por entre augures mecanismos.

Posesión tendida que vaciábamos lenta como un secreto,
un remedio de aldaba que abatiese por su son acumulado
y no por su llamar preciso;
posesión como un cofre, como un nuevo mandato,
al que acudíamos relictos y ávidos y nuevamente instantes.

 

 

ALIANZA DE LAS COSAS

Asoman por los párpados el troquel de las nubes,
lenemente avisados.
Como una antigua grupa
en que se funde rango y piel,
excelentes los labios de la cal sin rumbo.

Idéntica a una mecha, cansada de arder,
pilotada de nuevo al despojo de oxígeno.
Aros en silencio hacia un cuello tarde.

Sin espinas, tal la curva en el vehículo
en que los cuerpos brevemente se agolpan,
van sacudiendo su mantel de frío,
suturando la coda de citas egregias.

Vuelven a verse, por entonces entregados,
báscula de los gestos que reposando adoptan
una manera anterior:
auxiliares cabañas que la tarde levanta
de arrogantes cañas diferidas en el pulso.

No son los gestos sino palos que lentamente se frotan;
de humedad, algaradas en una noche concreta.
Su quietud es aviso y hermosa, como una rodilla con sangre,
donde a la carne asoman los bordes de un mensaje pulido.

Hacen de esa pose un maxilar perpetuo,
un jugo escindido en las ropas, que eleva sus nucas.
Hacen de esa pose una cueva en que echarse,
extrema como una lente, percutida, y apenas vibrante.

 

 

URBANIZACIÓN

Posiblemente motivada esa lisura de los pasos
sobre la gravilla, liquen talado muy cerca de las pistas.
Y es la penumbra, el altiplano,
donde ubica con sus faros su condena:
el camino se espacia y nuestros cuerpos son
un escanciado breve que perfila el extravío.

Hay extrañeza en ese paso
arrumbado del vehículo, más estrecho ahora;
y mirarse, o mirar al cristal, desconocidos,
desiguales como fugitivos que advirtieran serlo.

Mitiga nuestro rostro el sobresalto de los porches
y el farol con que ostentan su callado resplandor,
ajenos a esta pugna de rumores tras los setos
discrepantes de olor, con su corazón nuevamente podado.

Pesa más por tanto lo indistinto,
el llevarse a ser, nuevos y nocturnos, en el encuentro.
En la paralela, que trenzan otros sobrios portones
nadie es ruta de nada,
y la cal dispensa de su terco labio.

Pedimos ahora, como sables a su funda,
adherir al aire su filoso astro y nuestra entrega.

Son las verjas de las canchas un horadado pañuelo
y, mutuamente, nos damos un aviso
de separación y sombra.




Babab
Última actualización: jueves, 30 de noviembre de 2000

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