Siempre hubo lunáticos, tipos que preferían la Luna al Sol. A mí el Sol me parece un fascista prepotente, un gran comisario que nos interroga continuamente, que no nos deja ni respirar. La Luna en cambio nos deja soltarnos, expresar nuestras pasiones en las sombras. No nos aplasta, nos llama con su luz pálida.
John Keats escribió un poema fascinante sobre Endimión que empieza con unos versos inolvidables:
Una cosa bella es un goce para siempre:
Su hermosura va creciendo
Y jamás caerá en la nada.
Un poeta vagabundo busca por todas partes a la Luna, la belleza absoluta, incluso en el fondo del mar. Por un tiempo se enamora de una mortal, pero al final descubre que era la misma Luna que había adoptado otra forma. Tal vez La hermosa dama sin piedad, esa mujer que lo llevó a una cueva, le descubrió gozos increíbles y después lo abandonó para siempre, fuera también la Luna, que no podemos poseer, que siempre se escapa.
El mito dice que la Luna se enamora del joven Endimión. Y para poder disfrutarlo lo mantiene dormido durante años. Lo visita todas las noches y hace el amor con él. Cuando dormimos el cuerpo se mete en sí mismo, alcanza la vibración secreta. No hay ningún control de los conceptos, de los prejuicios.
Jules Laforgue también estaba fascinado por ella y le escribe versos entre irónicos y apasionados en Imitación de Nuestra Señora la Luna:
Luna bendita
de los insomnios.
Astro fósil
que lo exilia todo.
Embarcadero
de los grandes misterios.
Laforgue le habla en tono irónico, pero es como cuando le decimos a una mujer medio en broma que la queremos, porque nos da miedo decirlo en serio. Y la mujer lo comprende.
Stan Lee en uno de sus cómics cuenta la historia de un amante de la Luna, Kwebatsu vivía en el mundo espiritual con la Luna. Pero Trisksta, el padre de Kwebatsu, la quería también y le dijo a su hijo que viniera a nuestro mundo a buscarle rosas a la Luna. Pero cuando dejó el mundo de los espíritus ya no pudo regresar jamás a él. Y ahora todas las noches mira al cielo y aúlla a la Luna pero nunca puede tocarla. Siempre me fascinaron los cómics. Los cómics me hicieron vivir y me libraron de todo academicismo.
Clara Janés conoce muy bien a Juan Eduardo Cirlot, el gran mago desconocido de la poesía española. Dice que Bronwyn, la amada mítica que Cirlot concibió a partir de la actriz de la película El señor de la guerra (Rosemary Forsyth) se identifica con la Luna, y significa el absoluto y la plenitud:
Sobre la tierra negra y cenicienta,
Bronwyn, mi corazón y las estrellas
perdidas en las páginas de fuego.
Las alas se aproximan a las olas.
Hermann Hesse, el autor de El lobo estepario, el enamorado más solitario de la Luna, tiene un cuento que se titula El lobo. Claro ¿cómo no iba a ser Hemann Hesse? Los cazadores lo persiguen por el bosque, lo hieren de muerte y en el último momento mira desesperadamente a la Luna. Los cazadores ríen, saltan, beben aguardiente, para celebrar la muerte del lobo, pero “ninguno vio la belleza del bosque nevado, ni la luna roja que colgaba sobre la montaña y cuya luz débil se reflejaba en los ojos quebrados del lobo muerto”. El caso es que nadie ve nada.
Para Robert Graves la Luna es una de las manifestaciones de La Diosa Blanca, que nos inspira a todos y nos da vida y entusiasmo. Según él no hay más que un tema verdadero para la poesía: nuestro amor por la Diosa, y un solo criterio para saber si un poema es bueno: si nos pone los pelos de punta. Si creemos a Graves todos somos amantes de la Luna, ella se acuesta con nosotros todas las noches, ella es la que nos hace a todos creativos y originales. Al menos a los poetas.
Jaleludim Rumi en El beso que deseamos dice que tenemos que abrir la ventana para que entre la Luna:
Yo, Luna del cielo oscuro, te dejo entrar.
He abierto la ventana para ti.
Esta noche ven a tocar mi cara,
presiona tus labios sobre los míos.
Cierro la puerta de las palabras,
abro la ventana del corazón.
El beso de la Luna solo llega si abro la ventana.
Pero no abrimos las ventanas. Nos quedamos encerrados con libros académicos y conceptos en los que no entra la brisa de la noche. Pero todos los amantes sabe lo que quiere la Luna. Pueden acercarse a mediodía pero recuerdan lo que les dice la Luna.
Los más hondos son lunáticos. La Luna susurra las palabras más hondas. La Luna sabe de sombras, como sabía Junichiro Tanizaki en Elogio de la sombra. Los occidentales queremos vigilar con el foco hasta los más oscuros rincones. Y claro, todo se nos esconde. Faltaría más. Todo se asoma otra vez cuando vuelve la Luna.
En El hombre que se enamoró de la Luna, de Tom Spanbauer, Cobertizo, en Estados Unidos a fines del siglo XIX, es un huérfano bisexual protegido por una prostituta que siente fascinación por un hombre que está enamorado de la Luna y se enamora también él de la Luna. Para aquel hombre la Luna le enseñaba la vibración interior, el ritmo cósmico, la intimidad de la vida. A mí no me importa si los libros son populares o cultos. Si me dicen algo, me dicen algo. Y a Joyce le pasaba lo mismo.
Giacomo Leopardi en sus Cantos desconfiaba del cosmos entero, pero recurría a menudo a la Luna como compañera y amante:
Oh tú, graciosa luna, bien recuerdo
que sobre esta colina, ahora hace un año,
angustiado venía a contemplarte
y tú te alzabas sobre aquel boscaje
como ahora que todo lo iluminas,
oh mi luna querida.
Juana de Ibarbourou en Canciones para Natacha inventó una luna juguetona y erótica, pero íntima y leve y sin pretensiones:
La señora luna
le pidió al naranjo
un vestido verde
y un velillo blanco.
La señora luna
se quiere casar
con un pajecillo
de la casa real.
Christina Rossetti en uno de sus Poemas a la Luna la muestra confidencial y dispuesta a todo:
La media Luna muestra un rostro de dolorosa dulzura
preparada para la cera o la decadencia;
un fuego de pálido deseo de lo que falta
tendiendo hacia el placer o hacia el dolor.
También Christina tenía algo de lunática. Por eso siempre me ha gustado.
Siempre hubo lunáticos, tipos que preferían la Luna. Prefieren hablar con la Luna que hablar con el Sol que no te deja ni respirar. El Sol le pone límites rígidos a las cosas, no te deja verlas, la Luna te suelta. El Sol te dice: cuádrate, la Luna te deja decir lo que quieras.
Texto © Antonio Costa Gómez
Fotografía © Consuelo del Arco, La Luna en Galilea
Danos tu opinión