Cine Desasosiegos

Ir al cine en Irán (y la canción de los progres masoquistas)

Antonio Costa Gómez en Irán

Dos mujeres habían cometido no sé qué delito en Irán y estaban huyendo. Las perseguía una comisaria tapadísima con ropa negra como un pajarraco de mal agüero. Ella ponía cara de sensatez y bondad, parecía la mujer razonable, como si lo suyo fuera lo normal. (Hay que ver lo que llega a ser normal en ciertas circunstancias, lo que imponen las normas más rabiosas y absurdas). Pero las dos fugitivas eran dos réprobas. Eran guapas y vivaces, eso ya maldad. Tomaban alcohol y se quitaban el velo, qué horror. Pero encima escuchaban rock and roll, eso ya el colmo de la maldad. Y al final no querían entregarse y se mataban mutuamente después de besarse.

Yo me descojonaba de risa solo en mi asiento, en aquel cine de Teherán. El baile y el rock and roll, el maquillarse y los besos se equiparaban al asesinato y el robo. Todo era el mismo crimen y la gente se refugiaba en la comisaria como un cuervo fanático que niega todo el color de la vida. Y los espectadores salían todos con cara de santos de ese mundo lóbrego donde todo está prohibido.

Yo quería ver Persia, los relieves delicados de Persépolis donde infinidad de súbditos diferentes y elegantes acuden con sus ofrendas, la tumba del poeta místico Hafez que compara el misticismo con el pelo desordenado en la taberna, las arquitecturas como telas musicales en la plaza del Imán en Isfahan, los puentes deliciosos sobre el río en Shiraz. Y me encontré con Irán, los barbudos fanáticos, las mujeres enlatadas en velos, la policía moral por las calles, la hipocresía y la rigidez. Esos tipos sabían lo que hacían al cambiar el nombre sabroso de ese país y llamarlo Irán, el lenguaje es capaz de encerrar el mundo entero y destruir todo el espíritu de un lugar. El lenguaje puede ser feroz y asesino (además de tramposo y ocultador).

Hubo en un tiempo, como cuenta Amin Maalouf en “Samarcanda”, un enfrentamiento mental entre Omar Jayam, con su pasión por el instante, la ligereza libre de vivir, la sensualidad profunda contra las doctrinas, y Hassan Sabah, el Viejo de la Montaña, el que asesina la vida en cualquier parte desde su torre asfixiada, el que impone la doctrina y con ella lo mata todo, y acaba con toda alegría y toda poesía. Y en Irán se impuso el Viejo de la Montaña. Lo curioso es que el gilipollas de William Burroghs, el mismo que mató a su mujer en México jugando como un imbécil a Guillermo Tell, pusiese a Hassan Sabah como un símbolo de oposición al Sistema, como un signo de protesta y liberación. Es el mismo pensamiento que nombra a los talibanes como putos héroes contra el imperialismo, aunque se jodan las mujeres y la cultura y la vida.

Yo viajaba solo por Irán, nunca he querido viajar en grupos ni en programas, y por las tardes casi siempre iba al cine. Porque el cine siempre fue mi pasión y mi liberación contra la normalidad aburrida de la supuesta realidad. A mí me parecía más verdad el cine que la vida, porque en las películas ocurrían cosas y había emociones que se reprimen en la vida diaria, igual que eran más verdad las novelas que la vida en otros tiempos, cuando las mujeres las leían más que los hombres y con ellas escapaban de la realidad represiva y las inquisiciones. Pero el cine también puede ser todo lo contrario, y cuando se convierten los sueños en doctrina y alguien vigila los sueños (como imaginó Ismail Kadaré en una novela) eso es el mayor crimen del mundo.

Adoctrinar los sueños, eso es acabar de raíz con la vida, debería ser ese pecado que según la Biblia no puede perdonarse ni en este mundo ni en el otro.

En Shiraz fui a ver una película que se titulaba Max, y era patética y hacía reír o llorar. Un hombre llamado Max, que admiraba la música americana quería organizar una fiesta con bailes para celebrar no sé qué. Y hablaba con distintas personas pero en todas encontraba dificultades. E incluso emocionaba a algunas mujeres pero no podían expresarse. Era la tragedia bufa de todo lo que hay que reprimir (como en España con Franco).. Una mujer vestida como una monja (allí todas tienen que ser monjas) lo comprendía y deseaba secundarlo. pero todo se quedaba en su mirada, no podía acercarse a él ni menos tocarlo. Y siempre aparecían los predicadores barbudos y cerrados con su no, no, no. Y entonces Max solo hacía algo ridículo y emocionante. La película mostraba los gestos de las personas a intervalos rítmicos. Y como eso técnicamente no era bailar no podía prohibirse. Y era como bailar pero sin bailar. Contra las cerrazones absurdas siempre aparecen escapatorias y humoradas. Al final aparecía todo el mundo haciendo gestos con ritmo, menos los barbudos impasibles como ramas secas.

Claro, eso también quisieron hacerlo los calvinistas en Occidente, para ellos también es todo pecado, el baile, la música, el teatro, qué sé yo. Solo no es pecado acumular dinero y enriquecerse porque eso es señal de que eres un elegido de Dios. Y aún pretenden imponerse ahora en amplios sectores de Occidente y hasta predican en los autobuses. Pero felizmente no les dejamos apoderarse de todo.

En Isfahan fui a ver una película turca, aquello era una especie de apertura en un mundo tan cerrado. Aparecía una mujer con personalidad en Estambul, fascinante, que tomaba sus propias decisiones. Y alucinante: no se tapaba con velo y se veían sus cabellos esparcirse en el viento. Todavía entonces había en Turquía el enfrentamiento entre el laicismo de Mustafa Kemal y la religión fanática de los integristas que dominan ahora. Todavía la mujer que no quiere taparse y quiere que vivir y que la escuchen luchaba contra quien quiere taparla y acallarla. Y tenía algo de glorioso y estimulante ver aquella película en un cine de arte y ensayo en Isfahan.

Lo curioso es que muchos progres creen que es progresista siempre apoyar a las minorías, sean cuales sean, y apoyar a otras culturas, sean cuales sean, antes que defender la libertad y la vida. Cualquier minoría es buena, aunque lo prohíba todo, cualquier otra cultura es buena aunque tape a las mujeres y les corte el clítoris. Entonces ¿por qué no apoyar el nazismo? También es una minoría. Y de hecho también lo apoyaron, cuando los estalinistas pactaron con los nazis en los años treinta. Y durante dos años todos los estalinistas del mundo tuvieron prohibido criticar el nazismo en sus publicaciones.

Y cuando fue la revolución islámica, los comunistas apoyaron a los islamistas, y fueron sus compañeros de viaje, hasta que los islamistas empezaron a eliminarlos. Lo cuenta Marianne Satrapi en su novela gráfica Persépolis. Ella dice que cuando era niña también quería ser profeta, pero eso es una blasfemia, como mujer debería taparse y callarse. Y así los progres iraníes, por oponerse al shah de Persia, se dejaron conducir al matadero por los islamistas fanáticos al estilo de Hassan Sabah. A veces el progresismo tiene mucho de masoquismo. Así como es progresista apoyar a todos los gobernantes del tercer mundo que suelten una buena retórica, aunque aplasten y roben a su propia población. Todo sea por la retórica progresista. Además, a mí qué me importa, yo cuido mi cara de progre ante el espejo, o para salir como un intelectual sesudo en los periódicos, porque los fanatismos los sufren los demás, las mujeres y los seres vivos de otros países. Hace años una vicepresidenta del gobierno español se humilló en Madrid y se anuló tras un velo porque lo exigió un diplomático iraní de visita. Es el colmo del progresismo (o de la gilipollez)

Conocí por internet a una chica iraní y cuando llegué me ayudó a ver cosas y me llevó en su coche a distintos sitios. Al menos en Irán pueden conducir, estudiar, tener trabajos, están mucho peor en Arabia Saudita, aunque nadie lo señale. Fuimos a cenar al restaurante Omar Jayam el chelo kebab delicioso y sonaban canciones con música que ella me traducía y eran de los grandes poetas. Porque detrás del Irán sin color y fanático aún sigue la Persia apasionada y delicada de los poetas y las canciones. Y saldrá algún día.

Pero una tarde quise que fuéramos al cine y nos pasamos horas dando vueltas sin encontrar nada potable. Yo le hablaba de Samira Machmalbaf, de los directores de cine iraníes que premian en Occidente, pero ella no los conocía de nada, allí estaban totalmente ninguneados. Incluso se reía con esos nombres, como se ríe uno que no sabe nada del arte barroco cuando le hablan de “columnas salomónicas”. Y en su coche recorrimos Teherán para ver una película, fuimos por las avenidas elegantes y modernas, por la avenida Vali por donde bajaba el agua del deshielo de las montañas en delicados y sugestivos canales, pero solo encontramos películas de artes marciales, o de Kung Fu o las consabidas y siniestras películas oficiales, El cine ya no era una liberación, era remachar aún más el clavo.

Yo me alojaba en el Hotel Naderi, donde se alojaban en otro tiempo los escritores, y comía en su restaurante. Y recuerdo como coqueteaba una mujer a la que yo miraba con admiración, dejando caer el velo para que se vieran sus cabellos llenos de vida, y mostrando sus ojos fascinantes. Por la avenida Bagh iban las parejas mirando escaparates de ropa sugestiva, y las mujeres se quedaban mirando aquellas muestras de color y de vida. Siempre hemos tenido a Occidente por algo gris y Oriente como síntoma de todas las fantasías y los coloridos, pero ahora estaba ocurriendo al revés. Las mujeres y las personas todas hacían tímidas escapadas con los ojos de sus mundos cerrados, y en una tienda de ropa, qué alucine, incluso encontré vaqueros y una foto de Elvis Presley. Y en un mercadillo de libros la gran novela de García Márquez con el desbordamiento y la lluvia.

En un bar daban café y no té, eso era su gran modernidad. Occidente malvado era su sueño y lo tocaban en se minúsculo detalle. Una pareja se puso a hablar conmigo, tenían interés por mí al ser de otro mundo. Me preguntaban por mí, por mis circunstancias personales, tenían hambre de escuchar sobre otros sitios. Me preguntaron si España era un país musulmán, y les dije que lo fue hace mucho tiempo. La mujer me hacía preguntas a través de su marido. Y como digo, yo representaba otro mundo, una especie de película, aire de otro sitio. También fueron muy amables conmigo un grupo de chicas cuando yo buscaba la iglesia armenia al sur de Isfahan. Se les notaba un ansia de respirar briznas de otro sitio, pequeñas películas fuera de su normalidad. Lo mismo me pasó con otra pareja en el jardín principal de Shiraz. Tenían tantos palacios de estética delicada y sensual, tenían tantas canciones y poemas apasionados. Se desbocaban en las obras de arte y los poemas. Pero no les dejaban hacerlo en sus películas.

En otra película unos amantes que escapan de un matrimonio forzado, el colmo de la maldad y la perversión, se encuentran solos en mitad de la lluvia (horror), recorren las montañas huyendo (condenación) y acaban llegando en su coche perverso al mar Caspio, que les pone delante el agua, la arena sensual, la inmensidad. Pero delante de ellos se pone un montón de policías de la Bondad. Y antes de entregarse se lanzan con su coche hacia el agua y hacia el fin. La película demonizaba eso, pero a mí me pareció de una grandeza trágica. Oh buestes (y ahora el puto Word ignorante no reconoce la palabra “huestes” y me la subraya) del Bien implacable que siempre ganáis, oh Viento Helado de Dios, como dijo Arthur Miller en Las brujas de Salem. Incluso cuando una película condena a alguien, no puede impedir que algo en nosotros lo admire. Como aquel taxista en Madrid que me ponía a parir a una clienta que le indicó mal un sitio pero a través de sus palabras yo veía la personalidad de aquella mujer. El taxista zafio le había dicho: “Que eres una vieja”. Y ella contestó “¿Pero a que estoy todavía muy bien?”

En mi hotel a menudo veía la televisión y encontraba esposas de expresión obediente muy tapadas escuchar las bondades de los electrodomésticos. O telenovelas donde mujeres dóciles se dejaban sermonear continuamente por barbudos tan serios. Yo iba afeitadísimo en Irán, fue mi manera de protestar. Y en la aduana un policía me preguntó con desconfianza antidiabólica qué era mi espuma de afeitar. Pero casi siempre en la televisión aparecían sermones interminables de barbudos sobre imágenes de santuarios. Toda una negación de la vida por todas partes. A pesar de que el islam chiita en principio es más abierto que otras corrientes y permite las imágenes. Y era delicioso contemplar las miniaturas movidas que se exponían en el Palacio de los Ocho Paraísos en Shiraz. Y en los grandes almacenes se podían ver fotografías de mujeres, algunas muy idealizadas sin tapar y con los cabellos en el aire, qué exceso. Y cuando iba todas las tardes en Isfahan a la tetería Qeysarieh en el piso alto, para mirar la Plaza del Imán como un bordado inmenso y sin rigideces, me encontraba siempre con la imagen del Imán Hussein, el perseguido en su tiempo, que propiciaba una religión más emotiva y más abierta.

Cuando regresaba en el avión a París las mujeres iraníes empezaron a quitarse sus velos, a maquillarse, a manifestarse libres y sensuales. A desplegar su vida y sus cabellos. Iban hacia París y occidente y atrás quedaban los predicadores y las doctrinas rígidas. Delante estaban ciertas libertades. Y estaban también ciertos progres que admiraban aquel mundo tiránico porque ni ellos ni sus novias tenían que aguantarlo, porque lo aguantaban los demás. Y quedaba muy progre alabar tiranías que ellos no soportaban. Y que les den a las mujeres, si yo cultivo mi cara de progre y salgo como muy progre en los periódicos. Está muy bien alabar el mundo cerrado y rígido, y pergeñar teorías que lo explican todo, si después puedes ir al bar a tomarte un vaso de vino, o ir al vine a ver otra vez a Fellini con sus gordas jocundas y sus sueños.


Texto © Antonio Costa Gómez, no programado
Fotografía © Unsplash


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