Literatura Poesía

Gaviotas en la cabeza para quienes quieren recuperar sus alas amputadas

Gaviotas en la cabeza

por MARIAM MEDINA SÁNCHEZ

“La enfermedad mental es la peor cárcel que existe. Es una cárcel que encierra hacia dentro, que atrapa a una persona y no la suelta jamás, y le arrebata todo lo que tiene, y la hace odiosa para su familia, para las personas que la quieren”
ALMUDENA GRANDES, La Hija de Frankenstein

Y es cierto, a lo locos les es arrebató todo en la vida: “a los locos no los quiere nadie están desamparados se les torció la vida”. Los animales se humanizan y los locos se animalizan como podemos ver en estos versos: “los locos se quitan la ropa y se quedan desnudos, corren por la habitación y se rascan la cabeza y se tocan, y se ríen y se sientan en una esquina donde lloran hacia adelante y hacia atrás”.

María Jesús Silva publica en su nueva obra, Gaviotas en la cabeza (editorial Los libros del Mississippi, Madrid, 2022), un mundo en decadencia: el mundo de los locos. Y los llama así, sin eufemismos ni dilaciones, simplemente son locos todos aquellos que permanecen encerrados entre las cuatro paredes del manicomio, independientemente de la enfermedad mental que tengan, todos son un subconjunto -el de los locos- dentro de un conjunto -la sociedad-. Una sociedad que los deja de lado, abandonado a su propia suerte y consumiéndose día a día, semana tras semana, año tras año hasta que llega su hora o ellos mismos deciden acabar con su miserable existencia -porque no nos engañemos, la autora nos muestra un mundo miserable, un mundo en descomposición, un mundo en el que los locos sobreviven convirtiéndose en animales -tenemos un gran zoológico dentro de la obra. Aún así, es una visión realista, cruda, pero muy real, la enfermedad induce al abandono de las familias y amigos, y el dolor de los enfermos ante tales situaciones se hace insoportable, ese desamparo llega a los conocidos o no conocidos, puesto que el enfermo mental es apartado de un mundo en el que no tiene cabida y del que no puede escapar.

El y poético nos muestra un mundo en decadencia, el mundo de los sanatorios mentales o manicomios desde dentro, en el que los enfermos se encuentran hacinados en muchos casos y expuestos a los experimentos más atroces.

Por un lado, nos enontramos mundo en el que los únicos espacios que existen son los del propio manicomio y los de la mente, que se evade constantemente de la vida que les ha tocado vivir. Por otro lado, el tiempo es un tiempo irreal, un tiempo que a la vez se consume y se paraliza, no hay tiempo en sí, porque entre esas cuatro paredes, en esos patios o jardines, lo único que cuenta es la espera hacia la propia muerte. Todo ha desaparecido: ellos mismos, sus amigos, sus familiares, sus trabajos, su salud… todo se ha deformado hasta los límites más insospechados, incluso, para sobrevivir muchos se animalizan como se puede observar a lo largo de la obra, porque la realidad es desoladora y cualquier ápice de esperanza se tambalea una y otra vez en ese submundo que es el manicomio, del que pocos saldrán y los que salgan lo harán con los pies por delante- como bien dice la autora al comienzo de la obra nos encontramos en el pabellón 54-.

Supone la culminación para esta autora, María Jesús Silva, sobre uno de los temas fundamentales en la literatura desde la antigüedad: la locura. Una locura vista desde el anonimato; primero estilísticamente, ya que estos locos no se merecen ni siquiera el uso de mayúsculas ni de signos de puntuación, porque sus mentes, no tendrán descanso hasta el día de sus muertes; en segundo lugar temáticamente, la locura ha sido vista como una vergüenza que se debía ocultar, por eso los desterraban a aquellos lugares terroríficos, los manicomios, en los que eran tratados más como animales –de ahí, sus comparaciones- que como personas, y no solo eso, sino que fueron olvidados por todos aquellos que los quisieron a lo largo de sus vidas, porque no fuera que la locura fuera contagiosa. Hoy sabemos que la locura no se contagia, pero la soledad y la pena sí.

Por eso, el tiempo se para, porque sus vidas se han parado y han sido desterrados de su familia, de su lugar de origen y de la sociedad en sí, para ser trasladados a un lugar en el que muchos entran, pero pocos salen: es posiblemente un infierno en vida, es posiblemente la duda entre la realidad y la ficción, bien retratada por la autora, de una forma escalofriante si pensamos que cualquiera de nosotros –como anónimos que somos- pudiéramos estar en algún momento en esa situación.

Desde la portada misma, hecha por la ilustradora Naza del Rosal, podemos observar ese triángulo invertido de gaviotas con miradas ausentes y nunca coincidentes, miran como los locos: al vacío -símbolo del vacío existencial que sienten-, el camino que sigue cada mirada puede ser el mismo que cada enfermo tiene para sobrevivir en aquel pabellón. Las tres gaviotas son presentadas con los mismos colores -como los pijamas de los hospitales, una especie de uniforme para aquellos batallones de combate formados por los propios locos-. Las gaviotas giran arropadas por una especie de cintas o lazos verdes -color de la esperanza- que arrastran su propia libertad e impiden un vuelo elegido por ellas mismas, como los enfermos se verán arrrastrados a los designios de los psiquiatras, de los médicos o del personal que se encarga de ellos: en ese pabellón en el que muchos entran, pero muy pocos salen.

Al igual que en el Pabellón en reposo de Camilo José Cela los enfermos serán denominados por el número de habitación, ya no tienen nombres propios y han perdido su propia identidad, como la autora dice: “a los locos no se les reconoce por un nombre son un número dentro de otro número”: en este caso el pabellón 54 encierra una serie de habitaciones numeradas de personajes anónimos que serán descritos por sus patologías o por los sufrimientos que los acongojan.

Estructuralmente la obra consta de un prólogo -de Ángela Serna- junto a 53 poemas, lo que sumados hacen: 54, el pabellón 54 al que la autora dedica la obra: “en memoria de aquellos que no regresaron del pabellón 54”. El primero de los poemas -en este caso más cerca de lo prosaico que de lo lírico- explica al lector la situación de los enfermos que después irá desgranando en los poemas restantes los cuales seguirán dos trayectorias distintas: la primera, el verso libre y la segunda, la prosa poéticas, una prosa rápida, llena de punto y seguidos como si de una cuerda se tratara, una cuerda que atrapa a los personajes de la obra.

Junto a la estructura, debemos destacar que no encontramos mayúsculas -ni siquiera al comienzo de las oraciones- excepto en el topónimo Guernica que en este caso hace referencia a la obra de arte pintada por Picasso –ese mundo desordenado de los locos que podríamos reinterpretar; otra de las ocasiones que encontramos mayúscula es en el momento en el que el personaje grita “MAMÁ YA SE LO HE DICHO” ante una petición de auxilio: “me manda mi madre -dice- / para que me mates, los muertos están tristes sin mí”.

Poemas duros, sobrecogedores, pero que reflejan la realidad de los sanatorios mentales y la situación de los enfermos. Una voz -que para el enfermo es real- y una condena para aquellos que las oyen.

El mundo se deforma, pierde realidad, las paredes se vuelven de goma y la pluma de la autora no tiembla a la hora de mostrar un mundo tremendo en el que los locos vagan por los pasillos, se asoman a las ventanas, gritan y se estremecen, se convierten en animales o en cualquier objeto que pudiera hacerlos escapar de aquel lugar abandonado de la mano de dios, de la mano del hombre y de la mano del mundo.

Un mundo duro que pocos conocen y que la autora muestra sin temblarle el pulso en ningún momento: el sufrimiento humano puesto al servicio del lector y de toda la sociedad, eso es Gaviotas en la cabeza, muestra una parte del mundo que no es agradable, pero que existe; y como todas las cosas incómodas que veremos a lo largo de nuestra vida, este libro se hace fundamental en un mundo carcomido por las enfermedades, las guerras, el hambre y las injusticias. La autora nos abre los ojos ante una realidad difícil, encoje el corazón en algunos de los poemas a través de descripciones sobrecogedoras y este libro hoy se hace más necesario que nunca, ya que desde que la pandemia comenzase el porcentaje de enfermedades mentales ha ido in crescendo de forma exponencial y todos los gobiernos del mundo luchan por dar soporte a enfermedades que no se ven, pero que seguramente son más difíciles y dolorosas que las que se pueden ver a simple vista y, que en muchos casos, acaban con la vida de personas cada vez más jóvenes que más sensibles que otros a los padecimientos ajenos, por eso es tan necesario este libro, porque mueve conciencias y muestra realidades que durante mucho tiempo se quisieron ocultar para mostrar un mundo feliz en el que los locos -nombre genérico que se ha dado para cualquier sufrimiento mental- no tienen lugar ni razón de ser, ¿por qué? Busquemos la respuesta nosotros mismos y hagamos de este mundo un lugar mejor donde tenga cabida cualquier sufrimiento y cualquier ser humano, sin excepción.

La autora muestra la realidad sin sutilezas, sin eufemismo que desvíen al lector del mundo en el que viven ellos -y quien sabe sin en algún momento de nuestras vidas, nosotros mismos-.
Versos en algunos casos espeluznantes, en los que los locos tienen voz en este poemario:

“si me agarro las manos fuerte siento las estrías que dejaron las astillas en las yemas de los dedos. Si me alcanzo la espalda acaricio la cicatriz de las alas amputadas”. De ahí la importancia de no amputar las alas, porque el demente creará gaviotas en la cabeza para estar en su cabeza: “si me agarro las manos fuerte siento las estrías que dejaron las astillas en las yemas de los dedos. Si me alcanzo la espalda acaricio la cicatriz de las alas amputadas.

Por último, recordemos unas palabras de Torcuato Luca de Tena y sus Renglones torcidos de Dios: una taza es más frágil cuanto de mayor calidad es la porcelana”. ¿Y si fuera cierto? El dolor, la vida, la muerte, la soledad no llega de la misma manera y no tener recursos para afrontar estas situaciones te puede llevar sino a la locura, sí a la desesperación como muestra la autora María Jesús Silva en su libro, una obra necesitaría para mover conciencias.

 

 


Texto © Mariam Medina Sánchez


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