HAY CARACOLES RECORRIENDO MI ROSTRO
Hay caracoles recorriendo mi rostro, mis manos, mi cuerpo.
Devoran lentamente la belleza que hay en mí, para algunos.
Otros dicen que solo me hacen más hermosa.
Aunque no he mordido ninguna manzana, mis dientes están destinados a caerse.
Pues así está escrito con letras sagradas.
Para mí nunca llega la Navidad.
Quizás sea una chica extraña.
Ni caída del cielo ni venida del espacio.
Extraña, sin más.
Mi destino quizás sea ser esa voz atrapada en aquella radio que se oye de fondo, mientras todo se libera.
Pasarme los días sola, entre la multitud.
Viendo a los demás encontrarse, mientras yo siempre estoy buscando.
Buscando ese color rojo que me convertirá al fin en lo que siempre quise ser.
¿Será verdad que hay ángeles que arden en el infierno?
¿Será el mar la tumba más poética?
A veces tengo una visión que me atormenta.
Y me veo a mí, confesando que acabo de matar a una mujer.
Diciendo que la vida acaba de empezar, pero que yo lo acabo de echar todo a perder.
Quizás sí haya un demonio aguardando para mí.
Quizás ha llegado el momento de marcharse y enfrentar la verdad.
Una verdad que nada tiene que ver con la muerte.
¿Alguna vez fueron verdad todas las cosas que ella dijo?
¿Y si lo fueron, qué me queda?
Quizás nunca hubo calidez en el azul.
Quizás solo pueda deambular por este paraje frío, sin despertar nada que siga su camino más allá de mi muerte.
Ni cielo, ni río, ni fuente de vida.
Ni rastro de esa mezcla de paz y de fuego.
¿Y si nunca llegamos a casa? ¿Y si nunca llegamos?
Hay caracoles recorriendo mi rostro, mis manos, mi cuerpo.
Pero aun así debo amarme.
Aun así debo amarme.
AHORA LAS NOCHES
Antes las noches estaban llenas de vacío,
de vacío y de dolor,
todo negro y oscuro,
porque la vida sangraba
y las palabras caían sobre el papel
como las lágrimas de mis ojos.
Soñaba con espejismos,
perdiendo mi vida,
perdiéndome yo,
esperando que algún día
cayera nieve del cielo
durante los días de verano.
Llorar en el tren
de camino en la facultad
siempre fue
una mala costumbre
Y yo era aquella chica
entre las sombras lúgubres de Barcelona
y los caminos de una ciudad dormitorio,
aquella chica que se creía nacida
por no ser amada.
Aquella chica que no podía amar,
porque los amores eran sueños
y ella, solo un recuerdo.
Pero se equivocaba.
No puede ser un recuerdo
alguien que todavía vive,
que todavía siente,
que todavía quiere,
porque quise cuando ya no creía,
quise cuando los grises
se habían tragado toda mi vida.
Pero el gris ya no era negro.
Y de repente,
por primera vez,
descubrí el color.
Su nombre tiene tres letras
y los libros son su segunda casa,
cuando ríe llena los lugares de luz
y su voz puede hacer la calma de una tormenta.
Me recuerda al fuego y al océano al mismo tiempo,
pero es capaz de hacerme sentir como en el cielo.
Sus besos tienen el poder
de llevar la paz
a lugares que llevaban
años en guerra.
¿Qué podría decirle yo
cuando me mira con aquellos ojos
de miel y selva?
Solo puedo decir la verdad:
“Es tan grande el amor que tengo
que me falta corazón para quererte”.
Ahora las noches están llenas de palabras,
de echar de menos,
de conversaciones y ternuras
de colores azules, rojos y blancos,
porque la vida ya duele
y ahora hay luz sobre la oscuridad.

Texto © Núria Fernández Bermejo
Fotografía © Jossuha Théophile Unsplash.com
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