Otoño por Basilio
Rodríguez y Beatriz Hernanz
MORIR SOÑANDO
Cuán dulce esta muerte
que con sigilo se acerca,
envuelta en la penumbra de los sueños.
Sólo percibimos el intangible
escalofrío de una caricia.
Sus violáceos labios
sellan la frialdad de la madrugada.
País de sombras,
traidora belleza,
té frío aromado con violetas.
Amargo es el brindis
de la despedida.
La luna nos miró
con su único ojo
redondo y asombrado,
al ver volar mi imaginación
por las curvas de su cuerpo.
El corazón dobla arrebatado.
De nuevo me he vuelto a equivocar.
Tendrá lugar esta noche
el gran encuentro del hombre
con la muerte,
-sediento jardín que anticipa la hermosura-.
Cantarán este amor,
durante miles de años,
allá en la tierra terrible de la sed.
La mentira y la farsa
fueron moneda corriente.
La verdad era dolor:
pagar deudas y sueños malogrados,
apurar la calderilla de la vida.
cuán dulce esta muerte...
(B.R.)
LENTO
Un bosque de cuchillos ciñe un traje de novia.
Es la patria del fuego y la ignominia
que habita en los suburbios calcáreos de la memoria.
Los pájaros siempre son una despedida,
silente y pálida,
como ciertos atardeceres en el mar.
Crece un muro con la lumbre del abandono,
con las palabras del fango,
-tinta de la sangre o de la piedra-.
Las manos viven dentro del espejo,
desatan sin asombros la crueldad del estigma
negro, de mares de furia estéril.
El velo está roto y en silencio.
Los puentes se extienden como tigres
en el ocaso.
Pálidos musgos y pianos enredan un aire antiguo.
En la selva cantan los muslos tristes de una muchacha.
(B.H.)
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