Tal vez te has preguntado en alguna ocasión por qué unos libros se publican y otros no. Dicho de otro modo, cuál es el criterio de las editoriales para ofrecer al interés del mercado un autor y no otro. Incluso es posible que hayas tenido el empeño o la curiosidad de leer obras que han sido galardonadas con un premio de campanillas. Y también es posible que, salvo honrosas excepciones, a menudo has llegado a la misma conclusión: literatura intrascendente que, si no fuera por la promoción que le acompaña, pasaría con más pena que gloria por las estanterías de las librerías. O sea, un guiso muy bien cocinado y emplatado, pero sin sustancia.
No descubro nada aseverando que la edición es un mercado más de oferta y demanda, un mercado que se rige por la consigna capitalista del beneficio, reservando mínimas concesiones al valor del hecho cultural. Incluso las editoriales “vocacionales”, si las hay, tarde o temprano han de ceder su continuidad a la ausencia de números rojos. Dando esto por sentado, uno siempre quisiera creer que el negocio editorial en algo eludiera el marketing de los productos de gran consumo.
Es sabido que los grandes grupos de comunicación y las editoriales más renombradas suelen ser primos hermanos, con lo que ostentan el oligopolio no sólo en la edición, sino también y, especialmente, en la promoción y prescripción. El Grupo Atresmedia tiene como socio de cabecera a Planeta DeAgostini con todas sus marcas -compró Tusquets y Seix Barral-, y con Antena 3, la Sexta, Neox, Nova, Mega, Onda Cero, Europa FM, Melodía FM, etc. El grupo Berterlsmann es propietario de Penguin Random House y de la editorial de revistas G+J y compró en 2014 las editoriales de Aguilar, Alfaguara, Taurus y Santillana, antes en 2001 Lumen. El grupo Hachette, francés, también con un buen número de revistas en su portafolio, controla Anaya y Alianza. Y la mítica Anagrama quedó en poder del grupo italiano Feltrinelli en 2010. En fin, no pretendía hacer un análisis del panorama editorial, tan itinerantes sus hojas como las del un árbol caduco. Sí cabe señalar que la mayoría de las editoriales emblemáticas/históricas patrias han sucumbido a la voracidad de los grandes grupos editoriales y/o de comunicación, y que han surgido pequeñas firmas en distintos puntos del país que, salvo excepciones, sobreviven a duras penas a una competencia claramente desigual, estrujadas como naranjas para zumo en reducidos nichos de mercado.
Por tanto, y sin necesidad de pensar mal y acertar, como viene a asegurar el dicho, es de cajón afirmar que el control de la difusión cultural, en materia libresca al menos, está esencialmente bajo la tutela y advocación de estos grandes grupos. Si claro, con las connotaciones ideológicas que se le quieran buscar. ¿Qué otros libros iban a figurar sino en la panoplia de sus omnipresentes medios de comunicación que los patrocinados por la razón social hermana, que tantas veces cede el micrófono a sus autores, sean éstos famosos de la prensa del corazón, políticos o periodistas de la casa? Es la notoriedad del autor lo que cuenta, a tono con los cotilleos y confidencias que puedan acompañarle. Así es que la Cultura con mayúsculas está sometida al liberalismo del mercado, o sea, a los criterios oportunistas, ideológicos y estéticos, a más de los económicos, de estos conglomerados mediático/empresariales, que confiesan sentirse hechizados, en sus apoyos y representaciones, por la calidad de sus insignes autores. Y, entre nosotros, no porque escriban mejor, sean más originales, incisivos, críticos o más renovadores en sus narrativas, sino porque su ficha les promete beneficios.
Una vez iniciada la apuesta por alguno de ellos, dado que el esfuerzo publicitario que los sustenta ha ido en aumento, conviene mantenerlos a la cabeza en las listas de ventas, para así sacar más partido a la inversión. Son los autores que aparecen hasta en la sopa, opinando de lo divino y de lo humano, en todos los espacios posibles que el grupo empresarial les puede facilitar en sus medios: televisión, radio, prensa, revistas, webs corporativas, etc. Si nos fijamos, siempre son los mismos afortunados, porque esa es la forma de hacerlos más notorios a bajo coste, de rentabilizarlos con los propios recursos, de hacerlos crecer como “marca” en la mente del lector, a semejanza de un producto de consumo cualquiera. Nunca será un problema que el texto impreso haya sido escrito de encargo por un negro, que no tenga otra esencia medular que el chismorreo, o casi peor, que el excelso escritor haya pasado en la calidad de su obra de corcel a penco, porque la presencia mediática ya está garantizando de inicio la fraudulenta apuesta.
Si lo anterior es relativamente asimilable, es más difícil de comprender y admitir la colaboración de los medios públicos, como Televisión Española (1 y 2) y Radio 3 (es posible que las demás emisoras públicas en sus espacios locales hagan lo mismo, pero no lo tengo estadísticamente comprobado) que entran igualmente en esta impostura de favorecer la promoción auspiciada por los grandes grupos editoriales. La cosa tiene una explicación inmediata y sencilla. Estas corporaciones tienen equipos de profesionales dedicados únicamente a este negociado. Su misión es justamente esa: presionar a diario con las novedades publicadas, con la ayuda de dossiers de prensa que, naturalmente, facilitan y hacen más cómodo el trabajo a los redactores y conductores de los programas. Mantienen, por tanto, una productiva relación de amistad y cercanía a través de los medios de ofimática al uso que, lógicamente, da sus frutos. Algo que para una editorial pequeña, con menos autores/títulos en cartera y menos currantes, es más difícil de instrumentar.
Algo parecido sucede con los agentes literarios, que aprovechan su prestigio y criterio selectivo, su apuesta en definitiva por una obra o autor, para servir en bandeja de plata a sus representados en editoriales y medios. El resultado es que, siendo más de 8.000 los nuevos libros que nacen al año en España, las mayores posibilidades ( yo diría las únicas, salvo excepciones) de salir a la luz pública pertenecen a las editoriales y agentes que anidan en el costurero mediático. Con ello se produce una auténtica malversación del hecho cultural, poniéndose en tela de juicio la igualdad de oportunidades en el talento de los autores, y el sometimiento cierto a los criterios de edición de determinados grupos empresariales que, lógicamente, ponen supremo acento en sus beneficios e intereses ideológicos. Más grave aún, como afirmaba, cuando es a costa de un medio de comunicación público que, por definición, debería garantizar absolutamente las mismas posibilidades de acceso a todos los autores, y también a todas las editoriales, sean grandes o pequeñas. Siempre con la guía de respetar algo que se aproxime más a la calidad del hecho creativo que a los meros intereses de las editoriales.
Por experiencia, y conocedor de que ninguna de las editoriales que se dedican a la autoedición, actúen o no bajo el paraguas de una grande – tratando así de crear falsas ilusiones en el cándido debutante- hacen ni poco ni mucho por la promoción de las obras que editan, intenté buscarme la vida por mi mismo. Era ya con mi tercer libro: “Los juegos de la mentira”- Viaje al horizonte turbulento de las relaciones humanas-, que terminé en los coletazos de la pandemia, cuando las opciones de darlo a conocer estaban muy limitadas. Así que se me ocurrió probar suerte para una intervención en el espacio matinal de Onda Cero Radio (Atresmedia-Grupo Planeta) que capitanea Carlos Alsina, pues en más de una ocasión había escuchado entrevistas con otros autores (en otra ocasión lo intenté con RNE en Alicante y no recibí la más mínima respuesta). Envié un e.mail a la redacción, a la atención personal del susodicho, argumentando el supuesto interés de mi libro y mi condición de profesional del medio Radio en un momento de mi trayectoria laboral que, por cierto y a la ocasión, se refleja en algunas páginas del libro, pensando que esto ablandaría el corazón de los responsables del espacio y visto que practican con harta frecuencia el amiguismo o corporativismo, como se quiera llamar.
Pues bien, no había pasado más de una semana cuando recibo un e.mail de Letramé Grupo Editorial de autoedición ofreciéndome una entrevista de 5 minutos a incluir en un podcast sobre literatura del equipo de Onda Cero, aunque no en el programa. Contactarían conmigo para realizar una entrevista de forma telefónica, eso sí, dándome todo tipo de facilidades: “no importa dónde estés, ni la hora…”. Todo ello al módico precio de 110 €. ¿Casualidad? ¿Desvergüenza? ¿Dónde queda la ley de protección de datos? Lo dejo a la consideración del lector. Sin embargo, del probo programa de Onda Cero y del Sr. Carlos Alsina no recibí ninguna contestación a mi amable y educada petición. ¡ Qué lejos está la praxis de las empresas y de los profesionales del momento de lo que se presume y publicita ! ¡Cuanta diferencia hay entre predicar y dar trigo! Conservo los e.mails para comprobación de los interesados.
Es igualmente paradójico que siendo España un país con los más bajos niveles de lectura dentro de la Unión Europea, sea sin embargo uno de los que más premios literarios registra, si no el que más. Este es un instrumento idóneo para conseguir y justificar espacios de atención mediática gratuitos, tanto en los medios de comunicación públicos como en los privados, así como de reclamar la atención de un público susceptible a las vitolas tipo: “primer premio de… “, “quinta edición”, “más de tropecientos mil ejemplares vendidos”, etc. que adornan la cubierta de los libros galardonados; normalmente poco conocedor el respetable del arsenal de intereses que se oculta tras su concesión. Chanchullo en el que participan, tanto las editoriales y entidades que los organizan o están detrás como quien los difunde a sabiendas de su falta de limpieza. Como los honorables miembros de los jurados que, en la mayoría de los casos, actúan como comparsas de las sumarias decisiones. En su descargo cabe comprender que forman parte a menudo del catálogo de las editoriales convocantes y, claro, no conviene defraudar a los jefes.
Capítulo independiente, a tratar con detalle en otro momento, merece el negocio de las editoriales de “autoedición”, en boga en los últimos años. Son, en el fondo, falsas editoriales, si nos atenemos al concepto clásico de “editorial”, nacidas con el único empeño de hacer caja, no de revelar y promover vocaciones. Son figuras legales enmascaradas en el registro societario de la expresión escrita que se están aprovechando de los ensueños e ilusiones de jóvenes y maduros escritores, maletillas ilusionados con la poética y la magia de las palabras, con mayores o menores talentos en el arte de la fabulación, pero seguro que, todos, con el lícito empeño de comunicarse y ver su obra publicada. De ese anhelo se valen.
Texto © Pedro Díaz Cepero
Fotografía © Foto de Javier Quiroga en Unsplash
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