Él perdía porque no estaba programado y porque no usaba solo el indicativo. Y ahora que lo reedita Anagrama alguien en ABC dice que es un cobarde. Eso es violar las palabras. Eso es atropellarlas, hacer que signifiquen cualquier cosa. Manosearlas como lo manosean todo. Ignorar con ignorancia lo que no es el gris dominante. Y no enterarse de nada.
John Fante es mil veces más valiente que quien lo frivoliza en ABC con humo barato en la cabeza. ¿Cobarde porque le pregunta al polvo de los caminos y no a los que fabrican literatura en los gabinetes? ¿Cobarde porque pierde al ser él mismo y nos incita a perder y ser nosotros mismos en lugar un ganador grasiento y convencional que dice lo programado y lo que dicen todos? ¿Cobarde porque es libre con su vagabundo Bandini y con su estilo cortante y sin retóricas? ¿Cobarde porque mantiene su voz en lugar de perder su voz en el coro? ¿Cobarde porque nadie lo ha programado ni lo ha diseñado?
Pienso en John Fante escribiendo con su Olivetti Espera a la primavera, Bandini. Escribiendo lo que le daba la gana con una botella en cualquier rincón sombrío de California. La Olivetti escribía todo lo que él le decía, era como su amante y no lo coartaba. Soltaba las ataduras y escribía Pregúntale al polvo. La Olivetti no tenía nada programado, joder, escribía todo lo que él quería. Y él no estaba programado y la vida no estaba programada en aquellas carreteras de California.
Pienso en Bukovski que casi eyaculaba sobre su Olivetti. Y eyaculaba sin bibliografía, sin estructura fija y sin notas a pie de página. Y su Olivetti estaba abierta (casi de piernas) y escribía todo cuanto a él se le ocurría. Era una liberación, era la literatura.
Ahora escribo “Empápala en recuerdos” y el Google me dice: “tal vez quisiste decir; empápate en recuerdos”. No conoce la tercera persona, no conoce el pronombre “la”. Tiene unas reglas tan limitadas que no cabe nada en ellas. Y pretende reducir la vida tan rica a sus “quisiste decir” miserables.
Escribo: “El futuro será lo que todos queramos” y me dice “Tal vez quisiste decir El futuro será lo que todos queremos”. La máquina no conoce el subjuntivo. No conoce la irrealidad, el deseo. No conoce nada.
Pienso en Proust con sus frases larguísimas y enrevesadas, pletóricas de matizaciones y aclaraciones, que ningún editor iba a cortar, que ninguna máquina tonta con su programa cerrado iba a negarse a escribir. Pienso en los surrealistas con sus locuras, pienso en los sueños frenéticos de los primeros románticos alemanes.
Ahora la máquina acabará por enjaularnos a todos, por meternos la cabeza en un cuadrado de hierro. Con sus “quisiste decir” nos aherroja a todos. ¿Pero qué coño sabe ella de lo que yo quiero, que sabe ella del querer? Pero elimina ese concepto y lo eliminaremos todos también.
Ahora el Word te subraya todo lo que no conoce y todo lo que le parece raro a su programa miserable. Y el subjuntivo y casi todas las expresiones. Y el estilo de Celine. Y cree que la palabra “como” es siempre interrogativa. Y como un tonto zafio te obliga a escribir lo que él quiere. Como si obligara a las manzanas a ser triángulos. O si obligara a Lautreamont a ser una ursulina políticamente correcta.
Pero esa cerrazón se extiende a todo. A la mentalidad de la gente. A los gustos de la gente. A la moralina asfixiante que apesta. A todas las palabras prohibidas. A medirlo todo en términos de corrección o incorrección. De dentro y fuera. El Word es todo nuestro mundo mecánico. Se acabó la literatura.
Recuerdo a Henry Miller escribiéndole al coño de Anais Nin, abriendo gloriosamente la espita de la vida con su Olivetti en Clichy. Y a Boris Vian escribiendo gansadas inspiradas y sueltas en los sótanos de Saint Germain des Prés. Y a Cortázar tecleando sobre el jazz en la isla de sa Luis en París.
Pero ahora nos empobrece esta pobreza de las máquinas. Son un peligro de muerte. Son algo que nos encierra y nos pone grilletes. Que nos arranca inmensidades de nuestra vida. Que no deja crecer la hierba. Y nosotros tan contentos. Nos entregamos a ellas y eliminamos la vida. Se acaba la literatura y empieza el programa. Como en los gabinetes académicos donde hacen autopsias de libros.
Quise decir lo que dije, gilipollas. Si no te enteras es porque no eres más que una máquina. Métete en tu programa y déjanos todo el resto de la vida. Déjanos la infinita extensión de la vida. Escribe lo que yo te mando como hacía la Olivetti y no me vengas con gilipolleces. No pretendas enjaular mi escritura, mi pensamiento. No me des lecciones, ignorante. Cállate, máquina gilipollas y escribe lo que te diga.
Y ahora porque Anagrama lo reedita (si no los periodistas serviles y ramplones, los que ganan porque gana lo ramplón, no se acordarían de él) dicen que Fante es el patrón de los cobardes. Qué gran valentía acordarse de un gran escritor cuando lo reeditan y soltar los tópicos fabricados y oficiales sobre él. Violan las palabras y las hacen decir cualquier cosa. Y violan con cobardía la memoria de las personas. Sobre la de los solitarios y los perdedores llenos de vida, para servir a los ganadores vulgares del montón. Sobre todo a los que son solitarios a su modo, y le preguntan al polvo y no a los programas, como el lobo estepario de Herman Hesse o el solitario profundo de Rilke o la rosa de nadie de Paul Celan.
Antonio Costa Gómez, no programado
Texto © Antonio Costa Gómez
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