Literatura Poesía

Sobre “Al encuentro de no sabemos qué cosa” de Santiago Úbeda Cuadrado

Al encuentro de no sabemos qué cosa de Santiago Úbeda Cuadrado

Por Ramiro Guardia
profesor de filosofía, crítico y ensayista
febrero 2022

Parte 1. El hombre, o algún hombre, quebrado

Algunos hombres aman la distorsión, el juego infinito de invertir los términos, voltear el mundo, empezar por arriba lo que se señala en la norma que es por abajo. El humor distorsiona, pues destripa la realidad mirándola desde la perspectiva del detalle que, aislado del sentido y su totalidad, causan risa. El sujeto poético, gusta ser el ojo que, tras la mirilla, o desde el balcón estrecho con barandilla oxidada, pero de anchos horizontes, los suficientes para ver la vida pasar como condición de vivir, goza del proceso constante, en el que, ¡oh, sorpresa!, lo importante no se encuentra en el inicio, ni en el final está el camino. Nada de eso, el hombre, que bien podría estar en el balcón, digo, goza del proceso. No hay más que trascurso y, como dirían los latinos, en esas in medias res, lo da todo observando pues, dirá Santiago, “lo importante está en la mirada”. Y se deja ir, sin más meta que el sentirse acompañado por las actividades que se van sucediendo, por ejemplo, en un Madrid, o en una isla, Lanzarote, podría ser; actividades, sugiero, que marcan el día a día sin más pretensiones que el vivirse aquí y ahora. Y claro, el hombre tiende al tedio, al cansancio, al aburrimiento (“aburrimiento cósmico”), a la rotura de su yo, porque en el vaivén de la lista interminable que cada día, así una y otra vez, se van sucediendo la amalgama de tareas, colapsan al sujeto. ¡Ya lo creo que lo colapsan!, le dejan petrificado y el sujeto poético se lanza a la decisión, decíamos más arriba, más rápida, no perfecta, sino infecta, que es la decisión de abandonar y seguir a otra cosa. Quizás a otra tarea menos atareada, y dejar la vida pasar, como si todo fuera accidental, líquido e indiferente. Porque “el tiempo se traga los sueños” y tomando el poeta consciencia respecto a esta apisonadora que es el tiempo, decide “ver la vida pasar”, sin más esperanza que afianzarse en este fluir, que es la clave.

Los psicólogos y psiquiatras también son partícipes de haber acuñado un nombre para la época en que vivimos: desestructuración, disfuncionalidad e inadaptación. A veces me parece que en la poesía de Úbeda nos damos de bruces con manifestaciones afines a estos términos: ruptura de normas, humor contra las normas, prevalencia del humor y lo absurdo de esto y de aquello, de los quehaceres y cotidianeidades.

Tedio, automatismo y absurdo, que concentro en las breves palabras de Camus en El mito de Sísifo:

Levantarse, coger el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo es una ruta que se sigue fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Pero un día surge el “por qué” y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro. “Comienza”: esto es importante. El cansancio está al final de los actos de una vida maquinal, pero inicia al mismo tiempo el movimiento de la conciencia. La despierta y provoca la continuación. La continuación es la vuelta inconsciente a la cadena o el despertar definitivo. Al final del despertar viene, con el tiempo, la consecuencia: suicidio o restablecimiento. En sí mismo el cansancio tiene algo de repugnante. Debo concluir que es buena, pues todo comienza por la conciencia y nada vale sino por ella. La simple “inquietud” está en el origen de todo.

Pérdida de raíces, en ese estado de la materia que es la liquidez: el sujeto poético desterrado, fuera de la afectividad familiar, viajero solitario recuerda con nostalgia, en un mundo que tiene mucho de imaginario, de vidas paralelas, tediosas y cotidianas hasta el ridículo. Pese a la imaginación desbordante, que encontramos en el poemario, el destierro de nuestra época existe, como una especie de sujeto roto, quebrado por la soledad que le aprisiona y cuya acción vital se la suda, y la lleva a cabo, medio mecanizado, medio consciente de que otra alternativa positiva podría ser lo mismo o peor. Como un extranjero en su tierra, vaciado de afectos, distanciado de lo bello y del cariño humano, y acercado cuasi pegado a la norma de la obediencia y el respeto.

El absurdo: como si algún hombre despertara y se vieran cual bicharraco de Kafka, aislado y presente, desdoblado por la irracionalidad de un cuerpo asqueroso y repugnante, y, sin embargo, tan individual y mío. Si Platón de manera tan órfica dijo “el cuerpo es la cárcel del alma”, Kafka en su Metamorfosis lo llevó al extremo, vinculando a una conciencia tan lúcida y racional, un cuerpo tan alejado y sospechoso. En Santiago Úbeda, el absurdo está muy presente, un absurdo que influye directamente en las vidas, actos tan nimios que cargan contra el hombre en su totalidad, que provocan que la balanza se incline en nuestra contra y, cuando parecía que había cierto, solo cierto y frágil orden, dice Úbeda, “olvidó sacarse el currículo del bolsillo de la chaqueta y debió acabar deshecho en la bomba de la lavadora”. Pobre hombre, ¡son tantas cosas con las que lidiar!, y encima la tecnología. Le dejan a uno inmóvil ante un escenario de capitalismo infinito de máquinas que hay que saber manejar. Le dejan a uno tan aislado e impotente como el insecto kafkiano. Y a la vez tan visionario de las causas.

Publicidad, tecnología, montos de cemento, visten el paisaje de la gran ciudad, alimentadas con la comida basura, el alcohol y los chillidos de los tertulianos que salen por la TV. El sujeto poético, ante esta amalgama de estética de lo cutre, juega, incluyendo poemas dentro de otros poemas, dejando que la creatividad sea el motor del poema y hasta donde nos lleve.

Pero, si hasta aquí hemos comentado libremente el poemario de Úbeda desde la perspectiva del hombre roto…

SEGUNDA PARTE: el hombre, o algunos hombres, enderezados, orientados.

…no pocas son las huellas que encontramos en el poemario de Santiago que nos abren las puertas a entender que también está, frente a la rotura y atomización de algunos hombres, su unidad y orientación. Calor humano que apreciamos en poemas donde el tema es el juego creativo que se sucede con los alumnos en las clases de un Instituto, donde el Teatro se convierte en parte de la Literatura y aún más, en parte de la vida. Creándose un norte, un centro de vida, que deja atrás la liquidez de nuestra primera parte, para dirigir nuestra atención al saber hacer más auténtico, esto es, aquel capaz de tocar el mismísimo corazón del hombre, de algunos hombres. Si a veces la escuela en el poemario de Santiago se nos muestra de una manera machadiana, como ese lugar triste y aburrido, cargado de monotonía tanto dentro como fuera del aula, que pareciera que por doquier eternamente lloviera, sin embargo, también saltan chispas, fugaces sí, pero reales y de hondo alcance, donde la majestuosidad de la vida brilla.

Como ejemplo último hablaré de las relaciones amorosas, otra de las pruebas desde mi humilde visión en que el hombre quebrado, acaso porque de no aferrarse a lo más íntimo del hombre, es decir, buscando la externalidad, quedaría completamente automatizado, como el replicante de Blade Runner, sin emociones ni biografía, es decir, sin situaciones emotivas que permanezcan en nuestra memoria. Pero no, a veces el paisaje se ve sin los estorbos de la estética cutre, dejamos atrás los vídeos simplones nacientes de YouTube, y amamos. O nos quedamos solos, observando el cielo; el cielo y la tierra, es decir, lo de siempre.


Texto © Ramiro Guardia


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